Chipre agrava las fisuras políticas del euro

Bruselas teme que el rescate chipriota descarrile por la falta de estructuras en Nicosia para aplicar el ajuste y alerta de los riesgos por la fractura en el Eurogrupo

Claudi Pérez
Bruselas, El País
Las perspectivas de Europa suelen oscilar entre Pangloss y Cassandra: entre la seguridad anodina y la profecía funesta. Hace solo unos años, la Unión era víctima de lo que Felipe González definía como una “dulce decadencia”; la prolongada y a ratos aguda crisis del euro ha hecho oscilar el péndulo hacia los vaticinios apocalípticos. La actual Unión tiene lo peor de ambas visiones: no es que ya haya una Europa de dos velocidades, es que cada vez es más evidente que hay dos Europas. Una, el Norte que impone su ley y que apenas nota la crisis; otra que va de cabeza a una depresión. En esas llega el rescate a un país que supone el 0,3% de la población y el 0,2% del PIB del euro y lo pone todo patas arriba: Bruselas advierte de que la crisis de Chipre “agrava la fractura entre Norte y Sur, entre Alemania y los demás”, indica una alta fuente comunitaria, escondida tras un anonimato que es la única forma de hacer autocrítica en la capital europea.


Los mercados han permanecido en relativa calma y los diques de contención del euro han funcionado por ahora. Pero el rescate chipriota ha hecho aflorar dramáticamente problemas que se vienen incubando desde hace años. El desequilibrante peso de Alemania en los asuntos europeos no es nada nuevo. La dificultad actual reside en que Alemania no puede evitar desestabilizar Europa, por más buenas que sean sus intenciones, que a veces son muy discutibles. Chipre sintetiza todo eso: los socios del euro, tras un tira y aflora melodramático, han acordado el rescate y han evitado así el peor de los escenarios, una salida del euro con un efecto contagio devastador. No habrá apocalipsis wagneriano. Pero sí se ha visto un crescendo de tensión que amenaza con trasladarse progresivamente desde la economía a la política.

Ese es el riesgo: que los europeos empiecen a pensar en la posibilidad de que haya intencionalidad política tras algún patinazo económico. “Los esfuerzos para rescatar el euro están destruyendo la trama que sostiene la Unión. Los líderes, en especial Alemania, deberían asegurarse de que el remedio no es peor que la enfermedad: la austeridad que se impone a la periferia y el modelo de rescate que va a ser Chipre corren el peligro de desencadenar una reacción que haga peligrar la integración europea”, advierte Charles Kupchan, analista del Consejo de Relaciones Exteriores, uno de los centros de análisis más prestigiosos del mundo. El sociólogo Norman Birnbaum resume las razones del renovado pesimismo estadounidense sobre Europa: “La combinación de políticos con mentalidad de ejecutivos, de economistas prisioneros de sus modelos y de modelos alejados de la realidad con el déficit democrático de la UE ha traído un desastre completamente predecible. Y lo peor puede que esté por venir”.

Chipre venía de una década de burbuja, con una banca hipertrofiada y unas instituciones que no querían saber de dónde venía el dinero: un limbo fiscal. Grecia pinchó ese globo. La banca buscaba arriesgadas rentabilidades en Atenas, y las pérdidas impuestas en los bonos griegos (otra decisión alemana) condenaron a la bancarrota al país entero. Europa acudió al rescate a cambio de la ya habitual cura de adelgazamiento, pero esta vez, además, con algunos elementos “experimentales”, como los ha definido el presidente Nikos Anastasiadis. Chipre debe desmantelar su indefendible modelo de negocio: del limbo al infierno. Y para ello cerrará entidades e impondrá pérdidas a los accionistas y a la deuda de peor calidad, pero también a la deuda de máxima calidad y a los depósitos de más de 100.000 euros, tras llegar a flirtear incluso con gravar los de menos de 100.000.

Ese acuerdo abre una nueva etapa en la apasionante —en el sentido de la maldición china— crisis europea. Por primera vez un Parlamento se rebela contra los acreedores del Norte. Por primera vez los líderes decretan que la deuda de máxima calidad y los depósitos no asegurados paguen la factura, lo que se ha traducido en un lógico castigo en los mercados a la banca europea y alimenta la desconfianza de los ahorradores, que se preguntan si están a salvo en Europa. Y por primera vez se ha producido un enfrentamiento abierto en el terreno político, con declaraciones subidas de tono tras un sensacional golpe de mano de Alemania a través del holandés Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo.

El pegamento que une la eurozona es la confianza mutua entre sus miembros, y esta semana esa confianza se ha fisurado. El rescate ha sido una fenomenal ceremonia de la confusión, con acusaciones cruzadas por la paternidad de los errores que tendrían un punto cómico si no fuera porque ese aire de camarote de los hermanos Marx le sienta muy mal a la alta política. El punto de fuga se produjo cuando parecía que se restablecía la calma: en ese momento —“y no parece casualidad”, explica un ministro del Eurogrupo— Dijsselbloem contó, en un acceso de franqueza, que Chipre servirá como modelo para futuras crisis.

