Cómo boicotear una cita sin sufrir remordimientos

Anne Cé
Sí, por supuesto que cometemos errores en la primera cita, o en la segunda, y ciertamente podemos enumerarlos en un mea culpa infinito. De eso iba este artículo del suplemento SModa, unas semanas atrás: que si hablamos de nuestro ex o comentamos, al pasar, lo rutinaria que es nuestra vida, si explicamos con lujo de detalles nuestras fobias y asumimos nuestras complicadísimas neurosis (mucho antes de tiempo)…
Pero, ¿y si no se tratara de un error sino de una estrategia de boicot? Si les dijera que, a veces, este meter la pata o esa confesión fuera de lugar constituyen nuestra manera de salirnos limpiamente de una historia que no nos apetece. Hablamos ni más ni menos que de zafarnos de las expectativas erótico-amorosas del amable señor que nos desea (o corteja), de la manera más rápida y efectiva, sin cargos de conciencia. Y la mayoría de las veces, sin mentir.

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Nude-art, vía my.opera.com


Así es, cuando no nos gusta alguien, y lo advertimos ya embarcadas en una cita, y el tipo es un buen tipo y no queremos hacerle doler ni un poquito, lo mejor es echar mano a lo que, seguramente, le hará dejarnos (sin reproches). Puede que simplemente lo desanimemos en su disposición al romance y quedemos "tan amigos". En cualquier caso, de lo que se trata es de concretar elegantemente la neutralización de cualquier intentona romántica, que nos preserva y sustituye el agrio rechazo y retorcimientos añadidos.

El mejor ejemplo que encuentro de propia cosecha es el recurso del relato sin ambages de un sentimiento remanente hacia un ex, algo no del todo asimilado (aquí la mueca triste e irremediable de "no puedo negarte lo que me sucede" ayuda mucho). Otra variante toma la forma de una confesión de "estar pillada/s" desde hace tiempo por alguien que no nos corresponde e intentando indagar en otros horizontes (sin conseguirlo, claro)…  Como es de esperar, el señor se sentirá excluido de nuestro corazón pero no podrá decirnos que no fuimos sinceras (casi desde el principio).

Y quien dice "fuera" del corazón de una dama, dice también "lejos de" otras regiones… porque así somos las mujeres, ¿no?

Ya imagino el aluvión de enfados entre los lectores, quizá me acusen de pérfida solo porque me atrevo a confesar pecados que no son más que procedimientos que buscan el bien del prójimo. Esto es, disuadir al partenaire sin que tenga que preguntarse "por qué no le gusto" o "qué habré hecho mal". Atribuyéndonos todas las culpas y las dudas y las imposibilidades, liberamos al galán de cavilaciones autodestructivas y arrepentimientos (e insistencias, de paso).

Si se me permite un descargo antes del juicio sumario, diré que ninguna de estas historias disuasorias de amores no superados o no correspondidos está exenta de un trasfondo real, nada es mentira, solo que uno elige contarlas en el preciso momento en que concluye "este señor no me gusta".

"Suerte" como saludo tras la primera cita constituyó en un tiempo uno de los recursos más socorridos de rápida libertad y gentil aviso de no-llames-otra-vez.  Así lo instituimos con una amiga que solía tener problemas con gente que no decodificaba sus señales de no-me-gustas. Le sugerí que usara el "suerte" con una palmadita de colega en el hombro, al despedirse, suponiendo que esto la ayudaría a eludir explicaciones que a nadie le saben amables. Creo que la "suerte" la acompañó, desde que puso en práctica el gesto.

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Nude-art vía my.opera.com

Mal que nos pese, he de reconocer que más de una que no dio la palmadita de colega a tiempo llegó demasiado lejos en sus tribulaciones, incluso hasta ese momento que cualquiera llamaría "de no-retorno", y entonces tuvo que recurrir a una cirugía mayor y desplegar un ingenio sin concesiones para lograr una desmotivación instantánea de la contraparte. Pero estos procedimientos al límite tienen efectos secundarios (sobre todo en la buena conciencia femenina).

Por supuesto, sabiendo lo que sabemos de este lado táctico de la cama, intuirán ustedes todo lo que imaginamos a partir de lo que nos llega del otro lado (y lo que nos frustramos), cuando nos cuentan maravillas de vuestras ex, narran con triste anhelo truncado el amor de la vida que quedó en el camino por culpa de la familia de ella, por ejemplo, o nos hablan de las bellísimas chicas inaccesibles de la calle o la oficina.

Y si, al fin y al cabo, todos rechazaremos y seremos rechazados en esta larga vida de amores y sucedáneos, quizá lo único que podamos hacer sea tomárnoslo con humor, flema y cortesía. Porque, además, como dijo Kurt Vonnegut, "una de las formas más impactantes de contar una batallita es negarse a contarla".

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