Wilstermann resucita a sus fantasmas

Las dificultades para ganar en casa vuelven a atormentar a Wilstermann, que no pudo sobreponerse a una adversidad y, fruto de sus urgencias, fue descomponiéndose en una frustrante exhibición de impotencia.




José Vladimir Nogales
Wilstermann tiene mucho de que preocuparse después del empate con Real Potosí (1-1). Más allá del juego inoperante, Andrada tiene otro problema. El bajo nivel de algunos de sus jugadores es evidente. En los peores momentos del encuentro, nadie del equipo, incluido el entrenador, fue capaz imponer orden al caos de pelotazos y de fútbol descoordinado que los rojos ejecutaban en su desesperación por anotar. Nadie parecía capaz de sacar al conjunto de la profunda hipnosis. El envite tacticista (amontonamiento de volantes y presión sobre la pelota) propuesto por Real Potosí resultó decisivo para vislumbrar las complicaciones desde el minuto uno.


Presa del pánico a su propia gente, Wilstermann jugó un partido revolucionado y antipático ante un Real Potosí ordenado, que nunca se descompuso. Ni aún cuando Wilstermann lo acorraló y llenó su área de pelotazos. Pero ni por ésas atacó con criterio el cuadro rojo, que estuvo apurado e impreciso desde el minuto 1 al 90, y que ha vuelto a caer en un bache inexplicable y abismal cuando juega en casa y ante rivales rocosos, que ofrecen un mayor grado de dificultad.

Con transiciones rápidas y buscando por afuera, Real Potosí llevó de cabeza a la defensa local, que volvía a exhibir vulnerabilidad cuando taladran sus flancos. La actuación de Gerson García entró en el museo de los horrores, mientras que Salinas, del que se esperan (ingenuamente) grandes virtudes ofensivas, mostró una imprecisión lamentable. Erráticos e inoperantes Andrada y Romero, desacertado Andaveris y desconectado Berodia (el equipo le provee escasos balones útiles), Wilstermann fue improductivo durante largos pasajes. Tampoco Víctor Hugo Andrada acertó en los cambios, que, o apenas aportaron nada (insuficiente incursión la de Aparicio), o llegaron demasiado tarde (Galindo por Andaveris).

El centro del campo, con un impreciso Maximiliano Andrada, fue un desastre consumado, sin dar dos pases seguidos, ansioso como estaba por llegar al área contraria a todo pulmón. Sin ninguna pausa. Con la conjunción bajo mínimos. Por no hablar de la defensa, jaqueada por los envíos y desmarques de Bravo, que le ganaba con frecuencia la espalda a Paz.

Real Potosí atacó poco pero con más claridad en el primer tiempo, sobre todo Neumann, que pisaba el callejón izquierdo, imponiéndose a Machado.

Real Potosí funciona como un bloque, que es una frase molde muy elogiosa en el fútbol. Pero tiene nombres propios. Casi en cada línea cuenta con futbolistas apreciables. Por ejemplo, Neumann, que tuvo en jaque a toda la defensa roja y, además, dispuso de un par de situaciones muy claras.

Pero el cuadro potosino tiene más gente, buena gente, en nómina. Por ejemplo, Ortiz. El mediocentro tiene una gran capacidad de asociación, buena técnica y una pierna derecha más que correcta. Galvis, que neutralizó a Berodia en la segunda mitad, se juntó con cualquiera que le guiñase un ojo. Alexis Bravo, cuando pudo, explotó la espalda de Paz. Un duelo definitivo en la suerte del duelo, porque Wilstermann, sin centro del campo, dejaba vendidos a sus defensas, que, además, estaban espantosamente colocados.

