Wilstermann arrasó a un pusilánime Aurora


José Vladimir Nogales
No hubo equivalencias. Wilstermann arrasó, sin piedad, a un Aurora tan pusilánime y medroso, como pobre y desnortado. El 6-0 refleja, con nitidez, la superioridad expresada por los rojos en el campo, pero no alcanza a traducir, a cabalidad, la verdadera diferencia. La cifra, aún con la contundencia que encierra, queda corta en proporción al cúmulo de oportunidades que el cuadro rojo dispuso. El despilfarro fue significativo. No habrá sido un porcentaje de escándalo (de esos que preocupan), pero una leve proporción de lo derrochado habría servido para redondear un guarismo de catástrofe, eso si el estrépito de esta caída no tiene esa connotación para el cuadro celeste.


Si bien los antecedentes suelen servir de poco cuando se disputa un clásico, era evidente que los dos equipos no concurrían en análogas condiciones. Wilstermann llegaba mejor puesto (muy a pesar de su pinchazo ante Real Potosí) que un Aurora asfixiado por una lacerante cadena de derrotas que ha desnudado la dureza de su paupérrima realidad, aquella distorsionada hasta la segunda fecha (líder entonces) con un par de engañosos resultados de efecto alucinógeno. En consonancia con sus dificultades financieras, Aurora dispone de un equipo barato, escaso de jerarquía, lo que no suele alcanzar para satisfacer grandes expectativas.

Muy pronto, en el amanecer del partido, la batalla quedó desequilibrada. El gol de Zenteno, a los tres minutos, torció la historia. Aurora, presa de la rigidez de su medroso esquema, se descompuso dramáticamente. El 4-4-1-1 de Neveleff (con Olivares inutilizado como media punta) parecía exclusivamente programado para defender, sin armas ni recursos para aspirar a algo más ambicioso. Entonces, obligado a asumir el mando (por lo adverso de la coyuntura), fracasó con la pelota. Siempre la manejó mal, sin sentido asociativo y con un elevado índice de imprecisión. La salida era turbia con Robles y Lora y el juego inexpresivo con Charles y Huayhuata (sacrificados habitantes de las bandas), pletóricos de esterilidad y flagrante individualismo. No era su culpa. De su conmovedora orfandad había que responsabilizar al sistema, que no proveía mínimos dispositivos de ayuda para que prosperasen en la aridez del páramo. Olivares era el que más padecía. Sin suministro, su tarea era de una nadería atroz. Correteaba detrás del balón con más sentido de sacrificio que utilidad. ¿Falló el esquema o los jugadores? Neveleff armó un esquema con dos líneas de cuatro para quitarle campo de maniobra a Wilstermann e intentar explotar los espacios a las espaldas de sus defensores. Pero, obligado a desplegarse para buscar el partido, se agrietó en todas las líneas, proporcionando al rival los espacios que, en el plan primigenio, debía negarle. Además, se desplegó mal. Apostó por el juego periférico, pero sin articular mecanismos productivos, soltando a los laterales  o recostando a Olivares para asociarse con los extremos. Nada de eso hubo. No estaba en el libreto. No había plan B y las improvisaciones resultaban calamitosas.

EL DERRUMBE

Durante veinte minutos, Aurora se animó con la pelota, una posesión llamativa ante un Wilstermann que, tras el gol, parecía haberse aburguesado, cediendo el control. Fue una posesión  curiosa desde el punto de vista estadístico, aunque más bien fútil a efectos prácticos, porque Aurora parecía atorado cada vez que alcanzaba la zona caliente. Hasta el segundo gol, sólo presentó una amenaza seria a Suárez, con un disparo de Castellón.

Con viento a favor, Wilstermann se desplegó con autoridad. Disponía de espacios para hacer rodar el balón y usufructuar las visibles fracturas de un esquema en ruinas. Y Berodia volvió a ser el futbolista determinante, que mueve y contagia a todo el equipo. Fue decisivo ante Blooming y Real Potosi (aunque sin complemento en sus compañeros) y este domingo repitió con tres asistencias (a Salinas, De Francesco y Aparicio, además de otras desaprovechadas), aunque le faltó el gol. Todo Wilstermann pivoteó alrededor de él y se constató una vez más que Gerardo Berodia es el alma de este equipo. Aparicio puede marcar goles y salvar partidos pero el español marca el juego y el estado anímico de los rojos.

