Colombia busca de nuevo la paz
Los negociadores de Bogotá y las FARC llegan hoy a Noruega para escenificar, en tres días, el inicio de las conversaciones
Elizabeth Reyes L. / Pablo Ximénez de Sandoval
Bogotá, Madrid, AFP
Los guerrilleros lo llaman adiós a las armas. El Gobierno de Colombia lo llama fin del conflicto. Este es el momento que aguarda Colombia con una mezcla confusa de optimismo y escepticismo, tras miles de muertos y tres procesos de paz fracasados en cuatro décadas. Sin armas, deberá llegar una paz duradera, el objetivo final del proceso de negociación impulsado por el presidente Juan Manuel Santos con la guerrilla de las FARC. Es un objetivo a largo plazo. Tardará meses en concretarse en un acuerdo y quién sabe cuánto en materializarse. Pero el primer paso se da hoy, con la llegada prevista a Oslo, Noruega, de los equipos negociadores de ambas partes. Entre mañana y pasado, según el calendario acordado, se escenificará ante el mundo la voluntad de ambas partes de lograr la paz y se establecerán las normas para el diálogo que comenzará en La Habana a final de mes.
Hasta qué punto está dispuesta la banda armada a renunciar a la violencia, cuándo y cómo dejará las armas o si se desmovilizará hasta el último de sus miembros, son algunas de las preguntas que se hacen los colombianos. Podrían tener respuesta en la única entrevista que ha dado Rodrigo Londoño Echeverri, Timochenko, el máximo líder de las FARC, desde que el pasado 4 de septiembre se anunció el proceso de paz. Timochenko afirmó que cuando la guerrilla habla de dejar las armas significa "la abolición del empleo de la fuerza, de la apelación a cualquier tipo de violencias para la consecución de fines económicos o políticos. Es un verdadero adiós a las armas". Queda dicho.
Lo único cierto es que, por ahora, el proceso arrancará en medio del conflicto y que no habrá un alto el fuego. La principal característica de este proceso es que no hay un alto el fuego previo. Después del anuncio oficial de las conversaciones, al menos 60 guerrilleros han muerto en enfrentamientos con el Ejército colombiano. Las FARC, incluidas en varias listas internacionales de organizaciones terroristas, no han detenido tampoco su actividad criminal.
El propio Santos relató a finales de septiembre una anécdota reveladora. Nada más acceder a la presidencia, en agosto de 2010, el entonces líder de las FARC Alfonso Cano, se comunicó indirectamente con él para ofrecer un diálogo. Santos respondió afirmativamente. Un año después, el Ejército comunicó a Santos que tenía rodeado a Cano. "Dije: 'Las reglas son las reglas, si queremos ser exitosos tenemos que perseverar", relató Santos. El 4 de noviembre de 2011, el Gobierno colombiano halló el cadáver del líder de las FARC tras bombardear el lugar donde se escondía. Esas son las reglas con las que se juega en estos días en Oslo.
Por ahora, Gobierno y FARC llevan dos años de contactos y seis meses de conversaciones secretas en Cuba. El resultado fue un acuerdo sobre los puntos que se deben resolver para lograr una paz definitiva. Según Santos, una vez llegado a un acuerdo sobre esa agenda, la guerrilla dejaría las armas. Una tercera fase será "la construcción democrática de la paz".
Estamos en esa segunda fase. Mañana y pasado, los dos equipos negociadores se verán, acogidos por el Gobierno de Noruega, en un lugar a las afueras de Oslo. El miércoles está previsto que comparezcan ante la prensa para hacer oficial el establecimiento de la mesa de diálogo. Será el momento de presentar al mundo su voluntad de negociar, en el entorno de un reconocido facilitador internacional de conversaciones de paz.
El papel de Noruega es exclusivamente "facilitar la conversación", explica Kristian B. Harpviken, director del Instituto de Investigación para la Paz de Oslo (PRIO). "Los avances son responsabilidad de las partes". Sin esa labor, "muchas veces las partes no tendrían un lugar donde encontrarse físicamente". Durante toda esta semana, los medios colombianos han estado pendientes de que la Fiscalía General del país suspendiera las órdenes internacionales de captura de los guerrilleros cursadas a Interpol, de forma que puedan aterrizar en Europa sin que les detengan.
