Los islamistas resisten atrincherados en la planta de gas con 30 rehenes

Los secuestradores aseguran tener a siete occidentales en su poder
Al menos siete foráneos y 18 terroristas han fallecido en una dramática operación de rescate

Ignacio Cembrero
Argel, El País
Las fuerzas especiales argelinas no han retomado aún el control de la inmensa planta gasística de Tigantourine, en el sureste del país, cerca de la frontera de Libia, de la que se adueñó, el miércoles, un comando terrorista. El asalto comenzó el jueves a mediodía y los yihadistas todavía resisten en las instalaciones, donde aún sigue una treintena de extranjeros.


Cuando aún se escucha allí, a 1.200 kilómetros de Argel, el tableteo de las metralletas, afloran ya las preguntas sobre la rapidez, algunos dicen la precipitación, con la que actuó el Ejército argelino y las consecuencias que el golpe terrorista tendrá para un país en el que el 98% de sus exportaciones son hidrocarburos.

El último balance provisional difundido por la agencia oficial APS indica que 573 argelinos y cerca de 100 extranjeros han sido rescatados con vida de la plataforma gasística, pero hay al menos 12 muertos (otras fuentes hablan de 30) de diversas nacionalidades, incluida la argelina. Las autoridades de Estados Unidos identificaron el viernes por la tarde (horario de EE UU) a su ciudadano fallecido como Frederick Buttaccio. Entre la treintena de terroristas que perpetraron la operación hay también 18 muertos, según la agencia estatal argelina.

A primera hora de la noche de este viernes una decena de terroristas siguen atrincherados en la sala de máquinas de la fábrica de gas con siete rehenes occidentales (tres belgas, dos estadounidenses, un japonés y un británico), según han afirmado a la agencia mauritana ANI. La existencia de este reducto ha sido desvelada por el primer ministro británico, David Cameron, quién manifestó que “algunos [terroristas] aún son una amenaza en otra zona”.

En la noche del jueves el Ejército argelino ya se había hecho con el control del área donde se alojaban los trabajadores de esa planta operada conjuntamente por las compañías Sonatrach (Argelia), BP (Reino Unido) y Statoil (Noruega). Fue una operación “muy compleja que permitió evitar algo aún peor”, según la agencia oficial APS.


Es ahí, en esa zona de hospedaje, donde un ingeniero argelino recuerda haber sido bruscamente despertado sobre las 04.30 del jueves. “De pronto hubo explosiones”, ha relatado a la emisora de radio France-Info. “Rompieron todas las puertas mientras gritaban: solo buscamos a los expatriados”. Ignoraban a los argelinos.

Alexandre Berceaux, un francés, es uno de esos expatriados, directivo de la empresa que proporciona el catering a los trabajadores de la planta gasística. Ha contado a la emisora Europa 1 que pasó 40 horas debajo de la cama de su habitación, alimentado a escondidas por un empleado argelino, hasta que los militares le sacaron de su refugio.

A falta de un balance definitivo de víctimas todavía no se puede valorar el éxito del asalto argelino, pero Argel sí ha perdido la guerra de la comunicación. Líderes extranjeros como Cameron han proporcionado más información sobre lo que sucedía en Tigantourine que las autoridades argelinas. Su mutismo ha sido criticado en un editorial por El Khabar, el principal rotativo del país. Mientras, Los que Firman con su Sangre, el nombre de la katiba (brigada) que se apoderó de la planta gasística, no han cejado de formular anatemas y reivindicaciones a través de las pequeñas agencias de prensa independientes mauritanas, especialmente de ANI.

Argelia ha sido fiel a su doctrina de no negociar con los terroristas que golpean dentro de sus fronteras, y desencadenó el asalto sobre las 13.00 del jueves sin habérselo comunicado a ninguna de las potencias que contaba con rehenes dentro del recinto.

“Los terroristas tampoco estaban allí para negociar”, insiste al teléfono el escritor argelino Yasmina Khadra, que fue oficial del Ejército antes de dedicarse a la literatura. “Se trató de una operación suicida”, prosigue justificando la actuación de sus compañeros de armas. “Asestaron ese golpe no para conseguir algo a cambio sino para asombrar al mundo con su supuesta audacia”. “Argel debía responder antes de que fuese demasiado tarde”.

Es verdad que algunas de las reivindicaciones formuladas para liberar a los rehenes eran meras quimeras. El argelino Mojtar Belmojtar, fundador de la célula terrorista, exigió desde el cese de la ofensiva francesa contra los islamistas en el norte de Malí hasta la liberación de dos presos islamistas encarcelados en EE UU, el egipcio Omar Abdel Rahman, y la paquistaní Aafia Siddiqui.

Argel no negoció, pero “sí hizo una oferta a los secuestradores”, según el periodista Hamid Guemache, de la web TSA: dejarles salir del país en libertad, pero sin ningún rehén. La propuesta, trasladada por Knaoi Sidi, un jefe tribal de In Amenas, una pequeña ciudad cercana a la planta, fue rechazada. A partir de ahí, Argel actuó con celeridad.

Además de aplicar su doctrina habitual, lo hizo por otros dos motivos. Temía recibir presiones de todas las potencias con ciudadanos cautivos en la planta instándole a negociar o, por lo menos, a aplazar el asalto. No lo hizo, suscitando así un malestar generalizado. Tokio convocó al embajador argelino para protestar y, con menos contundencia, otras capitales como Londres, Washington y Oslo expresaron su malestar.

Solo París, que necesita el apoyo argelino en la guerra que libra en Malí, echó balones fuera a la hora de pronunciarse sobre la operación de rescate. “Las autoridades argelinas estimaron que no tenían más opción que hacer el asalto”, comentó Philippe Lalliot, portavoz del Ministerio de Exteriores. La agencia oficial argelina aseguró que, en sintonía con París, “casi todas las capitales concernidas han expresado su comprensión” hacia la actuación de Argelia.

La segunda razón que explica la diligencia argelina es el temor a que los terroristas intentasen escaparse del recinto con algunos de sus rehenes. Eamon Gilmori, ministro de Exteriores irlandés, narró en la televisión CNN su conversación telefónica con su compatriota Stephen McFaul, de 36 años, que fue forzado a subir el jueves a un convoy de cinco todoterrenos en el que había terroristas y rehenes.

“Me dijeron que [los cautivos] fueron obligados a llevar cinturones de explosivos”, señaló el ministro. Los disparos del Ejército argelino acabaron con la progresión del convoy, pero el único vehículo que no fue alcanzado fue en el que viajaba McFaul.

Entradas populares