Europa y EE UU juegan con fuego
La incapacidad de los países ricos para resolver sus retos amenaza con provocar una recesión generalizada. El impacto de la crisis de los países ricos se contagia hacia los emergentes
Miguel Jiménez
Tokio, El País
Dice un proverbio japonés que con la leña prometida no se calienta la casa. El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, desafió ese refrán en septiembre. Prometió quemar leña sin límite en los mercados y todos empezaron a sentir calorcito. Pero los que tienen que ir a buscar la leña no se deciden. Tal vez estén jugando con fuego.
Desde Japón, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, ha pedido esta semana “actuaciones urgentes y con coraje” en la zona euro, principal foco de preocupaciones de la economía mundial. Pero no el único. Los economistas del Fondo han pintado un panorama apocalíptico si EE UU no aprueba un nuevo techo de deuda o cae en el precipicio fiscal, esto es, los drásticos recortes de gasto y subidas de impuestos que entrarían en vigor de forma automática si un acuerdo político no lo impide. Japón atraviesa una fase de inestabilidad política y lleva renqueando desde hace 20 años (un plazo en el que el crecimiento medio anual ha sido del 0,8% y la inflación acumulada, la de los 20 años juntos, es la misma que ha tenido España solo el mes pasado, el 0,7%). Y China no logra que la demanda interna tome el relevo de las exportaciones, golpeadas por el frenazo de las economías desarrolladas.
Con ese panorama en las cuatro principales economías mundiales, no es de extrañar que el FMI concluya que “los riesgos de una grave desaceleración mundial son alarmantemente altos”, según el informe presentado esta semana por su economista jefe, Olivier Blanchard, en Tokio, con motivo de la asamblea anual del organismo internacional.
Los técnicos del Fondo aún creen que las economías emergentes lograrán salvar el crecimiento mundial, pero son conscientes del contagio: “El bajo crecimiento y la incertidumbre de las economías avanzadas están afectando a los países emergentes y las economías en desarrollo, a través de los canales comerciales y financieros, que se suman a sus propias debilidades”, según Blanchard, que se remonta a 2009, el año de la Gran Recesión, para señalar que, como entonces, “el comercio exterior resulta ser un canal de contagio sorprendentemente poderoso”.
Blanchard, que esta semana ha provocado un pequeño terremoto en Japón con su estudio del efecto de los recortes en el crecimiento (mayor de lo que se pensaba en otros informes), lamenta que en la economía mundial hay “una sensación general de incertidumbre” y que los riesgos extremos, como los relativos a la viabilidad de la zona euro o a que se cometan errores graves en la política fiscal de Estados Unidos, continúan preocupando.
El Fondo ha rebajado esta semana de nuevo sus previsiones de crecimiento para este año y el próximo, aunque las mantiene por encima del 3% en el conjunto de la economía mundial. “El mayor cambio desde la asamblea de primavera es que el frenazo del crecimiento ya no solo afecta a las economías desarrolladas, sino también a los mercados emergentes, sobre todo en Asia”, enfatizó Christine Lagarde, al referirse al estudio.
Además, el Fondo parte de una premisa que algunos analistas privados no ven tan clara: que la zona euro (“el epicentro de la crisis”, en palabras de Lagarde) arregle sus problemas sin demora y EE UU logre un acuerdo político sobre el precipicio fiscal. El propio FMI lo admite: “Si cualquiera de los dos supuestos críticos acerca de las respuestas de política no se cumpliera, la actividad mundial podría deteriorarse drásticamente”, admite el organismo.
La zona euro, peligrosamente cerca de la recesión
El riesgo está ahí: hay una probabilidad de cada seis de que el crecimiento mundial caiga por debajo del 2%, lo que supondría una recesión en las economías avanzadas y un crecimiento lento en las emergentes y en desarrollo. Hace solo seis meses, el FMI decía que había una probabilidad de 1 entre 25. Y, en el caso de la zona euro, la probabilidad de una entrada en recesión es ya del 85%, según el Modelo de Proyección Global de los economistas del Fondo. Es decir, se da por hecha, cuando hace solo seis meses las posibilidades no pasaban del 50%. En realidad, aunque aún no se conocen los datos, es posible que entre julio y septiembre se haya consumado ese segundo trimestre consecutivo de caída del producto interior bruto (PIB). Le sigue Japón, con una probabilidad del 30% de entrar en recesión antes del primer trimestre del año próximo y EE UU, con algo más del 15%, según estimaciones incluidas en el informe Perspectivas de la Economía Mundial, elaborado por el Fondo.
