“Prefiero vivir con un dictador a morir de frío y hambre”
Unos 6.000 desplazados malviven en el campo de Azaz, ciudad siria en la frontera con Turquía
Antonio Pampliega
Azaz (Siria), El País
El viento, unido al intenso aguacero, cala los huesos y se cuela por la más minúscula rendija del interior de la tienda de campaña. “La vida ahora es peor que antes de la guerra. ¿Este es el precio de la libertad? Si para que Bachar se vaya de Siria tenemos que vivir en estas condiciones, prefiero vivir bajo el régimen de un tirano y tener miedo toda mi vida a ver cómo mi hijo se muere de frío y de hambre. Prefiero vivir toda mi vida con un dictador que morir de hambre”, se lamenta Abderramán Ali. Este joven sirio malvive en el campo de desplazados situado en la localidad de Azaz, a pocos kilómetros de la frontera con Turquía.
Dos niños pequeños tratan de entrar en calor mientras un veterano soldado enciende varias ramas de olivo y las introduce en una improvisada estufa que ha fabricado con una vieja lata de aceite y unos cuantos agujeros. “Y aún no estamos en invierno”, se lamenta el soldado. “Este año será mucho peor que el anterior. No tenemos gasoil para las estufas; por suerte de momento tenemos árboles para usar su madera. Pero si esta se moja no prende… Sí, serán unos meses terribles”, sentencia el hombre al que solo se le ve los ojos por una diminuta rendija.
Más de medio millar de tiendas tiñen el paisaje de un blanco impoluto que contrasta con la suciedad del campo de refugiados. La lluvia ha convertido en lodazales los caminos y los charcos se han convertido en el nuevo asfalto. Los niños caminan en sandalias, a pesar del intenso viento que azota sin piedad este páramo a menos de cinco kilómetros de la frontera con Turquía. “¿Cruzar la frontera? ¿Por qué debería hacerlo?”, se pregunta indignado Hassan Hayali. Este hombre de mediana edad, antiguo oficial de policía en Alepo, vive con su cuñado, su hermana, sus sobrinos y sus propios hijos en varias tiendas de campaña. “En total 35 personas repartidas en tres tiendas de campañas. Incluso los animales en el zoo viven mejor que nosotros”, afirma.
La familia Hayali huyó de Alepo hace algo más de cuatro meses, coincidiendo con la sublevación de la segunda ciudad del país.”No tengo intención de huir a Turquía, yo soy sirio y Siria es mi país. Si alguien se tiene que marchar ese es Bachar, no yo”, afirma tajante. La mirada de Hassan refleja la tristeza por la situación en la que se ha visto obligado a vivir, unido a la reciente pérdida de su esposa. “Falleció hace cinco días. Llevaba más de 10 años enferma de diabetes y no ha podido superar su enfermedad. Creo que al final dejó de tener ganas de vivir; no la culpo porque para vivir así es mejor morirse. Espero que Alá la haya acogido en su seno. Era una mujer extraordinaria”, comenta sin poder evitar emocionarse.
El silencio y las sombras comienzan a inundar la tienda en la que vive la familia Hayali. El pequeño Nasser -“se llama como su abuelo”, comenta orgulloso el padre- trata de apagar la luz de la única vela que alumbra la estancia y recorta las caras de los presentes. “Hoy no hemos tenido luz. Bueno, en realidad nunca tenemos de nada. No hay agua corriente, no hay electricidad, no hay calefacción, no tenemos estufas para calentarnos; en esta habitación dormimos siete adultos y solo hay colchones para tres. Tenemos que dormir unos contra otros para poder entrar en calor”, comenta Nasser Hayali, cuñado de Hassan. En estas condiciones viven más de 6.000 desplazados internos en este campo.
Las tiendas se reproducen como setas. Los primeros en llegar hasta este campo de Azaz tuvieron el privilegio de colocar sus tiendas en cuatro antiguos hangares que eran utilizados por los camioneros para pasar la noche antes de cruzar a Turquía; hoy, esos mismos muros les resguardan de la lluvia. Un consuelo si se tiene en cuenta que los que viven a la intemperie tienen que aguantar el duro invierno. “Muchos han colocado dentro de las tiendas estufas caseras (fabricadas con latas viejas) para poder calentarse, el problema es que las tiendas se llenan de humo y muchos están empezando a tener problemas en los pulmones”, comenta Hassan Hayali. “Pero supongo que morirse de frío es peor que por el humo”.
“Si tuviésemos los pozos de petróleo de Irak o Libia, hace tiempo que Bachar estaría muerto. Ahora bien, sin beneficio económico no merece la pena involucrarse en un conflicto”, comenta Mohammad Hayali, antiguo estudiante de informática de la universidad de Alepo.
