La matanza Trelew: en memoria de Tomás Eloy Martínez
Francisco Peregil, El País
Cuarenta años después, en este pedazo de 15 de octubre de 2012, un tribunal civil en la provincia patagónica de Chubut ha condenado a cadena perpétua a los excapitanes de fragata Emilio Del Real y Luis Sosa, y al cabo Carlos Marandino como "coautores responsables del homicidio con alevosía" de 16 presos políticos. Quedaron absueltos dos acusados: el excapitán de navío Rubén Paccagnini, entonces jefe de la base militar donde se produjo la matanza, y el juez instructor Jorge Bautista, acusado de encubrir los hechos.
Estamos hablando de la llamada "Masacre de Trelew", de la dictadura de Alejandro Lanusse (1971-1973); de un plan organizado por el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros, que consistía en organizar la fuga en el penal de Rawson de cien reclusos pertenecientes a estas tres organizaciones. Hablamos de los seis de ellos que consiguieron llegar al aeropuerto de Trelew y secuestrar un avión que voló rumbo al Chile de Salvador Allende. Pero sobre todo, nos referimos a los 19 presos que llegaron tarde al aeropuerto, se vieron rodeados, se entregaron a los militares con la garantía de que no les iba a suceder nada. Hablamos de cómo, una semana después, ajusticiaron a 16; los tres que lograron escapar pudieron contar sus versiones antes de ser asesinados o "desaparecidos" por los militares. Hablamos de cómo el Estado actuó como un criminal e intentó borrar sus huellas, intentó disfrazar los fusilamientos alegando que los guerrilleros trataban de huir de nuevo y murieron en la refriega. Hablamos de un gran periodista que supo contar todo aquello.
Trelew (pronúnciese Treleu)...
Era una de esas ciudades en las que nunca pasaba nada: solo el viento. Los únicos temas de conversación de los vecinos eran las escaleras reales en las mesas de póquer, las películas de la televisión y los nacimientos de elefantes marinos en la península Valdés durante la primavera. Por las tierras amarillas del sur de la ciudad se desperezaba el río Chubut; del otro lado, en el páramo, había colinas bajas y matorrales de molles y jarillas. Nadie hubiera dicho que Trelew, fundada en 1865 por una caravana de expedicionarios galeses, iba un día a vivir historias que calentarían la sangre de la gente.
Así comenzó su libro, La pasión según Trelew, el maestro de periodistas Tomás Eloy Martínez, escrito en 1973 y prohibida su venta en el mismo año. Eloy Martínez comenzó su libro en medio del entusiasmo "por el espectáculo de una democracia naciente que parecía al abrigo de todo desgaste". Dirigía entonces la revista Panorama. Desde la Patagonia llegaban versiones contradictorias sobre lo que había ocurrido en Trelew. El Estado hablaba de un intento de fuga. Y Eloy Martínez "suponía -con una ingenua esperanza en la buena fe del Gobierno- que los comandantes en jefe condenarían lo que había sido con toda claridad una matanza". Y escribió aquel día algo que debería incluirse en los libros de texto:
Cuando un Estado elige el lenguaje del terror, destruye todo lo que le da fundamento (instituciones, valores, proyectos de futuro) e impregna de incertidumbre la vida de los ciudadanos.
Al día siguiente, todos los diarios reprodujeron la versión oficial y el texto de Eloy Martínez "desentonó como un solo de batería en un entierro de angelitos". El entonces capitán de navío Emilio Eduardo Massera llamó al dueño de la editorial para "sugerirle" que lo despidiera y el 24 de agosto de 1972 se quedó sin trabajo. Dos meses después, en medio de una rebelión del pueblo de Trelew, viajó para entrevistar a la gente. En agosto de 1973 publicó su libro. A lo largo de los años La pasión según Trelew disfrutó de varias reediciones del libro. Pero en el prólogo que escribió Eloy Martínez en 1997 sobresale un párrafo que pinta muchos matices de grises sobre el blanco y el negro de la historia:
"Las inútiles muertes de Trelew se convirtieron en una semilla de odio. En los dos años que siguieron, no pasó semana alguna sin que alguien sucumbiera por haber sido ejecutor, juez, abogado, sobreviviente o defensor de la matanza. La destrucción de la Argentina empezó entonces en aquella madrugada aciaga de 1972, y fue sucia, sorda, canallesca, como una pesadilla del fin del mundo".
Pero, para concluir esta entrada mejor rematarla con una frase más optimista, más redonda y más cómoda, que nos deje un mejor sabor de boca y nos vayamos todos contentos. Al final de su prólogo de 1973, Eloy Martínez advirtió.
En un país donde los idealistas son mártires y los réprobos viven sin castigo, la memoria del pueblo siempre será más larga que las astucias de quienes lo reprimen. Y si las páginas que siguen no contribuyen a derrotar las arbitrariedades del poder, al menos contribuirán a que no se las olvide.