Un astuto manipulador con piel de cordero
Soberbio, falaz y manipulador, Armstrong dice lo que le interesa, oculta todo aquello que le puede perjudicar, calcula la verdad que revela y solo espera la redención de un público que piense que es víctima siempre de otros
Ana Muñoz Merino, El País
Para mí no ha sido una confesión en toda regla. Ha sido una decepcionante, muy decepcionante, declaración de qué es lo que no quiere hacer y por qué ha hecho lo que quería contar. Una declaración, por otra parte, muy medida y calculada. Una declaración que me merece un durísimo juicio. Armstrong tergiversa los hechos en su beneficio y siempre busca la justificación en un tercero, no en él. Él no es culpable, es una víctima. Creo que hay bastantes hechos en su declaración que avalan este comportamiento inmoral. Dice que no fue su voluntad, que el cáncer le hizo así. "Antes del cáncer yo era de otra manera, pero luché tanto que lo trasladé al ciclismo y fue un error". A mí ese argumento me parece falaz y además coloca a millones de personas con cáncer en una aparente situación sin salida, porque él les vendió durante años que el deporte podía serla salida. Lo que ahora demuestra es que la salida estaba en las drogas, en lo ilegal, en lo prohibido. Me niego a aceptar que a estos millones de personas que confiaban en él les haya robado la esperanza.
El segundo argumento que él utiliza para justificar lo que hizo es que lo que él tomaba era solo una manera de hacer trampas. Incluso utiliza una definición de las trampas un poco peculiar: "obtener una ventaja sobre un enemigo"; cuando todos hacíamos lo mismo la conclusión es que no hay enemigo. En definitiva: no hay trampas. Para mí, hacer trampas es una infracción maliciosa de las reglas o de una competición, una contravención de la ley. Y el hecho de que muchos o pocos lo hagan no justifica nunca su comportamiento.
Un tercer argumento falaz que utiliza es que él ha sido tratado injustamente, de una manera diferente a como se ha tratado a los demás, ya que todos estaban en la misma situación. Se siente discriminado. Cuando se le pregunta si él dirigía las actuaciones de dopaje sobre otras personas, lo que responde es: "Yo era el líder, pero no el mánager". O sea, yo soy el admirado, pero no el que decide. Cuando se le pregunta si coaccionó a otros, él contesta: "No, porque yo era el líder, el capitán, y a los capitanes se les sigue se les imita". Cuando le preguntan si engañó a otros, responde: "Todos éramos mayores para tomar decisiones". Es decir, nada iba con él.
El último argumento en este sentido que me parece increíble e indecente es cuando señala que fue tratado injustamente porque no le avisaron, porque no le dieron ni tres días para avisar a su madre, a su mujer y a su fundación. Tuvo 12 años para hacerlo, pero le importaron esos tres días. Tiene además un concepto de la ley y de los jueces como el de los lobos que acechan a su casa, es decir, que se presenta como una oveja a la que le acosan los lobos.
Hacer trampas es una infracción maliciosa de las reglas, una contravención de la ley. Y el hecho de que muchos o pocos lo hagan no justifica nunca su comportamiento
Sus argumentos me siguen pareciendo inmorales porque considera que las drogas que tomaba solo eran para competir, solo mejoraban su rendimiento. Porque, al fin y al cabo, considera él, el deporte es solo un espectáculo. Por eso dice que los médicos eran buenas personas. No menciona la salud ni una vez, no cuestiona que el consumo de esta sustancia puede ser precursora del cáncer, quizás de su propio cáncer. Porque donde no admite pregunta ni duda es acerca de si fue cierto que en el hospital, cuando le detectaron el cáncer testicular, admitió haber tomado EPO y testosterona. Porque si admitiera que eso fue cierto, igual que ha dicho que tomó testosterona, EPO o cortisona después, todo su argumento se desmoronaría. Porque él parte de que él es así porque el cáncer le hizo así. No habla de qué sucede por el consumo de hormona de crecimiento fuera de control. No habla de los efectos devastadores de la cortisona ni de la EPO. Ni tampoco de las autotransfusiones. Y yo me pregunto, ¿todo eso lo hacía él solo? O con ayuda de esos médicos a los que considera buenas personas; pero, curiosamente, y de nuevo da un argumenta falaz, alguno sí falsificó alguna receta, en clara alusión al doctor García del Moral. Y respecto a otros como Ferrari, dice: "No eran monstruos, pero me perjudicó asociarme con ellos". Nuevas justificaciones de lo injustificable.
