Wilstermann goleó a Petrolero y encendió su ilusión

Después de mucho tiempo, Wilstermann ganó con suficiencia y eficacia. Goleó a Petrolero (4-0) con Berodia como figura.




José Vladimir Nogales
Que resuelva el talento individual no es lo raro; lo extraño es que ocurra en un equipo que viene de purgar sus pecados en una decepcionante primera parte de la temporada. El fútbol se presiente en el nuevo Wilstermann; su aroma se extiende suavemente por las gradas del Capriles como una promesa, la de que su apuesta por la calidad acabará por devolverle el protagonismo que, imperiosamente, debe tener en la competencia doméstica. De momento es sólo una intuición, pero mientras las piezas encajan, le basta con el talento de Berodia para disfrutar de un suave despegue en el torneo Clausura. Al grupo de Víctor Hugo Andrada le sobraron destellos para retratar a un Petrolero menor, que exigió bastante a los locales en el complemento.


Wilstermann acabó con un largo periodo de frustraciones en el estadio Capriles, de donde salió ganador sin los habituales padecimientos de tiempos recientes. Más que el juego, que fue interesante, fue un partido de una intensidad apenas vista este año, con dos equipos vigorosos que combatieron hasta el último minuto. Al ordenado Petrolero se opuso la serenidad de Wilstermann, dirigido por Berodia, que dejó detalles sobresalientes durante la diáfana tarde. A su alrededor se completó la victoria de un equipo que necesitaba una noticia optimista. La recibió en el mejor momento posible. Frente a un incómodo adversario, rocoso como los que Apaza acostumbra armar.

Wilstermann (que lució uniforme completamente negro en homenaje al fallecido Otoniel Novillo) fue más estable y tuvo más recursos durante todo el encuentro. Fue mejor durante la primera etapa, pero eso no significó demasiado. El duelo podía romperse en cualquier momento: por la voluntad de resistencia de Petrolero y por la facilidad del los locales para llegar a posiciones de remate. Al frente de la orquesta, un jugador. Con un aire de fragilidad que obliga a verle como un futbolista indefenso, Berodia jugó como un gigante en el Capriles, al menos durante una hora. Luego perdió gas y cometió los errores que procura la fatiga. Mientras el español funcionó con plenitud, Wilstermann siempre encontró la manera de colocar al rival en una situación crítica.

Nadie en Petrolero detectó a Berodia, que es un manual del fútbol. Se desliza silencioso por el campo, tirando hilos a su alrededor, una monumental capacidad de asociación que completa con acciones decisivas. Dos pases maravillosos, uno a Salinas y otro a Romero, fueron la cima del partido. Al principio nadie parecía decodificar su frecuencia de onda. Quizá demasiado sofisticada para el fútbol vetusto de estas tierras. Los receptores no comprendían que eran ellos los que debían señalar el destino del pase en lugar de aguardar que les tracen la ruta de la pelota para ir detrás. Por esa razón, Wilstermann parecía derrochar el talento creativo de Berodia. Y no sólo por el mal movimiento conceptual de los receptores, sino por el efecto contaminante de ejecuciones imprecisas o acciones innecesariamente dilatorias. En ambos apartados se anotaron Salinas (sin claridad para el desborde), Andrada (excedido en superfluas gambetas) y Andaveris (poco fino en la recepción).

Tan poca cosa fue Petrolero en aquella primera mitad que no hubo manera de examinar a la defensa local, el punto negro de la precedente campaña y de ulteriores cotejos. Escuálida era la presencia ofensiva del equipo de Apaza, con un catálogo de recursos que empezaba y terminaba por retrasar la defensa y reducir los espacios. Wilstermann se encontró incómodo en un campo tan angosto, y por momentos tardó demasiado en recuperar el balón (y muy atrás). Pero apuros no pasó, y como sus jugadores brillan por separado, cualquier ocasión puede convertirse en gol.

