La desmoralización de España
-Las crisis de la economía y de la política hacen caer la autoestima del país
-El desánimo y la falta de horizontes devuelven la mirada al desastre de 1898
Andrés Ortega, El País
Los españoles están desmoralizados, viven una crisis de autoestima. Las encuestas muestran que ven cada vez más negro no ya su presente, sino su futuro. Costó mucho, décadas, que recuperasen la confianza en su país. Esta confianza se ha quebrado de la mano de la crisis económica, de los problemas que conlleva para todos y para cada cual, y de las perspectivas de un rescate (no ya de la banca sino del Estado) que, tal es el abatimiento, mucha gente empieza a querer que llegue cuanto antes si ha de venir. Y por detrás, hay una crisis de la política.
La pérdida de Cuba en la guerra con Estados Unidos de 1898, el “desastre”, fue el detonante de una reflexión de España sobre sí misma que impulsaron las generaciones intelectuales del 98 y del 14. “Desde entonces”, escribió Vicens Vives, “el pueblo español ha buscado, como si fuera un elixir milagroso, una estructura política y social que corresponda con sus aspiraciones”. Con la Transición, durante tres décadas, creyó haberla conseguido, pero de nuevo emerge la idea de fracaso.
Para el historiador Santos Juliá no hay comparación con el 98: “Aquello fue otra cosa. Soldaditos macilentos que volvían en sus trajes de rayadillo, después de un desastre de derrota a una patria con un Estado literalmente en la ruina, o sea, quebrado y quebrantado: las gentes les llevaban bocadillos para que no murieran de inanición. Fue como la traca final de la mirada sobre la decadencia de España, que había inquietado a los liberales y conservadores del XIX”. De hecho, se tardó mucho en recuperar la autoestima nacional, probablemente hasta el ingreso de España en la hoy Unión Europea en 1986, o en el euro en 1999. Y ahora el posible rescate no ya de la banca sino de las finanzas públicas se vive, en palabras del Financial Times, “como una humillación”, en una España que creía haber puesto fin a su diferencia secular con Europa.
¿España deprimida? ¿Desmoralizada? Los psicólogos y psiquiatras se resisten a extrapolar la psicología individual a la social. Aunque hay una relación. La crisis está generando estrés en los individuos (por pérdida de empleo, incertidumbre, reducción de salarios, subidas de impuestos y carestía de la vida, etcétera). Y este estrés ha degenerado en desmoralización, individual y colectiva, cuando no depresión. “Cuando se somete a la persona (y a la sociedad, en cierto modo, también) a un estado de estrés mantenido, este se convierte en algo superior a lo que el organismo puede reducir con sus recursos psicológicos naturales”, señala la psiquiatra Lola Morón. “Cuando controlamos la situación, la sensación de amenaza desaparece. Pero, cuando es de descontrol, se recrudece. Eso pasa ahora también en la sociedad. Tenemos una sensación de vulnerabilidad constante, de que las cosas no están bajo nuestro control, y esto nos sitúa en un estado de alerta constante que acaba produciendo ansiedad y angustia en los individuos”, prosigue. Y añade: “Acaba por producir desmoralización y desesperanza. También produce un estado de apatía, ya que perdemos las ganas de pelear. Al principio se intenta, pero la apatía vence”. Y, en efecto, en esta España no hay espíritu de lucha para hacer frente a las dificultades. Aquí, tras cuatro años de crisis económica que se ha extendido a la política, reina la desmoralización. En Italia, más bien la ira —o, vulgarmente hablando, el cabreo— con los políticos.
La percepción no tiene por qué responder a la realidad. Hay dos Españas. No de acuerdo a la división tradicional entre una retrógrada y otra modernizadora, o entre la oficial y la real, sino entre una España que funciona y otra que no. La primera está formada por empresas punteras, grandes, medianas y pequeñas, que innovan y exportan. También cabe incluir un sector turístico que sigue siendo muy competitivo. La segunda es la ligada al ladrillo, ahora en crisis, o a sectores sin competencia real en su seno. Hoy domina la sensación de que España es toda como esta última, cuando no es así. Además, el paro, la crisis y alguna reforma (pues se han hecho pocas de verdadero calado) están teniendo efectos positivos en la recuperación de la competitividad española (y de los países intervenidos), como señalaba el semanario alemán Der Spiegel, citando un estudio de la Asociación Alemana de Cámaras de Industria y de Comercio. Pero esto no cala, pues predomina el abatimiento, y estos avances no se traducen en mejoras para las personas. Más bien, lo contrario.
