“El allendismo existe en Chile, no en el poder político, sino en el pueblo”
Maya Fernández, nieta del presidente chileno Salvador Allende, debuta en la política tras resultar elegida alcaldesa
Rocío Montes
Santiago de Chile, El País
Una secuencia de fotografías en blanco y negro adornan el salón de esta casa sencilla de Ñuñoa, una localidad de clase media de Santiago. Los retratos capturan una escena cotidiana: una niña pequeña, de pelo rizado, juega a la pelota con su abuelo, que la besa y abraza.
El hombre es célebre en el mundo entero: el presidente Salvador Allende, socialista, que el 11 de septiembre de 1973 prefirió quitarse la vida en La Moneda y no entregarse a los militares golpistas. La niña es Amaya Fernández Allende: actualmente tiene 41 años y es dueña de la vivienda y de las imágenes tomadas poco antes del desastre.
No tiene recuerdos de su abuelo —”yo no tenía ni dos años cuando se produjo el golpe”—, pero su figura ha marcado su historia: “Lo admiro. Para mí es un orgullo ser su nieta y también una responsabilidad. Pero soy una persona distinta. Yo soy Maya”. Y el allendismo, ¿existe? “El allendismo existe en Chile y no necesariamente en los partidos ni en los poderes políticos, sino en la gente común, en el pueblo”. Por ejemplo, “en las marchas estudiantiles, la figura de Allende estuvo muy presente. Los jóvenes admiran su lealtad y entrega al pueblo”. ¿Y el pinochetismo? “Si es que existe, está soterrado”.
En las municipales del 28 de octubre, Maya Fernández —la única de los nietos de Allende que ha optado por la política en Chile— debutó en las ligas mayores al convertirse en la alcaldesa electa de su localidad. En una de las grandes sorpresas de las elecciones, destronó por 18 sufragios a Pedro Sabat, un dirigente del conglomerado de derecha que llevaba más de una década al frente de Ñuñoa.
La socialista cree que el país cambió: “Los estudiantes nos dieron una gran lección, porque Chile estaba durmiendo respecto a ciertos temas vitales”. E identifica dos claves del éxito de su campaña: “Un programa con alta participación de la ciudadanía y un arduo trabajo en terreno. Aquí cambió la forma de hacer política. La gente quiere participar, estar y ser escuchada”.
Maya Fernández es hija de Beatriz Tati Allende, la segunda de las tres hijas del presidente, y del exagente de inteligencia cubano Luis Fernández Oña. Tati era la más cercana a su padre, médico como él, y la más política y de ideas revolucionarias. Cuando Allende llegó al Gobierno en 1970 se convirtió en su colaboradora más influyente. El día del golpe de Estado estuvo con él hasta que el presidente, en medio del bombardeo, la obligó a retirarse. Ella, embarazada de siete meses y madre de una niña de casi dos años —Mayita—, se retiró del palacio a regañadientes. Mientras el resto de la familia se exilió en México, Tati se refugió en La Habana junto a su marido y a su hija. Allí dio a luz a Alejandro, que pasó a llamarse Salvador Alejandro Allende Fernández, con los apellidos invertidos, por sugerencia de Fidel Castro. Cuatro años después, en 1977, la hija de Allende se quitó la vida en la capital cubana, sumida en una profunda depresión. Tenía 34 años. Los niños, 6 y 3.
“Quienes la conocieron la recuerdan con mucha admiración. Era muy enérgica, exigente políticamente, con mucha entrega y lealtad. Siempre me ha dolido el tema de la Tati. Me hubiera gustado que ella hubiese estado. Pero mis dolores me han hecho creer en la vida”, dice Maya, que tiene dos hijos. El mayor, 11 años; la pequeña, de dos, parece extraída de las fotografías que cuelgan en la pared: es idéntica a ella. Tiene casi la misma edad que Maya en 1973 y su mismo pelo rizado. Se llama Beatriz, en honor a la abuela.
