El orgasmo masculino, ¿placer o descarga?
Clarín
“Si hablar del orgasmo es hablar de algo enigmático, en los hombres esto parece zanjarse un poco porque se confunde el orgasmo con la eyaculación”, analiza el licenciado Gabriel Rolón en su último best seller. Inseguridades, dudas y exigencias que cierran el encuentro sexual.
Podemos entender que el placer estaría en la descarga de la tensión acumulada y que el fin de la relación sexual es entonces el orgasmo. Pero si esto es así, ¿por qué, entonces, muchos lo alejan y lo posponen en el tiempo lo más que pueden? ¿Por qué si el placer está en la disminución de la tensión se disfruta tanto de una tensión extrema que psíquicamente debería ser vivida como displacentera?
Podríamos decir que esto se da, tal vez, porque en la sexualidad se juega un más allá del Principio del Placer, lo cual explicaría por qué el orgasmo tiene algo de doloroso. Basta con ver el descontrol, el pulso que se acelera, los gemidos, los gestos del rostro, para entender que algo de esto hay. De hecho, los niños en sus fantasías imaginan que el acto sexual es algo agresivo. Y no debe de extrañarnos, sobre todo si pensamos en las manifestaciones físicas y verbales que lo acompañan.
Ahora bien, si hablar del orgasmo es hablar también de algo enigmático, en los hombres esto parece zanjarse un poco porque se confunde el orgasmo con la eyaculación. ¿Pero esto es así? Me pregunto cuántas veces alguien eyacula y sin embargo el placer obtenido no ha sido demasiado grande, sino que se trató solamente de una descarga seminal provocada por ciertos estímulos corporales, pero sin la aparición de la sensación fuerte, casi descontrolada que produce el orgasmo, mientras que otras veces esas sensaciones sí aparecen aun en ausencia de eyaculación.
Esto no siempre se entiende, por eso hay veces que luego de una relación maravillosa, pero en la que el hombre no eyaculó, la pareja suele preguntarle: “¿Y, vos, no vas a terminar hoy?” Y aunque él le jure que está en el cielo y que pasó un momento increíble, puede que ella no se conforme con esto e insista: “Sí, claro. Pero ¿no vas a terminar… No te gustó?” En esos casos, lo que se exige es una prueba, casi diría una garantía de que el hombre lo ha pasado bien.
Del mismo modo, también algunos hombres, por supuesto hablo de aquellos cuya elección es la heterosexualidad, necesitan constatar que su pareja ha disfrutado del encuentro sexual pero, como ni siquiera tienen esa prueba engañosa de la eyaculación, es que suelen ser más inseguros y les cuesta eludir la pregunta: “¿Y, llegaste? Pero no me mientas, decime la verdad”.
Y muchas veces, aunque se le diga la verdad, ésta no alcanza para convencerlo. Por eso, esta idea estereotipada que circula sobre el fingimiento del orgasmo femenino tiene en realidad dos posibles motivos: el primero de ellos es tranquilizar al otro demandante que quiere escuchar que ha estado a la altura de las circunstancias. Como si con los gritos exagerados se le estuviera diciendo: “¿Así está bien? ¿Estás tranquilo? Vos decime cuántas veces lo necesitás y yo te lo doy”.
El otro motivo posible, el de la mentira, suele ser que muchas mujeres se avergüenzan de no llegar al orgasmo. Como si hubiera algo que está mal en eso, como si fueran menos mujeres. Entonces el fingimiento viene a cubrir lo que ellas viven como una falencia personal. Pero, tanto en ambos casos, la problemática que se pone en juego es la de la inseguridad, ya sea de uno o del otro.
La respuesta ante la demanda de la comprobación del orgasmo del partenaire sexual aparece entonces como un modo de encontrar tranquilidad ante la ausencia de un saber posible sobre la sexualidad. Y esto se liga a la falta del instinto en el hombre.
¿Ustedes imaginan a un perro preocupado por saber cómo la pasó la perra? Seguramente, no; porque allí sí, hay un saber sobre el cómo, el cuándo y el porqué del encuentro sexual. En cambio, como en la naturaleza de la sexualidad humana no hay un saber natural, el partenaire intenta averiguar hasta dónde ha llegado a satisfacer al otro, cómo ha estado, qué clase de amante es; en otras palabras, cuál es, sexualmente hablando, su lugar de importancia para el otro.
Extractos de “Encuentros. El lado B del amor” (editorial Planeta), el último libro de Gabriel Rolón, licenciado en psicología y autor de best sellers.