Es en esa tercera fase donde se concentran los miedos. El riesgo es dejar de hablar. Que alguien se levante de la mesa. Que las conversaciones entren en punto muerto. Porque el proceso durará al menos ocho meses, calcula el presidente Santos. Un analista ha definido este momento histórico como una obra con muchos actos y actores donde se abrirá el telón con entusiasmo, pero donde tal vez un actor se caiga, otro se enferme o entre en pánico. Lo que cuenta es la decisión que han tomado el gobierno y las FARC de no levantarse de la mesa hasta lograr un acuerdo. "Eso da la tranquilidad de que existe el vivo propósito de conversar para terminar el conflicto y no de conversar para ganar tiempo y lograr avances en lo militar", afirma Guillermo Rivera, parlamentario liberal que integra las comisiones de paz del Congreso.
Por ahora, una muestra de ese optimismo queda patente en las encuestas. El apoyo al presidente en estas conversaciones ha pasado de un 77% y a un altísimo 82%, según una encuesta del Centro Nacional de Consultoría.
Otra característica de este proceso es que, aunque las conversaciones son reservadas, se hace de forma oficial y a la vista de todos. Nada que ver con lo que se entiende en España por un diálogo con terroristas. Tras seis meses en secreto, no está claro cómo podrá afectar la presión mediática al resto del proceso. "Desde luego la presión de los medios es una dificultad", explica Harpviken. "Pero ese es uno de los dilemas de los procesos de paz. Si quieres un acuerdo necesitas el apoyo de la gente y, por tanto, cierto grado de transparencia para que sepan de qué se está hablando. No puedes construir ese apoyo sobre algo teórico". Al mismo tiempo, reconoce que "lo que han conseguido hasta ahora ha sido gracias a la discreción".
El jefe del equipo negociador del Gobierno, el exvicepresidente Humberto de la Calle, ha pedido "controlar el desbordado apetito hacia una solución mágica y fomentar cierta dosis de escepticismo".
Con meses de conversaciones por delante sin cesar la violencia entre las partes y, sobre todo, la incertidumbre de cómo se reintegrarán las FARC a la vida civil si todo sale bien, no falta escepticismo en Colombia. "Con esta negociación no se va a lograr la paz absoluta. Lo que se va a intentar es lograr que las FARC dejen las armas para cerrar este conflicto", asegura María Victoria Llorente, directora de la Fundación Ideas para la Paz, que ha hecho seguimiento a los tres procesos de paz anteriores.
Para Javier Ciurlizza, director para América Latina y el Caribe de International Crisis Group, la negociación, además, no debe prolongarse en exceso. "Una negociación sin cese al fuego en el largo plazo sería extremadamente problemática", dice Ciurlizza, para quien si se da este escenario sería fundamental una tregua, o por lo menos, el cumplimiento estricto de las normas del derecho internacional humanitario.
Además de los escépticos, están los opositores abiertos al proceso, encabezados por el expresidente Álvaro Uribe. Para Miguel Gómez, parlamentario del partido de Uribe, no es cierto que las FARC quieran la paz sino un pedazo de poder. "Si nos va bien, habrá entonces desmovilización de las FARC pero no paz", dice Gómez.
Sin embargo, para la mayoría de colombianos que apoya este proceso, está claro que esta vez hay más posibilidades de éxito. "Va a haber un proceso de paz porque las partes reconocen el fracaso de la opción militar", afirmó el analista político León Valencia, exguerrillero desmovilizado del ELN, el otro grupo subversivo que está buscando entrar a esta negociación.
Para los colombianos es evidente que las FARC llegan debilitadas a la mesa de negociación. Se calcula que de los 20.000 combatientes que tenían hace una década hoy tienen 9.000. Sus máximos jefes han sido abatidos. Pero también tienen claro que se han reorganizado y están lejos de la desaparición.
