ANÁLISIS / El riesgo de diagnosticar
La retracción social, la timidez o el aislamiento no convierten a nadie en un asesino
Lola Morón, El País
Resulta difícil comprender qué pasa por la mente de un joven de 20 años para cometer un crimen tan atroz. Si ya es difícil justificar el parricidio, ampliarlo al asesinato de 20 niños y otros 6 adultos, y al posterior suicidio, requiere una reflexión prudente y alejada de prejuicios.
Diagnosticar comportamientos es un error en sí; lo que se diagnostica son enfermedades. Según los datos de que disponemos hasta ahora, Adam Lanza carecía de antecedentes de tratamiento psiquiátrico. Quienes le conocían hablan de un niño retraído, tímido, con tendencia al aislamiento social. Según distintas fuentes los síntomas son compatibles con enfermedades de lo más heterogéneo: trastorno de la personalidad, autismo, paranoia, fobia social. Son todo conjeturas. En una visión retrospectiva puede parecer un enfermo mental, pero ¿por qué su madre no pidió ayuda? No se trata de una persona con claros síntomas de un Trastorno Generalizado del Desarrollo (autismo, Asperger...) en la infancia. Las alteraciones de la capacidad de empatía propia de los niños con este tipo de patologías les inhabilita para sentir y mostrar afectos, que incluyen tanto el amor como el odio, y está claro que Adam Lanza estaba cargado de odio y de ira. No se trata de una persona que no desee el trato social sino que huye de él por falta de habilidades. La incapacidad para inculparse por sus propias carencias le convierte en una víctima del rechazo social, que le llena de ira y agresividad.
La retracción social, la timidez o el aislamiento no convierten a nadie en un asesino, sin embargo necesitamos que nos hablen de enfermedad mental, en un intento de poner una barrera entre estos sujetos y nosotros, sabernos incapaces de cometer una barbaridad porque nos sabemos sanos.
Los crímenes en masa perpetrados por jóvenes en EE UU en las últimas décadas escapan a nuestra capacidad de comprensión. Sin embargo, existe una amplia bibliografía en estudios de investigación en psicología social que demuestran que cualquier ser humano, aparentemente adaptado, es capaz de llevar a cabo acciones de las que ni él ni las personas cercanas les considerarían jamás capaces.
Me pregunto por qué el empeño de algunos medios de comunicación estadounidenses en buscar un diagnóstico psiquiátrico para un asesino que convivía con armas de fuego desde la infancia, y que para perpetrar el asesinato se vistió con ropas de combate. Tal vez los interrogantes tengan más que ver con la naturalidad con la que se vive el uso de armas que con la existencia o no de trastornos mentales.
Lola Morón es psiquiatra.
Lola Morón, El País
Resulta difícil comprender qué pasa por la mente de un joven de 20 años para cometer un crimen tan atroz. Si ya es difícil justificar el parricidio, ampliarlo al asesinato de 20 niños y otros 6 adultos, y al posterior suicidio, requiere una reflexión prudente y alejada de prejuicios.
Diagnosticar comportamientos es un error en sí; lo que se diagnostica son enfermedades. Según los datos de que disponemos hasta ahora, Adam Lanza carecía de antecedentes de tratamiento psiquiátrico. Quienes le conocían hablan de un niño retraído, tímido, con tendencia al aislamiento social. Según distintas fuentes los síntomas son compatibles con enfermedades de lo más heterogéneo: trastorno de la personalidad, autismo, paranoia, fobia social. Son todo conjeturas. En una visión retrospectiva puede parecer un enfermo mental, pero ¿por qué su madre no pidió ayuda? No se trata de una persona con claros síntomas de un Trastorno Generalizado del Desarrollo (autismo, Asperger...) en la infancia. Las alteraciones de la capacidad de empatía propia de los niños con este tipo de patologías les inhabilita para sentir y mostrar afectos, que incluyen tanto el amor como el odio, y está claro que Adam Lanza estaba cargado de odio y de ira. No se trata de una persona que no desee el trato social sino que huye de él por falta de habilidades. La incapacidad para inculparse por sus propias carencias le convierte en una víctima del rechazo social, que le llena de ira y agresividad.
La retracción social, la timidez o el aislamiento no convierten a nadie en un asesino, sin embargo necesitamos que nos hablen de enfermedad mental, en un intento de poner una barrera entre estos sujetos y nosotros, sabernos incapaces de cometer una barbaridad porque nos sabemos sanos.
Los crímenes en masa perpetrados por jóvenes en EE UU en las últimas décadas escapan a nuestra capacidad de comprensión. Sin embargo, existe una amplia bibliografía en estudios de investigación en psicología social que demuestran que cualquier ser humano, aparentemente adaptado, es capaz de llevar a cabo acciones de las que ni él ni las personas cercanas les considerarían jamás capaces.
Me pregunto por qué el empeño de algunos medios de comunicación estadounidenses en buscar un diagnóstico psiquiátrico para un asesino que convivía con armas de fuego desde la infancia, y que para perpetrar el asesinato se vistió con ropas de combate. Tal vez los interrogantes tengan más que ver con la naturalidad con la que se vive el uso de armas que con la existencia o no de trastornos mentales.
Lola Morón es psiquiatra.