La sinceridad está sobrevalorada: ahí saltaron las alarmas. Porque nada de eso se deducía del comunicado del Eurogrupo, que insistía en la “excepcionalidad” de Chipre. El rescate hace emerger divergencias notables: esa receta es la que quiere Alemania, y esa misma receta es la que el Sur —partidario de que el mecanismo permanente de rescate recapitalice directamente los bancos con problemas, tal como se ha acordado— ahora no se puede permitir.

Lo paradójico es que ese debate es saludable: Europa tiene que encontrar un camino intermedio entre dos posturas extremas. Ya no vale el riesgo moral excesivo (la continua socialización de las pérdidas con la banca mediante esa excusa-espantajo del miedo al contagio). Como tampoco vale la negación del riesgo en operaciones como la de Chipre, que pone en peligro la confianza bancaria del continente. Europa trabaja en una normativa al respecto, con plazos holgados y mucho sentido común: la idea es que quien haya asumido riesgos se haga cargo de ellos si la cosa se tuerce y no sea el contribuyente quien pague el pato. En eso están de acuerdo izquierda y derecha, Norte y Sur. Pero hay una cuestión clave: el tempo en la aplicación de ese modelo. El precedente chipriota tenía que ser la norma en 2018 para dar tiempo a apuntalar los bancos de los países con problemas. Alemania presiona para acelerarlo. Y el Sur, en pleno saneamiento de la banca, teme una fuga de dinero si hay precipitación.

La fractura está servida. Chipre saca a la luz todo eso y mucho más: las capitales no acaban de fiarse unas de otras; ha vuelto la versión más dura del FMI, escamado con Grecia; nadie hace demasiado caso de los consejos de la Comisión, y el BCE se ha equivocado en este asunto y se ha mostrado peligrosamente dividido, cuando no desaparecido, indican fuentes europeas. Ese es el precario estado de ánimo de la Unión.

Y eso sucede justo cuando las reformas empiezan a dar algún resultado. La periferia ha recuperado competitividad. Ha logrado reducir los déficits fiscales y comerciales a costa de un duro ajuste, al que además el Norte no ha contribuido. Pero Chipre hace saltar por los aires la engañosa tranquilidad de los últimos tiempos. El Sur empieza a recelar, fatigado por las sucesivas tandas de austeridad y reformas, con el paro y la pobreza en máximos, descontento por el liderazgo arrogante de Berlín. En el Norte cunde también el eurodesencanto, por otras razones. El ministro alemán Wolfgang Schäuble tiene una curiosa teoría acerca de las críticas a Berlín: “Es como en la escuela: cuando uno saca mejores notas, los demás sienten envidia”.

“Los últimos acontecimientos son preocupantes”, dice Guntram Wolff, del think tank Bruegel, “necesitábamos una acción política que alineara a Norte y Sur, pero ocurre lo contrario y la situación se torna extremadamente frágil”. Las perspectivas a la corta no acompañan. Según fuentes europeas, “el mundo va a seguir mirando a Chipre, el eslabón más débil del euro pese al rescate. Quedan demasiados flecos: hay dudas de si Nicosia puede aplicar el ajuste requerido. Es un país sin estructuras al que además le espera una larga recesión; no puede descartarse un escenario a la griega”.

Pero lo más preocupante son las fisuras en el Eurogrupo. Jakob Kirkegaard, del Peterson Institute, entiende las suspicacias del Sur: “Francia y España tienen razón, Alemania debe pagar un precio político por ese precedente chipriota que trató de imponer sin consenso”. Para este experto, después de todo el revuelo, “los depósitos de menos de 100.000 euros son más seguros que nunca en Europa; en cambio los grandes ahorradores sí van a ser más cuidadosos”, concede, “y eso va a presionar a los bancos débiles”.

La crisis de Chipre deja varias lecciones. Una: “Demuestra que no todos los países son iguales; los intereses de los grandes cuentan más”, afirma la europarlamentaria Sharon Bowles. Dos: “Ni siquiera hay solidaridad entre los pequeños: Malta o Luxemburgo tratan de desmarcarse de Chipre; Irlanda y Portugal, de Grecia. Y es difícil que Francia, España e Italia lideren una alternativa por su debilidad”, dice el historiador Kevin O’Rourke. Y tres: Berlín ha actuado con Chipre como un cruzado, en parte con razón, pero su liderazgo tiene ribetes egoístas: instaurar ahora el modelo chipriota de resolución de crisis le beneficia. “Si Berlín hace eso por analfabetismo económico, se desacredita. Y si lo hace a sabiendas, peligro: esos rescates en momentos delicados tienen un gran impacto sobre la vida de las personas. Si el péndulo está tan del lado alemán en una crisis tan larga, el experimento europeo puede descarrilar”, cierra O’Rourke.


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