Bruselas mantiene un estudiado silencio ante el desafío británico
Los socios se decantan por hacer mínimas concesiones
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Quien quiera conocer los entresijos de ese nirvana tecnocrático mal llamado Bruselas debe huir del centro histórico de la capital belga, coger el metro y bajarse en las catacumbas de la estación de Schuman, en pleno distrito europeo. A la salida encontrará lluvia, un ruido infernal procedente de los edificios en construcción (la tentación de la metáfora: Europa como permanente solar en obras) y, detrás de las grúas, dos grandes moles: a un lado, el cuartel general de la Comisión Europea; al otro, el del Consejo. Ahí radica la enjundia de Bruselas; ahí es donde supuestamente hay que preguntar cualquier cosa importante relacionada con el proyecto europeo. Aunque a veces no lo parece: ni la Comisión ni el Consejo han reaccionado esta semana a la sacudida que supone la convocatoria de un referéndum en Reino Unido sobre la UE. Solo en privado se percibe una reacción que está entre la fatiga —“cosas de los ingleses”— y el berrinche por lo que se percibe como un chantaje. Lo mejor para todos es que Reino Unido se quede, pero ni las instituciones ni la gran mayoría de las capitales son partidarias de hacer grandes concesiones. “Por eso la apuesta de Cameron es tan potente: porque es muy, muy arriesgada”, indican fuentes europeas.
Los silencios de José Manuel Barroso y Herman van Rompuy son casi obligados: fuentes europeas consideran que una reacción llamativa de Bruselas podría ser contraproducente. Por eso la única institución que se ha activado es el Parlamento Europeo, que goza de algo más de libertad de movimiento y ha arremetido contra los planes de Cameron. En el Consejo hay un silencio sepulcral. En la Comisión, paños calientes. Una portavoz de Barroso se limita a destacar el “espíritu constructivo” del discurso de Cameron, a subrayar “todo lo que ha contribuido Reino Unido a la UE”, a rozar la perogrullada: “Es el pueblo británico quien tiene que decidir qué papel quiere jugar”.
Fuentes de la Comisión aseguran que hace unos años un discurso como el de Cameron hubiera generado gran inquietud en Bruselas; a día de hoy, todo el mundo da por hecho que Londres va de farol y que ni los británicos quieren irse, ni la Unión puede permitírselo, por lo que al final los socios europeos harán mínimas concesiones para que Cameron pueda salvar la cara, Reino Unido siga dentro y el debate se posponga una vez más, en el más puro método comunitario. Europa, en fin, se está especializando en enfrentarse a sus problemas con la ya casi tradicional patada hacia delante.
¿Qué dice Barroso? De momento, nada. No le conviene: hay demasiadas citas electorales entre este año y el supuesto referéndum como para esperar que nadie, y menos aún el presidente de la Comisión, queme sus naves. En diciembre, preguntado por este diario, resumía su postura: “Ese problema no es nuevo: desde la era Thatcher, Londres siempre ha querido reafirmarse en su excepcionalidad, ahora quizá con más intensidad. Por nuestro interés común, es necesario que Reino Unido siga dentro: pese a todo, Londres ha contribuido notablemente a la construcción europea, a la profundización del mercado interior, a la lucha contra el cambio climático, a la ampliación de la UE. Con un matiz: queremos que Reino Unido siga dentro siempre que el propio Reino Unido quiera; siempre que no se enroque en el no, siempre que el veto no sea su posición sistemática respecto a la mayor integración europea”. En resumen: mejor con Londres dentro, pero no como hasta ahora.
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Quien quiera conocer los entresijos de ese nirvana tecnocrático mal llamado Bruselas debe huir del centro histórico de la capital belga, coger el metro y bajarse en las catacumbas de la estación de Schuman, en pleno distrito europeo. A la salida encontrará lluvia, un ruido infernal procedente de los edificios en construcción (la tentación de la metáfora: Europa como permanente solar en obras) y, detrás de las grúas, dos grandes moles: a un lado, el cuartel general de la Comisión Europea; al otro, el del Consejo. Ahí radica la enjundia de Bruselas; ahí es donde supuestamente hay que preguntar cualquier cosa importante relacionada con el proyecto europeo. Aunque a veces no lo parece: ni la Comisión ni el Consejo han reaccionado esta semana a la sacudida que supone la convocatoria de un referéndum en Reino Unido sobre la UE. Solo en privado se percibe una reacción que está entre la fatiga —“cosas de los ingleses”— y el berrinche por lo que se percibe como un chantaje. Lo mejor para todos es que Reino Unido se quede, pero ni las instituciones ni la gran mayoría de las capitales son partidarias de hacer grandes concesiones. “Por eso la apuesta de Cameron es tan potente: porque es muy, muy arriesgada”, indican fuentes europeas.
Los silencios de José Manuel Barroso y Herman van Rompuy son casi obligados: fuentes europeas consideran que una reacción llamativa de Bruselas podría ser contraproducente. Por eso la única institución que se ha activado es el Parlamento Europeo, que goza de algo más de libertad de movimiento y ha arremetido contra los planes de Cameron. En el Consejo hay un silencio sepulcral. En la Comisión, paños calientes. Una portavoz de Barroso se limita a destacar el “espíritu constructivo” del discurso de Cameron, a subrayar “todo lo que ha contribuido Reino Unido a la UE”, a rozar la perogrullada: “Es el pueblo británico quien tiene que decidir qué papel quiere jugar”.
Fuentes de la Comisión aseguran que hace unos años un discurso como el de Cameron hubiera generado gran inquietud en Bruselas; a día de hoy, todo el mundo da por hecho que Londres va de farol y que ni los británicos quieren irse, ni la Unión puede permitírselo, por lo que al final los socios europeos harán mínimas concesiones para que Cameron pueda salvar la cara, Reino Unido siga dentro y el debate se posponga una vez más, en el más puro método comunitario. Europa, en fin, se está especializando en enfrentarse a sus problemas con la ya casi tradicional patada hacia delante.
¿Qué dice Barroso? De momento, nada. No le conviene: hay demasiadas citas electorales entre este año y el supuesto referéndum como para esperar que nadie, y menos aún el presidente de la Comisión, queme sus naves. En diciembre, preguntado por este diario, resumía su postura: “Ese problema no es nuevo: desde la era Thatcher, Londres siempre ha querido reafirmarse en su excepcionalidad, ahora quizá con más intensidad. Por nuestro interés común, es necesario que Reino Unido siga dentro: pese a todo, Londres ha contribuido notablemente a la construcción europea, a la profundización del mercado interior, a la lucha contra el cambio climático, a la ampliación de la UE. Con un matiz: queremos que Reino Unido siga dentro siempre que el propio Reino Unido quiera; siempre que no se enroque en el no, siempre que el veto no sea su posición sistemática respecto a la mayor integración europea”. En resumen: mejor con Londres dentro, pero no como hasta ahora.