“Si hablar del orgasmo es hablar de algo enigmático, en los hombres esto parece zanjarse un poco porque se confunde el orgasmo con la eyaculación”, analiza el licenciado Gabriel Rolón en su último best seller. Inseguridades, dudas y exigencias que cierran el encuentro sexual.
Podemos entender que el placer estaría en la descarga de la tensión acumulada y que el fin de la relación sexual es entonces el orgasmo. Pero si esto es así, ¿por qué, entonces, muchos lo alejan y lo posponen en el tiempo lo más que pueden? ¿Por qué si el placer está en la disminución de la tensión se disfruta tanto de una tensión extrema que psíquicamente debería ser vivida como displacentera?
Podríamos decir que esto se da, tal vez, porque en la sexualidad se juega un más allá del Principio del Placer, lo cual explicaría por qué el orgasmo tiene algo de doloroso. Basta con ver el descontrol, el pulso que se acelera, los gemidos, los gestos del rostro, para entender que algo de esto hay. De hecho, los niños en sus fantasías imaginan que el acto sexual es algo agresivo. Y no debe de extrañarnos, sobre todo si pensamos en las manifestaciones físicas y verbales que lo acompañan.
Ahora bien, si hablar del orgasmo es hablar también de algo enigmático, en los hombres esto parece zanjarse un poco porque se confunde el orgasmo con la eyaculación. ¿Pero esto es así? Me pregunto cuántas veces alguien eyacula y sin embargo el placer obtenido no ha sido demasiado grande, sino que se trató solamente de una descarga seminal provocada por ciertos estímulos corporales, pero sin la aparición de la sensación fuerte, casi descontrolada que produce el orgasmo, mientras que otras veces esas sensaciones sí aparecen aun en ausencia de eyaculación.
Esto no siempre se entiende, por eso hay veces que luego de una relación maravillosa, pero en la que el hombre no eyaculó, la pareja suele preguntarle: “¿Y, vos, no vas a terminar hoy?” Y aunque él le jure que está en el cielo y que pasó un momento increíble, puede que ella no se conforme con esto e insista: “Sí, claro. Pero ¿no vas a terminar… No te gustó?” En esos casos, lo que se exige es una prueba, casi diría una garantía de que el hombre lo ha pasado bien.
Del mismo modo, también algunos hombres, por supuesto hablo de aquellos cuya elección es la heterosexualidad, necesitan constatar que su pareja ha disfrutado del encuentro sexual pero, como ni siquiera tienen esa prueba engañosa de la eyaculación, es que suelen ser más inseguros y les cuesta eludir la pregunta: “¿Y, llegaste? Pero no me mientas, decime la verdad”.
Y muchas veces, aunque se le diga la verdad, ésta no alcanza para convencerlo. Por eso, esta idea estereotipada que circula sobre el fingimiento del orgasmo femenino tiene en realidad dos posibles motivos: el primero de ellos es tranquilizar al otro demandante que quiere escuchar que ha estado a la altura de las circunstancias. Como si con los gritos exagerados se le estuviera diciendo: “¿Así está bien? ¿Estás tranquilo? Vos decime cuántas veces lo necesitás y yo te lo doy”.
El otro motivo posible, el de la mentira, suele ser que muchas mujeres se avergüenzan de no llegar al orgasmo. Como si hubiera algo que está mal en eso, como si fueran menos mujeres. Entonces el fingimiento viene a cubrir lo que ellas viven como una falencia personal. Pero, tanto en ambos casos, la problemática que se pone en juego es la de la inseguridad, ya sea de uno o del otro.
La respuesta ante la demanda de la comprobación del orgasmo del partenaire sexual aparece entonces como un modo de encontrar tranquilidad ante la ausencia de un saber posible sobre la sexualidad. Y esto se liga a la falta del instinto en el hombre.
¿Ustedes imaginan a un perro preocupado por saber cómo la pasó la perra? Seguramente, no; porque allí sí, hay un saber sobre el cómo, el cuándo y el porqué del encuentro sexual. En cambio, como en la naturaleza de la sexualidad humana no hay un saber natural, el partenaire intenta averiguar hasta dónde ha llegado a satisfacer al otro, cómo ha estado, qué clase de amante es; en otras palabras, cuál es, sexualmente hablando, su lugar de importancia para el otro.
Extractos de “Encuentros. El lado B del amor” (editorial Planeta), el último libro de Gabriel Rolón, licenciado en psicología y autor de best sellers.