Acaba un año negro en el fútbol: La violencia barrabrava creció al ritmo de la interna peronista
Por Gustavo Grabia, Clarín
Las imágenes asustan. Van 34 minutos del primer tiempo, hace cinco que el jugador Darío Carpintero de Excursionistas puso al frente a su equipo, y en la popular visitante el festejo se convierte en guerra. La barra brava de San Miguel, conocida como el Trueno Verde, agrede sin piedad a dirigentes y familiares del club del Bajo Belgrano. Al futbolista Darío Castro, que estaba en la tribuna porque se recupera de una operación de ligamentos cruzados, le pegan con sus propias muletas. La policía no hace nada. Las crónicas del domingo pasado dijeron que hubo otro hecho de violencia en el fútbol que nadie previó, causado por la furia ante el festejo de un gol. Pero en el negocio de los barras siempre hay otra historia . Y una vez más está ligada a la política, en particular a la interna del justicialismo. Porque hoy las canchas también son campos de batalla de un peronismo que dirime su poder territorial.
La cancha de San Miguel en realidad no queda en San Miguel, sino en Los Polvorines. Pero por el nombre y el apoyo que el intendente le da al equipo, se lo relaciona con ese municipio dirigido por Joaquín De la Torre, quien llegó al poder con el kirchnerismo pero hoy es un operador de la estructura bonaerense que impulsa a Sergio Massa a pelear por afuera de la cofradía K. Hasta hace dos años, la barra la lideraban tres hombres de la zona, pero en 2010 la perdieron a manos de un grupo cuyo jefe es Lito García, que pisa fuerte en el Consejo Escolar de José C. Paz. García responde a Juan Carlos Denuchi, ladero del hiperkirchnerista ex intendente y referente de la zona, Mario Ishii . En San Miguel dicen que Denuchi está lanzando a su hijo en el partido. Y el manejo de la barra de San Miguel –que todas las semanas recibe cien entradas de manos del club– es un peldaño clave en esa cuesta.
No es todo. Dijimos que la cancha de San Miguel está en Los Polvorines, y ese barrio corresponde al municipio de Malvinas Argentinas, comandado por el ex duhaldista y ahora macrista Jesús Cariglino . Según fuentes locales, los terrenos de ese estadio son apetecidos para desarrollar un emprendimiento inmobiliario, y hasta habría habido un proyecto que la comisión directiva del club –cercana a De la Torre– desestimó. Los hechos violentos echan nafta a la presión de los vecinos para sacar a la cancha de ahí.
Con todos estos datos se entiende mejor lo que sucedió el sábado 15. Si en un partido podía haber violencia, era San Miguel-Excursionistas: dos años atrás, la barra del equipo de Capital había emboscado a sus adversarios de la zona Oeste, a uno de cuyos hinchas casi debieron amputarle una pierna tras la golpiza. La inacción policial se lee en el Conurbano como el inicio del juego fuerte y sucio ante las elecciones de 2013.
Claro que esta pelea peronista en las gradas tiene otros escenarios. En Deportivo Merlo la barra está dividida en dos facciones, que lideran los hermanos Dante y Caio Salazar. Ambos heredaron la tribuna de su padre, Jorge Alberto, pero se dividieron por el Justicialismo . Caio trabaja para Raúl Othacehé, hoy tan kirchnerista como antes menemista y duhaldista, mientras que Dante lo hace para Gustavo Menéndez, del Frente Popular.
La pelea terminó a los tiros en el centro del barrio Parque San Martín, donde está el estadio, por lo que ahora Merlo juega sin público. “El jefe soy yo, que muevo 300 personas. Caio sólo tiene 50, pero lo bancan la Intendencia y la Policía. La guerra empezó cuando le dijeron ‘tenemos a Midland y a Argentino (los otros clubes de la zona) pero en Deportivo no entramos. Andá y ganalo’”, dice Dante. A la mamá de ambos, María Inés Díaz, se le estruja el corazón: “esto no termina hasta que uno de mis hijos mate al otro”, declaró.