Más argumentos falaces e inmorales: Él dice: "Reconozco que he hecho daño, pero todavía no me han perdonado porque han sufrido demasiado". No se cuestiona que el problema está en él; el problema siempre está en un tercero. Utiliza, además, un caso que a mí me parece terrible y patético: ha sido capaz de llamar prostituta, zorra y loca a una persona de su ámbito más cercano, y lo reconoce, pero se recrea bastantes minutos en advertir que nunca le llamó gorda. Me parece bochornoso. Es ese argumento que se utiliza con quien maltrata a una mujer, con quien maltrata a un niño, pero que saludaba correctamente en la escalera cada mañana. Su argumento también es inmoral porque cuando le preguntan por las donaciones a la UCI, antes de contestar pone ya la excusa: "Había cosas oscuras, pero no era mi caso". Tira la piedra, pero esconde la mano. Por todo esto, que son solo unos retazos de esa decepcionante declaración, ha callado más de lo que ha dicho. Ha seleccionado la parte de la realidad que quería que se conociera, no habla de arruinar las vidas de otros ni de acabar con sus sueños y sus esperanzas. En definitiva, dice lo que le interesa, oculta todo aquello que le puede perjudicar, calcula la verdad que revela y solo espera la redención de un público que piense que es víctima siempre de otros. O en último término, de algo tan ajeno para nosotros como es una enfermedad.
Su conclusión final es que todos hacían lo mismo que él, que nadie podía hacer nada distinto, porque si no nunca hubiera ganado el Tour. Soberbio, falaz y manipulador.
Ana Muñoz es Directora de la Agencia Estatal Antidopaje (AEA)
Ana Muñoz Merino, El País
Para mí no ha sido una confesión en toda regla. Ha sido una decepcionante, muy decepcionante, declaración de qué es lo que no quiere hacer y por qué ha hecho lo que quería contar. Una declaración, por otra parte, muy medida y calculada. Una declaración que me merece un durísimo juicio. Armstrong tergiversa los hechos en su beneficio y siempre busca la justificación en un tercero, no en él. Él no es culpable, es una víctima. Creo que hay bastantes hechos en su declaración que avalan este comportamiento inmoral. Dice que no fue su voluntad, que el cáncer le hizo así. "Antes del cáncer yo era de otra manera, pero luché tanto que lo trasladé al ciclismo y fue un error". A mí ese argumento me parece falaz y además coloca a millones de personas con cáncer en una aparente situación sin salida, porque él les vendió durante años que el deporte podía serla salida. Lo que ahora demuestra es que la salida estaba en las drogas, en lo ilegal, en lo prohibido. Me niego a aceptar que a estos millones de personas que confiaban en él les haya robado la esperanza.
El segundo argumento que él utiliza para justificar lo que hizo es que lo que él tomaba era solo una manera de hacer trampas. Incluso utiliza una definición de las trampas un poco peculiar: "obtener una ventaja sobre un enemigo"; cuando todos hacíamos lo mismo la conclusión es que no hay enemigo. En definitiva: no hay trampas. Para mí, hacer trampas es una infracción maliciosa de las reglas o de una competición, una contravención de la ley. Y el hecho de que muchos o pocos lo hagan no justifica nunca su comportamiento.
