Un asesino sin historia
Lanza apenas ha dejó en la comunidad a la que su matanza ha marcado para siempre
Eva Sáiz / Sandro Pozzi
Newtown, El País
Muy pocos vecinos del tranquilo barrio de clase media-alta que se extiende alrededor de la calle Yogananda en Newtown habían reparado en el joven delgaducho y pálido que vivía desde hace 20 años en el número 36. Hasta el pasado viernes, cuando Adam Lanza descerrajó un tiro en la cabeza a su madre, Nancy, antes de recorrer los ocho kilómetros que separaban su casa de la escuela primaria de Sandy Hook, donde sembró el terror al tirotear a 26 personas —20 de ellas niños— antes de quitarse la vida.
“Era un chaval muy tímido, bastante retraído”, explica Kathy Brophy, que vive a unas calles de distancia de los Lanza y cuyo hijo solía jugar de pequeño con el asesino. “Hace mucho que no hablaba con la familia”, asegura. En el vecindario pocos recuerdan a Adam Lanza o a su hermano Ryan. “Aquí vivimos de manera aislada, apenas tenemos trato los unos con los otros a no ser que coincidas en la parada de autobús escolar para dejar a los niños”, indica Doreen Hausburgh, una odontóloga de 42 años que reside por la zona.
Ese carácter reservado de Lanza es el que está complicando a las autoridades la elaboración de un perfil que pueda explicar las razones que llevaron al joven a disparar de manera indiscriminada contra niños. El pasado de Lanza es una incógnita del que no hay casi rastros. No tiene perfil en ninguna red social y su foto ni siquiera aparece en la orla de su promoción, la de la clase del 2010 del Newtwon High School. Su paso por ese instituto también aparece difuminado. Apenas hizo amigos y sus compañeros lo recuerdan como un chico “callado y brillante”. Tanto él como a su hermano Ryan, de 24 años, pertenecían al club de tecnología donde “pasaban muchas horas jugando a los videojuegos en la sala de televisión”, cuenta por teléfono Tim Arnone, que conocía a Lanza desde que ambos coincidieron en Sandy Hook, el mismo colegio en el que éste acabó con su vida.
Otro conocido, que ha preferido no dar su nombre, asegura que era un fanático de la cultura japonesa y del juego de armas Dynasty Warriors. Lanza estaba familiarizado con las armas. Su madre era coleccionista y algunos medios han asegurado que solía salir con sus hijos a hacer prácticas de tiro, un detalle en el dibujo de la tragedia que está dando de qué hablar entre los vecinos.
Marsha Moskowitz, conductora jubilada del autobús que los hermanos Lanza tomaban para ir al instituto, recuerda al asesino como “un chico tranquilo, muy educado y que vestía de manera más formal que sus compañeros”. “Siempre decía buenos días”, asegura Moskowitz, embutida en una bata y asomada en el umbral de su puerta con el periódico local en la mano. En la portada, las caras desoladas de los padres a la entrada del colegio Sandy Hook. La conductora vive cerca del barrio de los Lanza y conocía a la madre del autor de la masacre. “Hablé con ella el fin de semana pasado en el supermercado. Es horrible. Adam podía parecer un poco hosco, pero es imposible imaginar que pudiera perpetrar algo semejante”, dice compungida.
En las últimas 24 horas, la oscura vida de Adam Lanza ha sido analizada y diseccionada por todos los medios de comunicación estadounidenses. Algunos han asegurado que su propio hermano confesó a la policía que padecía problemas mentales, aunque no ha transcendido de qué tipo, y que hacía dos años que no hablaba con él. “Ese chaval no estaba bien, era muy raro, nada que ver con su madre”, comentó un vecino de la familia que no ha querido dar su nombre.
“Adam siempre se esforzó por superarse en los estudios para contentar a su madre”, reconoce Brophy. Desde su aparente soledad en la casa del número 36 de Yogananda Street, Lanza asistió al duro proceso de separación de sus padres —que se prolongó durante tres años hasta culminar en divorcio en 2009— y lo hizo sin el apoyo de su hermano mayor, que en 2006 abandonó Newtown para estudiar en la Universidad Quinnipac. Su padre, Peter Lanza, se trasladó a Stamford y ha vuelto a contraer matrimonio este año.
La policía asegura que en la vivienda familiar han dado con pistas para explicar “cómo y por qué Lanza hizo lo que hizo”. En el barrio en el que residía, los pocos vecinos que desafían el frío y el poso de desazón de la tragedia vivida hace solo un día, no encuentran ninguna, mientras se esfuerzan por recordar cuándo se encontraron con el responsable.