Pero si en estos casos la batalla es entre kirchneristas y peronistas no alineados, en otras canchas la situación se da entre distintas vertientes que apoyan a Cristina. El mejor ejemplo es Quilmes, club que preside el ex jefe de Gabinete y actual senador Aníbal Fernández . Allí se enfrentan una barra oficial, que le responde, y una disidente que según denuncias está aliada a su sucesor, Juan Manuel Abal Medina, y a Marcelo Mallo, hombre del ex chofer de Néstor Kirchner, Rudy Ulloa. Entre ellos este año hubo seis tiroteos, uno de los cuales ocurrió en medio de un partido. Hay más: en un hecho surrealista, la barra disidente veló en la cancha al hijo de su líder, José María, que había sido abatido por un policía en un intento de robo .
Pero este no fue el único suceso insólito en el club del senador Fernández: tres meses atrás, tras otro enfrentamiento a balazos en la puerta del estadio que dejó un herido, el número dos de la barra, Carlos De Godoy, dio una conferencia de prensa en la sede del club. Ahí blanqueó la situación: “ Esta guerra tiene un trasfondo político . Nosotros estamos con Aníbal y ellos son de Abal Medina y Mallo. Está claro que vienen por él y por Quilmes. Y no los vamos a dejar. Esto no para hasta que haya un muerto”.
La discusión a los tiros con que algunos peronistas buscaron resolver sus problemas este año también tuvo un capítulo en Nueva Chicago. En ese club de Mataderos, la barra tiene tres grupos de poder. El del barrio Los Perales responde al secretario de Comercio, Guillermo Moreno, y al sindicato del Mercado de Hacienda. Su líder, Javier Miranda, ingresó al INDEC con ayuda morenista. El segundo grupo se denomina Las Antenas, viene de Lomas del Mirador y tiene la banca del Movimiento Evita, de Emilio Pérsico. Y aunque la guerra entre ambos bandos dejó dos muertos este año , nada les impide seguir concurriendo a la cancha con las banderas de sus líderes políticos. La tercera facción es de Ciudad Oculta y su referente es el Pitu Salvatierra, quien hace dos años lideró la toma del Parque Indoamericano y trabaja en la Agrupación Jauretche de la Capital.
La batalla es por crecer en un distrito donde Mauricio Macri ganó las elecciones gracias a los oficios de Cristian Ritondo y Daniel Amoroso , punteros del PJ tradicional unidos al PRO, con un pasado pegado a Los Perales y donde siguen influyendo a través del Chavo y Ema, dos barras conchabados en AUSA, la empresa que administra las autopistas porteñas.
Hay más historias de violencia barrabraba que apenas ocultan sus motivos en la batalla política. Como en Chacarita. Su jefe en los últimos años fue Diego “Chucky” Pulistsk, cuyo padrastro es Raúl Escalante, capo de la barra cuando el club era un feudo de su amigo Luis Barrionuevo. Los nuevos tiempos llevaron a la intendencia de San Martín –donde está la cancha de Chacarita– a Gabriel Katopodis, del Frente para la Victoria. Resulta que hace tres meses Chucky terminó preso en el marco de una causa por drogas, actividad que al parecer recién se descubrió cuando su grupo pasó a jugar para la contra política.
Esta año Chacarita también fue noticia el día en que su barra intentó asesinar a directivos e hinchas de Atlanta , en un partido jugado en San Martín. La imagen de un hombre blandiendo un palo quedó inmortalizada. Ese hombre era Leonardo Carambia, miembro del PJ de San Martín a cargo de planes sociales en el partido, y con una causa judicial por entrega de éstos a cambio de votos. Carambia además tiene contactos altísimos: responde a Oscar Bitz, alias el Mono, actual subsecretario de Políticas Metropolitanas de la Provincia de Buenos Aires, quien reporta directamente a Cristina Alvarez Rodríguez, la ministra de Gobierno de Daniel Scioli. Bitz fue uno de los operadores políticos que monitoreó la campaña de Katopodis, quien en 2011 recuperó el municipio para el oficialismo tras vencer a Daniel Ivoskus. Bitz no es el único funcionario que proviene del tablón. Arturo Ginés, el Turi –capo de Chacarita en los 80–, es director en la división Corralones, y tiene rango gerencial en la Obra Social de los Trabajadores Rurales de la Provincia. Otro dato completa un panorama increíble: el agredido por Carambia en aquel partido también era político. Se trata de Javier Ibáñez, quien dirigía la Agencia Gubernamental de Control de la Ciudad . Ibáñez, macrista de la primera hora y fana de Atlanta, ahora administra el Teatro Colón.