“Una interrogante clave es si la economía mundial está solo atravesando una etapa de turbulencias adicional dentro de lo que siempre se había previsto como una recuperación lenta y accidentada, o si la actual desaceleración tiene un componente más duradero”, señala el estudio.
Y la clave está sobre todo en la zona euro. Lagarde reconoció que hay “buenas y malas noticias”. Las buenas son el paso al frente del Banco Central Europeo (BCE) para comprar deuda de aquellos países que pidan un rescate y se sometan a sus condiciones y la entrada en vigor del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). Las malas, casi todas las demás, como el acoso de los mercados a los países periféricos, la fragmentación financiera, la fuga de capitales, el agravamiento de la recesión en los países rescatados y los recurrentes retrasos en poner en marcha las decisiones, incluida la necesidad de que cada operación del MEDE sea aprobada por varios Parlamentos. “Es un compromiso entre eficacia financiera y democracia”, señaló Lagarde. En uno de los múltiples actos paralelos a la asamblea del Fondo que se han desarrollado esta semana en Tokio, el gobernador del Banco de Francia, Christian Noyer, abundó en esa idea: “Los tiempos de los mercados no son los de la democracia. Las dudas y retrasos crean nerviosismo, volatilidad y preocupación en los inversores”. A los mercados no les basta con las promesas. La leña prometida no calienta la casa.
Los banqueros centrales se han llevado la mayor parte de las flores en esta reunión del Fondo. El BCE, por su programa de compra de bonos, y la Reserva Federal y el Banco de Japón, por sus políticas de estímulo. “Los bancos centrales han actuado. Ahora les toca a los Gobiernos”, señaló el responsable del área financiera del Fondo, el español José Viñals.
Viñals subrayó que los mercados deben percibir la posibilidad de compra de bonos por el BCE como algo real, no virtual. Los inversores desconfiarán si los países que lo necesitan no piden el rescate o quienes deben aprobarlo se resisten.
Mientras, el agravamiento de la recesión ha condenado a casi toda la periferia europea a una década perdida en términos de crecimiento económico. “Más que una década perdida, una década de ajustes. Es doloroso y necesario”, matizó Peter Praet, economista jefe del Banco Central Europeo en unas jornadas que conmemoraban el 30º aniversario del IIF, el lobby de la gran banca mundial.
En esas mismas jornadas, el vicepresidente y consejero delegado del Banco Santander, Alfredo Sáenz, alabó la nueva aproximación del BCE a la posible compra de bonos soberanos y apostó por una mayor “integración europea”, en la que “la unión bancaria debe ser el primer paso”. “Es fundamental para crear una economía europea más fuerte y un sistema bancario más resistente. Tenemos una hoja de ruta y debemos avanzar lo antes posible”, señaló. Tras reconocer que “la enfermedad española es grave, pero no letal”, Sáenz defendió los grandes pasos que está dando la economía española para corregir sus desequilibrios y, en particular, el proceso de reestructuración financiera, que está llegando a su final y tras el que “quedarán probablemente menos de 10 entidades relevantes y el sistema será más fuerte, eficiente y competitivo”.
El FMI defiende con ahínco que Europa avance en la unión bancaria. Lo ha dicho Blanchard, lo ha dicho Viñals, lo ha dicho Lagarde. Alemania parece tener menos entusiasmo. Su ministro de Economía, Wolfgang Schaüble, tampoco parecía muy contento con la tesis del FMI de que los ajustes hacen más daño a la economía de lo que se creía. Cuentan los periodistas que le acompañaban que cuando le preguntaron inicialmente qué tenía que decir al respecto su respuesta fue tajante y brusca: “Nada”. Luego, insistió en su tesis con una comparación: si hay que escalar una montaña y empiezas a bajar, la montaña será cada vez más alta. Schaüble, por otra parte, intentó relativizar algo la importancia de la crisis del euro: “Europa no es la fuente de todos los problemas en el mundo”, dijo en un acto que compartía con Lagarde.
EE UU y Japón, también en el punto de mira
En realidad, el FMI está de acuerdo con eso. El otro punto de mira apunta a EE UU. El director de Asuntos Fiscales del Fondo, Carlo Cotarelli, dejó claro que el ajuste del 4% del PIB que implicaría el llamado precipicio fiscal haría entrar a EE UU en recesión. Y si no se lograba autorización para aumentar el techo de deuda, sería aún peor, “la madre de todos los precipicios fiscales”, con un ajuste del 8% para forzar una reducción del déficit a cero de golpe.
