Bianchi respaldó a Román, pero se instaló en Tandil con desilusión
Daniel Avellaneda, Clarín
Detrás de esa mirada que no se deja cautivar por el horizonte que proponen estas sierras, hay un hombre desilusionado . Impenetrable -a excepción de su círculo más íntimo-, se muestra entero, despojado de cualquier signo de desencanto, cuando el ómnibus de la empresa Flecha Bus estaciona en la puerta del hotel Amaiké, el búnker elegido para la pretemporada. Apenas saluda a esos cien fanáticos que sueltan estribillos de tribuna y hacen flamear banderas al costado de la ruta. Apenas sonríe, es cierto. Sin embargo, nada indica que anda con el alma agitada. La realidad es otra: Carlos Bianchi todavía está tratando de digerir el inesperado portazo de Juan Román Riquelme, su hijo dilecto, el crack al que llamó incluso antes de despertarse de su siesta y aceptar la propuesta de Daniel Angelici. El emblema futbolístico de aquellos tiempos dorados, al que esperó hasta el último instante, hasta ese sábado negro en el que el “10” apareció por Casa Amarilla y, a pesar del agobiante verano, congeló las expectativas de los hinchas, los dirigentes y el propio Virrey .
“La decisión que tomó Román le dolió hasta los huesos a Carlos” , le dice a Clarín una persona que conoce los intrincados pasillos de la Bombonera. Y agrega, con tono confidente: “Lo esperó hasta el último día. Y a pesar de las vueltas que dio, siempre confió en que iba a volver.
No le cayó nada bien lo que hizo Riquelme”. ¿Cómo se explican, entonces, las palabras que vertió al mediodía, antes del protocolar asado con el plantel, previo al viaje hasta estas tierras? Coherente con su discurso, Bianchi sería incapaz de cuestionar públicamente a Riquelme.
Lo que tenía que decirle, lo hizo el sábado, cara a cara. Por eso señaló en la conferencia de prensa: “Román nunca me prometió que iba a jugar en Boca.
Tengo que decir que cada día lo respeto más.
Hoy, la sociedad no le da ningún valor a la palabra y él lo hizo. En vez de criticarlo, habría que respetarlo. Por dentro, seguramente, se muere de ganas por jugar, pero lo condicionó una frase y tiene derecho a hacer lo que desea”.
Bianchi, está claro, tiene una fe ciega en su jugador fetiche. De otro modo, sería inaceptable escuchar de sus labios que Riquelme no se apartó de los famosos códigos del fútbol. ¿O acaso el periodismo inventó que exigió la extensión de su contrato y elevar la cotización del dólar? Si es verdad, como dice el jugador, que nunca ató su regreso al dinero, ¿por qué su representante se reunió con los dirigentes y les transmitió aquellas polémicas nuevas pretensiones?
“Si volvía y la rompía, les cerraba la boca a todos y nadie le iba a cuestionar una mejora económica. Cuando se dio cuenta de que la gente empezó a mirar de reojo ese manoseo, dio mil vueltas”, dicen en Boca, aunque la dirigencia no puede despegarse de su responsabilidad. ¿O no fue el presidente el que le cerró la puerta de Brandsen 805 después del cabildeo de la Bombonera -el que terminó con la renuncia de Julio Falcioni- el mismo que se la volvió a abrir de par en par cuando se terminó el letargo del Virrey ?
“En el momento que Angelici me dijo que no había ningún impedimento para que vuelva, yo formaba sistemas con Román. Hay alternativas para armar un equipo sin él, evaluaremos a los jugadores que están y veremos cuál es la mejor opción”, sostuvo Bianchi, quien imaginó su nuevo Boca alrededor de Riquelme, como en la época más dulce, y que desde hoy mismo deberá tragar que hay vida después de ese enganche tan talentoso como controversial.
Detrás de esa mirada que no se deja cautivar por el horizonte que proponen estas sierras, hay un hombre desilusionado . Impenetrable -a excepción de su círculo más íntimo-, se muestra entero, despojado de cualquier signo de desencanto, cuando el ómnibus de la empresa Flecha Bus estaciona en la puerta del hotel Amaiké, el búnker elegido para la pretemporada. Apenas saluda a esos cien fanáticos que sueltan estribillos de tribuna y hacen flamear banderas al costado de la ruta. Apenas sonríe, es cierto. Sin embargo, nada indica que anda con el alma agitada. La realidad es otra: Carlos Bianchi todavía está tratando de digerir el inesperado portazo de Juan Román Riquelme, su hijo dilecto, el crack al que llamó incluso antes de despertarse de su siesta y aceptar la propuesta de Daniel Angelici. El emblema futbolístico de aquellos tiempos dorados, al que esperó hasta el último instante, hasta ese sábado negro en el que el “10” apareció por Casa Amarilla y, a pesar del agobiante verano, congeló las expectativas de los hinchas, los dirigentes y el propio Virrey .
“La decisión que tomó Román le dolió hasta los huesos a Carlos” , le dice a Clarín una persona que conoce los intrincados pasillos de la Bombonera. Y agrega, con tono confidente: “Lo esperó hasta el último día. Y a pesar de las vueltas que dio, siempre confió en que iba a volver.
No le cayó nada bien lo que hizo Riquelme”. ¿Cómo se explican, entonces, las palabras que vertió al mediodía, antes del protocolar asado con el plantel, previo al viaje hasta estas tierras? Coherente con su discurso, Bianchi sería incapaz de cuestionar públicamente a Riquelme.
Lo que tenía que decirle, lo hizo el sábado, cara a cara. Por eso señaló en la conferencia de prensa: “Román nunca me prometió que iba a jugar en Boca.
Tengo que decir que cada día lo respeto más.
Hoy, la sociedad no le da ningún valor a la palabra y él lo hizo. En vez de criticarlo, habría que respetarlo. Por dentro, seguramente, se muere de ganas por jugar, pero lo condicionó una frase y tiene derecho a hacer lo que desea”.
Bianchi, está claro, tiene una fe ciega en su jugador fetiche. De otro modo, sería inaceptable escuchar de sus labios que Riquelme no se apartó de los famosos códigos del fútbol. ¿O acaso el periodismo inventó que exigió la extensión de su contrato y elevar la cotización del dólar? Si es verdad, como dice el jugador, que nunca ató su regreso al dinero, ¿por qué su representante se reunió con los dirigentes y les transmitió aquellas polémicas nuevas pretensiones?
“Si volvía y la rompía, les cerraba la boca a todos y nadie le iba a cuestionar una mejora económica. Cuando se dio cuenta de que la gente empezó a mirar de reojo ese manoseo, dio mil vueltas”, dicen en Boca, aunque la dirigencia no puede despegarse de su responsabilidad. ¿O no fue el presidente el que le cerró la puerta de Brandsen 805 después del cabildeo de la Bombonera -el que terminó con la renuncia de Julio Falcioni- el mismo que se la volvió a abrir de par en par cuando se terminó el letargo del Virrey ?
“En el momento que Angelici me dijo que no había ningún impedimento para que vuelva, yo formaba sistemas con Román. Hay alternativas para armar un equipo sin él, evaluaremos a los jugadores que están y veremos cuál es la mejor opción”, sostuvo Bianchi, quien imaginó su nuevo Boca alrededor de Riquelme, como en la época más dulce, y que desde hoy mismo deberá tragar que hay vida después de ese enganche tan talentoso como controversial.