ANÁLISIS Las manifestaciones, mucho más que las huelgas, canalizan el descontento

Al negarse al diálogo o a los pactos, Rajoy está demoliendo un modelo que incluye a los sindicatos y a los partidos, denuncian los dirigentes socialistas

Soledad Gallego-Díaz, El País
Está claro que los sindicatos no son capaces de parar este país mediante una huelga general, quizás porque los ciudadanos, en medio de una crisis económica brutal, no la consideran el instrumento adecuado para canalizar su enfado, quizás porque seis millones de parados inoculan un miedo insuperable. También está claro que las manifestaciones se están convirtiendo en la única vía real para que ese creciente malestar y ese desasosiego logren expresarse. Manifestaciones surgidas frecuentemente de los movimientos sociales o simplemente espontáneas, pero también convocadas por los sindicatos o los partidos y cada vez más poderosas, como las que inundaron durante el 14-N las calles de decenas de ciudades españolas.


¿A qué conclusiones llegan el gobierno y la oposición ante este escenario? Parece que el gobierno de Mariano Rajoy considera básicamente irrelevantes tanto las huelgas como las manifestaciones y que cree que ni unas ni otras tienen capacidad para alterar su actuación. La oposición, o mejor dicho el Partido Socialista, cree que el Gobierno, negando cualquier interlocución política a los partidos y a los sindicatos, con los que rehúye, no ya negociar, sino ni tan siquiera dialogar, terminará por romper un entramado social que hizo posible hasta ahora afrontar otras crisis con éxito y que las manifestaciones irán en aumento de forma imparable, con objetivos concretos o como muestras de inquietud general.

Al margen de los números, del alcance que haya tenido esta huelga general, los dirigentes del PSOE reconocen que los sindicatos están cada día más contra la cuerdas y acusan al Gobierno de intentar convertirlos en irrelevantes. Al negarse al diálogo o a los pactos, Rajoy, que tanto habla de la Constitución, está demoliendo un modelo que incluye a los sindicatos y a los partidos, denuncian. La mayoría parlamentaria de que disponen, mantienen, les lleva a actuar sin ningún tipo de equilibrio, seguros de que nadie es capaz de forzarlos al diálogo. “El PP tiene que decidir si quiere una sociedad sin sindicatos y sin partidos o si cree que el modelo constitucional sigue vigente”, lanzó recientemente el secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba a un alto cargo popular. En algunos sectores socialistas empieza a alimentarse la convicción de que solo la presión directa, en la calle y en temas concretos, puede revitalizar la vida política de su partido.

Algunos veteranos dirigentes del PP admiten que la situación es “muy poco fértil”, en el sentido de que los ciudadanos no están encontrando otra manera de expresar su desazón que las manifestaciones. El malestar, reconocen, alcanza a muy amplios sectores sociales, independientemente de su orientación política, pero, por el momento, el Gobierno “no tiene ninguna percepción de riesgo”.

Lo que marca la diferencia con otros momentos de crisis, aseguran en el PP, es la falta de una alternativa política clara. Mientras que el PSOE, o algún otro grupo, no sea capaz de diseñar una estrategia y un liderazgo creíble, el malestar es genérico y, por mucho que lo perciba cada vez más gente, no tendrá consecuencias políticas para Mariano Rajoy. Solo una presión extrema en la calle podría llevar al PP a modificar este análisis.

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