Abdel aguanta estoicamente el frío y la lluvia mientras hace cola para recibir la cena de hoy. “Nos dan de comer dos veces al día. Tenemos que entregar un papel con el nombre de la familia y el número de miembros y entonces nos dan sopa, pan y cebollas”, comenta. Como él, cientos de personas aguardan su turno para que los empleados de una ONG turca, la única que está presente en este campo de desplazados, les viertan un poco de sopa de garbanzos y limón en el interior de todo tipo de recipientes. “La comida no siempre es buena pero es lo que hay; no tenemos dinero para comprar frutas o verduras, pero aún estamos con vida así que somos afortunados”.
“Bachar es padre de familia, como nosotros, ¿por qué asesina a nuestros hijos?”, se pregunta Abdel Assis acariciando la cabeza del pequeño Mustapha que lanza con muy malas pulgas el gorro que cubría su enmarañado pelo. “¿En qué clase de guerra se asesina a los niños?”, vuelve a preguntarse. Este joven sirio vive en el campo de refugiados con su mujer y con sus dos hijos pequeños. Huyeron de Alepo hace más de un mes y se han visto obligados a vender lo poco que tenían para poder sobrevivir. “Aquí no hay trabajo. Hemos gastado lo poco que teníamos ahorrado y para poder comer hemos tenido que vender nuestros anillos de boda y los pendientes de oro de la niña. Se los regaló mi madre poco antes de morir. Y los cambiamos por arroz y leche para los niños”, se lamenta.
Este campo de desplazados internos es sólo la punta del iceberg. El drama se extiende a los países fronterizos con Siria. El número de refugiados, según ACNUR, rondaría los 500.000. Los combates en las ciudades de Alepo y Damasco han hecho que el número de sirios que se dirigen hacia las fronteras de los países vecinos se dispare desde junio, donde habían censados algo más de 100.000. Jordania (137.998 refugiados), Irak (60.307), Líbano (133.349) y Turquía (123.747 ) esperan la llegada de miles de refugiados más que tratarán de escapar del frío invierno que comienza a cernirse sobre Siria.
A esta tragedia hay que añadir el ataque al campo de refugiados palestinos de Yarmuk, en el sur de Damasco. Los enfrentamientos entre los detractores y leales a Bachar el Asad han dejado al menos 25 muertos y violentos combates en el interior del campo de desplazados. Varios carros blindados y tropas de infantería del Ejército sirio han cercado el campo. Mientras los combates prosiguen, cientos de palestinos han comentado a abandonar el país por miedo a que la violencia continúe aumentando. Según el ministro de Asuntos Sociales de Líbano, Wael Abu Faour, unos 22 autobuses con refugiados palestinos procedentes de Siria llegaron el mismo domingo a Líbano tras los bombardeos en Yarmuk. En Siria hay censados más de 500.000 refugiados palestinos.
Antonio Pampliega
Azaz (Siria), El País
El viento, unido al intenso aguacero, cala los huesos y se cuela por la más minúscula rendija del interior de la tienda de campaña. “La vida ahora es peor que antes de la guerra. ¿Este es el precio de la libertad? Si para que Bachar se vaya de Siria tenemos que vivir en estas condiciones, prefiero vivir bajo el régimen de un tirano y tener miedo toda mi vida a ver cómo mi hijo se muere de frío y de hambre. Prefiero vivir toda mi vida con un dictador que morir de hambre”, se lamenta Abderramán Ali. Este joven sirio malvive en el campo de desplazados situado en la localidad de Azaz, a pocos kilómetros de la frontera con Turquía.
Dos niños pequeños tratan de entrar en calor mientras un veterano soldado enciende varias ramas de olivo y las introduce en una improvisada estufa que ha fabricado con una vieja lata de aceite y unos cuantos agujeros. “Y aún no estamos en invierno”, se lamenta el soldado. “Este año será mucho peor que el anterior. No tenemos gasoil para las estufas; por suerte de momento tenemos árboles para usar su madera. Pero si esta se moja no prende… Sí, serán unos meses terribles”, sentencia el hombre al que solo se le ve los ojos por una diminuta rendija.
Más de medio millar de tiendas tiñen el paisaje de un blanco impoluto que contrasta con la suciedad del campo de refugiados. La lluvia ha convertido en lodazales los caminos y los charcos se han convertido en el nuevo asfalto. Los niños caminan en sandalias, a pesar del intenso viento que azota sin piedad este páramo a menos de cinco kilómetros de la frontera con Turquía. “¿Cruzar la frontera? ¿Por qué debería hacerlo?”, se pregunta indignado Hassan Hayali. Este hombre de mediana edad, antiguo oficial de policía en Alepo, vive con su cuñado, su hermana, sus sobrinos y sus propios hijos en varias tiendas de campaña. “En total 35 personas repartidas en tres tiendas de campañas. Incluso los animales en el zoo viven mejor que nosotros”, afirma.
