La Crisis de los Misiles duró más de lo que se cree
Redacción
El conflicto entre Washington, Moscú y La Habana se desató el 14 de octubre de 1962, cuando EE.UU. descubrió que la Unión Soviética tenía bases de misiles nucleares en Cuba.
A la crisis de los misiles se la suele considerar como el momento de máximo peligro del siglo XX, pero en su 50º aniversario la BBC accedió a nueva información que pinta un cuadro aún más peligroso de cómo se desarrolló la crisis.
El mundo respiró aliviado cuando el presidente soviético acordó retirar sus 42 misiles nucleares de sus bases en Cuba. A cambio, su par estadounidense prometió no invadir la isla.
Documentos que serán publicados el 17 de octubre revelan que, lejos de poner fin a la crisis con el acuerdo alcanzado por John Fiztgerald Kennedy y Nikita Krushev, a finales de octubre hubo una segunda crisis.
Los papeles forman parte del archivo personal de Anastas Mikoyan, número dos del Kremlin durante la crisis y enviado a Cuba.
Aunque Kennedy insistió en un estricto monitoreo de las posiciones de los misiles, en un fallo de inteligencia, comandantes estadounidenses no advirtieron la presencia de más de 100 armas nucleares tácticas.
Mientras tanto, Fidel Castro, excluido de las negociaciones entre las superpotencias, comenzó a dejar de cooperar con Moscú.
"Castro está muy molesto con la traición soviética, los cubanos se sentían traicionados porque para ellos el gobierno soviético hacía una concesión tras otra a los estadounidenses, sin consultar a su aliado cubano, un sentimiento compartido por los militares soviéticos en la isla", dice Savranskaya.
"Castro creía en primer lugar en la dignidad, y su obsesión con el orgullo y la dignidad de la Cuba revolucionaria condujo su conducta a lo largo de la crisis", agrega Philip Brenner, profesor de relaciones internacionales e historia, quien ha escrito varios libros sobre la relación entre Estados Unidos y Cuba.
Krushev, temeroso de perder el control y de que su aliado cada vez menos confiable pudiera obstaculizar el acuerdo, inmediatamente envió a La Habana a su camarada de más confianza, su viceprimer ministro Anastas Mikoyan.
El pedido llegó en un momento complicado: la esposa de Mikoyan estaba gravemente enferma, pero él "sintió que era su deber ir y se dio cuenta del peligro que representaba que Castro tuviera el orgullo herido", señala Brenner.
A su llegada a La Habana, Mikoyan se enteró de la muerte de su esposa y Castro, que todavía estaba furioso y había rechazado recibir al enviado, cedió tras enterarse del fallecimiento.
El enviado encontró a Castro nervioso y conspirativo, convencido que Moscú había perdido interés en defender la isla. Sin embargo, bajo claras instrucciones de Krushev, Mikoyan hizo su oferta: podía quedarse con las armas nucleares tácticas, con la condición de que no se lo dijeran a los estadounidenses.
En privado, Mikoyan tenía dudas sobre dejarle las armas nucleares a Castro.
"Pensaba que con el orgullo cubano y frente al hecho de que los cubanos consideraban la posibilidad de una guerra nuclear de una manera muy diferente a los soviéticos, sería muy peligroso e incluso irresponsable dejar las armas en manos cubanas, pero sus manos estaban atadas: ese fue el acuerdo", señala Savranskaya.
Durante noviembre, Castro se volvió cada vez más beligerante hacia Washington y Moscú: se oponía a los vuelos de vigilancia estadounidense que vigilaban el retiro soviético y, desesperado por marcar su postura ante lo que considera una provocación, decidió que el ejército cubano tendría órdenes de disparar a las aeronaves.
Savranskaya asegura que Castro lo hizo sin consultar a los soviéticos, lo que "sorprendió" a los líderes porque constituía "claramente un paso hacia la escalada de la crisis".