Pero en EE UU (y también en Japón) hacen falta, según el Fondo, estrategias creíbles de reducción de la deuda a medio y largo plazo. Los bajísimos tipos de interés que pagan estos países no están garantizados para siempre. “Las necesidades de renovación de la deuda pública aún son muy altas y exponen a los países a los caprichos de los mercados financieros”, sostiene Cotarelli. Y la deuda es enorme en todas las economías avanzadas, lo que frenará la recuperación.
“Quizá el mayor obstáculo será la pesada herencia de deuda pública, con una media del 110% del PIB en las economías avanzadas, la mayor desde la II Guerra Mundial”, señaló este viernes Christine Lagarde. Se forma aquí un círculo vicioso. Reducir la deuda pública es enormemente difícil sin crecimiento, pero un alto nivel de deuda lastra ese crecimiento.
Alfredo Sáenz: "La enfermedad de España es grave, pero no letal"
Por ahora, los países desarrollados se llevan casi todos los tirones de orejas. A los emergentes les han dicho que no sean complacientes. “Ya me gustaría que eso fuera lo que tuvieran que decirme a mí”, bromeaba en Tokio el ministro de Economía español Luis de Guindos. España sale con el segundo peor pronóstico de evolución del PIB para el año 2013 de los 188 países miembros del organismo, una caída del 1,3%, solo mejor que Grecia.
Pero lo cierto es que también los países emergentes y desarrollados, como señalaba Lagarde, han empezado a notar cada vez más la amenaza del contagio en una economía enormemente globalizada, donde las caídas de consumo en Europa se traducen en menos exportaciones en China.
Que la crisis de los países desarrollados no termine de provocar una recaída mundial en la recesión depende en buena parte de lo que hagan las autoridades de Europa y Estados Unidos en los próximos meses, es el resumen del diagnóstico que hace el FMI de la economía mundial. “La elección hoy es entre tomar las medidas políticas que sean necesarias, aunque sean duras, o retrasarlas una vez más en la falsa esperanza de que el tiempo juega a nuestro favor”, sostiene Viñals. “No lo hace”.
Miguel Jiménez
Tokio, El País
Dice un proverbio japonés que con la leña prometida no se calienta la casa. El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, desafió ese refrán en septiembre. Prometió quemar leña sin límite en los mercados y todos empezaron a sentir calorcito. Pero los que tienen que ir a buscar la leña no se deciden. Tal vez estén jugando con fuego.
Desde Japón, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, ha pedido esta semana “actuaciones urgentes y con coraje” en la zona euro, principal foco de preocupaciones de la economía mundial. Pero no el único. Los economistas del Fondo han pintado un panorama apocalíptico si EE UU no aprueba un nuevo techo de deuda o cae en el precipicio fiscal, esto es, los drásticos recortes de gasto y subidas de impuestos que entrarían en vigor de forma automática si un acuerdo político no lo impide. Japón atraviesa una fase de inestabilidad política y lleva renqueando desde hace 20 años (un plazo en el que el crecimiento medio anual ha sido del 0,8% y la inflación acumulada, la de los 20 años juntos, es la misma que ha tenido España solo el mes pasado, el 0,7%). Y China no logra que la demanda interna tome el relevo de las exportaciones, golpeadas por el frenazo de las economías desarrolladas.
Con ese panorama en las cuatro principales economías mundiales, no es de extrañar que el FMI concluya que “los riesgos de una grave desaceleración mundial son alarmantemente altos”, según el informe presentado esta semana por su economista jefe, Olivier Blanchard, en Tokio, con motivo de la asamblea anual del organismo internacional.
Los técnicos del Fondo aún creen que las economías emergentes lograrán salvar el crecimiento mundial, pero son conscientes del contagio: “El bajo crecimiento y la incertidumbre de las economías avanzadas están afectando a los países emergentes y las economías en desarrollo, a través de los canales comerciales y financieros, que se suman a sus propias debilidades”, según Blanchard, que se remonta a 2009, el año de la Gran Recesión, para señalar que, como entonces, “el comercio exterior resulta ser un canal de contagio sorprendentemente poderoso”.
