Port Said le declara la guerra a Morsi
La ciudad, en el Canal de Suez, se convierte en foco de las protestas contra el Gobierno de Egipto
David Alandete
Port Said, El País
Ni los tanques, los soldados, el estado de emergencia o el toque de queda han podido doblegar a Port Said. Esta ciudad se ha convertido en avanzadilla y bastión de la resistencia contra Mohamed Morsi y los Hermanos Musulmanes. Es un lugar en rebeldía, enemigo declarado del Gobierno de Egipto. Sus ciudadanos se sienten injustamente tratados, víctimas de una conspiración para culparles a ellos de los males de los que aqueja la nación. Creen que Morsi no puede pacificar el país, y ha fracasado en el avance de sus reformas islamistas, y por eso a elegido a Port Said como cabeza de turco, empleando todos los medios a su alcance para desprestigiar a sus ciudadanos, acusándolos de radicales, iniciadores de disturbios, rebeldes sin conciencia.
El Ejército guarda los accesos a la ciudad, que aparece en muchos tramos desierta. Coches calcinados bloquean varias calles. Manifestaciones esporádicas son lo único que rompe un tenso silencio. Los soldados han formado un perímetro de seguridad en torno al centro de detención en el que se hallan 21 condenados a muerte, seguidores del club de fútbol local Al Masry, por el linchamiento en su estadio, el año pasado, de 74 seguidores de un equipo visitante, el Al Ahly de El Cairo. Cuando un juzgado anunció la sentencia, la semana pasada, una turba intentó liberar a los condenados de la prisión, iniciando una revuelta que se ha cobrado ya más de 40 vidas.
Una de ellas, la de Tamer El Fahla, de 30 años, exportero del Al Masry. Se hallaba con unos conocidos en una cafetería y, al saber de la sentencia, se puso en marcha con un amigo, indignado por las condenas a muerte. Lo siguiente que su padre supo de él es que estaba muerto, con dos disparos, en la cabeza y el otro en el estómago. “Sólo espero ahora un castigo serio para quien fuera responsable. Ha dejado una mujer, embarazada”, dice su padre, Awad, de 58 años. Culpa de la pérdida de su hijo al Gobierno, y especialmente al presidente: “¿Quién se cree que es? ¿A quién cree que le está imponiendo un toque de queda? ¿Al líder del Canal? ¡Nosotros hemos ganado seis guerras! Somos la primera línea de defensa!”.
Pronto, la historia de Tamer, como la de los otros mártires, como se llama aquí a los muertos en los disturbios, pasa de lo personal a lo político, y de ahí, a lo histórico. Hay en Port Said una sensación de que los hechos no son aislados, y de que tras la masacre del estadio de fútbol, los recientes disturbios y la declaración del estado de emergencia, hay una voluntad de doblegar a una ciudad célebre por ser indómita y rebelde, y por no haber sido amiga ni de Hosni Mubarak, que rigió el país durante 30 años, ni de Morsi o los Hermanos Musulmanes, que llegaron después. De hecho, en la primera ronda de elecciones presidenciales Morsi quedó aquí en tercer lugar.
Aun en la tragedia y el estado de excepción, Port Said se enorgullece de su historia. Por las conversaciones, parecería que 1956, cuando Egipto ganó la guerra por el Canal de Suez a Israel, Francia y Gran Bretaña, sucedió ayer. Los lugareños se sienten custodios del Canal, la arteria económica que tiene su entrada en la ciudad y que sustenta en una buena parte a Egipto. Se definen como la última línea de defensa, en el oriente, frente a Israel. Para ellos, además, el fútbol no es sólo un pasatiempo. Es forma de vida y parte de su ser. El equipo Al Masry se fundó en 1920 y su club de seguidores nació en 1960, uno de los primeros en Oriente Próximo. Por eso, las condenas a muerte a 21 hinchas se sienten en Port Said como un ofensa a su población, historia e independencia.
“El Gobierno ha empleado el incidente del estadio de fútbol de una forma política. Las otras 26 Gobernaciones del país se han unido, en conspiración, para hacer de Port Said una cabeza de turco”, explica Sherif Mazrou, de 42 años, amigo y entrenador de Tamer y otros jugadores e hinchas fallecidos. “No me cabe duda de que aquella masacre de hace un año fue planificada, no fue algo perpetrado por los hinchas de Al Masry.Fue una conspiración. Hubo gente de fuera que vino a provocar la violencia. Y la policía se quedó plantada sin hacer nada por evitar las muertes. Todo resulta muy sospechoso”, añade, sin aportar pruebas sin aportar pruebas que confirmen su teoría.
“Esas sentencias son políticas. Y lo único que han provocado aquí en Port Said es rabia, rabia y más rabia. Tenemos ya más de 40 muertos. Y lo que queremos es que se les reconozca como mártires, con la ley”, añade el abogado Gergis Greiss, de 58 años, que representa a varias de las familias de los fallecidos. “Port Said es un símbolo de la revolución. La naturaleza de la gente de Port Said es valiente, somos guerreros, no nos pueden doblegar. Ni lo pudo hacer Mubarak ni lo podrá hacer Morsi, que opera ahora como cualquier otro dictador”.
Morsi intentó pacificar Port Said por la fuerza. El 26 de enero declaró el estado de emergencia e impuso un toque de queda, desde las 21.00 hasta las 06.00. Fue inútil. La prohibición sólo le dio motivos a los jóvenes para salir aun más a la calle. Humillado, Morsi dio marcha atrás. Ahora, el toque de queda es de 01.00 a 05.00, cuatro exiguas horas de excepción que en realidad no son nada. Port Said está en estado de rebeldía. Los tanques, es cierto, pueden estar en las calles, pero se hallan muy lejos de haber tomado realmente la ciudad.
