Con la paz en el ADN
La incipiente diplomacia de los 27 busca evitar conflictos
Ricardo Martínez de Rituerto
Bruselas, El País
El premio Nobel de la Paz a la Unión Europea viene a coronar un proyecto nacido ya hace 55 años en Roma, como encarnación de los esfuerzos de visionarios que llevaban años empeñados en el ideal de poner definitivamente a Europa en un camino que hiciera imposible volver a la guerra que secularmente ha asolado al continente. Una pura reacción humana y humanista bajo el vívido impacto del mayor de los desastres que haya sacudido al Viejo Continente, la Segunda Guerra Mundial, que hizo que la paz esté en el ADN de la UE. Y ello por más que en ocasiones sus Estados integrantes también participen en aventuras militares envueltos en banderas distintas a la azul y estrellada de la Unión.
Aquella semilla, —“la lucha por la paz y la reconciliación y por la democracia y los derechos humanos”, en palabras del comité Nobel noruego— ha dado un frondoso árbol, más reconocido hoy fuera que dentro de la Unión, hacia la que se vuelven países y regiones en conflicto en busca de ayuda o mediación. Al gigante económico, ahora confuso y tambalante, sus pies de barro en la vertiente exterior y de defensa, justificados en el llamado poder blando que rehúye la fuerza, le han servido para hacer de árbitro por encima de toda sospecha en diversas latitudes, desde el lejano Aceh (Indonesia) a la venidera operación en Mali y, sobre todo, en la propia Europa, tanto la que sirvió de cuna a la UE, como a la Europa política y geográfica que trasciende esas fronteras. El foco está puesto ahora mismo en los países de la vecindad oriental: una Bielorrusia a la que en Bruselas se etiqueta repetidamente de última dictadura de Europa y una vecindad caucásica históricamente inasible.
La diplomacia del incipiente Servicio Europeo de Acción Exterior busca siempre --no sin las dificultades inherentes a amalgamar los intereses de 27 socios con distintas historias, geografías, culturas, intereses y sensibilidades— el mejor modo de resolver conflictos antes de que ocurra lo peor o la posible salida a situaciones ya envenenadas, como ocurre con Irán y sus ambiciones nucleares. Junto a la labor de los despachos, la Unión ha emprendido en los últimos años más de una veintena de misiones de distinto tipo, algunas en lugares alejados, pero la mayoría en la inmediata vecindad geopolítica y hasta en el mismo territorio europeo, donde una mediación de la UE evitó una guerra civil en Macedonia ya en este siglo XXI.
La Unión llegó mal y tarde a la guerra de los Balcanes y se sintió humillada por un Estados Unidos que, una vez más, tuvo que sacar en los años 90 del atolladero a una Europa dividida y paralizada. Ello hizo imperativo ver cómo evitar otra vejación semejante. En la estrategia del palo y la zanahoria que debe acompañar a toda política exterior, la UE es todavía tan roma con el palo como diestra con la zanahoria y ese hándicap no le ha ido nada mal a una Unión envuelta con naturalidad en la bandera de los Derechos Humanos y que, por seguir con los endémicamente fratricidas Balcanes, tiene a aquellos vecinos expectantes y haciendo ingentes esfuerzos de buena conducta a las puertas del club. Y a otros, como la orgullosa Turquía, utilizando las exigencias de armonización política, social y económica planteadas por la UE como plataforma para convertirse en potencia con horizontes no esencial ni necesariamente europeos.
La OTAN, que comparte 21 socios con la Unión, felicitaba a la UE por este reconocimiento en busca de un cierto reflejo del resplandor de la medalla del Nobel al decir que “desde el principio [ambas] han compartido valores y ayudado a dar forma a una nueva Europa”. Angela Merkel también se sumó a los parabienes y presentó al euro como otra encarnación de la “idea de Europa como comunidad de paz y de valores”. Es precisamente la estrategia dirigida por Alemania en defensa de la moneda única, con sus gravosísimos costes sociales, la que está creando tensiones en Europa en las que algunos ven serias amenazas al proyecto europeo. En Bruselas hay quien lamenta “que se esté explotando la imagen de Alemania como matón del barrio o que se vuelva a pensar en la guerra y es lamentable porque esto, la Unión, empezó para evitar más guerras”.
