Best: "Gasté la mayor parte de mi fortuna en mujeres y alcohol; el resto, lo desperdicié"

Waldemar Iglesias, Clarín
George Best fue uno de los grandes cracks de su tiempo. Ganó el Balón de Oro en 1968 y resultó uno de los grandes ídolos de la historia del Manchester United. Mujeriego y bon vivant, lo derrotaron finalmente sus propios excesos.


Es domingo en Manchester y faltan casi tres horas para que comience el partido del United frente al Sunderland. Pero los ritos de la previa se desarrollan con la naturalidad de siempre. Los pubs cercanos a la Sir Matt Busby Way lucen como en cada presentación de los Red Devils: llenos de entusiasmo, cerveza y camisetas rojas. Sucede un asombro para desprevenidos: muchos llevan camisetas de otro tiempo o que evocan a viejas figuras. Dicen "Best" en la espalda y tienen un número siete. Eric Cantona, otro superhéroe de la historia del club, también le compite en el rubro de los homenajes hechos vestimenta. Aunque dejó de jugar en el equipo rojo en 1974, George Best parece que fuera parte del actual plantel de Alex Ferguson. Falleció en 2005, pero parece que aún viviera. Los televisores en los locales pasan un especial sobre Bestie y la gente grita los goles como si acontecieran en ese mediodía. Algunos se abrazan. Y otros brindan en nombre del crack que ya no está. Ya en el estadio, una estatua lo muestra junto a otros dos cracks de la historia del club al que le brindó sus mejores días: Denis Law y Bobby Charlton. Los tres juntos, The Holy Trinity, sonríen en el bronce.

Su juego era una maravilla. Así lo definió el periodista Jesús Camacho: "Un talento grandioso, ágil, rápido y goleador del que Pelé llegó a decir que era el mejor jugador del mundo. Un extremo zurdo extraordinario que jugaba con ambas piernas, un jugador que además de hacer todo lo que hacía un extremo poseía una calidad innata para el gol, por lo que podía jugar en cualquier posición de la línea de ataque". Para el Manchester United jugó 361 partidos y convirtió 137 goles, ganó dos Ligas y una Copa de Europa entre 1963 y 1974. Era pura audacia cada vez que salía al campo. La anécdota la relató el mismo: "Solía soñar que superaba al arquero con el balón en los pies, me paraba sobre la línea del arco, me ponía en cuatro patas y metía la pelota de cabeza hasta el fondo. Cuando marqué aquel gol contra el Benfica en la final de la Copa de Europa de 1968, estuve a punto de hacerlo. Dejé sentado al arquero, pero no me atreví a seguir, me asusté. ¡Al entrenador le habría dado un infarto allí mismo!". Pasó por otros clubes (18 en total) de distintos países: Estados Unidos, Inglaterra, Escocia, Irlanda, Australia, Hong Kong... Salvo destellos memorables, cuentan que no volvió a ser aquel de Old Trafford.

Era irreverente también fuera del campo. Los periodistas Cayetano Ros y Santiago Segurola lo retratataron en el diario El País de Madrid a través de varias de sus frases más reconocibles: "Hasta el momento de su muerte, bromeó Best sobre sus problemas con el alcohol: 'Puedo ir a Alcohólicos Anónimos, pero será difícil para mí ser anónimo'. Y en 1999, en la ceremonia de entrega del futbolista del siglo, declaró: 'Es un placer estar aquí de pie frente a ustedes, es un placer estar de pie...'". Alguna vez, en sus tiempos de bon vivant en Manchester, cuando era el rey en su local favorito, La Phonographe, llegó a salir con una mujer que estaba casada con una celebridad de la ciudad. Lo contó el mismo protagonista en la biografía Bestie, de Joe Lovejoy: "Llegaron amenazas para que la dejara. Sir Matt Busby (su entrenador en aquel United que parecía capaz de todo) me llamó y me dijo: 'Eres soltero y hay muchas chicas ahí afuera, encuentra una con menos problemas'". Así era, así vivía. El vértigo de afuera del campo lo trasladaba para deleite de todo Old Trafford. Esa desmesura era su modo de mostrarse al mundo.

