La Bundesliga también arrolla al Madrid

Madrid, El País
No hay antídoto contra esta reluciente Bundesliga que hoy deslumbra en el planeta fútbol. Ni el Barça, el de la gran pasarela de estos años, tuvo el martes la receta, ni tampoco anoche el Madrid, un gigante que parecía llegar en plena ebullición rumbo a la décima, con una extraordinaria galaxia de jugadores y un técnico reputado como nadie. Los dos fueron arrollados.


El Borussia, con menos predicamento que el altivo Bayern, también fue insalvable para el campeón español, que prolongó en Dortmund su calvario alemán, donde ha dejado varios de los mayores borrones de su historia. Frente al Borussia fue un equipo pálido, a merced del desparpajo de su emergente adversario. De nada le sirvió igualar el marcador por un inesperado regalo local, un regalo inesperado. Lewandowski, un ariete al que si se le sacude solo caen goles, le torturó con cuatro tantos. El polaco entró en trance en toda una semifinal europea y frente al rival más encumbrado. Eso es tener estrella. Todo un demonio para un Madrid que no se distinguió por nada, que no jugó a nada, falto de espíritu en muchos momentos, decepcionante en todas las facetas del juego. Esta vez no encontró redentor en Cristiano y ahora tendrá que hurgar en su leyenda para creer en una remontada. No han sido pocas las veces que este club ha apelado con éxito a la épica, es su mística con la Copa de Europa. Por ahí pasa su única esperanza.

El Madrid, sin molde de principio a fin, fue zarandeado de inmediato por la explosividad de su juvenil adversario, que no se demoró hacia Diego López. Antes de los diez minutos, Reus, tras un excelente eslalon, ya había exigido el máximo del portero madridista, que alcanzó a desviar su disparo cruzado. Y, de inmediato, en el asalto prematuro del Borussia, Lewandoski, el héroe de la jornada, se anticipó a Pepe y cazó un centro desde la izquierda. Aturdido quedó el Madrid, como el central portugués, extraviado todo el encuentro frente a las acometidas de este delantero de aire desgarbado, eficaz en el juego de espaldas y contundente y feroz cuando huele la presa del gol. Máxime cuando el equipo alemán cambió automáticamente el guion.
El tanto a favor le hizo ser más preventivo, cedió el gobierno y se procuró jugar a campo abierto, como le encanta. No tira pelotazos desde la cueva y no es tan preciso para llegar a la zona de tres cuartos, pero cuando lo consigue irrumpen chicos como Götze, el Özil del Dortmund, o Reus, una culebra. Y al fondo, como fin de fiesta, Lewandowski, el noveno jugador que marca cuatro goles en un partido de Liga de Campeones, a uno del récord de Messi (cinco en 2012 ante el Leverkusen). Eso sí, con doble valor para el ariete polaco, el primero que lo logra en semifinales.


El cuadro de Mourinho trató de juntar su línea medular con la ofensiva y contener al menos la salida del balón de los chicos de Klopp. Una utopía vista la cantidad de recursos del Borussia,
Espeso y chato, el Madrid no tuvo soltura, se sintió incómodo, sin la posibilidad de acelerar que tanto le gusta. Con Di María en el banco, Mourinho orientó a Özil hacia el costado derecho, pero el alemán tiene preferencia por zonas más templadas. Lo suyo no es el largo recorrido, con lo que se escapó cuanto pudo hacia el centro, donde anidaban Khedira y Modric por delante de Xabi Alonso. Enredado por el centro, tampoco encontró vértigo por fuera, donde el equipo insistió una y otra vez en buscar a Cristiano. Eso sí, siempre al pie, apenas al espacio, porque Piszczek le anudó cuanto pudo, dimitido por completo en ataque. Sin profundidad, como rumiando qué partido debía disputar, la única respuesta que encontraba el conjunto español eran faltas laterales en la banda de Cristiano. Poco recurso.
Imprevisto como es el fútbol, el Madrid pareció encontrar alivio cuando el Borussia más contenido estaba, ocupado en la gestión del gol y a un paso del descanso. Reus, en otra diabólica incursión, reclamó penalti de Varane, que de ser pareció fuera del área. En la jugada siguiente, contrariados los locales, Hummels, su defensa armador, un zurdo que hace carantoñas a la pelota, la pifió. Tanto quiso mimar el balón para cedérselo a su portero que lo dejó a pies de Higuaín, que enfiló a Weidenfeller sin estorbos y fue generoso con Cristiano, al que invitó al gol. El Madrid, con un empate de la nada y el inmenso botín que supone un gol en territorio ajeno.

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