SIN GOL

Sin acierto en el segmento de preeminencia, Wilstermann golpeó por duplicado al caer la etapa, cuando la intensidad de su fútbol se había debilitado y la claridad constructiva parecía esfumarse ante el agobio térmico de una jornada inusualmente cálida en días de borrasca. El primero sirvió de homenaje al talento de un futbolista que ha traído ilusión al fútbol huérfano y seco heredado de Mauricio Soria: Gerardo Berodia aprovechó un tiro libre, sacado en corto para el sorpresivo pique de Salinas, que llegó al fondo y batió a Ruth con un afortunado derechazo.

El zaguero Morales se encargó de anular una otra acción, interpretada perfectamente por Berodia y Andaveris, un delantero muy astuto que se ha acostumbrado a darle infinitos problemas a las defensas rivales, pero que, desde la ruina del ciclo de Soria, ha perdido potencia por la insoluble escualidez del suministro. Ante un pase profundo del español, el defensa llegó como un tren para interceptar una pelota hiriente, que severo daño ocasionaría de llegar a destino. Esa acción también definió el trepidante partido que se jugó. Todos se empeñaron hasta el límite. Unos lo hicieron mejor que otros -Berodia, Romero, Andaveris, Machado, que emergió en los momentos más complicados-, pero nadie se borró.

El segundo tanto, poco después de abierto el marcador, confirmó las expectativas de Romero, un futbolista tan habilidoso como intermitente, de los que arman una jugada en milésimas de segundo. Recogió un balón náufrago, lo protegió en carrera con desenvoltura, pero sobre todo impresionó la precisión con que cruzó la pelota al centro del arco, donde encontró la arremetida limpia de Andaveris. 2-0.

Desde ese momento pecó Wilstermann de acomodaticio: tan poca amenaza veía en su rival que la soberbia le pudo amargar la tarde. Sobre todo cuando, en la segunda mitad, entró en el campo Padilla (salió Abraham García), que se hartó de bajar balones del cielo a la pradera.

Ingresó Petrolero con otro aire al complemento (el tridente del ataque anunciaba ambición). Aprovechó los diez primeros minutos para jugar bien, desbordar a Wilstermann e intentar anotar pronto. Le ayudó el comodón estilo de vida de los “rojos” (de negro en la ocasión), poco interesados en acosar, quitar y manejar el partido. No olió el balón durante diez minutos, ni lo intentó. La visita movió la pelota con criterio y paciencia, de costado a costado, ante la indiferencia de su rival. No menos de cuatro claras situaciones de gol fueron la consecuencia lógica de lo que sucedía. Tampoco resultó extraña la dislocación defensiva local durante aquellos álgidos minutos de agitación: el tridente de Apaza hizo que la zaga se estirase al ancho, agrietándola sobre el centro e induciéndola a perder su equilibrio elástico. Y como Paz no se bastaba para interrumpir el suministro a los escurridizos atacantes (Guaza y Guevara), la defensa comenzó a quebrarse. El Capriles ha visto tantas veces esta escena que la gente recibió el zarandeo con una mezcla de fatalismo y enfado. El fatalismo porque el desacomodo táctico es un viejo error de Wilstermann; el enfado, por la vagancia general en el arranque del complemento.

Wilstermann no consiguió la pelota, no detuvo a nadie en el medio campo y le faltó contundencia en el ataque. El desequilibrio táctico presidía su fútbol. De pronto, en nítido contraste con lo observado en la primera fracción, se le veía muy desatado, como asumiendo abruptamente su inferioridad en el juego. Donde no llegaba con geometría, le alcanzaba con el vigor. Como equipo no dejaba otro trazo. Sus centrocampistas eran superados por la avezada media de Petrolero, donde cada uno hizo lo que había omitido antes: jugar. Y lo hicieron muy bien. Uriona distribuyó juego. Dejó de ir tras la huella de Berodia y se preocupó más por dar refugio al balón.
Chispas, ubicado en el eje, generó el fútbol que, flagrantemente, había desestimado durante su proscripción táctica en la orilla, donde, devorado por la eficacia obstructiva de Machado, tuvo que claudicar e intentar fortuna en geografías más fértiles y menos limítrofes. Enfrente, se proclamaron las carencias de Paz para sostener al equipo en el centro del campo. Sin embargo, salió del encuentro más titular que nunca, ovacionado por el sudor derramado más que por el caudal de pelotas recuperadas. Nicolás Suárez le sustituyó y su actuación revitalizó la declinante estabilidad al centro del campo, donde se exigió mayor compromiso de Andrada y Romero para coartar la dañina libertad que, en el páramo, encontraba Chispas.