Blanchard, que esta semana ha provocado un pequeño terremoto en Japón con su estudio del efecto de los recortes en el crecimiento (mayor de lo que se pensaba en otros informes), lamenta que en la economía mundial hay “una sensación general de incertidumbre” y que los riesgos extremos, como los relativos a la viabilidad de la zona euro o a que se cometan errores graves en la política fiscal de Estados Unidos, continúan preocupando.
El Fondo ha rebajado esta semana de nuevo sus previsiones de crecimiento para este año y el próximo, aunque las mantiene por encima del 3% en el conjunto de la economía mundial. “El mayor cambio desde la asamblea de primavera es que el frenazo del crecimiento ya no solo afecta a las economías desarrolladas, sino también a los mercados emergentes, sobre todo en Asia”, enfatizó Christine Lagarde, al referirse al estudio.
Además, el Fondo parte de una premisa que algunos analistas privados no ven tan clara: que la zona euro (“el epicentro de la crisis”, en palabras de Lagarde) arregle sus problemas sin demora y EE UU logre un acuerdo político sobre el precipicio fiscal. El propio FMI lo admite: “Si cualquiera de los dos supuestos críticos acerca de las respuestas de política no se cumpliera, la actividad mundial podría deteriorarse drásticamente”, admite el organismo.
La zona euro, peligrosamente cerca de la recesión
El riesgo está ahí: hay una probabilidad de cada seis de que el crecimiento mundial caiga por debajo del 2%, lo que supondría una recesión en las economías avanzadas y un crecimiento lento en las emergentes y en desarrollo. Hace solo seis meses, el FMI decía que había una probabilidad de 1 entre 25. Y, en el caso de la zona euro, la probabilidad de una entrada en recesión es ya del 85%, según el Modelo de Proyección Global de los economistas del Fondo. Es decir, se da por hecha, cuando hace solo seis meses las posibilidades no pasaban del 50%. En realidad, aunque aún no se conocen los datos, es posible que entre julio y septiembre se haya consumado ese segundo trimestre consecutivo de caída del producto interior bruto (PIB). Le sigue Japón, con una probabilidad del 30% de entrar en recesión antes del primer trimestre del año próximo y EE UU, con algo más del 15%, según estimaciones incluidas en el informe Perspectivas de la Economía Mundial, elaborado por el Fondo.
“Una interrogante clave es si la economía mundial está solo atravesando una etapa de turbulencias adicional dentro de lo que siempre se había previsto como una recuperación lenta y accidentada, o si la actual desaceleración tiene un componente más duradero”, señala el estudio.
Y la clave está sobre todo en la zona euro. Lagarde reconoció que hay “buenas y malas noticias”. Las buenas son el paso al frente del Banco Central Europeo (BCE) para comprar deuda de aquellos países que pidan un rescate y se sometan a sus condiciones y la entrada en vigor del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). Las malas, casi todas las demás, como el acoso de los mercados a los países periféricos, la fragmentación financiera, la fuga de capitales, el agravamiento de la recesión en los países rescatados y los recurrentes retrasos en poner en marcha las decisiones, incluida la necesidad de que cada operación del MEDE sea aprobada por varios Parlamentos. “Es un compromiso entre eficacia financiera y democracia”, señaló Lagarde. En uno de los múltiples actos paralelos a la asamblea del Fondo que se han desarrollado esta semana en Tokio, el gobernador del Banco de Francia, Christian Noyer, abundó en esa idea: “Los tiempos de los mercados no son los de la democracia. Las dudas y retrasos crean nerviosismo, volatilidad y preocupación en los inversores”. A los mercados no les basta con las promesas. La leña prometida no calienta la casa.
Los banqueros centrales se han llevado la mayor parte de las flores en esta reunión del Fondo. El BCE, por su programa de compra de bonos, y la Reserva Federal y el Banco de Japón, por sus políticas de estímulo. “Los bancos centrales han actuado. Ahora les toca a los Gobiernos”, señaló el responsable del área financiera del Fondo, el español José Viñals.
Viñals subrayó que los mercados deben percibir la posibilidad de compra de bonos por el BCE como algo real, no virtual. Los inversores desconfiarán si los países que lo necesitan no piden el rescate o quienes deben aprobarlo se resisten.
Mientras, el agravamiento de la recesión ha condenado a casi toda la periferia europea a una década perdida en términos de crecimiento económico. “Más que una década perdida, una década de ajustes. Es doloroso y necesario”, matizó Peter Praet, economista jefe del Banco Central Europeo en unas jornadas que conmemoraban el 30º aniversario del IIF, el lobby de la gran banca mundial.
