El Ejército menguante
Los soldados galos llegan en apoyo de unas fuerzas mal dotadas, divididas, desmotivadas y
con constantes bajas
José Naranjo, El País
Moussa Traoré tiene unos 40 años. En 1994 era sargento del Ejército de Malí y estaba orgulloso de formar parte de las Fuerzas Armadas de su país. Sin embargo, llegó la “integración”. Unos 1.600 rebeldes tuareg que se habían alzado contra el Gobierno a principios de los años noventa empezaron a incorporarse al Ejército fruto de los acuerdos de paz. “De repente había alguien dándome órdenes que no había estado nunca en nuestra estructura. Y encima, era alguien contra quien habíamos combatido. Yo mismo fui herido en esa rebelión. No pude soportarlo”, asegura.
Igual que Traoré, cientos de militares se fueron. Su caso ilustra a la perfección cuál es el estado de la defensa en Malí, con un Ejército dividido, escasamente formado y mal dotado que ahora debe hacer frente a un enemigo nuevo que usa tácticas no convencionales, los grupos yihadistas. Desde que comenzó la última rebelión tuareg, en enero del año pasado, las Fuerzas Armadas de Malí han adelgazado de manera considerable merced a más de un millar de defecciones. De unos 6.300 efectivos, en la actualidad se ha pasado a unos 5.000.
Y por si esto fuera poco, los llamados boinas rojas, un cuerpo de élite integrado por varios cientos de militares y adscrito a la Presidencia, han sido completamente apartados y reprimidos tras haber apoyado al expresidente Amadou Toumani Touré durante el golpe de Estado de marzo pasado y en las semanas posteriores, cuando protagonizaron un contragolpe que acabó con soldados malienses enfrentándose entre ellos a tiros por las calles de Bamako. Fruto de la asonada, quien manda de facto en las Fuerzas Armadas (y en el resto del país) es el capitán golpista Amadou Haya Sanogo.
Además, algunos batallones, como la unidad dirigida por el coronel Gamou (un exrebelde tuareg) e integrada por unos 500 hombres, funcionan más como milicias que como parte de un verdadero ejército: solo responden a las órdenes de su jefe y promocionan de rangos al margen del resto. “En realidad se podría hablar más bien de pequeños ejércitos que van un poco por libre”, asegura un soldado que prefiere guardar el anonimato.
Pese a esta caótica situación, son decenas de miles los jóvenes que cada año intentan entrar. Pasar de cero a un sueldo de unos 45 euros al mes (lo que cobra un soldado raso) es una buena motivación para uno de los países con los salarios más bajos del mundo. Sin embargo, el presupuesto de Defensa, en torno a 60 millones de euros (el 2% del PIB), no da para muchas veleidades y la puerta apenas se abre para unos pocos cientos al año.
El otro gran problema es su escasa dotación. El Ejército del Aire prácticamente no cuenta con medios. Según fuentes militares, el 80% de sus 40 aviones y helicópteros data de los años sesenta y setenta, comprados a la Unión Soviética. En tierra, 50 tanques y 70 blindados no llegan a formar una fuerza de choque eficaz frente a un enemigo que se mueve con enorme facilidad. En los últimos días, el Gobierno ha aprovechado el estado de emergencia declarado tras el inicio del conflicto para requisar centenares de camionetas para ayudar al transporte rápido de tropas y suplir así algunas de estas carencias.
Dadas estas condiciones, no es de extrañar que los militares malienses no plantearan mucha batalla a los grupos armados que iban avanzando hacia el sur del país, salvo en momentos concretos, como en la batalla de Aguelhoc, en la que noventa soldados fueron degollados tras ofrecer una dura resistencia a los yihadistas. La desbandada fue general el último fin de semana de marzo. En solo tres días cayeron las ciudades de Gao, Kidal y Tombuctú, y el Ejército, desmoralizado y falto de medios, puso pies en polvorosa y no paró hasta llegar a Mopti, en el centro del país, más allá de los límites del territorio histórico del Azawad.
Tampoco es de extrañar que en este contexto hayan surgido, una vez más en la historia de Malí, las milicias ciudadanas, como Ganda Izo, Ganda Koy o el Frente de Liberación del Norte (FLN). Moussa Traoré, el exsargento maliense, lidera este último grupo, que ha convertido un colegio de Sevaré en su cuartel general. Sobre la superficie se trata de jóvenes muy motivados para “dar la sangre” por su país y que se constituyen en grupos de autodefensa ante la imposibilidad del Estado de hacer frente a la rebelión.