En materia de violencia política con barrabravas también Lanús descolló este año, con una balacera en la puerta del estadio que dejó un muerto y tres heridos. El jefe de la hinchada, Diego Goncebatte, apoyó primero al intendente K Darío Díaz Pérez, después hizo campaña por el ministro de Hacienda porteño Néstor Grindetti y ahora está al lado de Carlos Barbagallo, concejal peronista cercano a Sergio Massa. Del otro lado, entre los que quisieron desbancarlo a tiros, estaba Mariano González, alias Culón, hombre de la facción kirchnerista de Marcelo Mallo en la Villa Sapito de Lanús. Ese día, la gente del fútbol salió espantada. La violencia que los puso en riesgo tenía un trasfondo económico y político .
Pero el 2012 no se iba a ir sin otros tres hechos tremendos con complicidad política y policial. El primero sucedió en Mar del Plata. En agosto, Facundo Moyano se convirtió en presidente del club Alvarado, que juega en el Argentino A. Su tribuna vivía en paz desde hace años. Pero en el primer partido con el hijo de Hugo al mando, hubo una balacera en el estadio. Una facción de ex barras atacó a sus rivales, a quienes vinculan a la CGT opositora. Moyano, que sabe de internas peronistas, dijo: “Acá hubo un sector pago que vino a generar adrede una batalla. Reclutaron gente por los barrios, l es dieron asado, los subieron a tres micros y los trajeron a la cancha ”. Sus ojos miraban hacia la Cámpora.
El segundo hecho grave ocurrió el 26 de agosto en la autopista Rosario-Santa Fe, y enfrentó a las dos facciones de la barra de Boca. Una, la que antes respondía a Rafael Di Zeo, emboscó a la ahora oficial, de Mauro Martín: los balazos dejaron siete heridos . Nadie puede explicar cómo 20 micros de La Doce pasaron sin requisa por el territorio bonaerense hasta llegar a Santa Fe. A menos que haya habido un arreglo. Di Zeo admitió que estuvo trabajando para el justicialismo provincial, más precisamente para Julián Domínguez, quien hoy tiene un pie en cada lado de la frontera kirchnerista . Mientras, el grupo de Mauro tiene una relación aceitada con los líderes camporistas y buena llegada al ministerio del Interior. Dos sectores políticos, dos bandas delictivas, la misma violencia.
El último hecho es más reciente. En Independiente, su presidente Javier Cantero emprendió una lucha en solitario contra los barras. Estos, encabezados por Pablo “Bebote” Alvarez, apoyaron el año pasado en las elecciones del club a Baldomero Cacho Alvarez, ex intendente de Avellaneda, ex ministro de Desarrollo Social bonaerense y puntal de La Juan Domingo, la corriente ultrasciolista de Buenos Aires. Los barras tenían, además, el apoyo del Coprosede, órgano de seguridad deportiva de la Provincia. Hace un mes, cuando Cantero les aplicó el derecho de admisión para que no pudieran entrar a la cancha, los jefes sumaron a otro grupo para que provocara disturbios. El encargado fue Ricardo Pavón, el Gordo Richard, contratado como empleado municipal de Avellaneda en 2002, cuando el jefe comunal era Oscar Laborde, hoy en el kirchnerismo. Pero los K señalan que Richard integra la Asociación de Trabajadores Municipales de Avellaneda, un sindicato que históricamente respondió a Cacho Alvarez. Como sea, algo está claro: la violencia política está enlazada a las barras. Por eso, erradicarla suena a utopía.