Eva Sáiz / Sandro Pozzi
Newtown, El País
Muy pocos vecinos del tranquilo barrio de clase media-alta que se extiende alrededor de la calle Yogananda en Newtown habían reparado en el joven delgaducho y pálido que vivía desde hace 20 años en el número 36. Hasta el pasado viernes, cuando Adam Lanza descerrajó un tiro en la cabeza a su madre, Nancy, antes de recorrer los ocho kilómetros que separaban su casa de la escuela primaria de Sandy Hook, donde sembró el terror al tirotear a 26 personas —20 de ellas niños— antes de quitarse la vida.
“Era un chaval muy tímido, bastante retraído”, explica Kathy Brophy, que vive a unas calles de distancia de los Lanza y cuyo hijo solía jugar de pequeño con el asesino. “Hace mucho que no hablaba con la familia”, asegura. En el vecindario pocos recuerdan a Adam Lanza o a su hermano Ryan. “Aquí vivimos de manera aislada, apenas tenemos trato los unos con los otros a no ser que coincidas en la parada de autobús escolar para dejar a los niños”, indica Doreen Hausburgh, una odontóloga de 42 años que reside por la zona.
Ese carácter reservado de Lanza es el que está complicando a las autoridades la elaboración de un perfil que pueda explicar las razones que llevaron al joven a disparar de manera indiscriminada contra niños. El pasado de Lanza es una incógnita del que no hay casi rastros. No tiene perfil en ninguna red social y su foto ni siquiera aparece en la orla de su promoción, la de la clase del 2010 del Newtwon High School. Su paso por ese instituto también aparece difuminado. Apenas hizo amigos y sus compañeros lo recuerdan como un chico “callado y brillante”. Tanto él como a su hermano Ryan, de 24 años, pertenecían al club de tecnología donde “pasaban muchas horas jugando a los videojuegos en la sala de televisión”, cuenta por teléfono Tim Arnone, que conocía a Lanza desde que ambos coincidieron en Sandy Hook, el mismo colegio en el que éste acabó con su vida.
Otro conocido, que ha preferido no dar su nombre, asegura que era un fanático de la cultura japonesa y del juego de armas Dynasty Warriors. Lanza estaba familiarizado con las armas. Su madre era coleccionista y algunos medios han asegurado que solía salir con sus hijos a hacer prácticas de tiro, un detalle en el dibujo de la tragedia que está dando de qué hablar entre los vecinos.
Marsha Moskowitz, conductora jubilada del autobús que los hermanos Lanza tomaban para ir al instituto, recuerda al asesino como “un chico tranquilo, muy educado y que vestía de manera más formal que sus compañeros”. “Siempre decía buenos días”, asegura Moskowitz, embutida en una bata y asomada en el umbral de su puerta con el periódico local en la mano. En la portada, las caras desoladas de los padres a la entrada del colegio Sandy Hook. La conductora vive cerca del barrio de los Lanza y conocía a la madre del autor de la masacre. “Hablé con ella el fin de semana pasado en el supermercado. Es horrible. Adam podía parecer un poco hosco, pero es imposible imaginar que pudiera perpetrar algo semejante”, dice compungida.
En las últimas 24 horas, la oscura vida de Adam Lanza ha sido analizada y diseccionada por todos los medios de comunicación estadounidenses. Algunos han asegurado que su propio hermano confesó a la policía que padecía problemas mentales, aunque no ha transcendido de qué tipo, y que hacía dos años que no hablaba con él. “Ese chaval no estaba bien, era muy raro, nada que ver con su madre”, comentó un vecino de la familia que no ha querido dar su nombre.
“Adam siempre se esforzó por superarse en los estudios para contentar a su madre”, reconoce Brophy. Desde su aparente soledad en la casa del número 36 de Yogananda Street, Lanza asistió al duro proceso de separación de sus padres —que se prolongó durante tres años hasta culminar en divorcio en 2009— y lo hizo sin el apoyo de su hermano mayor, que en 2006 abandonó Newtown para estudiar en la Universidad Quinnipac. Su padre, Peter Lanza, se trasladó a Stamford y ha vuelto a contraer matrimonio este año.
La policía asegura que en la vivienda familiar han dado con pistas para explicar “cómo y por qué Lanza hizo lo que hizo”. En el barrio en el que residía, los pocos vecinos que desafían el frío y el poso de desazón de la tragedia vivida hace solo un día, no encuentran ninguna, mientras se esfuerzan por recordar cuándo se encontraron con el responsable.