David Alandete
Port Said, El País
Ni los tanques, los soldados, el estado de emergencia o el toque de queda han podido doblegar a Port Said. Esta ciudad se ha convertido en avanzadilla y bastión de la resistencia contra Mohamed Morsi y los Hermanos Musulmanes. Es un lugar en rebeldía, enemigo declarado del Gobierno de Egipto. Sus ciudadanos se sienten injustamente tratados, víctimas de una conspiración para culparles a ellos de los males de los que aqueja la nación. Creen que Morsi no puede pacificar el país, y ha fracasado en el avance de sus reformas islamistas, y por eso a elegido a Port Said como cabeza de turco, empleando todos los medios a su alcance para desprestigiar a sus ciudadanos, acusándolos de radicales, iniciadores de disturbios, rebeldes sin conciencia.
El Ejército guarda los accesos a la ciudad, que aparece en muchos tramos desierta. Coches calcinados bloquean varias calles. Manifestaciones esporádicas son lo único que rompe un tenso silencio. Los soldados han formado un perímetro de seguridad en torno al centro de detención en el que se hallan 21 condenados a muerte, seguidores del club de fútbol local Al Masry, por el linchamiento en su estadio, el año pasado, de 74 seguidores de un equipo visitante, el Al Ahly de El Cairo. Cuando un juzgado anunció la sentencia, la semana pasada, una turba intentó liberar a los condenados de la prisión, iniciando una revuelta que se ha cobrado ya más de 40 vidas.
Una de ellas, la de Tamer El Fahla, de 30 años, exportero del Al Masry. Se hallaba con unos conocidos en una cafetería y, al saber de la sentencia, se puso en marcha con un amigo, indignado por las condenas a muerte. Lo siguiente que su padre supo de él es que estaba muerto, con dos disparos, en la cabeza y el otro en el estómago. “Sólo espero ahora un castigo serio para quien fuera responsable. Ha dejado una mujer, embarazada”, dice su padre, Awad, de 58 años. Culpa de la pérdida de su hijo al Gobierno, y especialmente al presidente: “¿Quién se cree que es? ¿A quién cree que le está imponiendo un toque de queda? ¿Al líder del Canal? ¡Nosotros hemos ganado seis guerras! Somos la primera línea de defensa!”.
Pronto, la historia de Tamer, como la de los otros mártires, como se llama aquí a los muertos en los disturbios, pasa de lo personal a lo político, y de ahí, a lo histórico. Hay en Port Said una sensación de que los hechos no son aislados, y de que tras la masacre del estadio de fútbol, los recientes disturbios y la declaración del estado de emergencia, hay una voluntad de doblegar a una ciudad célebre por ser indómita y rebelde, y por no haber sido amiga ni de Hosni Mubarak, que rigió el país durante 30 años, ni de Morsi o los Hermanos Musulmanes, que llegaron después. De hecho, en la primera ronda de elecciones presidenciales Morsi quedó aquí en tercer lugar.
Aun en la tragedia y el estado de excepción, Port Said se enorgullece de su historia. Por las conversaciones, parecería que 1956, cuando Egipto ganó la guerra por el Canal de Suez a Israel, Francia y Gran Bretaña, sucedió ayer. Los lugareños se sienten custodios del Canal, la arteria económica que tiene su entrada en la ciudad y que sustenta en una buena parte a Egipto. Se definen como la última línea de defensa, en el oriente, frente a Israel. Para ellos, además, el fútbol no es sólo un pasatiempo. Es forma de vida y parte de su ser. El equipo Al Masry se fundó en 1920 y su club de seguidores nació en 1960, uno de los primeros en Oriente Próximo. Por eso, las condenas a muerte a 21 hinchas se sienten en Port Said como un ofensa a su población, historia e independencia.
“El Gobierno ha empleado el incidente del estadio de fútbol de una forma política. Las otras 26 Gobernaciones del país se han unido, en conspiración, para hacer de Port Said una cabeza de turco”, explica Sherif Mazrou, de 42 años, amigo y entrenador de Tamer y otros jugadores e hinchas fallecidos. “No me cabe duda de que aquella masacre de hace un año fue planificada, no fue algo perpetrado por los hinchas de Al Masry.Fue una conspiración. Hubo gente de fuera que vino a provocar la violencia. Y la policía se quedó plantada sin hacer nada por evitar las muertes. Todo resulta muy sospechoso”, añade, sin aportar pruebas sin aportar pruebas que confirmen su teoría.
“Esas sentencias son políticas. Y lo único que han provocado aquí en Port Said es rabia, rabia y más rabia. Tenemos ya más de 40 muertos. Y lo que queremos es que se les reconozca como mártires, con la ley”, añade el abogado Gergis Greiss, de 58 años, que representa a varias de las familias de los fallecidos. “Port Said es un símbolo de la revolución. La naturaleza de la gente de Port Said es valiente, somos guerreros, no nos pueden doblegar. Ni lo pudo hacer Mubarak ni lo podrá hacer Morsi, que opera ahora como cualquier otro dictador”.
Morsi intentó pacificar Port Said por la fuerza. El 26 de enero declaró el estado de emergencia e impuso un toque de queda, desde las 21.00 hasta las 06.00. Fue inútil. La prohibición sólo le dio motivos a los jóvenes para salir aun más a la calle. Humillado, Morsi dio marcha atrás. Ahora, el toque de queda es de 01.00 a 05.00, cuatro exiguas horas de excepción que en realidad no son nada. Port Said está en estado de rebeldía. Los tanques, es cierto, pueden estar en las calles, pero se hallan muy lejos de haber tomado realmente la ciudad.