Las imágenes asustan. Van 34 minutos del primer tiempo, hace cinco que el jugador Darío Carpintero de Excursionistas puso al frente a su equipo, y en la popular visitante el festejo se convierte en guerra. La barra brava de San Miguel, conocida como el Trueno Verde, agrede sin piedad a dirigentes y familiares del club del Bajo Belgrano. Al futbolista Darío Castro, que estaba en la tribuna porque se recupera de una operación de ligamentos cruzados, le pegan con sus propias muletas. La policía no hace nada. Las crónicas del domingo pasado dijeron que hubo otro hecho de violencia en el fútbol que nadie previó, causado por la furia ante el festejo de un gol. Pero en el negocio de los barras siempre hay otra historia . Y una vez más está ligada a la política, en particular a la interna del justicialismo. Porque hoy las canchas también son campos de batalla de un peronismo que dirime su poder territorial.
La cancha de San Miguel en realidad no queda en San Miguel, sino en Los Polvorines. Pero por el nombre y el apoyo que el intendente le da al equipo, se lo relaciona con ese municipio dirigido por Joaquín De la Torre, quien llegó al poder con el kirchnerismo pero hoy es un operador de la estructura bonaerense que impulsa a Sergio Massa a pelear por afuera de la cofradía K. Hasta hace dos años, la barra la lideraban tres hombres de la zona, pero en 2010 la perdieron a manos de un grupo cuyo jefe es Lito García, que pisa fuerte en el Consejo Escolar de José C. Paz. García responde a Juan Carlos Denuchi, ladero del hiperkirchnerista ex intendente y referente de la zona, Mario Ishii . En San Miguel dicen que Denuchi está lanzando a su hijo en el partido. Y el manejo de la barra de San Miguel –que todas las semanas recibe cien entradas de manos del club– es un peldaño clave en esa cuesta.
No es todo. Dijimos que la cancha de San Miguel está en Los Polvorines, y ese barrio corresponde al municipio de Malvinas Argentinas, comandado por el ex duhaldista y ahora macrista Jesús Cariglino . Según fuentes locales, los terrenos de ese estadio son apetecidos para desarrollar un emprendimiento inmobiliario, y hasta habría habido un proyecto que la comisión directiva del club –cercana a De la Torre– desestimó. Los hechos violentos echan nafta a la presión de los vecinos para sacar a la cancha de ahí.
Con todos estos datos se entiende mejor lo que sucedió el sábado 15. Si en un partido podía haber violencia, era San Miguel-Excursionistas: dos años atrás, la barra del equipo de Capital había emboscado a sus adversarios de la zona Oeste, a uno de cuyos hinchas casi debieron amputarle una pierna tras la golpiza. La inacción policial se lee en el Conurbano como el inicio del juego fuerte y sucio ante las elecciones de 2013.
Claro que esta pelea peronista en las gradas tiene otros escenarios. En Deportivo Merlo la barra está dividida en dos facciones, que lideran los hermanos Dante y Caio Salazar. Ambos heredaron la tribuna de su padre, Jorge Alberto, pero se dividieron por el Justicialismo . Caio trabaja para Raúl Othacehé, hoy tan kirchnerista como antes menemista y duhaldista, mientras que Dante lo hace para Gustavo Menéndez, del Frente Popular.
La pelea terminó a los tiros en el centro del barrio Parque San Martín, donde está el estadio, por lo que ahora Merlo juega sin público. “El jefe soy yo, que muevo 300 personas. Caio sólo tiene 50, pero lo bancan la Intendencia y la Policía. La guerra empezó cuando le dijeron ‘tenemos a Midland y a Argentino (los otros clubes de la zona) pero en Deportivo no entramos. Andá y ganalo’”, dice Dante. A la mamá de ambos, María Inés Díaz, se le estruja el corazón: “esto no termina hasta que uno de mis hijos mate al otro”, declaró.
