Ya no todos pagan en Sicilia

La isla italiana, al borde de la bancarrota, celebra este domingo elecciones regionales
Los ciudadanos adelantan a los políticos en la lucha contra la Mafia

Pablo Ordaz
Palermo, El País
Hacía dos años que Giuseppe Todaro había abierto su fábrica de helados en Cinisi, un pueblo de 12.000 habitantes en la provincia de Palermo, al norte de Sicilia. Todo iba bien hasta que, una mañana, alguien pidió verlo y Giuseppe, creyendo que se trataba de un cliente, lo hizo pasar a su despacho: “Era Gaspare Di Maggio, uno de los capos de la Cosa Nostra. Se sentó ahí, donde tú estás, y fue directo al grano, sin rodeos. Me dijo: ‘Tienes que pagar, si no, te cerramos la empresa”.


Giuseppe pagó. Todos los años, llegando las fiestas de Navidad, Di Maggio se acercaba personalmente a la empresa de helados y recogía con toda naturalidad su aguinaldo de 2.000 o 3.000 euros. Así se hacían las cosas en Sicilia. Lo importante no era tanto el montante de dinero —casi siempre una cantidad asumible por el empresario— sino el pacto de sangre con la mafia. Giuseppe Todaro recuerda que cuando recibió el aviso preguntó a otros empresarios qué debía hacer. La respuesta fue unánime: “Paga, no tienes otra alternativa. Así ha sido y así será siempre”.

Se equivocaron. Giuseppe ya no paga. En la Sicilia que hoy se acerca a las urnas para elegir un nuevo Gobierno regional ya no todos pagan. Bien es verdad que la Cosa Nostra sigue haciendo su trabajo, ejerciendo su control al milímetro calle por calle, hasta el punto de que su censo de Palermo —descubierto hace unos días durante una gran operación antimafia— es más exacto y más actual que el del propio Ayuntamiento. Pero no es menos cierto que también la policía hace su trabajo, y los jueces y fiscales el suyo, y hasta los pequeños empresarios que hasta hace poco no tenían más remedio que agachar la cabeza y pagar el pizzo (extorsión a cambio de una supuesta protección) se están reuniendo en asociaciones como Addiopizzo para armarse juntos de valor y decir basta ya. Los únicos que, con datos en la mano, siguen sin arrimar el hombro en la lucha contra la Cosa Nostra son los políticos.

La acusación es grave, pero no exagerada. El actual gobernador de Sicilia se llama Raffaele Lombardo. Hace tres meses, en pleno verano, el primer ministro Mario Monti lo llamó a su despacho en Roma y le obligó a dimitir y a convocar elecciones anticipadas. Según el Gobierno italiano, Sicilia está al borde de la bancarrota, a punto de convertirse en la Grecia de Italia. Según el gobernador, se trata solo de “una momentánea crisis de liquidez financiera”. Los datos del Tribunal de Cuentas dicen que la región acumulaba a finales de 2011 un endeudamiento de 21.000 millones de euros, a los que habría que añadir otros 5.000 del presente ejercicio. Por si fuera poco, debe 7.000 millones de euros a sus acreedores y ya es incapaz de pagar a sus empleados y a los jubilados. Basta darse un paseo por Palermo —ciudad bellísima aunque abandonada, sucia y en ruinas— para percatarse de que buena parte del problema se debe a una Administración inflada hasta el límite del absurdo. Aunque oficialmente la región cuenta con 20.000 empleados, la cifra real de los que cobran un sueldo de la Administración se eleva hasta 144.000. Otros dos datos que reflejan el despropósito son el número de los funcionarios que trabajan directamente para el gobernador Lombardo —1.385, más que para el primer ministro británico— o la cifra de guardas forestales: más de 26.000, un número superior a la suma de los que trabajan en todo el país.

Sin embargo, la ruina económica, siendo grave, no es la peor de las ruinas. El día que Raffaele Lombardo fue a Roma a ver a Monti, por las amplias escaleras del palacio Chigi no solo subió el presidente de la región de Sicilia —cinco millones de habitantes, la región más extensa de Italia y la isla más grande del Mediterráneo—, sino también un político investigado judicialmente por complicidad con la Mafia. No es el único, eso sí. La región que todavía preside también se lleva la palma entre las comunidades italianas con más políticos indagados, procesados e incluso arrestados. Nada más y nada menos que 20, de casi todos los partidos, y bajo acusaciones tan graves como compra de votos a la Cosa Nostra. Pero todavía hay algo más sangrante: de los candidatos que esperan ser elegidos en las elecciones del domingo son 32 los que se encuentran actualmente investigados o bajo proceso. Lo dijo muy gráficamente hace unos días Gianfranco Fini, el presidente de la Cámara de Diputados: “Si en Sicilia se quiere abrir un quiosco o un bar se necesita un certificado antimafia. Para presentarse a candidato, no…”. El problema es que no siempre se pueden sostener las frases brillantes. El presidente de la Cámara apoya la candidatura de Gianfranco Micchiché, otrora lugarteniente de Silvio Berlusconi en Sicilia. En su lista figura Franco Mineo, procesado bajo la acusación de ser un hombre de paja de una familia mafiosa llamada Acquasanta…
O lo que es lo mismo: la clase política aún no ha hecho verdadero propósito de enmienda. Y por ahí ven un hueco aquellos cuyo discurso central es el ataque a los privilegios de La Casta. El máximo exponente es el bloguero y cómico Beppe Grillo, líder del Movimiento 5 Estrellas, que ya cosechó muy buenos resultados en las pasadas elecciones municipales. Hace una semana llegó a la isla nadando y, rey de los titulares, fue regalando el oído a los sicilianos: “Sicilia no necesita a Italia. Aquí ya no hay mafia, la habéis mandado al norte. En la isla somos ya el primer partido. Si ganamos aquí, Italia es nuestra”. Aunque la extrapolación no parece muy pertinente, las elecciones regionales en Sicilia se pueden considerar un banco de prueba de lo que puede ocurrir en primavera en las elecciones generales. En dos aspectos fundamentales: el posible derrumbe del partido de Silvio Berlusconi —condenado el viernes a cuatro años de prisión por fraude fiscal— y el ascenso de las listas ciudadanas, a las que los sondeos ya le conceden una intención de voto cercana al 20%.

Mientras, por un río más bravo pero más limpio que el de la política italiana sigue navegando a duras penas la gente corriente. Aquellos que siguen pagando a la mafia por miedo o por costumbre y aquellos, como Giuseppe Todaro, que un día se plantaron y dijeron no. “Mi hija aún es pequeña, pero el día que crezca yo le entregaré la empresa. Después de una vida educándola en los valores, ¿cómo le voy a decir entonces que todas las navidades llegará un capo de la Cosa Nostra a por su bolsa de dinero?”.

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