Obama y Romney, ante el debate que decidirá el nombre del favorito

Antonio Caño
Washington, El País
Tras la experiencia del primer debate, en el que la victoria de Mitt Romney sobre Barack Obama se decidió más por la actitud que por el mensaje de cada uno, es imposible hacer pronósticos sobre el segundo, que se celebrará el martes en la universidad de Hofstra, en el Estado de Nueva York. Nadie sabe de qué puede depender esta vez el resultado, pero lo que es indudable es que quien resulte ganador, si es que lo hay, habrá dado un salto gigantesco para su coronación dentro de 20 días.


Las horas previas a ese debate se viven entre los cálculos que preceden un acontecimiento deportivo. ¿Pasará Obama al ataque? ¿Será capaz Romney de defender su posición? ¿Cuál de los dos marcará el ritmo? ¿Cuál será la estrategia de cada uno para confundir al rival?

Como espectáculo televisivo que es -70 millones de personas siguieron el anterior debate-, este evento se ensaya meticulosamente con el propósito de lograr el impacto emocional, esa milagrosa conexión con el espectador que cada actor pretende en una representación. El hecho de que éste sea un espectáculo de carácter político, apenas modifica nada más que el guión.

El guión, no obstante, es parte de la representación y puede acabar siendo importante. Junto con los actores y el escenario, completa el trío de factores que decidirán el resultado de la función.

En esta ocasión, el escenario no será el de los dos candidatos frente al periodista que formula las preguntas, sino ante a un público que podrá intervenir, de acuerdo a una selección previamente hecha por Gallup, con sus propias preguntas. La moderadora se limitará a conducir el debate. Los candidatos tendrán la posibilidad de interactuar con la audiencia, y su lenguaje corporal puede ser aún más importante en esta ocasión.

En esta ocasión, el escenario no será el de los dos candidatos frente al periodista que formula las preguntas, sino ante a un público que podrá intervenir con sus propias preguntas

Los actores llegan a este debate en diferentes condiciones. Uno, Romney, en la cúspide de su popularidad, después de un clamoroso éxito en la función anterior y respaldado por encuestas que le permiten pensar seriamente en que puede ser presidente. Obama, en cambio, se sube al escenario envuelto en dudas. Su desastrosa comparecencia en Denver ha resucitado todos los peores fantasmas sobre él, su ventaja en las encuestas se ha reducido enormemente y el martes se podría encontrar a un milímetro de perder su condición de favorito. El comportamiento de Joe Biden en el debate entre candidatos a la vicepresidencia le dio cierto oxígeno al presidente, pero se le consumirá rápidamente si él mismo no es capaz hoy de poner en pie al público.

La última de las encuestas, publicada el lunes por The Washington Post y la cadena ABC, demuestra que Obama está aún por delante, pero en condiciones muy precarias. Su ventaja sobre Romney en el cómputo general es de tres puntos (49% frente a 46%), dentro del margen de error del sondeo. Esa distancia es algo mayor entre los votantes independientes (seis puntos), y Obama consigue un respaldo a su gestión (50%) y un número de personas que creen que el país está en la dirección correcta (42%) similares a las cifras que tenía George W. Bush al ganar la reelección. Pero Romney ha aumentado sensiblemente el grado de entusiasmo con su candidatura (59%), que actualmente está 30 puntos por encima del de John McCain en 2008.

Una sorpresa, un gesto, una frase, también una sólida y convincente actuación, pueden decidir el nombre del próximo presidente

Por último, el tercer factor que decidirá el éxito de esta representación, es el guión. En el anterior debate, los principales argumentos de Romney tuvieron que ver con el paro y los impuestos. En el duelo de los candidatos a la vicepresidencia, el republicano, Paul Ryan, obtuvo algunos puntos en sus críticas al Gobierno por las circunstancias que rodearon el ataque en el que murió el embajador norteamericano en Libia. Es muy posible que esos tres asuntos vuelvan a estar en el libreto de la oposición esta noche.

Más imprevisible resulta el guión de Obama. El presidente tiene que decidirse entre dedicar su tiempo a rebatir las afirmaciones de su contrincante o exponer su propia visión de futuro. La primera opción tiene la ventaja de que podría poner de relieve las múltiples contradicciones y cambios de posición de Romney a lo largo de esta campaña. La segunda es mucho más presidencial y del gusto del electorado norteamericano.

En todo caso, es de ese subjetivismo, del gusto del electorado, del que depende la suerte de los dos contendientes el martes. Esa es la miseria y la grandeza de las democracias modernas. Para que el mensaje llegue a más gente y más gente se implique en el proceso, hay que hacerlo también más accesible y, en ocasiones, superficial. Una sorpresa, un gesto, una frase, también una sólida y convincente actuación, pueden decidir el nombre del próximo presidente de Estados Unidos.

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