Vuelco en las encuestas a favor de Romney
El candidato republicano no solo se ha puesto en cabeza, sino que ha mejorado drásticamente su posición entre sectores que le eran reticentes, como las mujeres
Antonio Caño
Washington, El País
Las encuestas confirman que Mitt Romney ha conseguido en la campaña electoral el vuelco que se anticipaba tras su victoria en el debate de la pasada semana en Denver. El candidato republicano no solo se ha puesto en cabeza, sino que ha mejorado drásticamente su posición entre algunos de los sectores que le eran más reticentes, como las mujeres, y se ha consolidado como el más capacitado para mejorar la situación económica. Ahora esta carrera presidencial es impredecible.
Se trata quizá de uno de los más espectaculares giros en la tendencia de voto que se recuerda en la historia electoral de Estados Unidos. Si los resultados de la encuesta de Pew hecha pública este martes se confirman en próximos sondeos –Gallup sitúa por delante a Romney por dos puntos y Reuters da un empate-, estaríamos ante el hecho insólito de que un presidente, sin razones externas que lo justifiquen, pierde una ventaja monumental por culpa exclusivamente de su mala actuación en un debate.
Barack Obama pierde nada menos que doce puntos en la encuesta de Pew. De ocho puntos de ventaja que tenía antes del debate, pasa ahora a estar cuatro puntos por detrás de su rival, 49% contra 45%. El vuelco es de tales proporciones que nadie encuentra una explicación racional.
¿Cómo puede ser que Obama, que llevaba 18 puntos de ventaja entre las mujeres, esté ahora empatado, 47% contra 47%? ¿Cómo puede ser que Obama, que estaba 8 puntos por delante de su rival como el candidato más afín a la clase media esté también ahora igualado en ese capítulo? ¿Puede todo eso ser consecuencia de una hora y media de debate en televisión?
Antes de Denver, todos los analistas recordaban que muy pocas veces en la historia un debate había conseguido cambiar el rumbo de una campaña. Se entendía, además, que la televisión, como medio, había perdido fuerza e influencia. Pues bien, todo eso resulta contundentemente rebatido por los resultados de esta encuesta.
La esperanza secreta de los demócratas es que algún error demoscópico haya tergiversado los datos, y que próximas encuestas corrijan las cifras de Pew. Es sabido en todas las campañas electorales del mundo que cuando las encuestas favorecen son un anuncio de victoria y cuando perjudican no sirven de mucho. Pero Pew es un instituto solvente y de gran credibilidad. Lo era cuando Obama ganaba y también ahora que pierde.
La otra esperanza de Obama es que estos resultados del conjunto del país no se repitan exactamente estado por estado. Antes del debate, Obama llevaba ventaja en los siete últimos “swing states”, los estados de comportamiento oscilante en los que, en último extremo, se decide el nombre del próximo presidente. Pero tampoco en ese capítulo la encuesta de Pew arroja buenas noticias. Por un margen de 37% contra 24%, la población de esos estados considera que Romney sería mejor para aumentar la creación de empleos.
A falta de certificar esos datos, estados por estado, el diario The New York Times informaba ayer que, después de dar prácticamente por perdido Ohio, la campaña republicana ha vuelto a poner esfuerzo y dinero en ese territorio clave, a donde ayer se desplazó Romney para participar en un mitin.
Por supuesto, no todo está perdido para Obama. Igual que las encuestas oscilan tan marcadamente en una dirección, pueden de nuevo hacerlo en la otra. Y quedan todavía cuatro semanas y tres debates para conseguirlo. El primero, mañana jueves, el que sostendrán el vicepresidente, Joe Biden, y el candidato republicano a la vicepresidencia, Paul Ryan. Después, Obama y Romney volverán a verse las caras los próximos días 16 y 22.
El debate de vicepresidentes, que siempre ha sido, y éste parecía también, intrascendente, cobra ahora un gran interés. Si Ryan lo gana, será fácil hablar de una tendencia favorable a los republicanos. De entrada, Ryan debería de ser el más vulnerable. Falto de experiencia en este tipo de acontecimientos y más radical que Romney por naturaleza, debería ser presa fácil de un veterano populista como es Biden. Pero ¡quién se atreve ya a hacer pronósticos!
Las dudas de cara a las próximas semanas son: si Romney será capaz de mantener la iniciativa, teniendo en cuenta que, fuera de una actuación en televisión, no ha ofrecido nada distinto a lo que venía ofreciendo antes del debate, y qué carta sacará ahora Obama para recuperar su condición de favorito.
Ninguno de los dos lo tiene fácil. Romney, probablemente, tendrá que enfrentarse en algún momento a la realidad de la pobreza de sus propuestas –como quedó de manifiesto en su discurso del lunes sobre política exterior- y del extremismo del partido al que representa, que ahora calla y otorga debido a la esperanza de victoria, pero en el que hasta ayer se multiplicaban las quejas contra su candidato. Obama, a su vez, ya parece haberlo dado todo. Si la caída del desempleo hasta el 7,8% no le ayudó a que el público crea que su política económica es la correcta, ¿qué otra cosa puede ayudarle?