Ricardo Martínez de Rituerto
Bruselas, El País
El premio Nobel de la Paz a la Unión Europea viene a coronar un proyecto nacido ya hace 55 años en Roma, como encarnación de los esfuerzos de visionarios que llevaban años empeñados en el ideal de poner definitivamente a Europa en un camino que hiciera imposible volver a la guerra que secularmente ha asolado al continente. Una pura reacción humana y humanista bajo el vívido impacto del mayor de los desastres que haya sacudido al Viejo Continente, la Segunda Guerra Mundial, que hizo que la paz esté en el ADN de la UE. Y ello por más que en ocasiones sus Estados integrantes también participen en aventuras militares envueltos en banderas distintas a la azul y estrellada de la Unión.
Aquella semilla, —“la lucha por la paz y la reconciliación y por la democracia y los derechos humanos”, en palabras del comité Nobel noruego— ha dado un frondoso árbol, más reconocido hoy fuera que dentro de la Unión, hacia la que se vuelven países y regiones en conflicto en busca de ayuda o mediación. Al gigante económico, ahora confuso y tambalante, sus pies de barro en la vertiente exterior y de defensa, justificados en el llamado poder blando que rehúye la fuerza, le han servido para hacer de árbitro por encima de toda sospecha en diversas latitudes, desde el lejano Aceh (Indonesia) a la venidera operación en Mali y, sobre todo, en la propia Europa, tanto la que sirvió de cuna a la UE, como a la Europa política y geográfica que trasciende esas fronteras. El foco está puesto ahora mismo en los países de la vecindad oriental: una Bielorrusia a la que en Bruselas se etiqueta repetidamente de última dictadura de Europa y una vecindad caucásica históricamente inasible.
La diplomacia del incipiente Servicio Europeo de Acción Exterior busca siempre --no sin las dificultades inherentes a amalgamar los intereses de 27 socios con distintas historias, geografías, culturas, intereses y sensibilidades— el mejor modo de resolver conflictos antes de que ocurra lo peor o la posible salida a situaciones ya envenenadas, como ocurre con Irán y sus ambiciones nucleares. Junto a la labor de los despachos, la Unión ha emprendido en los últimos años más de una veintena de misiones de distinto tipo, algunas en lugares alejados, pero la mayoría en la inmediata vecindad geopolítica y hasta en el mismo territorio europeo, donde una mediación de la UE evitó una guerra civil en Macedonia ya en este siglo XXI.
La Unión llegó mal y tarde a la guerra de los Balcanes y se sintió humillada por un Estados Unidos que, una vez más, tuvo que sacar en los años 90 del atolladero a una Europa dividida y paralizada. Ello hizo imperativo ver cómo evitar otra vejación semejante. En la estrategia del palo y la zanahoria que debe acompañar a toda política exterior, la UE es todavía tan roma con el palo como diestra con la zanahoria y ese hándicap no le ha ido nada mal a una Unión envuelta con naturalidad en la bandera de los Derechos Humanos y que, por seguir con los endémicamente fratricidas Balcanes, tiene a aquellos vecinos expectantes y haciendo ingentes esfuerzos de buena conducta a las puertas del club. Y a otros, como la orgullosa Turquía, utilizando las exigencias de armonización política, social y económica planteadas por la UE como plataforma para convertirse en potencia con horizontes no esencial ni necesariamente europeos.
La OTAN, que comparte 21 socios con la Unión, felicitaba a la UE por este reconocimiento en busca de un cierto reflejo del resplandor de la medalla del Nobel al decir que “desde el principio [ambas] han compartido valores y ayudado a dar forma a una nueva Europa”. Angela Merkel también se sumó a los parabienes y presentó al euro como otra encarnación de la “idea de Europa como comunidad de paz y de valores”. Es precisamente la estrategia dirigida por Alemania en defensa de la moneda única, con sus gravosísimos costes sociales, la que está creando tensiones en Europa en las que algunos ven serias amenazas al proyecto europeo. En Bruselas hay quien lamenta “que se esté explotando la imagen de Alemania como matón del barrio o que se vuelva a pensar en la guerra y es lamentable porque esto, la Unión, empezó para evitar más guerras”.