Brasil llora a Niemeyer, el poeta de la curva
Fallece a los 104 años en un hospital de Río de Janeiro tras burlar en varias ocasiones a la muerte
Un avión traslada el féretro de Oscar Niemeyer a Brasilia, donde será velado antes de regresar a la ciudad donde nació
Francho Barón
Río de Janeiro, El País
Brasil lanzó ayer un mensaje al mundo: el arquitecto Oscar Niemeyer, fallecido el pasado miércoles a los 104 años en el hospital Samaritano de Río de Janeiro, no fue un brasileño común, por más que él se afanara en sacudirse la trascendencia. Para sus compatriotas, Niemeyer era un hombre de Estado, un genio que puso al país en el mapa de la élite arquitectónica mundial. Y así le lloraron ayer y le llorarán hoy, con los honores reservados a los presidentes. Un avión gubernamental trasladó sus restos embalsamados a Brasilia para rendirle un último homenaje en el palacio presidencial de Planalto, una de sus obras maestras en la capital. Niemeyer es el tercer brasileño que recibe ese tratamiento tras el presidente Tancredo Neves (1985) y el vicepresidente José Alencar (2011).
El féretro, acompañado en todo momento por sus familiares, regresó anoche a Río, ciudad que lo vio nacer y morir, ese lugar preñado de bahías y cerros donde el maestro de la curva encontró la inspiración y forjó su personalísimo lenguaje, rompedor con el de su generación y el de las venideras. El último superviviente de los grandes maestros del siglo XX, selecto club integrado por nombres como Le Corbusier, Mies van der Rohe o Frank Lloyd Wright, será velado hoy en el Palacio de la Ciudad y al final del día recibirá sepultura en el cementerio São João Batista. Se han decretado siete días de luto oficial en todo el país.
El poeta de la curva peleó a brazo partido por llegar a los 105 años, que iba a cumplir el próximo 15 de diciembre rodeado por su segunda esposa, Vera Lúcia, y de una interminable saga de nietos, biznietos y tataranietos. Pero la salud de Niemeyer ya estaba seriamente tocada y comenzó a fallar en los últimos meses. El maestro brasileño pasó sus últimas horas enchufado a un respirador y sedado, mientras el hospital Samaritano avanzaba por primera vez que su estado era de máxima gravedad. Quienes siguieron de cerca sus vaivenes de salud sabían que había llegado el momento del adiós definitivo.
Nada más confirmarse la noticia, una cascada de reacciones empapó la prensa local. “Brasil ha perdido a uno de sus genios. Hoy es día de llorar su muerte. Es día de celebrar su vida”, proclamó la presidenta, Dilma Rousseff. “Niemeyer tuvo una vida muy bonita. Fue uno de los mayores artistas de su tiempo y un hombre mayor que su propio arte”, declaró el compositor y escritor Chico Buarque de Hollanda. Otra figura fundamental de la música brasileña, Caetano Veloso, añadió: “Sus curvas enseñaron algo muy nuestro al resto del mundo”. Mientras, el poeta Ferreira Gullar, con quien Niemeyer mantenía una estrecha amistad, definió mejor que nadie la quintaesencia del laureado arquitecto: “El lema de la arquitectura era que la forma está subordinada a la función. La preocupación fundamental tenía que ser la funcionalidad, y la belleza quedaba en un segundo plano. Oscar unió los dos elementos, funcionalidad y belleza, porque, decía, la belleza también cumple una función”.
Deja un apabullante legado de proyectos en diversos países: desde la universidad de la ciudad argelina de Constantina, hasta el centro Niemeyer en Avilés, la sede del Partido Comunista de Francia, el complejo de la ONU en Nueva York, en cuyo proyecto colaboró, o la matriz de la editorial Mondadori en Milán, ungida por el propio maestro como una de sus obras predilectas. El complejo arquitectónico de Brasilia, con sus ministerios milimétricamente alineados y sus palacios gubernamentales de la Alvorada, Planalto o Itamaraty, representó su consagración definitiva. Brasilia aún desata tantas pasiones como críticas en los círculos académicos. Él mismo, consciente de esta controversia, solía decir que si hubiese tenido que afrontar el mismo reto en sus últimos años lo habría hecho de un modo diferente.
Asistente y colaborador de Le Corbusier durante años, representó un punto de ruptura en el movimiento moderno imperante de la primera mitad del siglo XX. El maestro no tardó en contaminar los postulados racionalistas basados en la funcionalidad de los espacios con elementos estéticos que encontraban en la curva su máxima expresión. Hallaba inspiración en la silueta de la mujer brasileña. Y tenía una tendencia casi obsesiva a dibujarlas desnudas. “La vida es tener una mujer al lado y que sea lo que Dios quiera”, dijo en julio de 2007, a punto de cumplir los 100 años.
El otro Niemeyer, el pensador multidisciplinar, el comunista utópico, desarrolló una agitada militancia política que lo llevó a intimar con Fidel Castro y Hugo Chávez. No desaprovechaba la oportunidad de expresar su preocupación por la desigualdad y las injusticias en el planeta.
En el estudio donde germinaron sus proyectos, ubicado en la última planta del edificio Ypiranga, en la mundialmente conocida playa de Copacabana, hoy se respira ausencia, vacío. El arquitecto de origen español Jair Valera, mano derecha y fiel escudero de Niemeyer durante las últimas dos décadas, aún no sabe si seguirá funcionando. Dependerá de la voluntad de los herederos del maestro.