Antonio Caño
Washington, El País
Las encuestas confirman que Mitt Romney ha conseguido en la campaña electoral el vuelco que se anticipaba tras su victoria en el debate de la pasada semana en Denver. El candidato republicano no solo se ha puesto en cabeza, sino que ha mejorado drásticamente su posición entre algunos de los sectores que le eran más reticentes, como las mujeres, y se ha consolidado como el más capacitado para mejorar la situación económica. Ahora esta carrera presidencial es impredecible.
Se trata quizá de uno de los más espectaculares giros en la tendencia de voto que se recuerda en la historia electoral de Estados Unidos. Si los resultados de la encuesta de Pew hecha pública este martes se confirman en próximos sondeos –Gallup sitúa por delante a Romney por dos puntos y Reuters da un empate-, estaríamos ante el hecho insólito de que un presidente, sin razones externas que lo justifiquen, pierde una ventaja monumental por culpa exclusivamente de su mala actuación en un debate.
Barack Obama pierde nada menos que doce puntos en la encuesta de Pew. De ocho puntos de ventaja que tenía antes del debate, pasa ahora a estar cuatro puntos por detrás de su rival, 49% contra 45%. El vuelco es de tales proporciones que nadie encuentra una explicación racional.
¿Cómo puede ser que Obama, que llevaba 18 puntos de ventaja entre las mujeres, esté ahora empatado, 47% contra 47%? ¿Cómo puede ser que Obama, que estaba 8 puntos por delante de su rival como el candidato más afín a la clase media esté también ahora igualado en ese capítulo? ¿Puede todo eso ser consecuencia de una hora y media de debate en televisión?
Antes de Denver, todos los analistas recordaban que muy pocas veces en la historia un debate había conseguido cambiar el rumbo de una campaña. Se entendía, además, que la televisión, como medio, había perdido fuerza e influencia. Pues bien, todo eso resulta contundentemente rebatido por los resultados de esta encuesta.
La esperanza secreta de los demócratas es que algún error demoscópico haya tergiversado los datos, y que próximas encuestas corrijan las cifras de Pew. Es sabido en todas las campañas electorales del mundo que cuando las encuestas favorecen son un anuncio de victoria y cuando perjudican no sirven de mucho. Pero Pew es un instituto solvente y de gran credibilidad. Lo era cuando Obama ganaba y también ahora que pierde.
La otra esperanza de Obama es que estos resultados del conjunto del país no se repitan exactamente estado por estado. Antes del debate, Obama llevaba ventaja en los siete últimos “swing states”, los estados de comportamiento oscilante en los que, en último extremo, se decide el nombre del próximo presidente. Pero tampoco en ese capítulo la encuesta de Pew arroja buenas noticias. Por un margen de 37% contra 24%, la población de esos estados considera que Romney sería mejor para aumentar la creación de empleos.
A falta de certificar esos datos, estados por estado, el diario The New York Times informaba ayer que, después de dar prácticamente por perdido Ohio, la campaña republicana ha vuelto a poner esfuerzo y dinero en ese territorio clave, a donde ayer se desplazó Romney para participar en un mitin.
Por supuesto, no todo está perdido para Obama. Igual que las encuestas oscilan tan marcadamente en una dirección, pueden de nuevo hacerlo en la otra. Y quedan todavía cuatro semanas y tres debates para conseguirlo. El primero, mañana jueves, el que sostendrán el vicepresidente, Joe Biden, y el candidato republicano a la vicepresidencia, Paul Ryan. Después, Obama y Romney volverán a verse las caras los próximos días 16 y 22.
El debate de vicepresidentes, que siempre ha sido, y éste parecía también, intrascendente, cobra ahora un gran interés. Si Ryan lo gana, será fácil hablar de una tendencia favorable a los republicanos. De entrada, Ryan debería de ser el más vulnerable. Falto de experiencia en este tipo de acontecimientos y más radical que Romney por naturaleza, debería ser presa fácil de un veterano populista como es Biden. Pero ¡quién se atreve ya a hacer pronósticos!
Las dudas de cara a las próximas semanas son: si Romney será capaz de mantener la iniciativa, teniendo en cuenta que, fuera de una actuación en televisión, no ha ofrecido nada distinto a lo que venía ofreciendo antes del debate, y qué carta sacará ahora Obama para recuperar su condición de favorito.
Ninguno de los dos lo tiene fácil. Romney, probablemente, tendrá que enfrentarse en algún momento a la realidad de la pobreza de sus propuestas –como quedó de manifiesto en su discurso del lunes sobre política exterior- y del extremismo del partido al que representa, que ahora calla y otorga debido a la esperanza de victoria, pero en el que hasta ayer se multiplicaban las quejas contra su candidato. Obama, a su vez, ya parece haberlo dado todo. Si la caída del desempleo hasta el 7,8% no le ayudó a que el público crea que su política económica es la correcta, ¿qué otra cosa puede ayudarle?