Maduro y una victoria que sabe a empate

Abraham Zamorano
BBC Mundo, Caracas
La música paró para escuchar el resultado y bastó que sonara el nombre del presidente encargado de Venezuela, Nicolás Maduro, para que estallara la alegría en los alrededores del Palacio de Miraflores.
El repentino ruido fue tal, que resultó imposible saber cuál era el resultado. El
alcohol, que llevaba rato de vaso en vaso, saltó por los aires. Las motocicletas rugían y no había manera de saber el resultado.
Pero Tibisay Lucena, la presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE), les tenía una sorpresa a los alegres chavistas: la diferencia con el candidato oficialista Henrique Capriles en las elecciones presidenciales del domingo fue de 1,59%, o lo que es lo mismo: 235.000 votos, 7,5 millones a 7,2 millones.
Y Capriles les tenía otra, que no fue tan sorpresa por el tono de sus intervenciones en las redes sociales durante la tarde: no piensa reconocer el resultado hasta que se revise cada voto.
Así, la polarización de Venezuela, hasta ahora contenida por el enorme carisma y tirón electoral de Hugo Chávez parece haber pasado a una nueva era. Se acabó la del "superpresidente" que todo lo puede.
Ahora Venezuela aparece dividida casi en dos mitades que, en casos extremos, no reconocen ni siquiera la legitimidad de la existencia de la otra.
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"Mientras tanto"

"El derrotado el día de hoy es el gobierno y lo digo con toda firmeza. No vamos a reconocer el resultado hasta tanto no se cuente cada voto de los venezolanos. Uno por uno", dijo Capriles.
"Éste es un gobierno 'mientras tanto'", dijo Capriles, al tachar a Maduro de "ilegítimo".
El candidato opositor se quejó de numerosos sufragios afectados por "incidencias". "Estamos hablando de alrededor de 300.000 votos afectados (...) De acuerdo a nuestro conteo, el resultado es distinto", agregó.

"Lo digo con toda la responsabilidad, soy un demócrata convencido. He respetado siempre la voluntad de nuestro pueblo; el pueblo se expresó y esos resultados no reflejan la voluntad del país", afimó.
La petición de que se "abran todas las urnas" la hizo también el rector del CNE Vicente Díaz, señalado por los oficialistas como afín a la oposición. Sus cuatro compañeras son acusadas, a su vez, de una parcialización oficialista por parte de los opositores. "Sin poner en duda el resultado que estamos ofreciendo", aclaró Díaz.
"Que se haga la auditaría que se quiera hacer, para que no quede duda de los resultados", replicó Maduro.
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¿Paliza?

Nicolás Maduro
Nicolás Maduro se impuso por 235.000 votos.
"Tenemos un triunfo electoral justo, legal, constitucional", dijo el vencedor ante la multitud que coreaba "no volverán", una consigna habitual del chavismo.
"El gigante de esta patria, Hugo Chávez, sigue invicto", exclamó Maduro. Sin embargo, no se cumplió su vaticinio: había pronosticado una victoria por paliza. Lejos quedó el excanciller de los once puntos que le sacó Hugo Chávez a Capriles en octubre del año pasado.
Decían los encuestadores que Maduro perdía ventaja cada día; los caprilistas, que cada vez que el presidente encargado hablaba perdía 200 votos, y las malas lenguas que en una campaña de tres meses como la del año pasado hubiera terminado tercero.
Partía, según los sondeos, con una enorme diferencia en intención de voto.
Por un margen muy corto, pero ganó, no obstante, presentándose como el "hijo de Chávez", con el difunto presidente presente en carteles y camisetas, con su voz cantando o su imagen en videos, y, sobre todo, su nombre constante en boca de Maduro.
Y eso, pese a que la campaña estuvo marcada por las ocurrencias del candidato oficialista, como aquella de que Chávez se le apareció en forma de pajarito, eso de que dejaría de silbar porque no le caía bien a sus partidarios, o que le caería una maldición al pueblo si él no ganaba.

Miraflores

Elecciones en Venezuela
La diferencia entre Maduro y Capriles fue de sólo 1,59%.
En los alrededores del Palacio de Miraflores, con una afluencia sensiblemente inferior a la concurrencia que reunió Hugo Chávez en octubre, celebraban como si hubiera ganado por 20 puntos.
Allí, Elías, brasileño "admirador del socialismo" que llegó de Río Grande del Sur para conocer el proceso revolucionario venezolano, tenía claro por qué había ganado Maduro: "Pregúntales a los pobres y ellos te responderán".
"Es el hijo de Chávez y aunque Chávez partió físicamente, él era pueblo y dejó su legado. Maduro es ahora el pueblo", dijo.
"El pueblo vota por Maduro porque no queremos imperialismos", comentó Jesús López, un joven de la populosa zona de Artiga. Su compañero Manuel González lo tenía igualmente claro: "Capriles no sabe lo que es pasar necesidades como nosotros la gente de barrio".
"Desde 1998 hemos ganado 18 votaciones", exclamaba eufórico Carlos Eduardo Flores.
En general, el ambiente en la fiesta de Miraflores no parecía acorde al hecho de que la victoria quedó lejos de las expectativas del propio gobierno. Aunque alguna cara de "por los pelos" se podía ver.

Ruta complicada

Antes de conocerse el resultado del domingo, parecía que el gran reto que iba a tener Maduro eran las dificultades económicas que pasará el país si se cumplen las previsiones de los más pesimistas.
Se encontrará con unas cuentas públicas sometidas a una enorme presión -hasta tal punto que recientemente tuvieron que devaluar la moneda-, con problemas de altísima inflación, desabastecimiento e interrupciones crónicas de servicios básicos como la electricidad.

Maduro, además de los proyectos que directamente aprobó durante los actos de campaña, prometió hospitales, grandes recintos deportivos en Caracas e infraestructura de todo tipo por el país.
También se comprometió a enfrentar la inseguridad, impulsar la producción y a tres subidas salariales que terminarán con un alza del 45% en el salario mínimo hasta los US$325.
Pero quien se presentó como el garante de la continuidad de las políticas sociales emprendidas por Hugo Chávez, esas que han servido para reducir los índices de pobreza y desigualdad, probablemente no tendrá mucho margen para emprender ajustes.
Menos aún cuando el crédito obtenido en las urnas fue tan ajustado. Eso, junto a la comparación constante con Chávez, puede llevar a pensar que el autobús que le ha tocado conducir a Maduro, el del chavismo sin Chávez, se dispone a atravesar una carretera llena de baches.

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