Enrique Meneses, la gran aventura de ser periodista

Enrique era un gran fotógrafo
Su obra está al nivel de los grandes reporteros de los años dorados del fotoperiodismo

Gumersindo Lafuente
Madrid, El País
Se estrenó con la muerte de Manolete, sí, con apenas 17 años. Poco después cruzó África de Cairo a Cabo, casi sin dinero, pero con algunos contactos y mucha desenvoltura. Persiguió las historias como si fueran novias y tras una prima enamorada hizo escala en Cuba y allí se paró a retratar a Castro, al Che, a Camilo, a Raúl, cuando aún no habían bajado de Sierra Maestra.


En los 50, en los 60, en los primeros 70, estuvo allí donde pasaban cosas. En la guerra del Canal de Suez en el 56, con Kennedy y Kruschev en Viena en el 61, con Martin Luther King en la Marcha sobre Washington en el 63. Entrevistó y retrató a reyes, artistas, pintores, revolucionarios, líderes de todas las causas. Dalai Lama, Abdel Krim, Husein de Jordania, Faisal II, Picasso, Dalí, Dominguín, Juan Carlos y Sofía antes de ser reyes.

Y publicó sus historias y sus magníficos reportajes gráficos en diarios y revistas de medio mundo en una época en la que la prensa y los periodistas españoles estaban atenazados por la censura y con grandes dificultades para viajar al extranjero. Fue un pionero, un atrevido, un descarado. Un curioso que tenía siempre la obsesión de ser testigo, de estar en el lugar en el que ocurrían las cosas. Y ahí quedaron sus portadas en Paris Match y sus fotos en The New York Times y en otras muchas revistas de todo el mundo.

A pesar de todo esto, pocos sabían hace una década quién era Enrique Meneses, dónde estaba, qué hacía. Este país y este oficio de periodistas es así de ingrato. Quizá pagó con el olvido su rebeldía, su independencia, su decisión de ir siempre por libre y con poco equipaje. Pero su personalidad, su fuerza y el valor de su trabajo estaban muy por encima de esas pequeñas miserias. Y resucitó.

Al final de su vida supo dar el salto a Internet, comprendió antes que muchos la potencia periodística de la Red y convirtió su casa, un desordenado museo de su vida, en una redacción. No solo montó su blog y era muy activo en Twitter, de allí salió también UtopiaTV, impulsada por el 15M y un montón de proyectos, viajes e historias que periodistas jóvenes emprendían tras escuchar durante horas a Enrique contar sus aventuras. Eso era Meneses, quizá uno de los últimos aventureros de una época romántica del periodismo. Lo más importante para él siempre era contar bien las historias, hacer las mejores fotos y que llegasen a tiempo para ser impresas por las implacables rotativas.

En los últimos tiempos lo que más le interesaba era precisamente hablar con periodistas jóvenes. Les impulsaba a que montasen sus propios medios, a que aprendiesen a ir por libre, como él siempre hizo. A que no se acomodasen ni se conformasen. Siempre con ironía y con dulzura, poniéndose al mismo nivel que ellos, dándoles espacio e importancia. Era un genio para tratar a la gente. Esa facilidad, esa curiosidad, esa educación fueron sin duda, junto al atrevimiento y una gran mirada, sus verdaderas herramientas de trabajo.

Una gran mirada, porque Enrique era un gran fotógrafo. Quizá su obra no es muy extensa, pero está al nivel de los grandes reporteros de los años dorados del fotoperiodismo. En los últimos meses estaba obsesionado con la edición de lo que será su gran libro de fotografía, miraba la selección previa de las imágenes, rescatadas de su archivo ambulante, y con una memoria prodigiosa era capaz de recrear todas las circunstancias de cada imagen, todos los nombres de los protagonistas, las fechas exactas de lo sucedido. Así era, activo y lúcido, rebelde y encantador, discreto hasta para despedirse de todos perdiéndose entre la niebla madrileña de un frío 6 de enero.

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