Una serie de cartas entre Kennedy, Krushev y Castro arroja luz sobre sobre la tensa situación diplomática. "Las cartas Armagedón" revelan que mientras Mikoyan estaba en La Habana, el presidente estadounidense y el líder soviético llegaron a la conclusión de que el problema tras la crisis no era entre ellos, sino con Fidel Castro.
Aislado en La Habana, Mikoyan se enfrentaba a una decisión que podría tener consecuencias incalculables para el mundo. Y se dio cuenta que, una vez más, el tiempo se estaba agotando.
Luego de que Castro ordenara disparar contra una de las aeronaves estadounidenses, "Mikoyan –dice la directora del National Security Archive– tomó una decisión sin consultar al gobierno central soviético: que las armas nucleares tácticas iban a tener que ser removidas".
Era poco después de mediados de noviembre. Pero los acontecimientos se movían más rápido que lo que el enviado soviético había anticipado.
El 19 de noviembre los cubanos le dieron instrucciones a su representante Carlos Lechuga para que revelara el secreto. En la sede de Naciones Unidas en Nueva York, el embajador cubano estaba a punto de decirle al mundo sobre las armas secretas. Mikoyan inmediatamente se comunicó con Moscú.
Pero desde allí nunca recibió "instrucciones claras" sobre qué hacer con las armas nucleares, explica Savranskaya: "Mikoyan estaba esperando instrucciones, pero tenía que reunirse con Castro en la noche del 22 de noviembre de 1962 y sabía que esta conversación sería sobre las armas y sobre el destino del acuerdo militar entre la Unión Soviética y Cuba".
"En mi opinión –agrega– la transcripción palabra por palabra de esta conversación a la medianoche entre Castro y Mikoyan probablemente sea el documento más fascinante de toda la crisis de los misiles".
"Castro –dice Savranskaya– anticipa que los soviéticos están a punto de hacer otra concesión a Estados Unidos y le pregunta a Mikoyan: '¿Qué pasa con las armas nucleares tácticas? ¿Nos las podemos quedar?'. 'No, no se las pueden quedar', dice Mikoyan. Castro señala que en el intercambio de cartas entre Kennedy y Krushev no se mencionaban las armas nucleares tácticas, por lo que 'los estadounidenses no tienen idea de que están acá, así que ustedes no tienen que sacarlas, las podemos esconder en nuestras cuevas'. Mikoyan luego dice: 'Vamos a retirar estas armas no porque los estadounidenses lo hayan demandado, sino porque nosotros decidimos retirar estas armas'. Y luego, interesantemente, le dice a Castro una mentira: 'Tenemos una ley secreta no publicada que nos prohíbe transferir armas nucleares a un tercer país'. No había tal ley en la Unión Soviética, pero le dice a Castro: 'Tenemos esta ley'".
"Durante el resto de la reunión, –prosigue Savranskaya– Castro vuelve una y otra vez a la misma cuestión, el líder cubano básicamente le ruega a Mikoyan mantener lo que él ve como el último medio de defenderse de Estados Unidos, y falla. Incluso sugiere que la 'ley' debe ser derogada, pero Mikoyan no cede, y dice que todas las armas nucleares deben salir de Cuba. Con esa conversación, se resolvió la crisis, las armas nucleares fueron cargadas en barcos soviéticos y retiradas en diciembre de 1962".
Los cubanos quedaron "dolidos" por las acciones de los soviéticos y hasta finales de la década de los sesenta permanecieron "resentidos" por haber sido puestos en una posición en la que "básicamente no tenían otra opción más que ceder a los deseos de Krushev", considera Brenner.
Para Savranskaya, los soviéticos y los estadounidenses no trataban a Cuba como un "actor", para ellos era un "pequeño peón", pero luego "se dieron cuenta de lo cerca que Castro había estado de hacer la crisis mucho, mucho peor".
