¿Sabías que contestar mensajes al volante, es tan peligroso como conducir bebido?
España, EFE
Las universidades australianas de Wollongong, Victoria, Tecnológica de Swinburne, el Instituto para la respiración y el sueño, así como la Universidad de Barcelona han medido la capacidad de reacción al volante de doce voluntarios sanos mientras participaban en un test de simulación de conducción que duró dos días (separados por una semana cada uno).
Se realizaron las pruebas después de consumir alcohol, y mientras era utilizado el teléfono móvil.
Los bebedores habituales y los que no habían ingerido nunca alcohol antes del experimento se excluyeron de participar en el test.
“El estudio fue realizado en Australia y los participantes, que eran estudiantes voluntarios con licencia de conducir, tenían que mantener su posición en el centro del carril de la izquierda de la pantalla, a una velocidad de entre 60 y 80 kilómetros por hora y frenar cada vez que veían aparecer un camión”, explica a Sumie Leung Shuk Man (Sinc), coautora del estudio que publica la revista “Traffic Injury Prevention” e investigadora en la Universidad de Barcelona.
Al comparar el nivel de concentración de alcohol en sangre (BAC) con los efectos del uso del teléfono móvil, vieron que cuando la conversación telefónica requería una alta demanda cognitiva o cuando contestaban a un mensaje de texto, el equivalente en el test de alcoholemia estaba por encima de lo permitido en España (0,5 gramos/litro).
Para simular el efecto del manos libres utilizaron unos auriculares y un micrófono.
“Cuando se trataba de una conversación simple, a través del manos libres, los efectos eran comparables al nivel de alcoholemia de 0,04 g/l –que está por debajo del límite legal de 0,5 g/l de países como en España y Australia–. Sin embargo, cuando requería más atención, su análogo en nivel de alcohol se disparaba al 0,7 g/l –por encima del límite legal en estos dos países, pero por debajo del de otros como EE UU o Reino Unido que permiten hasta un 0,8 g/l– y si se trataba de contestar a mensajes de texto, a una tasa de 1 g/l –que es ilegal en cualquiera de estos países–”, asegura la científica.
Los dos niveles diferentes de conversación por el manos libres que contempla el estudio equivalen a: una conversación natural –en la que el sujeto y el científico hablan sobre temas interesantes pero como pasatiempo– y a un diálogo con preguntas más específicas –exigentes cognitivamente– como, por ejemplo, responder ¿puede describir la ruta en coche desde su trabajo hasta llegar a su casa? o ¿cuántos de sus amigos tienen nombres que empiezan por vocal?.
“Nuestros resultados sugieren que el uso de dispositivos de manos libres también pueden suponer un riesgo importante para los conductores. Aunque debe estar permitido, requieren más investigaciones para determinar su regulación y, por supuesto, que las autoridades nacionales conozcan los pros y los contras minuciosamente”, concluye la experta.
Las universidades australianas de Wollongong, Victoria, Tecnológica de Swinburne, el Instituto para la respiración y el sueño, así como la Universidad de Barcelona han medido la capacidad de reacción al volante de doce voluntarios sanos mientras participaban en un test de simulación de conducción que duró dos días (separados por una semana cada uno).
Se realizaron las pruebas después de consumir alcohol, y mientras era utilizado el teléfono móvil.
Los bebedores habituales y los que no habían ingerido nunca alcohol antes del experimento se excluyeron de participar en el test.
“El estudio fue realizado en Australia y los participantes, que eran estudiantes voluntarios con licencia de conducir, tenían que mantener su posición en el centro del carril de la izquierda de la pantalla, a una velocidad de entre 60 y 80 kilómetros por hora y frenar cada vez que veían aparecer un camión”, explica a Sumie Leung Shuk Man (Sinc), coautora del estudio que publica la revista “Traffic Injury Prevention” e investigadora en la Universidad de Barcelona.
Al comparar el nivel de concentración de alcohol en sangre (BAC) con los efectos del uso del teléfono móvil, vieron que cuando la conversación telefónica requería una alta demanda cognitiva o cuando contestaban a un mensaje de texto, el equivalente en el test de alcoholemia estaba por encima de lo permitido en España (0,5 gramos/litro).
Para simular el efecto del manos libres utilizaron unos auriculares y un micrófono.
“Cuando se trataba de una conversación simple, a través del manos libres, los efectos eran comparables al nivel de alcoholemia de 0,04 g/l –que está por debajo del límite legal de 0,5 g/l de países como en España y Australia–. Sin embargo, cuando requería más atención, su análogo en nivel de alcohol se disparaba al 0,7 g/l –por encima del límite legal en estos dos países, pero por debajo del de otros como EE UU o Reino Unido que permiten hasta un 0,8 g/l– y si se trataba de contestar a mensajes de texto, a una tasa de 1 g/l –que es ilegal en cualquiera de estos países–”, asegura la científica.
Los dos niveles diferentes de conversación por el manos libres que contempla el estudio equivalen a: una conversación natural –en la que el sujeto y el científico hablan sobre temas interesantes pero como pasatiempo– y a un diálogo con preguntas más específicas –exigentes cognitivamente– como, por ejemplo, responder ¿puede describir la ruta en coche desde su trabajo hasta llegar a su casa? o ¿cuántos de sus amigos tienen nombres que empiezan por vocal?.
“Nuestros resultados sugieren que el uso de dispositivos de manos libres también pueden suponer un riesgo importante para los conductores. Aunque debe estar permitido, requieren más investigaciones para determinar su regulación y, por supuesto, que las autoridades nacionales conozcan los pros y los contras minuciosamente”, concluye la experta.