La UE se atasca en Grecia en vísperas de la cumbre del billón de euros

Alemania quiere un recorte de 100.000 millones del presupuesto europeo

Claudi Pérez
Bruselas, El País
En noviembre de 2009, Yorgos Papandreu —hijo de Andreas Papandreu, el fundador del Movimiento Socialista Panhelénico— juraba el cargo como primer ministro griego. Apenas unos días después, anunciaba que Grecia había mentido con sus cuentas públicas y detonaba así una crisis fiscal que se ha ido transformando en una crisis existencial del euro, capaz de cambiar Europa de arriba abajo. O no: la eurozona avanza a trompicones, pero de vez en cuando se enreda en la búsqueda de soluciones para el corto y el largo plazo, a ratos ineficaz en lo trascendente e incluso en lo accesorio. Este parece uno de esos ratos: como regalo en el tercer aniversario del inicio de la crisis en Atenas, los socios del euro fueron incapaces en la madrugada del miércoles de alcanzar un acuerdo vital para sacar a Grecia del endiablado agujero en el que se ha metido, un pésimo augurio apenas unas horas antes de la cumbre del billón de euros.


Con el fracaso de Grecia todavía fresco, los Veintisiete se reúnen en Bruselas para acordar el presupuesto comunitario, ese billón de euros para el periodo 2014-2020. La cifra funciona como cascabel, pero el dinero que se repartirá con el marco presupuestario supone apenas el 1% del PIB de la Unión —el presupuesto de EE UU es 20 veces mayor; la cifra anual europea es equivalente al presupuesto de Dinamarca—, lo que le deja poco margen de actuación para luchar contra una crisis como esta. Y aun así ni siquiera está claro que haya fumata blanca a la vista, con los miembros de la UE a la greña, cada cual con su particular qué hay de lo mío, con una guerra de guerrillas entre los países ricos y los beneficiarios de las ayudas europeas. Y con España en tierra de nadie, atravesando una crisis oceánica y a la vez a punto de convertirse en contribuyente neto, con una capacidad de influencia muy limitada —bajo sospecha, a la espera de un segundo rescate— pero con la necesidad de dar la batalla para limitar al máximo las pérdidas.

Lo único seguro es que la UE recortará su presupuesto con respecto al periodo anterior, con las instituciones europeas incapaces de escapar a esa lógica de los tratamientos adelgazantes —la política de austeridad de inspiración alemana— en los que anda metido todo el continente. La última propuesta del Consejo Europeo pasa por recortar en unos 80.000 millones el proyecto de la Comisión. Los contribuyentes netos, encabezados por Reino Unido, reclamarán aún más tijera, y los beneficiarios de los fondos europeos tratarán de limitar el alcance de las rebajas.

Las posibilidades de un pacto se han elevado en los últimos días, pero siguen siendo bajas. El ala más dura de la UE (Reino Unido, Suecia, Finlandia) considera que los recortes van en la buena dirección, pese a que los británicos siempre parecen dispuestos a decir que no. Francia ha expresado alto y claro su rechazo a la propuesta ante el tajo a las políticas agrícolas, e incluso Dinamarca e Italia han amenazado con el veto. Por el otro lado, el denominado grupo de amigos de la cohesión (encabezado por Polonia y con todos los países del Este) considera inaceptable el plan del presidente del Consejo, Herman Van Rompuy. Tampoco España sale bien parada: pierde en cohesión y en agricultura unos 20.000 millones respecto a lo que recibía.

“Todo el mundo está descontento, lo que deja la impresión de que tal vez no estemos tan lejos de un compromiso”, aseguraron ayer fuentes europeas. Las diferencias son nimias: oscilan en apenas el 0,1% o el 0,2% del PIB. Pero lo importante no es la tarta, sino su reparto. Y ahí la liturgia de la UE prácticamente asegura un fracaso en esta cumbre para que los primeros ministros puedan volver a sus respectivos países salvando la cara en primera instancia, para ceder después, previsiblemente, en beneficio de la postura de los países más fuertes: Alemania quiere un recorte de 100.000 millones, y la cifra definitiva no va a alejarse demasiado de ese número.

En medio de esos preparativos, se constata que de momento los socios del euro son incapaces de solucionar los problemas de Grecia: los ministros de Finanzas abandonaron la reunión del Eurogrupo cabizbajos tras verificar, una vez más, que el objetivo de rebajar la deuda helena al 120% del PIB para el año 2020 se les escapa de las manos. Persisten las divergencias entre el Banco Central Europeo, los países del euro y el Fondo Monetario Internacional, que quiere una quita de la deuda griega. “No me voy desilusionado, porque con Europa ya no me hago ilusiones”, sentenció el presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker. La canciller Angela Merkel abrió ayer la puerta a ampliar el rescate griego en unos 10.000 millones para que Atenas recompre así parte de sus bonos y “recupere las riendas” del país. Berlín rebusca en la bolsa de trucos, de las soluciones técnicas, pero fuentes europeas reconocen que lo determinante para salir de ese atolladero es un impulso político que por ahora brilla por su ausencia.

Ese mismo impulso político será fundamental en el resultado de la cumbre del billón de euros, la del tercer aniversario de la crisis griega. A todo esto, Papandreu, el primer ministro griego que hace ahora tres años detonó la crisis —y que luego fue fulminado por la UE—, sigue siendo presidente de la Internacional Socialista, un dato que sirve como botón de muestra para calibrar el estado de la izquierda europea en medio de todo este lío. Pero esa es otra historia.

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