Tanto Krushev como Kennedy comprendieron lo cerca que se estuvo de una catástrofe. En diciembre de 1962, el líder soviético le escribió a JFK para sugerirle que trabajaran en aras de la eliminación de las armas nucleares en el mundo para el esperado segundo mandato del estadounidense.
Pero eso nunca se dio. Kennedy fue asesinado 11 meses después y Krushev fue obligado a retirarse en 1964.
BBC Mundo
"La crisis de los misiles cubana no terminó el 28 de octubre de 1962, Cuba se iba a convertir en una potencia nuclear, justo en las narices de Estados Unidos y a 140 kilómetros de Florida".
La que habla es Svetlana Savranskaya, directora de operaciones rusas del National Security Archive, una institución no gubernamental de Estados Unidos."La crisis de los misiles cubana no terminó el 28 de octubre de 1962, Cuba se iba a convertir en una potencia nuclear, justo en las narices de Estados Unidos y a 140 kilómetros de Florida".
A la crisis de los misiles se la suele considerar como el momento de máximo peligro del siglo XX, pero en su 50º aniversario la BBC accedió a nueva información que pinta un cuadro aún más peligroso de cómo se desarrolló la crisis.
El mundo respiró aliviado cuando el presidente soviético acordó retirar sus 42 misiles nucleares de sus bases en Cuba. A cambio, su par estadounidense prometió no invadir la isla.
Documentos que serán publicados el 17 de octubre revelan que, lejos de poner fin a la crisis con el acuerdo alcanzado por John Fiztgerald Kennedy y Nikita Krushev, a finales de octubre hubo una segunda crisis.
Los papeles forman parte del archivo personal de Anastas Mikoyan, número dos del Kremlin durante la crisis y enviado a Cuba.
Castro está "muy molesto"
"Castro está muy molesto con la traición soviética, los cubanos se sentían traicionados porque para ellos el gobierno soviético hacía una concesión tras otra a los estadounidenses, sin consultar a su aliado cubano, un sentimiento compartido por los militares soviéticos en la isla"
Svetlana Savranskaya, directora de operaciones rusas del National Security Archive
Mientras tanto, Fidel Castro, excluido de las negociaciones entre las superpotencias, comenzó a dejar de cooperar con Moscú.
"Castro está muy molesto con la traición soviética, los cubanos se sentían traicionados porque para ellos el gobierno soviético hacía una concesión tras otra a los estadounidenses, sin consultar a su aliado cubano, un sentimiento compartido por los militares soviéticos en la isla", dice Savranskaya.
"Castro creía en primer lugar en la dignidad, y su obsesión con el orgullo y la dignidad de la Cuba revolucionaria condujo su conducta a lo largo de la crisis", agrega Philip Brenner, profesor de relaciones internacionales e historia, quien ha escrito varios libros sobre la relación entre Estados Unidos y Cuba.
El pedido llegó en un momento complicado: la esposa de Mikoyan estaba gravemente enferma, pero él "sintió que era su deber ir y se dio cuenta del peligro que representaba que Castro tuviera el orgullo herido", señala Brenner.
A su llegada a La Habana, Mikoyan se enteró de la muerte de su esposa y Castro, que todavía estaba furioso y había rechazado recibir al enviado, cedió tras enterarse del fallecimiento.
El enviado encontró a Castro nervioso y conspirativo, convencido que Moscú había perdido interés en defender la isla. Sin embargo, bajo claras instrucciones de Krushev, Mikoyan hizo su oferta: podía quedarse con las armas nucleares tácticas, con la condición de que no se lo dijeran a los estadounidenses.