Con el ingreso de Rodrigo Vargas (por el inexpresivo Huayhuata), Neveleff intentó mejorar la faceta ofensiva sobre la disposición original y decidió avanzar líneas y presionar a Wilstermann para que estuviera incómodo y no pudiera sacar con fluidez el balón desde su área. El guión le funcionó un rato: Aurora presionó sobre Zenteno, García y C. Machado e invitó a que Zanotti subiera la pelota. Los rojos se atascaron al principio y les costó llevar balones limpios al último tercio del campo. Pero fue letal cuando Wilstermann pisó el acelerador y recuperó el control de pelota, explotando los claros que, entre sus líneas huérfanas, dejaba Aurora. Aparicio desbordó a Blanco por izquierda, cedió atrás para el ingreso furtivo de Andaveris. El coripateño se escoró a la derecha y sacó un potente zurdazo que dejó petrificado a Machado, 2-0.

El gol fue un mazazo para el cuadro celeste, que acentuó su estado depresivo. Pero al margen del efecto psicológico, los problemas se le agravaron a Neveleff porque, tras una entrada criminal sobre la humanidad de Andrada, perdió al paraguayo Ortiz. Ya no se movió más en ataque Aurora, impotente después para detener a Berodia y Aparicio, que metió dos goles en el tramo final de la etapa. El primero, luego de bajar un balón servido por Romero y disparar al primer palo de Machado. El segundo, exquisitamente habilitado por Berodia, disparó con análoga potencia ante un inerte golero, 4-0. Y faltaba toda una etapa.

COMPLEMENTO

El margen de maniobra de Aurora era mínimo. No sólo acusó la expulsión de Ortiz, con todo lo que eso significa, sino que no parecía preparado para gran cosa. Como volante, Charles rivalizó con Olivares en los despistes; Ali Hassan (el fichaje estrella de Neveleff) mantuvo su decepcionante indiferencia, apenas desmentida con algún pique; Robles y Lora no podían competir con el medio campo de Wilstermann, donde Paz recordó que es un futbolista competente; Medina fracasó ante cualquiera que ingresara por su flanco; los centrales sudaban frío cada vez que Berodia tenía la pelota. Aurora tuvo todos los números para perder. Y perdió. Pero no había pasado lo peor.

Habilitado por Berodia, Salinas encaró a Mauro Machado y definió ante su salida, reivindicando su deprimida capacidad resolutiva, que levantó oleadas de críticas en su contra por su alarmante coeficiente derrochador.

Recuperados sus automatismos, Wilstermann era ya por entonces un festival. Presionando y recuperando balones, con una alta velocidad de pelota y abriendo el juego por todo el arco del área. Y todo pasando por el español. Pudo llegar entonces el sexto en un magnífico ataque dirigido por Berodia pero una súbita ansiedad por anotar le fue cerrando el arco y, entonces, esa luz que alumbró el Capriles se fundió y las jugadas más propicias acabaron en nada (un tiro que salió alto bajo los palos, un mano a mano con Machado y hasta un disparo colocado que fue neutralizado por el golero). El partido estaba ya decidido y nada habría de alterar el saldo. Sólo los goles, que podían seguir cayendo como fruta madura, máxime después de las expulsiones de Robles (por doble amonestación) y Medina (suelto de boca) a falta de 20 minutos.

Coronando una noche magnífica, que provocó que la gente coreara su nombre y hasta hiciera la ola, Berodia inventó un exquisito tacón para que De Francesco quedara solo ante el golero y anotase el sexto. Fue inútil la estirada de Machado, sorprendido quizá porque esperaba un disparo por alto y no raso. Aurora estaba desarbolado. Defendía con seis (dibujó un 4-2-1) y encomendaba a Castellón emprender episódicas aventuras infértiles.

Anticipadamente consumada la victoria, Wilstermann bajó la presión, aquietando el traslado. Con un ritmo piadoso, gobernó el trámite a tranco lento, como tanteando la factibilidad de opciones cuya materialización demandase mínimo esfuerzo o inversiones de moderado riesgo. El goce era máximo. Fútbol a borbotones, goles y placer. Era la plenitud.

Aurora: Mauro Machado, Carlos Ortiz, J. Donizete (Hassan), Diego Blanco, Osvaldo Medina, Jaime Robles, Darwin Lora (H. Machado), Iván Huayhuata (Vargas), Edgar Olivares, Charles Da Silva, V. Castellón

Wilstermann: Hugo Suárez, C. Machado, Edward Zenteno, Mauro Zanotti, Gerson García, Luis Carlos Paz, M. Andrada (Romero), Erick Aparicio (De Francesco), Gerardo Berodia, A. Andaveris (Galindo), Pablo Salinas

Público: 19.589 espectadores

Recaudación: 618.730 bolivianos.

Árbitro: José Jordán (CH)



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