Un tercer argumento falaz que utiliza es que él ha sido tratado injustamente, de una manera diferente a como se ha tratado a los demás, ya que todos estaban en la misma situación. Se siente discriminado. Cuando se le pregunta si él dirigía las actuaciones de dopaje sobre otras personas, lo que responde es: "Yo era el líder, pero no el mánager". O sea, yo soy el admirado, pero no el que decide. Cuando se le pregunta si coaccionó a otros, él contesta: "No, porque yo era el líder, el capitán, y a los capitanes se les sigue se les imita". Cuando le preguntan si engañó a otros, responde: "Todos éramos mayores para tomar decisiones". Es decir, nada iba con él.
El último argumento en este sentido que me parece increíble e indecente es cuando señala que fue tratado injustamente porque no le avisaron, porque no le dieron ni tres días para avisar a su madre, a su mujer y a su fundación. Tuvo 12 años para hacerlo, pero le importaron esos tres días. Tiene además un concepto de la ley y de los jueces como el de los lobos que acechan a su casa, es decir, que se presenta como una oveja a la que le acosan los lobos.
Hacer trampas es una infracción maliciosa de las reglas, una contravención de la ley. Y el hecho de que muchos o pocos lo hagan no justifica nunca su comportamiento
Sus argumentos me siguen pareciendo inmorales porque considera que las drogas que tomaba solo eran para competir, solo mejoraban su rendimiento. Porque, al fin y al cabo, considera él, el deporte es solo un espectáculo. Por eso dice que los médicos eran buenas personas. No menciona la salud ni una vez, no cuestiona que el consumo de esta sustancia puede ser precursora del cáncer, quizás de su propio cáncer. Porque donde no admite pregunta ni duda es acerca de si fue cierto que en el hospital, cuando le detectaron el cáncer testicular, admitió haber tomado EPO y testosterona. Porque si admitiera que eso fue cierto, igual que ha dicho que tomó testosterona, EPO o cortisona después, todo su argumento se desmoronaría. Porque él parte de que él es así porque el cáncer le hizo así. No habla de qué sucede por el consumo de hormona de crecimiento fuera de control. No habla de los efectos devastadores de la cortisona ni de la EPO. Ni tampoco de las autotransfusiones. Y yo me pregunto, ¿todo eso lo hacía él solo? O con ayuda de esos médicos a los que considera buenas personas; pero, curiosamente, y de nuevo da un argumenta falaz, alguno sí falsificó alguna receta, en clara alusión al doctor García del Moral. Y respecto a otros como Ferrari, dice: "No eran monstruos, pero me perjudicó asociarme con ellos". Nuevas justificaciones de lo injustificable.
Más argumentos falaces e inmorales: Él dice: "Reconozco que he hecho daño, pero todavía no me han perdonado porque han sufrido demasiado". No se cuestiona que el problema está en él; el problema siempre está en un tercero. Utiliza, además, un caso que a mí me parece terrible y patético: ha sido capaz de llamar prostituta, zorra y loca a una persona de su ámbito más cercano, y lo reconoce, pero se recrea bastantes minutos en advertir que nunca le llamó gorda. Me parece bochornoso. Es ese argumento que se utiliza con quien maltrata a una mujer, con quien maltrata a un niño, pero que saludaba correctamente en la escalera cada mañana. Su argumento también es inmoral porque cuando le preguntan por las donaciones a la UCI, antes de contestar pone ya la excusa: "Había cosas oscuras, pero no era mi caso". Tira la piedra, pero esconde la mano. Por todo esto, que son solo unos retazos de esa decepcionante declaración, ha callado más de lo que ha dicho. Ha seleccionado la parte de la realidad que quería que se conociera, no habla de arruinar las vidas de otros ni de acabar con sus sueños y sus esperanzas. En definitiva, dice lo que le interesa, oculta todo aquello que le puede perjudicar, calcula la verdad que revela y solo espera la redención de un público que piense que es víctima siempre de otros. O en último término, de algo tan ajeno para nosotros como es una enfermedad.
Su conclusión final es que todos hacían lo mismo que él, que nadie podía hacer nada distinto, porque si no nunca hubiera ganado el Tour. Soberbio, falaz y manipulador.
Ana Muñoz es Directora de la Agencia Estatal Antidopaje (AEA)