Maya y Alejandro crecieron en La Habana. “Yo era una niña más del barrio. Nunca fue una carga ser reconocida como nieta de Allende”, dice con acento cubano y tono decidido. Hortensia Tencha Bussi, la abuela materna, viajaba con regularidad desde México para ver a sus dos nietos. En esas visitas, la niña conoció a Fidel Castro. Pero, aclara, “la relación con él no era, en ningún caso, cotidiana”. ¿Y qué opina del régimen hoy? “En Cuba tiene que haber un recambio”, dice la nieta de Allende. “Es bueno para la democracia, en todas las partes del mundo, que una misma persona no vaya a la reelección permanentemente. En la isla hay personas muy formadas que podrían ser grandes dirigentes políticos”.
En 1992, ella y su hermano regresaron a Chile a reencontrarse con la familia —que había retornado al país—, y “echar raíces”. Alejandro, que invirtió sus apellidos para dejarlos en el orden correcto, estudió periodismo y, después de asumir su homosexualidad, dejó el país y se radicó en Australia junto a su pareja. Ella estudió Biología y Veterinaria y se inscribió en el Partido Socialista, donde tuvo durante años una militancia discreta. En 2008 se animó a postular como concejal por Ñuñoa —resultó electa— y en 2010 formó parte del comité central del partido. A diferencia de su tía Isabel, senadora, Maya Fernández no es una figura conocida en el país.
En 2013 se conmemoran los 40 años del golpe de Pinochet. Maya Fernández cree que aún hay heridas pendientes. “Mi abuelo murió como quiso: entregándose al pueblo, a sus ideales. Sabemos dónde está y le podemos llevar flores, cartas. Pero hay muchas familias que aún no saben el paradero de sus seres queridos”, dice. Ella, sin embargo, no cree que sea bueno anclarse en el pasado: “Yo creo que a mi abuelo le hubiera gustado tener una mirada de futuro y enfocarse en los grandes desafíos. El principal, la superación de la tremenda desigualdad que persiste en Chile”.
Rocío Montes
Santiago de Chile, El País
Una secuencia de fotografías en blanco y negro adornan el salón de esta casa sencilla de Ñuñoa, una localidad de clase media de Santiago. Los retratos capturan una escena cotidiana: una niña pequeña, de pelo rizado, juega a la pelota con su abuelo, que la besa y abraza.
El hombre es célebre en el mundo entero: el presidente Salvador Allende, socialista, que el 11 de septiembre de 1973 prefirió quitarse la vida en La Moneda y no entregarse a los militares golpistas. La niña es Amaya Fernández Allende: actualmente tiene 41 años y es dueña de la vivienda y de las imágenes tomadas poco antes del desastre.
No tiene recuerdos de su abuelo —”yo no tenía ni dos años cuando se produjo el golpe”—, pero su figura ha marcado su historia: “Lo admiro. Para mí es un orgullo ser su nieta y también una responsabilidad. Pero soy una persona distinta. Yo soy Maya”. Y el allendismo, ¿existe? “El allendismo existe en Chile y no necesariamente en los partidos ni en los poderes políticos, sino en la gente común, en el pueblo”. Por ejemplo, “en las marchas estudiantiles, la figura de Allende estuvo muy presente. Los jóvenes admiran su lealtad y entrega al pueblo”. ¿Y el pinochetismo? “Si es que existe, está soterrado”.
En las municipales del 28 de octubre, Maya Fernández —la única de los nietos de Allende que ha optado por la política en Chile— debutó en las ligas mayores al convertirse en la alcaldesa electa de su localidad. En una de las grandes sorpresas de las elecciones, destronó por 18 sufragios a Pedro Sabat, un dirigente del conglomerado de derecha que llevaba más de una década al frente de Ñuñoa.
