El primer ministro se aleja del centro para conservar Downing Street

Cameron acepta los recortes que exige el ala más derechista de los ‘tories'

Patricia Tubella
Londres, El País
A pesar de las publicitadas maniobras desde las filas conservadoras contra su liderazgo, ningún observador político se arriesga a vaticinar la inminente caída de David Cameron como cabeza del partido mayoritario en la coalición de gobierno británico. El primer ministro, desde hace meses rehén del ala derecha de los tories, acaba de sancionar una reforma del sistema de bienestar en Reino Unido considerada insuficiente entre sus correligionarios más intransigentes, mientras el grueso de los ciudadanos asiste con aprensión a una retahíla de drásticos recortes en las prestaciones del Estado que puede tener consecuencias nefastas en el equilibrio social de Reino Unido.


El Cameron que cultivó un discurso centrista para imponerse en las elecciones de 2010, con un éxito ambiguo porque precisó de una alianza con los liberaldemócratas para hacerse con la llave de Downing Street, aparece hoy como un personaje atrapado entre dos fuegos. El de la imagen de “conservador compasivo”, firme en el control del gasto pero a la vez sensible ante las cuestiones sociales, que tanto necesita para revalidar su victoria en las urnas, y a la vez la de un gestor decidido a acabar con los “abusos” del Estado de bienestar, tal como reclama un sector intransigente y poderoso desde las filas tories. Ingredientes contrapuestos de una receta que no acaba complaciendo a nadie.

Destacadas figuras del Partido Conservador, con la ministra del Interior, Theresa May, como aspirante más visible, coquetean descaradamente con la idea de descabalgarlo del poder, una hipótesis que todavía no se ha consumado a causa de las sólidas perspectivas de una derrota tory en las legislativas de 2015. Ante la contundencia de todos los sondeos sobre una futura victoria de la oposición laborista, las huestes de Cameron parecen resignadas a “quemar” la figura de su hipotético líder hasta la próxima cita electoral, para buscarle inmediatamente después un sustituto.

Que Cameron no gusta a los suyos ha quedado claro con la multiplicidad de voces que cuestionan su capacidad de gobierno, la gestión de una economía que acaba de confirmar su tercera recesión y la pérdida de la calificación de la triple A para sus emisiones de deuda pública. Los críticos desde su propio partido reclamaban un drástico tijeretazo a las prestaciones sociales que, desde su punto de vista, no se ha cumplido en el último presupuesto presentado por su brazo derecho y canciller del Exchequer, George Osborne.

En el plano estrictamente político, la derrota encajada por los tories en la reciente elección parcial de Eastleigh, donde quedaron relegados a un tercer lugar a manos de una fuerza xenófoba y antieuropea como el UKIP, ha incrementado la presión sobre el primer ministro por parte de los parlamentarios conservadores cuyo escaño estará pronto en juego en las plazas más tradicionales, los mismos que reclaman la necesidad de endurecer el discurso. Cameron lo ha intentado, con su anuncio del mes pasado confirmando fuertes restricciones del acceso a los inmigrantes al sistema social, o con su anterior reto a la Unión Europea, que incluye un futuro referéndum para determinar si Reino Unido quiere retener su adhesión.

El sector derechista que hoy por hoy parece dictar la agenda de los tories sigue reprochándole las mínimas cesiones concedidas a los socios liberaldemócratas (otra fuerza a la baja en las encuestas) y quizá su incapacidad para revelarse como un halcón al estilo de Margaret Thatcher. A lo largo de las dos últimas legislaturas, han venido poniendo palos a las ruedas para deshacer esa coalición, votando contra su propio jefe de filas cuando lo ha estimado necesario e incluso a riesgo de propiciar una ruptura entre Cameron y el líder liberal, Nick Clegg, por ejemplo a la hora de frustrar la reforma de la Cámara de los Lores.

Cameron probablemente sobrevivirá a tanto sobresalto durante los próximos dos años, aunque solo porque su partido ha decidido mantenerse a la espera de los acontecimientos. Se trata de un dirigente joven que todavía no ha cumplido los 46 años, pero algunos medios ya lo caracterizan como un cercano cadáver político por decisión de los suyos.

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