La inocencia de la imagen

Verónica Córdova
Diecisiete de abril, 1896. El joven Máximo Gorki presencia la primera exhibición del cinematógrafo de los hermanos Lumière en un restaurante de Nizhni-Novgorod, en su natal Rusia. Al salir escribe: “Anoche estuve en el reino de las sombras. Al apagarse las luces en el salón, un extraño relampagueo atraviesa la pantalla y la gris imagen que habíamos visto muchas veces de pronto cobra vida. Un tren se mueve velozmente hacia ti, y pareciera que va a estrellarse contra la oscuridad en que te sientas, convirtiéndote en un bulto de carne lacerada y huesos astillados, destruyendo a su paso este salón tan lleno de vino, mujeres y vicios. Pero es un tren de sombras”.

11 de septiembre, 2001. Dos aviones se estrellan contra las torres gemelas de Nueva York, en un ataque sincronizado que se inspira en decenas de películas de extraterrestres, apocalipsis y fines del mundo que han tomado como locación y símbolo esa ciudad tan cinematográfica. El terror que genera ese ataque y las guerras y muertes que se desatan como su directa consecuencia no son, lamentablemente, sólo sombras.

20 de julio, 2012. El joven James Eagan Holmes entra a la exhibición de la película El caballero de la noche, asciende en una sala de cine de Colorado, en su natal EEUU. Está disfrazado como el villano de la historia y lleva granadas de gas, una escopeta y un rifle semiautomático. La gente no se mueve de sus asientos: creen que es un evento, una broma, parte de la publicidad por el estreno del esperado Blockbuster. Pero son armas verdaderas.

9 de septiembre, 2012. Aparece en YouTube el tráiler de la película La inocencia de los musulmanes, dirigida por un oscuro cineasta que se hace llamar Sam Bacile. Dos días después ya lo han visto medio millón de personas, y tres días después una turba asalta la Embajada de EEUU en Benghazi, Libia. La película es una representación ficcionada de la vida de Mahoma. Pero la indignación que ha causado es verdadera.

Vivimos en una era en la que el cine se alimenta del cine, y muchas historias que se cuentan en las pantallas grandes y pequeñas no tienen como referente ese reino de sombras al que llamamos realidad, sino el reino de sombras creado por el propio cine. Pero, a la vez, la realidad cada día parece estar recreada, ficcionalizada, transformada por la otra realidad que el cine inventa. No obstante la muerte y la miseria, la guerra y el odio, la rabia y la violencia que algunas sombras generan son, lamentablemente, verdaderos.

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