LA NADA

Durante un prolongado lapso, nada funcionó en Wilstermann. Y su gente, obnubilada, buscó solucionar carencias e imperfecciones a puro pelotazo. La presunta velocidad de Salinas (que nunca alcanza para desbordar) y el estéril pivoteo de Andaveris (que jamás gana en el área de enfrente) constituían la escasa base argumental de un fútbol estéril, escaso de conjunción, repetido e inocuo. Berodia quedó desconectado como enganche en un equipo demasiado largo. Ni los volantes exteriores le ayudaban por detrás ni los delanteros por delante. A falta de entrejuego, sin capacidad para ocupar las bandas, Wilstermann practicaba un fútbol directo insustancial. Tan fácil se lo puso al contrario que se abandonó de mala manera y durante un rato quedó expuesto a la determinación visitante, sobre todo en las jugadas de estrategia, bien manejadas siempre por Alexis Bravo. Todo el desconcierto local se materializó en una jugada de balón detenido. El ejecutor amagó el disparo y toda la defensa roja se tragó el engaño, fraguando su desgracia. Cuando llegó el pelotazo, todos vigilaron la fachada, olvidando la puerta de atrás, por donde un furtivo intruso (Ricaldi) descerrajó la endeble fortaleza, 1-0.

El gol tuvo un efecto búmerang en el juego de Real Potosí. Si bien ganó en confianza para manejar la pelota, cedió metros y bajó la tensión del pressing en mitad de campo. Esa pequeña concesión (quizá instintiva) le resolvió el principal problema a Wilstermann: encontrar la pelota. Hasta entonces le costaba recuperarla y, tanto más, usarla. Fallaba en el quite y la circulación, una mínimamente fluida y conexa, era inexistente. Desde entonces parecía otro equipo. Con espacios disponibles en la salida, jugó con mayor soltura. Al fluir juego desde atrás (erradicados los pelotazos de Hugo Suárez), aparecieron esbozos de juego asociado. Y Berodia emergió, imperial, en el eje. De sus botas brotó fútbol de alta pureza. Probablemente al español le sobra arte para tirar rombos, manejar el balón en espacios cortos, guardarlo como una pieza de museo y obligar al contrario a perseguirlo como un lebrel desesperado. Probablemente es el juego que más gusta a la gente porque recuerda aquellos tiempos de Jairzinho en que el equipo exhibía su fantasía en cualquier campo, mezclando sentido táctico con arabescos de lujo. Pero ahora a Wilstermann le falta pegada para materializar las ocasiones que el arte de su figura, y el miedo de los rivales, le procuran. Sin un delantero intimidante y resolutivo, la pegada de Wilstermann parece una cuestión del pasado o, cuando menos, pendiente. Salinas muy dado al regate, es decir al arte, no vive cómodo en el área como referencia del equipo y su fútbol, entonces, se antoja tan liviano como su carcasa. En el fútbol no basta con hacerlo bonito, hay que hacerlo bien y en Wilstermann ha prevalecido lo primero sobre lo segundo, pero por la escasa capacidad resolutiva de sus atacantes. Salinas había agotado su repertorio en dos claras ocasiones que falló ante Lapsyck (Romero tuvo una tan clara como espantosamente dilapidada). Fue fallar y desaparecer, lo que permitió a la defensa potosina vivir una noche plácida.

COMPLEMENTO

Al iniciarse el segundo acto entró en acción Aparicio y el decorado cambió. Comenzó a correr el balón, que fue de acá para allá, rumbo a Salinas, a Berodia a un Andaveris retrasado (a posición de volante) y que andaba con el depósito agotado. Sanz, técnico de Real Potosí, echó mano de Jiménez, que también agitó a los suyos. En medio de un feroz bombardeo, una falta sobre Andaveris fue sancionada con un penal que convirtió Berodia, 1-1.

