Cristiano no se da tregua
Vigo, As
La perfección exige memoria antes que voluntad. La primera dificultad es acordarse de lo que toca y la siguiente llevarlo a cabo. Diremos, para acortar la digresión, que el Celta salió con un plan muy ambicioso: ser perfecto. En su hoja de ruta se incluía presionar arriba, acortar el campo, tirar el fuera de juego, jugar al toque y sonreír a las cámaras. Lo consiguió durante 20 minutos, mérito fastuoso. Después, con el corazón desbocado de tanto correr, perdió la memoria y se le aflojó la voluntad, o tal vez fuera al revés.
El cansancio nubla la mente y el entusiasmo dura menos que el talento. Es el problema de cantar y bailar. Si bailas bien, jadeas. Si cantas bien, eres un poste. Madonna y la Caballé son magníficos ejemplos. También Iago Aspas. Se le pide que juegue de extremo por ambas bandas, de nueve y de diez, de genio y de killer. Cantar, bailar y tocar el arpa. El trágico resultado es que a Aspas le cuesta alcanzar los magníficos pases que se da.
El Madrid, ya se sabe, habita en otro mundo. En la mayoría de los casos, no necesita el rescate de la táctica, ni siquiera del entusiasmo. El reloj siempre gira a su favor. Es sencillo: se cansa menos, porque necesita correr menos. Tampoco está obligado a recitar la lista de los Reyes Godos; los lleva de serie. El equipo avanza los metros que le entrega el rival y muchos más si Cristiano pica espuelas. Sólo hace falta paciencia. Con el tiempo se abrirá un hueco, Özil encontrará una llave o saltará una chispa en la cabeza de Benzema.
Ayer se repitió ese guión. La perfección del Celta fue tan luminosa que pudo marcar a los quince segundos. Lo propició Aspas (y Albiol) y lo impidió Diego López, que taponó el remate con sus brazos de pivot de los Lakers. Poco después, el Celta le probó por bajo, por donde crujen los porteros altos. Tampoco. Diego López atrapó los tiros de Aspas y Alex López (fabuloso empalme a lo Mendieta) como los perros agarran los huesos lanzados al aire. Con la misma mezcla de agilidad y fiereza.
El equipo de Abel, entretanto, seguía sin escatimar un recurso. Presionaba como el Barça de antaño, se desplegaba como el Madrid de hoy y mordía como el Celta de últimamente, sin apenas dientes, sin un delantero puro, sin Gudelj, Penev, Baltazar o Mido... Sólo con Aspas.
De pronto, cambió el viento. El primer chut de Cristiano abrió la veda y el Madrid rozó el gol en media docena de ocasiones: Benzema, Cristiano, Callejón. Cuando Varas no pudo con ellos fue el larguero quien le echó una mano. Apenas había rastro de la perfección del Celta, sólo de su agonía.
En la segunda mitad creció la confusión celeste: el equipo comprendía el problema, pero era incapaz de ponerle solución. El Celta es un sioux en el Desembarco de Normandía, un equipo valeroso pero sin protección. De modo que siguió subiendo, como si aquello fuera una cucaña en lugar de un mar lleno de tiburones. Al rato, marcó el Madrid. Cristiano aprovechó un rechace para hacer el primero y la intriga pareció zanjada.
Sin embargo, el Celta tiene, además de otras virtudes, un morir hermoso. Aspas empató con ayuda de un rebote y el Madrid se vio obligado a un nuevo escorzo que le costó apenas ocho minutos. Varas hizo penalti a Kaká (notable, desde la suplencia) y Cristiano volvió a adelantar al Madrid. Doblete sin despeinarse (el fijador también ayuda).
Desde allí hasta el final, el Celta acumuló tres oportunidades de gol, incluido un cabezazo de Park al larguero. Para empatar hubiera necesitado diez ocasiones más y otros diez palos. Aunque pensándolo bien, quizá le hubiera bastado con Cristiano.