En las últimas décadas, este país ha vivido un enorme progreso económico, político y social. El progreso se ha roto. No es tanto la sensación de que de nuevos ricos hemos pasado a nuevos pobres como de que nos hemos quedado sin objetivos y sin horizontes, o con un horizonte en el que los hijos vivirán peor que los padres. Algunos protagonistas de la Transición empiezan a preguntarse si acertaron y si aquello valió la pena. ¿Ya no somos ejemplo? Elementos esenciales de esa construcción están siendo cuestionados, como el Estado de las autonomías y hay una pérdida de la credibilidad de casi todas las instituciones. Pero, sin embargo, más allá de la admiración por el personaje, el sepelio este verano de Gregorio Peces Barba reflejó que había añoranza de esos tiempos en que por encima de la lucha política hubo capacidad de consenso.
La terapia de la verdad
La desmoralización viene también de la falta de perspectivas para remontar la crisis. Ningún político se atreve realmente a decir la verdad. Desde luego, el Gobierno prefiere el paso a paso, “la tortura de la gota malaya”. Pero algunos observadores estiman que para superar el “feed-back de iteración-depresión hecho a base de mentiras piadosas a las que siguen realidades crueles”, es necesario decir la verdad.
En esta línea, Carlos Alonso Zaldívar, diplomático y ensayista, considera que “la mentira domina cada vez más el debate público. El Gobierno está constantemente tratando de vender falsas esperanzas. La oposición vende propuestas de pequeños remedios. Pese a todo eso, la gente percibe que vamos a peor. Pero todavía insuficientemente. Nos espera un futuro peor de lo que la gente supone. Lo que habría que hacer es ir con la verdad por delante y con un plan para superarla. Decir claramente: nos esperan unos cuantos años peores que hasta ahora; solo haciéndoles frente saldremos bien; si no, nos seguiremos arrastrando quién sabe hasta cuándo”.
Un problema de esta terapia es la falta de liderazgo político para plantearla y la carencia, hoy por hoy, de un plan para salir de la crisis más allá de la creencia de que las reformas funcionarán y generarán crecimiento. Otro es si realmente se cura una depresión diciéndole al paciente la verdad de lo que le espera. La respuesta, según Lola Morón, psiquiatra, es “rigurosamente no. La depresión solo se cura con fármacos o con el tiempo. Sí se les abre una pequeña puerta de esperanza cuando se les dice que su padecimiento es tratable y reversible”. Y es tratable y reversible. Cada vez hay más gente en España tomando antidepresivos y ansiolíticos. “Los fármacos en una sociedad son leyes: leyes que cambien la política, la paralizante relación de la política”, dice el sociólogo José Antonio Gómez Yáñez, de la Universidad Carlos III.
Finlandia vivió momentos de crisis cuando se derrumbó su mercado con la Unión Soviética en 1991. Fue capaz de generar un amplio consenso social y político, y una estrategia de país que acabó resultando un éxito. España es una sociedad más compleja. Pero salir de la depresión requiere para los españoles la elaboración de un amplio acuerdo nacional con una estrategia-país, dificultada cuando a veces dominan los nacionalismos estrechos, soberanistas o españolistas. Es necesario que los españoles sientan que participan en la solución no solo asumiendo costes, sino también decisiones de futuro.
Por otra parte, la salida neta de capitales es notoria (y legal; puede haber otra parte oculta). En el primer semestre de este año superó los 219.000 millones de euros, frente a un saldo positivo en el mismo periodo del año anterior. Es decir, que no solo los extranjeros no invierten, sino que mucho español ha estado desinvirtiendo y sacando depósitos al extranjero, lo que ahora es más fácil gracias a la UE y a la electrónica. Pero esto significa que muchos de los tenedores de esos capitales son los primeros que han dejado de creer en España. Y la gente lo percibe. Si la élite no cree en el país, ¿cómo se va a pedir que confíen los ciudadanos?