Un avión traslada el féretro de Oscar Niemeyer a Brasilia, donde será velado antes de regresar a la ciudad donde nació
Francho Barón
Río de Janeiro, El País
Brasil lanzó ayer un mensaje al mundo: el arquitecto Oscar Niemeyer, fallecido el pasado miércoles a los 104 años en el hospital Samaritano de Río de Janeiro, no fue un brasileño común, por más que él se afanara en sacudirse la trascendencia. Para sus compatriotas, Niemeyer era un hombre de Estado, un genio que puso al país en el mapa de la élite arquitectónica mundial. Y así le lloraron ayer y le llorarán hoy, con los honores reservados a los presidentes. Un avión gubernamental trasladó sus restos embalsamados a Brasilia para rendirle un último homenaje en el palacio presidencial de Planalto, una de sus obras maestras en la capital. Niemeyer es el tercer brasileño que recibe ese tratamiento tras el presidente Tancredo Neves (1985) y el vicepresidente José Alencar (2011).
El féretro, acompañado en todo momento por sus familiares, regresó anoche a Río, ciudad que lo vio nacer y morir, ese lugar preñado de bahías y cerros donde el maestro de la curva encontró la inspiración y forjó su personalísimo lenguaje, rompedor con el de su generación y el de las venideras. El último superviviente de los grandes maestros del siglo XX, selecto club integrado por nombres como Le Corbusier, Mies van der Rohe o Frank Lloyd Wright, será velado hoy en el Palacio de la Ciudad y al final del día recibirá sepultura en el cementerio São João Batista. Se han decretado siete días de luto oficial en todo el país.
El poeta de la curva peleó a brazo partido por llegar a los 105 años, que iba a cumplir el próximo 15 de diciembre rodeado por su segunda esposa, Vera Lúcia, y de una interminable saga de nietos, biznietos y tataranietos. Pero la salud de Niemeyer ya estaba seriamente tocada y comenzó a fallar en los últimos meses. El maestro brasileño pasó sus últimas horas enchufado a un respirador y sedado, mientras el hospital Samaritano avanzaba por primera vez que su estado era de máxima gravedad. Quienes siguieron de cerca sus vaivenes de salud sabían que había llegado el momento del adiós definitivo.
Nada más confirmarse la noticia, una cascada de reacciones empapó la prensa local. “Brasil ha perdido a uno de sus genios. Hoy es día de llorar su muerte. Es día de celebrar su vida”, proclamó la presidenta, Dilma Rousseff. “Niemeyer tuvo una vida muy bonita. Fue uno de los mayores artistas de su tiempo y un hombre mayor que su propio arte”, declaró el compositor y escritor Chico Buarque de Hollanda. Otra figura fundamental de la música brasileña, Caetano Veloso, añadió: “Sus curvas enseñaron algo muy nuestro al resto del mundo”. Mientras, el poeta Ferreira Gullar, con quien Niemeyer mantenía una estrecha amistad, definió mejor que nadie la quintaesencia del laureado arquitecto: “El lema de la arquitectura era que la forma está subordinada a la función. La preocupación fundamental tenía que ser la funcionalidad, y la belleza quedaba en un segundo plano. Oscar unió los dos elementos, funcionalidad y belleza, porque, decía, la belleza también cumple una función”.
Deja un apabullante legado de proyectos en diversos países: desde la universidad de la ciudad argelina de Constantina, hasta el centro Niemeyer en Avilés, la sede del Partido Comunista de Francia, el complejo de la ONU en Nueva York, en cuyo proyecto colaboró, o la matriz de la editorial Mondadori en Milán, ungida por el propio maestro como una de sus obras predilectas. El complejo arquitectónico de Brasilia, con sus ministerios milimétricamente alineados y sus palacios gubernamentales de la Alvorada, Planalto o Itamaraty, representó su consagración definitiva. Brasilia aún desata tantas pasiones como críticas en los círculos académicos. Él mismo, consciente de esta controversia, solía decir que si hubiese tenido que afrontar el mismo reto en sus últimos años lo habría hecho de un modo diferente.
Asistente y colaborador de Le Corbusier durante años, representó un punto de ruptura en el movimiento moderno imperante de la primera mitad del siglo XX. El maestro no tardó en contaminar los postulados racionalistas basados en la funcionalidad de los espacios con elementos estéticos que encontraban en la curva su máxima expresión. Hallaba inspiración en la silueta de la mujer brasileña. Y tenía una tendencia casi obsesiva a dibujarlas desnudas. “La vida es tener una mujer al lado y que sea lo que Dios quiera”, dijo en julio de 2007, a punto de cumplir los 100 años.
El otro Niemeyer, el pensador multidisciplinar, el comunista utópico, desarrolló una agitada militancia política que lo llevó a intimar con Fidel Castro y Hugo Chávez. No desaprovechaba la oportunidad de expresar su preocupación por la desigualdad y las injusticias en el planeta.
En el estudio donde germinaron sus proyectos, ubicado en la última planta del edificio Ypiranga, en la mundialmente conocida playa de Copacabana, hoy se respira ausencia, vacío. El arquitecto de origen español Jair Valera, mano derecha y fiel escudero de Niemeyer durante las últimas dos décadas, aún no sabe si seguirá funcionando. Dependerá de la voluntad de los herederos del maestro.