Pero si en estos casos la batalla es entre kirchneristas y peronistas no alineados, en otras canchas la situación se da entre distintas vertientes que apoyan a Cristina. El mejor ejemplo es Quilmes, club que preside el ex jefe de Gabinete y actual senador Aníbal Fernández . Allí se enfrentan una barra oficial, que le responde, y una disidente que según denuncias está aliada a su sucesor, Juan Manuel Abal Medina, y a Marcelo Mallo, hombre del ex chofer de Néstor Kirchner, Rudy Ulloa. Entre ellos este año hubo seis tiroteos, uno de los cuales ocurrió en medio de un partido. Hay más: en un hecho surrealista, la barra disidente veló en la cancha al hijo de su líder, José María, que había sido abatido por un policía en un intento de robo .
Pero este no fue el único suceso insólito en el club del senador Fernández: tres meses atrás, tras otro enfrentamiento a balazos en la puerta del estadio que dejó un herido, el número dos de la barra, Carlos De Godoy, dio una conferencia de prensa en la sede del club. Ahí blanqueó la situación: “ Esta guerra tiene un trasfondo político . Nosotros estamos con Aníbal y ellos son de Abal Medina y Mallo. Está claro que vienen por él y por Quilmes. Y no los vamos a dejar. Esto no para hasta que haya un muerto”.
La discusión a los tiros con que algunos peronistas buscaron resolver sus problemas este año también tuvo un capítulo en Nueva Chicago. En ese club de Mataderos, la barra tiene tres grupos de poder. El del barrio Los Perales responde al secretario de Comercio, Guillermo Moreno, y al sindicato del Mercado de Hacienda. Su líder, Javier Miranda, ingresó al INDEC con ayuda morenista. El segundo grupo se denomina Las Antenas, viene de Lomas del Mirador y tiene la banca del Movimiento Evita, de Emilio Pérsico. Y aunque la guerra entre ambos bandos dejó dos muertos este año , nada les impide seguir concurriendo a la cancha con las banderas de sus líderes políticos. La tercera facción es de Ciudad Oculta y su referente es el Pitu Salvatierra, quien hace dos años lideró la toma del Parque Indoamericano y trabaja en la Agrupación Jauretche de la Capital.
La batalla es por crecer en un distrito donde Mauricio Macri ganó las elecciones gracias a los oficios de Cristian Ritondo y Daniel Amoroso , punteros del PJ tradicional unidos al PRO, con un pasado pegado a Los Perales y donde siguen influyendo a través del Chavo y Ema, dos barras conchabados en AUSA, la empresa que administra las autopistas porteñas.
Hay más historias de violencia barrabraba que apenas ocultan sus motivos en la batalla política. Como en Chacarita. Su jefe en los últimos años fue Diego “Chucky” Pulistsk, cuyo padrastro es Raúl Escalante, capo de la barra cuando el club era un feudo de su amigo Luis Barrionuevo. Los nuevos tiempos llevaron a la intendencia de San Martín –donde está la cancha de Chacarita– a Gabriel Katopodis, del Frente para la Victoria. Resulta que hace tres meses Chucky terminó preso en el marco de una causa por drogas, actividad que al parecer recién se descubrió cuando su grupo pasó a jugar para la contra política.
Esta año Chacarita también fue noticia el día en que su barra intentó asesinar a directivos e hinchas de Atlanta , en un partido jugado en San Martín. La imagen de un hombre blandiendo un palo quedó inmortalizada. Ese hombre era Leonardo Carambia, miembro del PJ de San Martín a cargo de planes sociales en el partido, y con una causa judicial por entrega de éstos a cambio de votos. Carambia además tiene contactos altísimos: responde a Oscar Bitz, alias el Mono, actual subsecretario de Políticas Metropolitanas de la Provincia de Buenos Aires, quien reporta directamente a Cristina Alvarez Rodríguez, la ministra de Gobierno de Daniel Scioli. Bitz fue uno de los operadores políticos que monitoreó la campaña de Katopodis, quien en 2011 recuperó el municipio para el oficialismo tras vencer a Daniel Ivoskus. Bitz no es el único funcionario que proviene del tablón. Arturo Ginés, el Turi –capo de Chacarita en los 80–, es director en la división Corralones, y tiene rango gerencial en la Obra Social de los Trabajadores Rurales de la Provincia. Otro dato completa un panorama increíble: el agredido por Carambia en aquel partido también era político. Se trata de Javier Ibáñez, quien dirigía la Agencia Gubernamental de Control de la Ciudad . Ibáñez, macrista de la primera hora y fana de Atlanta, ahora administra el Teatro Colón.