Pero si se rasca un poco enseguida se percibe que se trata de una peligrosa combinación de jóvenes ansiosos por entrar en el Ejército que han ido consiguiendo algún tipo de armamento ligero y están dispuestos a demostrar su arrojo en el campo de batalla. El Estado los tolera y algo más. En los últimos días, ante el avance yihadista, algunos de ellos han sido contactados por el Ejército para reforzar las patrullas militares. “Todo en este Ejército está bloqueado”, asegura Traoré, de igual nombre que el de un expresidente del país. “La gente accede con la única idea de tener un sueldo y subir en el escalafón. No reciben formación especializada ni conocen la guerra. Es frustrante”.
con constantes bajas
José Naranjo, El País
Moussa Traoré tiene unos 40 años. En 1994 era sargento del Ejército de Malí y estaba orgulloso de formar parte de las Fuerzas Armadas de su país. Sin embargo, llegó la “integración”. Unos 1.600 rebeldes tuareg que se habían alzado contra el Gobierno a principios de los años noventa empezaron a incorporarse al Ejército fruto de los acuerdos de paz. “De repente había alguien dándome órdenes que no había estado nunca en nuestra estructura. Y encima, era alguien contra quien habíamos combatido. Yo mismo fui herido en esa rebelión. No pude soportarlo”, asegura.
Igual que Traoré, cientos de militares se fueron. Su caso ilustra a la perfección cuál es el estado de la defensa en Malí, con un Ejército dividido, escasamente formado y mal dotado que ahora debe hacer frente a un enemigo nuevo que usa tácticas no convencionales, los grupos yihadistas. Desde que comenzó la última rebelión tuareg, en enero del año pasado, las Fuerzas Armadas de Malí han adelgazado de manera considerable merced a más de un millar de defecciones. De unos 6.300 efectivos, en la actualidad se ha pasado a unos 5.000.
Y por si esto fuera poco, los llamados boinas rojas, un cuerpo de élite integrado por varios cientos de militares y adscrito a la Presidencia, han sido completamente apartados y reprimidos tras haber apoyado al expresidente Amadou Toumani Touré durante el golpe de Estado de marzo pasado y en las semanas posteriores, cuando protagonizaron un contragolpe que acabó con soldados malienses enfrentándose entre ellos a tiros por las calles de Bamako. Fruto de la asonada, quien manda de facto en las Fuerzas Armadas (y en el resto del país) es el capitán golpista Amadou Haya Sanogo.
Además, algunos batallones, como la unidad dirigida por el coronel Gamou (un exrebelde tuareg) e integrada por unos 500 hombres, funcionan más como milicias que como parte de un verdadero ejército: solo responden a las órdenes de su jefe y promocionan de rangos al margen del resto. “En realidad se podría hablar más bien de pequeños ejércitos que van un poco por libre”, asegura un soldado que prefiere guardar el anonimato.
Pese a esta caótica situación, son decenas de miles los jóvenes que cada año intentan entrar. Pasar de cero a un sueldo de unos 45 euros al mes (lo que cobra un soldado raso) es una buena motivación para uno de los países con los salarios más bajos del mundo. Sin embargo, el presupuesto de Defensa, en torno a 60 millones de euros (el 2% del PIB), no da para muchas veleidades y la puerta apenas se abre para unos pocos cientos al año.
El otro gran problema es su escasa dotación. El Ejército del Aire prácticamente no cuenta con medios. Según fuentes militares, el 80% de sus 40 aviones y helicópteros data de los años sesenta y setenta, comprados a la Unión Soviética. En tierra, 50 tanques y 70 blindados no llegan a formar una fuerza de choque eficaz frente a un enemigo que se mueve con enorme facilidad. En los últimos días, el Gobierno ha aprovechado el estado de emergencia declarado tras el inicio del conflicto para requisar centenares de camionetas para ayudar al transporte rápido de tropas y suplir así algunas de estas carencias.
Dadas estas condiciones, no es de extrañar que los militares malienses no plantearan mucha batalla a los grupos armados que iban avanzando hacia el sur del país, salvo en momentos concretos, como en la batalla de Aguelhoc, en la que noventa soldados fueron degollados tras ofrecer una dura resistencia a los yihadistas. La desbandada fue general el último fin de semana de marzo. En solo tres días cayeron las ciudades de Gao, Kidal y Tombuctú, y el Ejército, desmoralizado y falto de medios, puso pies en polvorosa y no paró hasta llegar a Mopti, en el centro del país, más allá de los límites del territorio histórico del Azawad.
Tampoco es de extrañar que en este contexto hayan surgido, una vez más en la historia de Malí, las milicias ciudadanas, como Ganda Izo, Ganda Koy o el Frente de Liberación del Norte (FLN). Moussa Traoré, el exsargento maliense, lidera este último grupo, que ha convertido un colegio de Sevaré en su cuartel general. Sobre la superficie se trata de jóvenes muy motivados para “dar la sangre” por su país y que se constituyen en grupos de autodefensa ante la imposibilidad del Estado de hacer frente a la rebelión.
Pero si se rasca un poco enseguida se percibe que se trata de una peligrosa combinación de jóvenes ansiosos por entrar en el Ejército que han ido consiguiendo algún tipo de armamento ligero y están dispuestos a demostrar su arrojo en el campo de batalla. El Estado los tolera y algo más. En los últimos días, ante el avance yihadista, algunos de ellos han sido contactados por el Ejército para reforzar las patrullas militares. “Todo en este Ejército está bloqueado”, asegura Traoré, de igual nombre que el de un expresidente del país. “La gente accede con la única idea de tener un sueldo y subir en el escalafón. No reciben formación especializada ni conocen la guerra. Es frustrante”.