DERRUMBE

Se puede preparar un partido a conciencia, la tecnología ayuda a conocer todo lo concerniente al juego del equipo contrario, las formas, maneras y hasta los tics y manías de los jugadores. Y luego aparece la genialidad o un absurdo y determina el devenir de un partido. Petrolero armó un segundo tiempo con diferente configuración y mejor actitud, pero erró en las ejecuciones. Despilfarró sus oportunidades y el rival acertó las que tuvo: Berodia dejó correr un balón que Romero extendió para Salinas. Su centro, pasado, sobró a defensa y arquero y encontró la cabeza libre de Andaveris. El coripateño, que anotó y estableció un definitivo punto de inflexión en la batalla, obtuvo el premio a su espléndido momento de forma. Su innegable trabajo no siempre va acompañado de la claridad en sus acciones. Esta vez sí. Tuvo desborde, criterio y remate. Lo que se le pide a un delantero.

Bien es cierto que todo el acierto rematador que tuvo Wilstermann le faltó al conjunto chaqueño. En ese arreón de inicios del complemento dispuso de cuatro nítidas ocasiones, con Guaza y Ríos como ineficaces protagonistas. Sus remates se toparon con Suárez y García (cerrando sobre el centro), tras sendas jugadas de Chispas. Con el gol de Andaveris se acabó la poca incertidumbre del partido.

Con el rival desarmado, Wilstermann recuperó el mando y se floreó con la pelota. Hubo tiempo para todo. Para dar rodaje a Castillo, redimir a Salinas, ovacionar a Berodia (el estruendo de la tarde) y ofrecer indulgente apoyo a De Francesco. El argentino se agregó de modo efectista a la hermenéutica, sin trabar torpemente los engranajes de la sala de máquinas. Suyo fue un desborde y centro que Castillo envió sobre el arco con el arquero desparramado y suya fue la acción, involucrando a otros actores, que acabó con el golazo de Salinas tras una delicada sinfonía a puro toque. 4-0.
Andrada aún tiene trabajo para confeccionar un equipo de plenas garantías, pero cuenta con dos factores a su favor, la velocidad y la calidad. Ante el conjunto chaqueño se demostró. En cuanto Berodia destapaba el tarro de las esencias y aumentaban sus revoluciones en ataque, las llegadas al área contraria se multiplicaban. Sin embargo, la falta de contundencia lastró esa cascada de acercamientos a la meta de Ruth.

Pero estaba claro que nadie podía amargar a Wilstermann una jornada diáfana en medio de la borrasca, aunque aún tenga por delante semanas de obras.

Wilstermann: Hugo Suárez, C. Machado, Edward Zenteno, Mauro Zanotti, Gerson García, S. Romero, Luis Carlos Paz (N: suárez), Gerardo Berodia (De Francesco), Maxi. Andrada, Pablo Salinas, A. Andaveris (Castillo).

Petrolero: Jorge Ruth, Aldo Gallardo (Benítez), F. Montenegro, Abraham García (Padilla), Vladimir Compas, Camilo Ríos, Alfaro Uriona, Omar Morales, Freddy Chispas, Luis Guevara, Jamer Guazá (Pullido).

Estadio: Félix Capriles

Público: 10.674 boletos vendidos

Recaudación: Bs 145.235

Árbitro: Alejandro Mancilla (BEN)

Asistentes: Robert Villarroel y Alfredo Vargas

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