En materia de violencia política con barrabravas también Lanús descolló este año, con una balacera en la puerta del estadio que dejó un muerto y tres heridos. El jefe de la hinchada, Diego Goncebatte, apoyó primero al intendente K Darío Díaz Pérez, después hizo campaña por el ministro de Hacienda porteño Néstor Grindetti y ahora está al lado de Carlos Barbagallo, concejal peronista cercano a Sergio Massa. Del otro lado, entre los que quisieron desbancarlo a tiros, estaba Mariano González, alias Culón, hombre de la facción kirchnerista de Marcelo Mallo en la Villa Sapito de Lanús. Ese día, la gente del fútbol salió espantada. La violencia que los puso en riesgo tenía un trasfondo económico y político .
Pero el 2012 no se iba a ir sin otros tres hechos tremendos con complicidad política y policial. El primero sucedió en Mar del Plata. En agosto, Facundo Moyano se convirtió en presidente del club Alvarado, que juega en el Argentino A. Su tribuna vivía en paz desde hace años. Pero en el primer partido con el hijo de Hugo al mando, hubo una balacera en el estadio. Una facción de ex barras atacó a sus rivales, a quienes vinculan a la CGT opositora. Moyano, que sabe de internas peronistas, dijo: “Acá hubo un sector pago que vino a generar adrede una batalla. Reclutaron gente por los barrios, l es dieron asado, los subieron a tres micros y los trajeron a la cancha ”. Sus ojos miraban hacia la Cámpora.
El segundo hecho grave ocurrió el 26 de agosto en la autopista Rosario-Santa Fe, y enfrentó a las dos facciones de la barra de Boca. Una, la que antes respondía a Rafael Di Zeo, emboscó a la ahora oficial, de Mauro Martín: los balazos dejaron siete heridos . Nadie puede explicar cómo 20 micros de La Doce pasaron sin requisa por el territorio bonaerense hasta llegar a Santa Fe. A menos que haya habido un arreglo. Di Zeo admitió que estuvo trabajando para el justicialismo provincial, más precisamente para Julián Domínguez, quien hoy tiene un pie en cada lado de la frontera kirchnerista . Mientras, el grupo de Mauro tiene una relación aceitada con los líderes camporistas y buena llegada al ministerio del Interior. Dos sectores políticos, dos bandas delictivas, la misma violencia.
El último hecho es más reciente. En Independiente, su presidente Javier Cantero emprendió una lucha en solitario contra los barras. Estos, encabezados por Pablo “Bebote” Alvarez, apoyaron el año pasado en las elecciones del club a Baldomero Cacho Alvarez, ex intendente de Avellaneda, ex ministro de Desarrollo Social bonaerense y puntal de La Juan Domingo, la corriente ultrasciolista de Buenos Aires. Los barras tenían, además, el apoyo del Coprosede, órgano de seguridad deportiva de la Provincia. Hace un mes, cuando Cantero les aplicó el derecho de admisión para que no pudieran entrar a la cancha, los jefes sumaron a otro grupo para que provocara disturbios. El encargado fue Ricardo Pavón, el Gordo Richard, contratado como empleado municipal de Avellaneda en 2002, cuando el jefe comunal era Oscar Laborde, hoy en el kirchnerismo. Pero los K señalan que Richard integra la Asociación de Trabajadores Municipales de Avellaneda, un sindicato que históricamente respondió a Cacho Alvarez. Como sea, algo está claro: la violencia política está enlazada a las barras. Por eso, erradicarla suena a utopía.