Las dudas soviéticas
"(Mikoyan) entiende que con el orgullo cubano y con la forma en que los cubanos veían la posibilidad de una guerra nuclear muy diferente a cómo los soviéticos la veían, sería muy peligroso e incluso irresponsable dejar las armas en manos cubanas, pero sus manos estaban atadas, ese fue el acuerdo"
Svetlana Savranskaya, directora de operaciones rusas del National Security Archive
"Pensaba que con el orgullo cubano y frente al hecho de que los cubanos consideraban la posibilidad de una guerra nuclear de una manera muy diferente a los soviéticos, sería muy peligroso e incluso irresponsable dejar las armas en manos cubanas, pero sus manos estaban atadas: ese fue el acuerdo", señala Savranskaya.
Durante noviembre, Castro se volvió cada vez más beligerante hacia Washington y Moscú: se oponía a los vuelos de vigilancia estadounidense que vigilaban el retiro soviético y, desesperado por marcar su postura ante lo que considera una provocación, decidió que el ejército cubano tendría órdenes de disparar a las aeronaves.
Savranskaya asegura que Castro lo hizo sin consultar a los soviéticos, lo que "sorprendió" a los líderes porque constituía "claramente un paso hacia la escalada de la crisis".
Una serie de cartas entre Kennedy, Krushev y Castro arroja luz sobre sobre la tensa situación diplomática. "Las cartas Armagedón" revelan que mientras Mikoyan estaba en La Habana, el presidente estadounidense y el líder soviético llegaron a la conclusión de que el problema tras la crisis no era entre ellos, sino con Fidel Castro.
Luego de que Castro ordenara disparar contra una de las aeronaves estadounidenses, "Mikoyan –dice la directora del National Security Archive– tomó una decisión sin consultar al gobierno central soviético: que las armas nucleares tácticas iban a tener que ser removidas".
Era poco después de mediados de noviembre. Pero los acontecimientos se movían más rápido que lo que el enviado soviético había anticipado.
El 19 de noviembre los cubanos le dieron instrucciones a su representante Carlos Lechuga para que revelara el secreto. En la sede de Naciones Unidas en Nueva York, el embajador cubano estaba a punto de decirle al mundo sobre las armas secretas. Mikoyan inmediatamente se comunicó con Moscú.
Pero desde allí nunca recibió "instrucciones claras" sobre qué hacer con las armas nucleares, explica Savranskaya: "Mikoyan estaba esperando instrucciones, pero tenía que reunirse con Castro en la noche del 22 de noviembre de 1962 y sabía que esta conversación sería sobre las armas y sobre el destino del acuerdo militar entre la Unión Soviética y Cuba".
"En mi opinión –agrega– la transcripción palabra por palabra de esta conversación a la medianoche entre Castro y Mikoyan probablemente sea el documento más fascinante de toda la crisis de los misiles".
"¿Nos las podemos quedar?"
Ésta es la primera vez que se conocen detalles de esa reunión."Castro anticipa que los soviéticos están a punto de hacer otra concesión a Estados Unidos y le pregunta a Mikoyan: '¿Qué pasa con las armas nucleares tácticas? ¿Nos las podemos quedar?'. 'No, no se las pueden quedar'"
Svetlana Savranskaya, directora de operaciones rusas del National Security Archive
Los cubanos quedaron "dolidos" por las acciones de los soviéticos y hasta finales de la década de los sesenta permanecieron "resentidos" por haber sido puestos en una posición en la que "básicamente no tenían otra opción más que ceder a los deseos de Krushev", considera Brenner.
Para Savranskaya, los soviéticos y los estadounidenses no trataban a Cuba como un "actor", para ellos era un "pequeño peón", pero luego "se dieron cuenta de lo cerca que Castro había estado de hacer la crisis mucho, mucho peor".
Tanto Krushev como Kennedy comprendieron lo cerca que se estuvo de una catástrofe. En diciembre de 1962, el líder soviético le escribió a JFK para sugerirle que trabajaran en aras de la eliminación de las armas nucleares en el mundo para el esperado segundo mandato del estadounidense.
Pero eso nunca se dio. Kennedy fue asesinado 11 meses después y Krushev fue obligado a retirarse en 1964.