Esta semana se abre el telón en Oslo. El drama se representará en La Habana. En palabras de Santos, "la paz es la victoria".
Elizabeth Reyes L. / Pablo Ximénez de Sandoval
Bogotá, Madrid, AFP
Los guerrilleros lo llaman adiós a las armas. El Gobierno de Colombia lo llama fin del conflicto. Este es el momento que aguarda Colombia con una mezcla confusa de optimismo y escepticismo, tras miles de muertos y tres procesos de paz fracasados en cuatro décadas. Sin armas, deberá llegar una paz duradera, el objetivo final del proceso de negociación impulsado por el presidente Juan Manuel Santos con la guerrilla de las FARC. Es un objetivo a largo plazo. Tardará meses en concretarse en un acuerdo y quién sabe cuánto en materializarse. Pero el primer paso se da hoy, con la llegada prevista a Oslo, Noruega, de los equipos negociadores de ambas partes. Entre mañana y pasado, según el calendario acordado, se escenificará ante el mundo la voluntad de ambas partes de lograr la paz y se establecerán las normas para el diálogo que comenzará en La Habana a final de mes.
Hasta qué punto está dispuesta la banda armada a renunciar a la violencia, cuándo y cómo dejará las armas o si se desmovilizará hasta el último de sus miembros, son algunas de las preguntas que se hacen los colombianos. Podrían tener respuesta en la única entrevista que ha dado Rodrigo Londoño Echeverri, Timochenko, el máximo líder de las FARC, desde que el pasado 4 de septiembre se anunció el proceso de paz. Timochenko afirmó que cuando la guerrilla habla de dejar las armas significa "la abolición del empleo de la fuerza, de la apelación a cualquier tipo de violencias para la consecución de fines económicos o políticos. Es un verdadero adiós a las armas". Queda dicho.
Lo único cierto es que, por ahora, el proceso arrancará en medio del conflicto y que no habrá un alto el fuego. La principal característica de este proceso es que no hay un alto el fuego previo. Después del anuncio oficial de las conversaciones, al menos 60 guerrilleros han muerto en enfrentamientos con el Ejército colombiano. Las FARC, incluidas en varias listas internacionales de organizaciones terroristas, no han detenido tampoco su actividad criminal.
El propio Santos relató a finales de septiembre una anécdota reveladora. Nada más acceder a la presidencia, en agosto de 2010, el entonces líder de las FARC Alfonso Cano, se comunicó indirectamente con él para ofrecer un diálogo. Santos respondió afirmativamente. Un año después, el Ejército comunicó a Santos que tenía rodeado a Cano. "Dije: 'Las reglas son las reglas, si queremos ser exitosos tenemos que perseverar", relató Santos. El 4 de noviembre de 2011, el Gobierno colombiano halló el cadáver del líder de las FARC tras bombardear el lugar donde se escondía. Esas son las reglas con las que se juega en estos días en Oslo.
Por ahora, Gobierno y FARC llevan dos años de contactos y seis meses de conversaciones secretas en Cuba. El resultado fue un acuerdo sobre los puntos que se deben resolver para lograr una paz definitiva. Según Santos, una vez llegado a un acuerdo sobre esa agenda, la guerrilla dejaría las armas. Una tercera fase será "la construcción democrática de la paz".
Estamos en esa segunda fase. Mañana y pasado, los dos equipos negociadores se verán, acogidos por el Gobierno de Noruega, en un lugar a las afueras de Oslo. El miércoles está previsto que comparezcan ante la prensa para hacer oficial el establecimiento de la mesa de diálogo. Será el momento de presentar al mundo su voluntad de negociar, en el entorno de un reconocido facilitador internacional de conversaciones de paz.
El papel de Noruega es exclusivamente "facilitar la conversación", explica Kristian B. Harpviken, director del Instituto de Investigación para la Paz de Oslo (PRIO). "Los avances son responsabilidad de las partes". Sin esa labor, "muchas veces las partes no tendrían un lugar donde encontrarse físicamente". Durante toda esta semana, los medios colombianos han estado pendientes de que la Fiscalía General del país suspendiera las órdenes internacionales de captura de los guerrilleros cursadas a Interpol, de forma que puedan aterrizar en Europa sin que les detengan.