En esas mismas jornadas, el vicepresidente y consejero delegado del Banco Santander, Alfredo Sáenz, alabó la nueva aproximación del BCE a la posible compra de bonos soberanos y apostó por una mayor “integración europea”, en la que “la unión bancaria debe ser el primer paso”. “Es fundamental para crear una economía europea más fuerte y un sistema bancario más resistente. Tenemos una hoja de ruta y debemos avanzar lo antes posible”, señaló. Tras reconocer que “la enfermedad española es grave, pero no letal”, Sáenz defendió los grandes pasos que está dando la economía española para corregir sus desequilibrios y, en particular, el proceso de reestructuración financiera, que está llegando a su final y tras el que “quedarán probablemente menos de 10 entidades relevantes y el sistema será más fuerte, eficiente y competitivo”.
El FMI defiende con ahínco que Europa avance en la unión bancaria. Lo ha dicho Blanchard, lo ha dicho Viñals, lo ha dicho Lagarde. Alemania parece tener menos entusiasmo. Su ministro de Economía, Wolfgang Schaüble, tampoco parecía muy contento con la tesis del FMI de que los ajustes hacen más daño a la economía de lo que se creía. Cuentan los periodistas que le acompañaban que cuando le preguntaron inicialmente qué tenía que decir al respecto su respuesta fue tajante y brusca: “Nada”. Luego, insistió en su tesis con una comparación: si hay que escalar una montaña y empiezas a bajar, la montaña será cada vez más alta. Schaüble, por otra parte, intentó relativizar algo la importancia de la crisis del euro: “Europa no es la fuente de todos los problemas en el mundo”, dijo en un acto que compartía con Lagarde.
EE UU y Japón, también en el punto de mira
En realidad, el FMI está de acuerdo con eso. El otro punto de mira apunta a EE UU. El director de Asuntos Fiscales del Fondo, Carlo Cotarelli, dejó claro que el ajuste del 4% del PIB que implicaría el llamado precipicio fiscal haría entrar a EE UU en recesión. Y si no se lograba autorización para aumentar el techo de deuda, sería aún peor, “la madre de todos los precipicios fiscales”, con un ajuste del 8% para forzar una reducción del déficit a cero de golpe.
Pero en EE UU (y también en Japón) hacen falta, según el Fondo, estrategias creíbles de reducción de la deuda a medio y largo plazo. Los bajísimos tipos de interés que pagan estos países no están garantizados para siempre. “Las necesidades de renovación de la deuda pública aún son muy altas y exponen a los países a los caprichos de los mercados financieros”, sostiene Cotarelli. Y la deuda es enorme en todas las economías avanzadas, lo que frenará la recuperación.
“Quizá el mayor obstáculo será la pesada herencia de deuda pública, con una media del 110% del PIB en las economías avanzadas, la mayor desde la II Guerra Mundial”, señaló este viernes Christine Lagarde. Se forma aquí un círculo vicioso. Reducir la deuda pública es enormemente difícil sin crecimiento, pero un alto nivel de deuda lastra ese crecimiento.
Alfredo Sáenz: "La enfermedad de España es grave, pero no letal"
Por ahora, los países desarrollados se llevan casi todos los tirones de orejas. A los emergentes les han dicho que no sean complacientes. “Ya me gustaría que eso fuera lo que tuvieran que decirme a mí”, bromeaba en Tokio el ministro de Economía español Luis de Guindos. España sale con el segundo peor pronóstico de evolución del PIB para el año 2013 de los 188 países miembros del organismo, una caída del 1,3%, solo mejor que Grecia.
Pero lo cierto es que también los países emergentes y desarrollados, como señalaba Lagarde, han empezado a notar cada vez más la amenaza del contagio en una economía enormemente globalizada, donde las caídas de consumo en Europa se traducen en menos exportaciones en China.
Que la crisis de los países desarrollados no termine de provocar una recaída mundial en la recesión depende en buena parte de lo que hagan las autoridades de Europa y Estados Unidos en los próximos meses, es el resumen del diagnóstico que hace el FMI de la economía mundial. “La elección hoy es entre tomar las medidas políticas que sean necesarias, aunque sean duras, o retrasarlas una vez más en la falsa esperanza de que el tiempo juega a nuestro favor”, sostiene Viñals. “No lo hace”.