La guerra devora el viejo Alepo

Los enfrentamientos han dañado edificios históricos del centro de la ciudad, una de las más antiguas del mundo
Los francotiradores pueblan ahora la muralla

Antonio Pampliega
Alepo, El País
Las bóvedas que conducen al zoco engullen la luz y vomitan oscuridad, el polvo del pavimento absorbe las pisadas dibujando perfectas huellas sobre el adoquinado de la calle. El eco del lugar sobrecoge. “Los soldados del Ejército saquearon todos los comercios. Ya no queda nada abierto. Todas las tiendas llevan cerradas hace meses y la mayoría se quemaron en el incendio de octubre”, comenta el joven Mohamed, un soldado del Ejército Libre Sirio (ELS) en el interior de este centenario zoco.


Las puertas de madera que dan acceso a la plaza Khan Al-Jumrut están desvencijadas de sus gozones y apoyadas contra la pared. Un obús ha cincelado un perfecto tragaluz en una de las bóvedas. La luz entra a borbotones iluminando escombros, polvo y destrucción. “Los soldados del régimen prendieron fuego a todos los comercios. En pocas horas las llamas devoraban cientos de años de historia. Yo soy de Alepo y me crié en este barrio; posiblemente fue uno de los días más tristes de mi vida”, dice Mohamed.

En Bab-Qnsrin se encuentra cerrada a cal y canto desde hace meses la antigua fábrica de jabones Al-Jebeili. “Donde se producen los famosos jabones de Alepo”, reza un cartel en inglés tratando de atraer la atención de unos turistas que tardarán en volver a transitar el casco histórico de la ciudad. Justo enfrente se alza el majestuoso Bimaristan Argun (erigido en 1354 por Argun Al Kamili). Este antiguo sanatorio mental, con su sempiterna fuente, se ha convertido en cuartel general de los rebeldes. Las habitaciones, alrededor de un patio, están llenas de suciedad y polvo.

En Awjet Alsejn convergen tres calles; una hacia la impenetrable e imponente ciudadela desde donde se domina toda la ciudad vieja, otra hacia la Mezquita Omeya y la última al interior de la ciudad. La artillería ha castigado con excesiva dureza este punto neurálgico. “El objetivo del Ejército es destruir todo lo que pueda, les da igual que tenga cientos de años de historia. Les da igual que sea Patrimonio de la Humanidad… El caso es devastar y castigar sin piedad”, comenta Omar, un activista del barrio de Tareq Al-Bab de Alepo, una de las 10 ciudades habitadas más antiguas del mundo, según la ONU. 1840, reza un letrero. “Es una mezquita del periodo otomano; más concretamente Ismailia”, afirma Omar.

El mihrab (lugar desde donde reza el imán) está cubierto de cascotes. Un obús destrozó la cúpula hundiéndola; además, varios obuses más han impactado en otros lugares de esta mezquita que ha quedado prácticamente destrozada. En la terraza del mítico restaurante Borea, uno de los más famosos de la ciudad vieja, la panorámica hacia la ciudadela es inmejorable. “Toda la muralla está llena de francotiradores que disparan contra todo lo que se mueve. Nosotros utilizábamos este lugar para hostigar a los soldados hasta que lo bombardearon con un helicóptero”, afirma el sargento Abu Abu. El tejado del restaurante se ha venido abajo pero por varios resquicios aún se puede ver la majestuosidad del castillo y sus torreones. “Para nosotros, desde esta posición, es prácticamente imposible que tomemos la fortaleza… Nos destrozarían; ahora mismo con las armas que poseemos sería una locura”, afirma.

Frente a este restaurante se encuentra la antigua oficina de pasaportes de la ciudad de Alepo, ahora no es más que un montón de piedras y cristales desparramados por toda la avenida; el antiguo Ayuntamiento tampoco ha corrido mejor suerte. “En la ciudad vieja puedes ver edificios de varios periodos históricos, desde medievales —como la fortaleza—, Omeyas, del imperio otomano… Ahora son solo recuerdos del pasado. Bachar el Asad ha acabado con el legado histórico de Alepo”, sentencia Omar. “Muchos de los tejados eran de madera, por lo que los francotiradores usan balas explosivas para quemarlos”.

Los civiles que se atreven a adentrarse en el interior de la ciudad vieja deben caminar pegados a la pared de la izquierda para evitar ser alcanzados por los francotiradores que hay apostados en los torreones y alféizares de la ciudadela. “Hace tiempo que perdimos la cuenta de todos los civiles que han muerto por la bala de un francotirador; por eso decidimos poner telares de un lado a otro de la calle para que sirvan de protección, pero aún siguen disparando”, comenta Mohamed Said, un comandante de los rebeldes.

En la actualidad, más de la mitad de los vecinos que habitaban este centenario casco histórico huyeron; pero el frío y las malas condiciones de vida han comenzado a llenar, nuevamente, de vida las calles de la ciudad vieja. “Aquí las condiciones de vida son similares a las del resto de Alepo, con cortes de luz y de agua, pero la gente prefiere quedarse en sus casas y rezar para que no les ocurra nada. La ciudad vieja es uno de los epicentros de la guerra en Alepo”, confirma el comandante.

Desde el interior de una cripta, la visión de los edificios colindantes con la ciudadela es apocalíptica. “La artillería y la aviación se ha cebado con esta parte de la ciudad vieja, la mayoría de los edificios están totalmente destrozados. Siglos de historia desparramada por el suelo. Jamás volveremos a ver esta ciudad como la conocimos. Si no somos capaces de preservar nuestro legado histórico qué sentido tiene que sigamos luchando unos contra otros. Tenemos lo que nos merecemos”, lamenta Omar.

Varias bóvedas hundidas impiden el paso y obligan a caminar hacia la calle Bab-Nasr. Desde aquí se atraviesa un zoco abovedado cuyo techo ha sido cincelado por la metralla. La luz entra por los agujeros mostrando un panorama de devastación y desolación a partes iguales. “Solo hay varios comercios abiertos en este barrio, el resto han cerrado porque las bombas continúan cayendo”, apunta Mustafá Haffez, vecino y antiguo propietario de una tienda en este bazar.

En Kastal Al-Harame la situación es incluso peor que en el resto de la ciudad vieja. “Aquí nos han bombardeado con aviones, helicópteros, artillería y tanques… Lo han destruido todo”, afirma un vecino de la zona que ha perdido su casa. “La cúpula de la mezquita de Kastal Al-Harame está hundida. Los tanques la destruyeron hace meses. Tenía más de 400 años y ha quedado prácticamente devastada”, comenta.

No muy lejos se encuentra la iglesia de Tarab Al-Ghorabaa, de 1630. Este antiguo lugar de culto cristiano fue reconvertido en museo de historia y ciencias naturales desde hace décadas; y ese era el uso que tenía hasta que comenzó la guerra. La artillería ha abierto un boquete en la pared del tamaño de una puerta. El interior del templo, cientos de cristales rotos y cascotes de la pared tapizan el suelo; varios mapamundis han caído de las paredes, así como varios objetos del museo ahora yacen esparcidos por el suelo. En el altar mayor aún se conservan los frescos originales de la época. Dos ángeles, uno a cada lado y una virgen cuyos ojos han sido arañados con un cuchillo. “Hoy ya no se respeta nada. Ni los lugares de culto de los cristianos ni de los musulmanes. La guerra nos ha vuelto a todos locos”, finaliza Omar avergonzado.

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