El caso de los perros ‘asesinos’ de personas deja incrédulo a México

México DF trata de esclarecer la aparición de cinco cadáveres con mordeduras caninas
La familia de una víctima y grupos en defensa de los animales dudan de la versión oficial

Pablo de Llano
México, El País
En la parte baja del Cerro de la Estrella hay un cementerio, y a un lado del cementerio, pasada una barranquilla maloliente donde desembocan aguas fecales, hay un asentamiento ilegal de casas pobres. Uno de los vecinos explica a los periodistas que cada fin de mes unos individuos suben al anochecer a la cima del monte –donde están los restos de una pirámide, que ahora funcionan como un mirador– y allá arriba sacrifican animales y tocan un tambor y hacen sonar un cuerno. Con él está un chico que se come una manzana sin hablar demasiado y que al final opina que lo de los muertos debe de ser cosa de “mariguanos”, como se le llama en México a los que fuman hierba. En un país que desconfía por norma de la versión oficial, la aparición de seres humanos devorados por perros es un convite a la elucubración.


Esta semana se ha sabido que entre el 17 de diciembre y el 4 de enero aparecieron cinco cadáveres con mordeduras caninas en el Cerro de la Estrella de Iztapalapa, la delegación más poblada y con más crímenes de la Ciudad de México. Las víctimas: una pareja de novios (ella 15 y él 16); una mujer de 26 y su niño de un año y ocho meses; y otra adolescente de 15 años. La policía ha hecho una batida en la colina y ha capturado a más de cincuenta perros de aspecto famélico. De acuerdo con las explicaciones de la fiscalía de la capital, las muertes se deben a los ataques de una jauría asilvestrada y en los cuerpos no hay ni rastro de la mano del hombre.

En esta época del año el Cerro de la Estrella es una colina reseca y polvorienta. En un camino de entrada al monte vive con su familia una mujer que pide que no se la identifique por su nombre, pero que luego se deja grabar por una cámara. Su casa es una chabola de madera. Dice que allí no hay perros salvajes y que los que ha capturado la policía son domésticos, uno de ellos el suyo, de nombre Chingordoño. “Es blanco y trae como mocha [mellada] una orejita”. Un poco más arriba hay una explanada con un tenderete montado con planchas de metal en el que, según un señor que guía a los reporteros, se venden droga y alcohol los fines de semana. En el grupo que recorre el monte va Enrique Martínez, hermano de uno de los muertos, Samuel Martínez, el chico de 16 años que apareció carcomido junto a su novia. Enrique tiene 24 años y es enfermero. Avanza callado por los caminos del Cerro de la Estrella llenándose de polvo sus zapatos de vestir. Desde que se supo del caso él ha salido en los medios diciendo una y otra vez que no se cree que a su hermano lo mataran unos perros. Dice que vio el cadáver de su hermano y que en una oreja tenía un corte como de cuchillo. Dos o tres horas más tarde Enrique Martínez lleva a los reporteros a casa de su familia. Las mujeres de la casa les sirven refrescos: sprite y coca-cola en botellas de dos litros. En una habitación otro hermano de la víctima dice delante de una cámara de televisión que sabe de un superviviente de los ataques que le confesó que los agresores no eran perros sino personas con machetes. En casa de la familia Martínez son seis, y tienen tan poco espacio que han sustituido el sofá para ver la tele por cinco sillas de cocina que ocupan menos.

En la prensa mexicana no se duda de los datos que aportan las autoridades, pero se abren ventanucos a la rumorología. “Usan cuevas para ritos, drogas y sexo: vecinos”, informaba este viernes un diario de la capital, contextualizando con toques de vicio y de brujería la información sobre el caso de los perros asesinos. Otro diario da cuenta de un sondeo en el que el 75% de los encuestados cree que las víctimas fueron primero asesinadas por hombres y luego devoradas por los canes. A pesar de las conclusiones provisionales de la fiscalía, basadas en estudios periciales, la tesis de la jauría homicida no acaba de convencer al público. Dos asociaciones en defensa de los animales están poniendo en duda la versión oficial y montando protestas para pedir que se libere a los perros enclenques capturados por la policía. “Yo no soy perito ni experta, pero mi experiencia y mi sentido común me dicen que esos perros no son los culpables”, ha dicho Norma Huerta, presidenta de uno de los grupos de presión, el colectivo Mundo Patitas. En las redes sociales también ha surgido un movimiento a favor de los perros llamado #yosoycan26, que en los últimos días en México se ha convertido en un tema central en Twitter.

Hasta que dentro de dos semanas se tengas los resultados de las pruebas de ADN no se podrá determinar con certeza si alguno de los perros capturados con lazos en el Cerro de la Estrella participaron en los supuestos ataques caninos, aunque en los primeros análisis se han encontrado pelos y pieles humanas en las garras de algunos de los perros, según la fiscalía. En los medios aparecen testimonios de dueños que acuden al centro canino donde están encerrados los perros y exigen que se los entreguen de vuelta. Se cita por ejemplo la historia de Fernando, propietario de un perro llamado Canelo, dos años, color café, que según él es incapaz de matar a una persona, como demuestra el hecho de que conviviese con normalidad con gallinas y con pollos.

De momento las autoridades han comprobado que 25 de los perros capturados no tuvieron nada que ver con las muertes y los entregarán a sus dueños o a asociaciones protectoras animales. Todavía quedan 30 perros sin veredicto.

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