Pero, aún con la capacidad de Aparicio, Wilstermann no encontró ni la profundidad ni el desequilibrio pretendidos. Tenía más el balón, pero no era lo suficientemente claro para desmontar la muralla rival. El problema residía, nuevamente, en la cuestionada capacidad del mediocampo para gravitar desde la posesión o trascender con la pelota. Porque la posibilidad de que el equipo funcione cuando es Paz el encargado de sacar la pelota está descartada hace ya tiempo. Serán precisos sus pases, sin duda; llegará la pelota donde su bota derecha la mande, quizá. Pero a Wilstermann, salvo contadas ocasiones, le sirve de bien poco. Paz se refugia en la seguridad que ofrece la intrascendente horizontalidad, en las compulsivas cesiones laterales que no ayudan a progresar, delegando las evoluciones hacia las bandas, allá donde habitan hombres sin pasta para el trajín ni recursos (propios y los que debe brindar la logística) para tornar fructíferas sus expediciones. Es un error creer que, para ganar amplitud, basta con largar el balón a la orilla e imponer trabajos forzados al lateral de turno. En condiciones así, sin ayuda, es altamente factible el naufragio del huérfano misionero. Y esa suerte corrieron Machado y García en sus exploratorias incursiones sobre campo enemigo. Entonces, el equipo, sometido a la turbulencia de la salida, se rompe por la mitad y, lo que es peor, no descansa. Balón largo, y a correr. Sin tregua. Que al lado de Paz vivan dos señores que ejercen de medios creativos es anecdótico, más que nada porque Andrada y Romero (que debían aportar el manejo de pelota exigido) están ahí porque alguien tiene que estar ahí. Sin Romero (excluido para la segunda mitad), Wilstermann perdió el poco fútbol que disponía en esa zona, pero conservó el vértigo escasamente clarificador de Andrada. Además, con Andaveris de volante izquierdo se generó una asimetría tal que no sólo afectó lo funcional (pérdida de control de pelota en el centro de campo) sino también lo posicional, porque el coripateño no aportó marca (dejando abierto el carril) ni sirvió como abastecedor ya que, estimulado por su espíritu rapaz, tendía a correrse al área, aún cuando sólo conseguía incrementar la fricción y embarullar todo.

La pobreza de los rojos en la gestión del partido arrastró a Berodia, cuya incidencia fue diluyéndose en la medida que la provisión de balones hacíase más escuálida y proporcionalmente más sucia. Además, el español se fue (innecesariamente) muy de punta, internándose en una zona muy áspera, donde los balones llegaban con torpeza y desprovistos de perspectiva. Estrechamente vigilado (hasta tres hombres tomaron su marca) y sin receptores libres, dispuestos y cercanos para la descarga, Berodia exhibió su peor faceta. Flácido ante la presión, debilitó su control y cayó en imprecisiones impropias de su jerarquía. Sin él al mando, los rojos se encomendaron a Aparicio, pero el atacante nunca se encendió. Sus solitarios emprendimientos naufragaron en el bulto o en la precipitación. Una pesadez incluso que impedía toda capacidad de sorpresa. Sobre todo, porque acabó saturado de balón y falto de oportunidades. Tuvo un par de desbordes desequilibrantes que no encontraron el adecuado complemento en un Salinas de espantosa noche.

Salió Andaveris del equipo y en su lugar entró Samuel Galindo para jugar como volante y equilibrar el centro del campo, una noticia que se antojaba buena para los rojos. Pero tampoco produjo algo valorable, por mucho que su manejo le permitiera activar alguna que otra acción creativa. Y sin circuitos ni circulación, llovieron los pelotazos. De Zanotti, García, Machado, Paz y Andrada. Todos inservibles. Pura basura en momentos de hambruna.

Real Potosí cedió un encuentro que seguramente llegó a creer ganado. Wilstermann, quizás, nunca creyó que lo podía perder. Y cerca estuvo. La crisis queda en el aire. Un empate es siempre un resultado indefinido. El semáforo, que estaba en rojo, queda en amarillo. Hasta el domingo siguiente. La afición no sabe que pensar.

Wilstermann: Hugo Suárez, C. Machado, Edward Zenteno, Gerson García, Mauro Zanotti, Maxi. Andrada, Luis Carlos Paz, Gerardo Berodia, S. Romero (Aparicio), A. Andaveris (Galindo), Pablo Salinas.

Real Potosí: Henry Lapzyck, Juan C. Sánchez, Mustafá Kasseb (Jiménez), Álvaro Ricaldi, Rosauro Rivero, Luis Garnica (Vidaurre), Eduardo Ortíz, Juan C. Galvis, Alexis Bravo, Carlos Neumann y Pastor Torrez (Aragón).

Público: 8.824 boletos vendidos

Recaudación: Bs 138.410

Árbitro: Juan Nelio García

Asistentes: Rolando Arteaga y Juan Aramayo

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