Es en esa tercera fase donde se concentran los miedos. El riesgo es dejar de hablar. Que alguien se levante de la mesa. Que las conversaciones entren en punto muerto. Porque el proceso durará al menos ocho meses, calcula el presidente Santos. Un analista ha definido este momento histórico como una obra con muchos actos y actores donde se abrirá el telón con entusiasmo, pero donde tal vez un actor se caiga, otro se enferme o entre en pánico. Lo que cuenta es la decisión que han tomado el gobierno y las FARC de no levantarse de la mesa hasta lograr un acuerdo. "Eso da la tranquilidad de que existe el vivo propósito de conversar para terminar el conflicto y no de conversar para ganar tiempo y lograr avances en lo militar", afirma Guillermo Rivera, parlamentario liberal que integra las comisiones de paz del Congreso.
Por ahora, una muestra de ese optimismo queda patente en las encuestas. El apoyo al presidente en estas conversaciones ha pasado de un 77% y a un altísimo 82%, según una encuesta del Centro Nacional de Consultoría.
Otra característica de este proceso es que, aunque las conversaciones son reservadas, se hace de forma oficial y a la vista de todos. Nada que ver con lo que se entiende en España por un diálogo con terroristas. Tras seis meses en secreto, no está claro cómo podrá afectar la presión mediática al resto del proceso. "Desde luego la presión de los medios es una dificultad", explica Harpviken. "Pero ese es uno de los dilemas de los procesos de paz. Si quieres un acuerdo necesitas el apoyo de la gente y, por tanto, cierto grado de transparencia para que sepan de qué se está hablando. No puedes construir ese apoyo sobre algo teórico". Al mismo tiempo, reconoce que "lo que han conseguido hasta ahora ha sido gracias a la discreción".
El jefe del equipo negociador del Gobierno, el exvicepresidente Humberto de la Calle, ha pedido "controlar el desbordado apetito hacia una solución mágica y fomentar cierta dosis de escepticismo".
Con meses de conversaciones por delante sin cesar la violencia entre las partes y, sobre todo, la incertidumbre de cómo se reintegrarán las FARC a la vida civil si todo sale bien, no falta escepticismo en Colombia. "Con esta negociación no se va a lograr la paz absoluta. Lo que se va a intentar es lograr que las FARC dejen las armas para cerrar este conflicto", asegura María Victoria Llorente, directora de la Fundación Ideas para la Paz, que ha hecho seguimiento a los tres procesos de paz anteriores.
Para Javier Ciurlizza, director para América Latina y el Caribe de International Crisis Group, la negociación, además, no debe prolongarse en exceso. "Una negociación sin cese al fuego en el largo plazo sería extremadamente problemática", dice Ciurlizza, para quien si se da este escenario sería fundamental una tregua, o por lo menos, el cumplimiento estricto de las normas del derecho internacional humanitario.
Además de los escépticos, están los opositores abiertos al proceso, encabezados por el expresidente Álvaro Uribe. Para Miguel Gómez, parlamentario del partido de Uribe, no es cierto que las FARC quieran la paz sino un pedazo de poder. "Si nos va bien, habrá entonces desmovilización de las FARC pero no paz", dice Gómez.
Sin embargo, para la mayoría de colombianos que apoya este proceso, está claro que esta vez hay más posibilidades de éxito. "Va a haber un proceso de paz porque las partes reconocen el fracaso de la opción militar", afirmó el analista político León Valencia, exguerrillero desmovilizado del ELN, el otro grupo subversivo que está buscando entrar a esta negociación.
Para los colombianos es evidente que las FARC llegan debilitadas a la mesa de negociación. Se calcula que de los 20.000 combatientes que tenían hace una década hoy tienen 9.000. Sus máximos jefes han sido abatidos. Pero también tienen claro que se han reorganizado y están lejos de la desaparición.
Esta semana se abre el telón en Oslo. El drama se representará en La Habana. En palabras de Santos, "la paz es la victoria".