La socialista cree que el país cambió: “Los estudiantes nos dieron una gran lección, porque Chile estaba durmiendo respecto a ciertos temas vitales”. E identifica dos claves del éxito de su campaña: “Un programa con alta participación de la ciudadanía y un arduo trabajo en terreno. Aquí cambió la forma de hacer política. La gente quiere participar, estar y ser escuchada”.
Maya Fernández es hija de Beatriz Tati Allende, la segunda de las tres hijas del presidente, y del exagente de inteligencia cubano Luis Fernández Oña. Tati era la más cercana a su padre, médico como él, y la más política y de ideas revolucionarias. Cuando Allende llegó al Gobierno en 1970 se convirtió en su colaboradora más influyente. El día del golpe de Estado estuvo con él hasta que el presidente, en medio del bombardeo, la obligó a retirarse. Ella, embarazada de siete meses y madre de una niña de casi dos años —Mayita—, se retiró del palacio a regañadientes. Mientras el resto de la familia se exilió en México, Tati se refugió en La Habana junto a su marido y a su hija. Allí dio a luz a Alejandro, que pasó a llamarse Salvador Alejandro Allende Fernández, con los apellidos invertidos, por sugerencia de Fidel Castro. Cuatro años después, en 1977, la hija de Allende se quitó la vida en la capital cubana, sumida en una profunda depresión. Tenía 34 años. Los niños, 6 y 3.
“Quienes la conocieron la recuerdan con mucha admiración. Era muy enérgica, exigente políticamente, con mucha entrega y lealtad. Siempre me ha dolido el tema de la Tati. Me hubiera gustado que ella hubiese estado. Pero mis dolores me han hecho creer en la vida”, dice Maya, que tiene dos hijos. El mayor, 11 años; la pequeña, de dos, parece extraída de las fotografías que cuelgan en la pared: es idéntica a ella. Tiene casi la misma edad que Maya en 1973 y su mismo pelo rizado. Se llama Beatriz, en honor a la abuela.
Maya y Alejandro crecieron en La Habana. “Yo era una niña más del barrio. Nunca fue una carga ser reconocida como nieta de Allende”, dice con acento cubano y tono decidido. Hortensia Tencha Bussi, la abuela materna, viajaba con regularidad desde México para ver a sus dos nietos. En esas visitas, la niña conoció a Fidel Castro. Pero, aclara, “la relación con él no era, en ningún caso, cotidiana”. ¿Y qué opina del régimen hoy? “En Cuba tiene que haber un recambio”, dice la nieta de Allende. “Es bueno para la democracia, en todas las partes del mundo, que una misma persona no vaya a la reelección permanentemente. En la isla hay personas muy formadas que podrían ser grandes dirigentes políticos”.
En 1992, ella y su hermano regresaron a Chile a reencontrarse con la familia —que había retornado al país—, y “echar raíces”. Alejandro, que invirtió sus apellidos para dejarlos en el orden correcto, estudió periodismo y, después de asumir su homosexualidad, dejó el país y se radicó en Australia junto a su pareja. Ella estudió Biología y Veterinaria y se inscribió en el Partido Socialista, donde tuvo durante años una militancia discreta. En 2008 se animó a postular como concejal por Ñuñoa —resultó electa— y en 2010 formó parte del comité central del partido. A diferencia de su tía Isabel, senadora, Maya Fernández no es una figura conocida en el país.
En 2013 se conmemoran los 40 años del golpe de Pinochet. Maya Fernández cree que aún hay heridas pendientes. “Mi abuelo murió como quiso: entregándose al pueblo, a sus ideales. Sabemos dónde está y le podemos llevar flores, cartas. Pero hay muchas familias que aún no saben el paradero de sus seres queridos”, dice. Ella, sin embargo, no cree que sea bueno anclarse en el pasado: “Yo creo que a mi abuelo le hubiera gustado tener una mirada de futuro y enfocarse en los grandes desafíos. El principal, la superación de la tremenda desigualdad que persiste en Chile”.