La familia Hayali huyó de Alepo hace algo más de cuatro meses, coincidiendo con la sublevación de la segunda ciudad del país.”No tengo intención de huir a Turquía, yo soy sirio y Siria es mi país. Si alguien se tiene que marchar ese es Bachar, no yo”, afirma tajante. La mirada de Hassan refleja la tristeza por la situación en la que se ha visto obligado a vivir, unido a la reciente pérdida de su esposa. “Falleció hace cinco días. Llevaba más de 10 años enferma de diabetes y no ha podido superar su enfermedad. Creo que al final dejó de tener ganas de vivir; no la culpo porque para vivir así es mejor morirse. Espero que Alá la haya acogido en su seno. Era una mujer extraordinaria”, comenta sin poder evitar emocionarse.
El silencio y las sombras comienzan a inundar la tienda en la que vive la familia Hayali. El pequeño Nasser -“se llama como su abuelo”, comenta orgulloso el padre- trata de apagar la luz de la única vela que alumbra la estancia y recorta las caras de los presentes. “Hoy no hemos tenido luz. Bueno, en realidad nunca tenemos de nada. No hay agua corriente, no hay electricidad, no hay calefacción, no tenemos estufas para calentarnos; en esta habitación dormimos siete adultos y solo hay colchones para tres. Tenemos que dormir unos contra otros para poder entrar en calor”, comenta Nasser Hayali, cuñado de Hassan. En estas condiciones viven más de 6.000 desplazados internos en este campo.
Las tiendas se reproducen como setas. Los primeros en llegar hasta este campo de Azaz tuvieron el privilegio de colocar sus tiendas en cuatro antiguos hangares que eran utilizados por los camioneros para pasar la noche antes de cruzar a Turquía; hoy, esos mismos muros les resguardan de la lluvia. Un consuelo si se tiene en cuenta que los que viven a la intemperie tienen que aguantar el duro invierno. “Muchos han colocado dentro de las tiendas estufas caseras (fabricadas con latas viejas) para poder calentarse, el problema es que las tiendas se llenan de humo y muchos están empezando a tener problemas en los pulmones”, comenta Hassan Hayali. “Pero supongo que morirse de frío es peor que por el humo”.
“Si tuviésemos los pozos de petróleo de Irak o Libia, hace tiempo que Bachar estaría muerto. Ahora bien, sin beneficio económico no merece la pena involucrarse en un conflicto”, comenta Mohammad Hayali, antiguo estudiante de informática de la universidad de Alepo.
Abdel aguanta estoicamente el frío y la lluvia mientras hace cola para recibir la cena de hoy. “Nos dan de comer dos veces al día. Tenemos que entregar un papel con el nombre de la familia y el número de miembros y entonces nos dan sopa, pan y cebollas”, comenta. Como él, cientos de personas aguardan su turno para que los empleados de una ONG turca, la única que está presente en este campo de desplazados, les viertan un poco de sopa de garbanzos y limón en el interior de todo tipo de recipientes. “La comida no siempre es buena pero es lo que hay; no tenemos dinero para comprar frutas o verduras, pero aún estamos con vida así que somos afortunados”.
“Bachar es padre de familia, como nosotros, ¿por qué asesina a nuestros hijos?”, se pregunta Abdel Assis acariciando la cabeza del pequeño Mustapha que lanza con muy malas pulgas el gorro que cubría su enmarañado pelo. “¿En qué clase de guerra se asesina a los niños?”, vuelve a preguntarse. Este joven sirio vive en el campo de refugiados con su mujer y con sus dos hijos pequeños. Huyeron de Alepo hace más de un mes y se han visto obligados a vender lo poco que tenían para poder sobrevivir. “Aquí no hay trabajo. Hemos gastado lo poco que teníamos ahorrado y para poder comer hemos tenido que vender nuestros anillos de boda y los pendientes de oro de la niña. Se los regaló mi madre poco antes de morir. Y los cambiamos por arroz y leche para los niños”, se lamenta.
Este campo de desplazados internos es sólo la punta del iceberg. El drama se extiende a los países fronterizos con Siria. El número de refugiados, según ACNUR, rondaría los 500.000. Los combates en las ciudades de Alepo y Damasco han hecho que el número de sirios que se dirigen hacia las fronteras de los países vecinos se dispare desde junio, donde habían censados algo más de 100.000. Jordania (137.998 refugiados), Irak (60.307), Líbano (133.349) y Turquía (123.747 ) esperan la llegada de miles de refugiados más que tratarán de escapar del frío invierno que comienza a cernirse sobre Siria.
A esta tragedia hay que añadir el ataque al campo de refugiados palestinos de Yarmuk, en el sur de Damasco. Los enfrentamientos entre los detractores y leales a Bachar el Asad han dejado al menos 25 muertos y violentos combates en el interior del campo de desplazados. Varios carros blindados y tropas de infantería del Ejército sirio han cercado el campo. Mientras los combates prosiguen, cientos de palestinos han comentado a abandonar el país por miedo a que la violencia continúe aumentando. Según el ministro de Asuntos Sociales de Líbano, Wael Abu Faour, unos 22 autobuses con refugiados palestinos procedentes de Siria llegaron el mismo domingo a Líbano tras los bombardeos en Yarmuk. En Siria hay censados más de 500.000 refugiados palestinos.