La elegante Damasco, asediada por ambos bandos

Madrid, Reuters
En una ciudad habitada durante siete milenios, puede que hagan falta más de dos años de guerra civil para poner fin a la gentil ronda de cenas y paseos por el parque de la clase adinerada en el centro de Damasco.


Pero desde los lúgubres suburbios, los rebeldes enfadados con la pasividad de sus prósperos vecinos hacen estallar más bombas y las fuerzas del presidente Bashar al-Assad hacen su presencia incluso más visible alrededor de su bastión, haciendo cada vez menos cómodas las antiguas rutinas y desatando el temor en el centro de la civilización de los damasquinos.

Muchos se sienten atrapados entre una autoridad no querida, la dinastía Assad que lleva 43 años al frente del país, y los revolucionarios hambrientos a las puertas, resentidos ante el estilo de vida privilegiado de la ciudad.

Aunque los combates han convertido en campo de batalla las afueras de la capital, donde viven más de 1,5 millones de personas, especialmente desde los avances de los rebeldes el pasado verano, y pese a que unos 70.000 sirios han muerto desde el inicio de las protestas hace dos años, las zonas centrales de Damasco han permanecido prácticamente intactas.

Pero eso está cambiando mientras las líneas de frente mutan de lugar y las tropas y las milicias refuerzan sus posiciones alrededor de su base de poder. También es noticiable que personas que han huido de sus casas en los suburbios están acampados en parques en el centro de la ciudad.

Entonces, la semana pasada, tres coches bomba explotaron en el centro de Damasco, matando a decenas de personas. Horas después, varios morteros cayeron en el distrito de Maliki, el más rico de la ciudad, donde viven decenas de altos cargos del gobierno y prósperos comerciantes.

Uno aterrizó cerca del hogar del ministro de Exteriores, Walid al-Moualem, a unos pocos minutos andando de la residencia privada del propio presidente. Otro cayó en un edificio que perteneció al tío de Assad, Rifaat, ahora desaparecido en el exilio. Del edificio, donde viven altos cargos, cuelga un retrato del presidente.

Superados en armas por las fuerzas dominadas por la minoría alauí de Assad, los rebeldes, mayoritariamente suníes, han progresado poco últimamente hacia el centro. Tras la destrucción sufrida en los suburbios por los cohetes, los ataques rebeldes en el centro de la ciudad son, en comparación, escasos.

Pero los que viven allí los ven como una salida del creciente resentimiento entre los pobres suníes de las afueras sobre lo que consideran compasión hacia Assad por parte de los adinerados del centro, no solo los alauíes sino los prósperos comerciantes suníes.

"Simplemente espera a ver lo que harán los rebeldes cuando entren en Damasco", dijo un taxista, natural de los suburbios que ahora es un refugiado en lo que considera el auténtico Damasco. "Si lo destruyen todo, no será suficiente".

Otro hombre del suburbio de Harasta, sumido en los combates, dijo que cualquier saqueo de la casa de los ricos en el centro estaría "halal" - permitido bajo la ley islámica:

"No saben lo que hemos pasado nosotros", dijo. "Nuestras casas están completamente destruidas. ¿Sabes cuántas familias han muerto en mi ciudad? ¿Mujeres? ¿Niños? ¿ancianos?".

Los rebeldes han instado repetidamente a los damascenos a unirse a ellos, aunque solo sea dando la espalda con más firmeza a los Assad, con desobediencia civil. Muchos se sienten decepcionados, incluso por aquellos en la ciudad que acogerían bien un cambio, al sospechar que éstos prefieren anteponer el temor a la revolución por encima de su desagrado por Assad.

Un hombre de negocios, crítico con el presidente, dijo que sintió que le despreciaban cuando visitó la fábrica de zapatos de su familia en un bastión rebelde a las afueras. "Les pregunté por qué permitían tantos secuestros y asesinatos ante sus narices", dijo, después de que su propio hermano superara un secuestro.

"Me dijeron: 'Protegemos a los nuestros. Pero los forasteros no son nuestro problema. ¿Tipos ricos de ciudad? No son nuestro problema'".

Tras las bombas de la semana pasada, las declaraciones de figuras de la oposición en medios sociales se hacían eco del resentimiento hacia los ricos:

"Bien, que prueben una cucharadita de lo que hemos estado soportando", dijo uno.

"Los damascenos siguen yendo a trabajar y mandando a sus hijos a la escuela todos los días como si la vida fuera totalmente normal, cuando el resto de nosotros se está muriendo. Se lo merecen", dijo otro.

Aún así los damascenos también se sienten asediados por un gobierno que ha militarizado su capital y empleado sobre todo a milicianos de los centros rurales alauíes para reforzar la seguridad.

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