Hamás celebra la tregua como una victoria
Gaza, El País
Rondaban las 21.20 de anoche cuando se oyeron las primeras salvas de tiros al aire para celebrar el alto el fuego. A partir de entonces, el centro de la Ciudad de Gaza fue una fiesta. Los adolescentes enarbolaban eufóricos banderas de Hamás, Yihad Islámica y alguna de Fatah, los conductores pitaban con las bocinas, algunos hombres disparaban al aire y muchas familias sacaron a sus niños a tomar el aire tras ochos días de encierro obligado.
En las calles de Gaza el veredicto parecía unánime, las milicias de Hamás y Yihad Islámica han ganado esta partida. La ofensiva ha dejado 162 muertos palestinos, incluidos 42 niños, 11 mujeres y 18 ancianos, y más de 1200 heridos. La comparecencia del jefe político de los islamistas palestinos, Jaled Meshal, tras el anuncio del alto el fuego fue triunfalista: "Ocho días de lucha les ha forzado a aceptar nuestras condiciones. La destrucción dejada por Israel no modifica el hecho de que la resistencia ha ganado". Ahora los vecinos de Gaza analizan la letra pequeña del acuerdo patrocinado por Egipto mientras esperan en calma ver en qué más se traduce en la práctica.
La decepción del martes no fue tanto en Gaza donde todos están muy acostumbrados a las grandes decepciones. Por eso recibieron ayer la noticia de un alto el fuego con prudencia. Durante los 90 minutos entre el anuncio y la entrada en vigor se oyeron en la Franja mediterránea los sonidos cotidianos desde hace ocho días: el zumbido constante de los aviones espía, el estruendo de los cohetes palestinos y el retumbar de los ataques israelíes.
La noticia del atentado en Tel Aviv llegó veloz por la mañana al lugar del norte de Gaza donde un joven con barba, camisa rosa, pantalones con raya y chanclas anotaba en una enorme libreta nombre, nacionalidad y hotel de los recién llegados. Un puñado de hombres, muchos enchufados al auricular de sus teléfonos móviles, convertidos estos días en transistores, rodeaban el improvisado tenderete —una mesa en un portal— que ha sustituido a los guardias de Hamás que solían custodiar el lado palestino del paso fronterizo con Israel.
De repente, se empezaron a ver sonrisas aquí y allá. Dos palabras sobresalían: Israel y suhada (mártir). Más sonrisas mientras otros se arremolinaban a su lado, pendientes de los detalles que iban ofreciendo los urgentes radiofónicos e iban retransmitiendo. Tel Aviv, autobús, diez personas. No era un atentado suicida pero sí un atentado con bomba. Más allá, en el centro de Ciudad de Gaza algunos lo celebraron con disparos al cielo.
Entre muchos palestinos que viven en Gaza un atentado en Tel Aviv se consideró una buena noticia incluso si alejaba un potencial alto el fuego. Es la venganza. Que el enemigo también sufra en sus carnes. Un peligroso cóctel de desesperación, sufrimiento y religión macera desde hace años en este superpoblado territorio.
El cirujano plástico Hisham Ammous, que estudió en la Complutense de Madrid y vino a Gaza a echar una mano con otros 15 colegas, explicó a las puertas del Hospital de Shifa, el mayor de la Franja, que ha tratado lesiones para él inéditas: "He visto un tipo de quemados que nunca había visto en mi vida. Cuerpos carbonizados y decapitados", detalló mientras mostraba las fotos en su móvil. No sabía a qué atribuirlo. Ammous, que se quedará una semana, vino desde Ramala no en línea recta, sino a través de Egipto, un rodeo consecuencia de la ocupación israelí de los territorios palestinos.
Poco después, en el mismo lugar, el ministro de Sanidad de Gaza, Mufid Mujalalati, sostuvo que Israel utiliza a los vecinos de Gaza de "cobayas de su nuevo armamento". Los muertos en ocho días de ataques eran hasta la noche del miércoles 139, "un 40% niños, mujeres y ancianos", recalcó el ministro. A pocos metros, junto a la entrada de urgencias, donde sanitarios y fotógrafos hacen guardia, había dos fotos de un muy sonriente Ahmed Yabari, el jefe militar de Hamás asesinado de un misilazo el primer día de la ofensiva.
Junto a depósitos de armas, lanzaderas de cohetes o campamentos de entrenamiento de milicianos, el Ejército israelí destruyó un estadio de fútbol —las gradas quedaron como un queso gruyere— y el Ministerio del Interior incluida la oficina que tramita asuntos civiles como la inscripción de los hijos y expide pasaportes. La victoria islamista en el vecino Egipto ha permitido en los últimos tiempos a los palestinos de Gaza salir de nuevo al mundo, aunque sea de visita, mitigando considerablemente la sensación de encarcelamiento generalizada desde que Hamás se hizo con todo el poder en Gaza, un año después de ganar las elecciones de 2006, y las fronteras fueron selladas por los vecinos: Israel, primero, y Egipto, cuya colaboración era indispensable, después.
Pocos hombres y aún menos mujeres se aventuran de día a las calles de Gaza —a las que en los últimos tiempos han puesto nombre en relucientes carteles—, circulan poquísimos coches, las escuelas y la mayoría de los comercios están cerrados, pero muchas tiendas de alimentación abren sus puertas. Se ven comercios bien surtidos ahora que es posible comerciar con Egipto. En la guerra de 2008-2009, a la brutalidad de la violencia se unió un grave desabastecimiento de suministros básicos. Aquella invasión israelí destruyó, además, toda la infraestructura económica.
Como entonces, miles de civiles han huido de sus hogares después de que sus barrios fueran inundados de panfletos de advertencia instando la evacuación lanzados por el Ejército israelí. Tras los panfletos (en árabe, como las advertencias que llegan en forma de sms), suelen tirar bombas de humo, luego bombardean los terrenos de la zona y al final, las casas, explica un gazatí. Al menos 11.000 personas han sido acogidas en las escuelas de Unrwa, según Reuters. Si el alto el fuego cuaja, deberían abrir la semana próxima. Habrá clases en dos turnos, el matutino y el vespertino, la única manera de que los centenares de miles de niños de Gaza tengan un hueco en la escuela.