No renegaba de sus excesos. "Me gasté la mayor parte de mi fortuna en mujeres y alcohol; el resto, lo desperdicié", señaló alguna vez. A consecuencia de aquella frase, durante su participación en el concurso de la BBC A Question of Sport, la presentadora Sue Barker lo consultó: "¿Qué pasó después?" Best volvió a hacer de las suyas: "A mí no me lo preguntes. ¡No me acuerdo ni siquiera de lo que hice anoche!". Tenía cierta mirada crítica también. Y se definió mucho mejor que cualquiera que quiso definirlo antes y después: "Nací con un gran talento y, a veces, el talento viene acompañado de una vena destructiva. Exactamente igual que quería pasar por encima de quien se me pusiera delante cuando jugaba, tenía que pasar por encima de quien se me pusiera delante cuando salía a divertirme por ahí. (...) Puede que sea verdad que he sido el primer futbolista con una biografía de estrella del pop. Mi representante tenía razón cuando dijo que se podría grabar mi nombre en peldaños de escaleras y venderlos incluso a los que viven en casitas de una planta". No era casualidad: lo llamaban El Quinto Beatle, aunque había nacido bien lejos de The Cavern, el mítico local de Liverpool. El era de Belfast, la capital de Irlanda del Norte.

Contestaba con filo. Y sin vueltas. Expresó, en ocasión de los múltiples cuestionamientos sobre su conducta: "Me hace gracia cuando los periodistas hablan de mi vida desperdiciada; me ven como un ídolo caído. Esta gente que escribe está sentada en una oficina, de nueve a cinco, y no sé lo que gana, pero yo salgo y me pagan 5.000 libras por una entrevista. Y entonces pienso: ¿Quién está caído aquí?". Igual, después de la bronca, ofrecía la sonrisa de casi siempre. O alguna nueva broma propia de esa adolescencia perpetua que eligió vivir.

La comparación con las grandes glorias de todos los tiempos también lo tuvo como protagonista. El escritor mexicano Juan Villoro, en una entrevista con el periodista Dicac Peyret para el diario Sport, expresó: "En Maradona coexiste el supremo artífice del rango de Pelé con el pícaro maravilloso del rango de George Best. Diego acepta como ningún astro que la ha cagado muchísimo pero luego se redime". En lo suyo, ese fútbol de pícaros artistas, Bestie -como le decían los que más lo querían- era un paradigma. "Encontré a un genio", dijo el mítico cazatalentos del Manchester United, Bob Bishop, cuando lo presentó para una prueba en los Red Devils. El tiempo demostró que aquello no era una exageración. A los 22, ya campeón de la Copa de Europa, Best ganó el Balón de Oro, ese mismo por el que ahora Lionel Messi suele escuchar ovaciones.

Fue ídolo por condición natural, por carisma, por goles, por jugadas perdurables. Eduardo Galeano -agudo y preciso observador del fenómeno del fútbol- escribió alguna vez sobre el concepto de ídolo en estos contextos: "Pero el ídolo es ídolo por un rato nomás, humana eternidad, cosa de nada; y cuando al pie de oro le llega la hora de la mala pata, la estrella ha concluido su viaje desde el fulgor hasta el apagón. Está ese cuerpo con más remiendos que traje de payaso, y ya el acróbata es un paralítico, el artista una bestia: -¡Con la herradura no! La fuente de la felicidad pública se convierte en el pararrayos del público rencor: -¡Momia! A veces el ídolo no cae entero. Y a veces, cuando se rompe, la gente le devora los pedazos..." Caso curioso el de Best: abrazado por casi todos, vivió preso de sus propios demonios. Sin embargo, no fue devorado por la gente: lo transformaron en bandera, en estatua, en recuerdo.

En el otoño de 2005, en Belfast vivían unas 280.000 personas. Más de cien mil acompañaron el último adiós desde su casa de siempre en Cregagh Road hasta el Parlamento y luego, al cementerio. El hombre que los había hecho reir y gritar con su fútbol ahora no les podía ofrecer más que tristeza y silencio. En el cajón había seis letras hechas con flores: "George", decían. Aquel sábado 3 de diciembre, todos los canales del Reino Unido televisaron el funeral. A los 59 años, luego de una hemorragia interna, se había ido para siempre un inolvidable. Las ofrendas no pararon de llegar por mucho tiempo.

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