El gigante de Manhattan

La construcción del rascacielos más alto de Nueva York entra en su recta final.
La Torre Uno, que se erige en el lugar de las Torres Gemelas, ya tiene alquilados el 55%
de sus 90 pisos

Sandro Pozzi, El País
Les llaman los conectores. Son el cuerpo de élite entre los iron workers. Unen las vigas que tejen la estructura de los rascacielos. El examen físico al que se someten para formar parte de este grupo es más exigente que para entrar en el cuerpo de bomberos de Nueva York. Porque ahí arriba puede pasar cualquier cosa. Por eso, los cinco que trabajan en la cima de la Torre Uno están pendientes siempre el uno del otro, como si estuvieran en el frente.


Son como hermanos. No puede ser de otra manera. Cuanto más altura, peores son las condiciones de trabajo y más arriesgan sus vidas. Si el tiempo acompaña, en siete días pueden acabar la estructura de una planta. Tommy Hickey es uno de estos superhombres. Lo lleva en los genes. Su abuelo trabajó en la construcción del Empire State y su padre en la Torre Sur del World Trade Center, la segunda en ser atacada por Al Qaeda y la primera en derrumbarse.

Su trabajo está prácticamente hecho. Como dice Steve Plate, el director de la construcción de este coloso, solo queda poner “la vela a la tarta”. Junto a una treintena de operarios e ingenieros están empezando a ensamblar las 18 piezas de la antena que convertirá el edificio en la estructura más alta en el hemisferio occidental. Dice que fue un orgullo poner en pie la torre central del complejo, un lugar que hace 11 años estaba amortajado por el dolor.

El nuevo rascacielos que define el perfil de Manhattan se erige como baluarte de la libertad, el coraje y la unidad, y como una victoria frente al terror. “Todos queremos dejar un mundo mejor del que nos encontramos”, señala Plate en una entrevista, mientras observa con orgullo las piezas que compondrán la aguja de Nueva York. Es el último elemento estructural que dará a la Torre Uno la altura de 1.776 pies (541 metros), el año de la Independencia.

Como explica el ingeniero, el diseño de la antena fue muy sofisticado, porque además de fabricarse para desempeñar la función que tendrá en el edificio había que tener en cuenta el transporte y cómo se llevará a la cima. Nueve piezas fueron por barco y nueve por camión hasta el destino. El coste de este elemento se estima en 20 millones de dólares, lo que da una dimensión del valor del proyecto. La instalación del mástil se espera que esté completada para esta primavera.

Nueva York está cada vez más cerca de recuperar lo que los terroristas destruyeron el 11 de septiembre de 2011. Las Torres Gemelas en el World Trade Center eran el símbolo de la capital financiera en el bajo Manhattan. Los alrededores del complejo de oficinas en la zona baja de la isla quedaron casi destruidos. Y no fueron pocos los que se preguntaron tras los ataques terroristas si volvería a recuperarse.

El perfil del bajo Manhattan sigue mutando. Ya no se habla de zona cero al referirse al vacío que quedó tras el 11-S. Junto a la Torre Uno se alza también la Torre Cuatro, que ya hizo cima. Llegar a este punto fue un proceso lleno de retos técnicos, grandes y pequeños, dominado por las emociones y con multitud de desacuerdos sobre su financiación, diseño y seguridad. La construcción de One World Trade Center comenzó en 2006. El armazón de acero empezó a emerger del suelo un año después. Se espera que empiece a recibir a los primeros ocupantes a comienzos de 2014 a más tardar.

Los primeros 90 pisos están reservados a oficinas. Los 10 siguientes se destinarán a sistemas de aire acondicionado, calefacción y equipamiento eléctrico. A sus pies, mirando desde lo alto, como si fuera una huella imborrable de las Torres Gemelas, se ven las dos piscinas que conmemoran a las víctimas. Allí se pueden leer los casi 3.000 nombres de los fallecidos en los ataques de 2001 y los seis del primer atentado de 1993. Se espera también que antes de 2014 abra sus puertas el Museo Memorial.

Enfrente, hacia el Sur, se levanta la Torre Cuatro, más baja. Y mirando hacia el Este, abajo, siguen a su ritmo los trabajos que darán vida a la estación con forma de peineta diseñada por el arquitecto español Santiago Calatrava. El presupuesto para esta última obra se acerca ya a los 3.700 millones de dólares (unos 2.800 millones de euros) , con lo que roza los 3.900 millones (2.950 millones de euros) que se calcula en este momento costará completar la Torre Uno. Cifras que no paran de crecer.

Echando las cuentas, el coste se multiplicó casi por cuatro en ambos casos en los últimos 10 años. El precio final del complejo se desconoce. Pero, para empezar a hacer cuadrar las cuentas, la Port Authority, la propietaria del WTC, necesita inquilinos que paguen el alquiler. Entre ellos se encuentra el grupo editorial Conde Nast y la firma inmobiliaria china Vantone Holdings. Las agencias públicas también tienen intención de ocupar algunos espacios.

En el caso de la Torre Uno, está alquilada el 55%. La crisis financiera y la contracción del mercado inmobiliario explica en parte por qué cuesta encontrar ocupantes para el rascacielos. También los plazos de la obra. Pero el edificio tiene además un problema de localización, porque cada vez más negocios miran hacia el Midtown para establecerse y el bajo Manhattan está pasando a ser más un lugar residencial.

De hecho, uno de los efectos más evidentes del 11-S fue que convirtió el bajo Manhattan en una zona de segunda categoría. Los efectos de la reciente crecida que acompañó al huracán Sandy, que dejó esa zona de la ciudad durante días sin luz y transporte, no hizo más que agravar este problema. Y a comienzos de mes empezaron en Hudson Yards las obras del mayor proyecto inmobiliario privado desde la construcción del Rockefeller Center.

La historia de los grandes edificios que dibuja Nueva York cuenta que llevó años tenerlos ocupados al 100%. Pasó con el Empire State Building y pasó con las Torres Gemelas. Lo que se espera es que cuando el complejo empiece a cobrar vida tras la instalación del mástil, se cree un efecto psicológico de confianza hacia el rascacielos. La finalización de la estación de tránsito será otro aliciente adicional para estar ahí.

Seth Pinsky, presidente de New York Economic Development Corporation, recuerda que la reconstrucción del WTC es uno de los proyectos de ingeniería más complejos en la historia de Nueva York, “por la cantidad de usos diferentes —oficinas, comercio, transporte, museo— que convergen en el mismo lugar”. Antes, recuerda, era solo una zona para los negocios, que queda vacío por las tardes y los fines de semana. “Ahora es más variado”.

Quizá el Lower Manhattan, que incluye el Distrito Financiero, no llegue a ser aquel centro de negocios que fue antes de los atentados. Pero lo que es cierto 12 años después del ataque terrorista es que es la zona que más está creciendo en términos de población en la isla. Y aquel silencio que creó el vacío de las Torres Gemelas lo llena la ferviente actividad comercial, como contaba el último aniversario Brian Goldstein, responsable de pymes en el Ayuntamiento.

Hay nuevos parques en Wall Street, en la orilla del Hudson y Battery Park. Y entre los nuevos vecinos se encuentran hoteles de lujo. Renacer, recuerda Steve Plate, que es fruto de un “esfuerzo colectivo”. Y mirando al mástil que viajaba por el río Hudson en la barcaza que lo llevó a los pies de la Torre Uno, dice “sentirse muy bien cuando uno piensa en todo lo que hay detrás de esta pieza de ingeniería”. Ahora solo queda encender la vela.


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