También pesa en el abatimiento la pérdida de peso de España en el mundo, y especialmente en Europa. Durante muchos años, España adquirió un peso relevante. La crisis lo ha rebajado. Además, el mundo ha cambiado. También para España. El caso más claro es América Latina, donde la actitud paternalista ya no tiene cabida. Es casi al revés: es América Latina la que ahora ayuda a España.
Un factor que contribuye al abatimiento es la falta de vertebración de España que hace sumamente difícil llegar a un proyecto de país para salir de la situación actual. A ello cabe añadir que la gente siente hastío del enfrentamiento político, y también que hoy por hoy no se les presenta una auténtica alternativa.
Y la crisis económica ha provocado no una crisis política, sino una crisis de la política, a la que han contribuido también los casos de corrupción. Según Fernando Vallespín, expresidente del CIS y catedrático de Teoría Política de la UAM, a través de las encuestas se detecta que “los ciudadanos no ven a los políticos como capaces de resolver sus problemas, sino como un problema más. Y esto suscita inevitablemente la cuestión de la deslegitimación del sistema democrático tal y como está concebido, y abre las puertas a la aparición de discursos populistas en la derecha y la izquierda. Pero a ello se suma en estos momentos la falta de liderazgo para dirigir a la sociedad en esta crisis”.
Santos Juliá ve en esta desafección hacia la política el único punto de comparación con el 98, “la desafección a los políticos como tal clase política; no a tal o cual partido, ni a tal o cual dirigente, sino a los políticos como clase, y de rechazo a la política como actividad; desafección y algo más que lleva a protestas multitudinarias, o acampadas en la calle, algo desconocido en aquellos tiempos”. Y, añade, “en este punto de la desafección igual alcanzamos los lamentos de nuestros bisabuelos y quizá hasta los superemos porque ahora el ruido que se puede formar cuenta con más altavoces y más potentes”.
Además, “tras la esperanza que supuso para muchos la llegada del PP al Gobierno, se ha producido una fuerte frustración de expectativas que, junto el empeoramiento de la situación económica y social, ha llevado a la sociedad a esta desmoralización”, según la socióloga Marta Romero.
La desmoralización deriva también de que los ciudadanos sienten que las grandes decisiones sobre España se toman fuera y tampoco ven que la solución pueda venir de fuera. La crisis de liderazgo en España se enmarca en una crisis de liderazgo en Europa. Y esta, a su vez, en la pérdida de cohesión y peso de Occidente ante el ascenso de otras potencias, como China. No es que hayamos pasado a la modesta España a la que se refiere Enric Juliana en su libro del mismo título. El verdadero peligro es vivirlo como una España derrotada, pues con la desmoralización no se logrará nada. Si arraiga este sentimiento, tardaremos años en recuperarnos.
-El desánimo y la falta de horizontes devuelven la mirada al desastre de 1898
Andrés Ortega, El País
Los españoles están desmoralizados, viven una crisis de autoestima. Las encuestas muestran que ven cada vez más negro no ya su presente, sino su futuro. Costó mucho, décadas, que recuperasen la confianza en su país. Esta confianza se ha quebrado de la mano de la crisis económica, de los problemas que conlleva para todos y para cada cual, y de las perspectivas de un rescate (no ya de la banca sino del Estado) que, tal es el abatimiento, mucha gente empieza a querer que llegue cuanto antes si ha de venir. Y por detrás, hay una crisis de la política.
La pérdida de Cuba en la guerra con Estados Unidos de 1898, el “desastre”, fue el detonante de una reflexión de España sobre sí misma que impulsaron las generaciones intelectuales del 98 y del 14. “Desde entonces”, escribió Vicens Vives, “el pueblo español ha buscado, como si fuera un elixir milagroso, una estructura política y social que corresponda con sus aspiraciones”. Con la Transición, durante tres décadas, creyó haberla conseguido, pero de nuevo emerge la idea de fracaso.
Para el historiador Santos Juliá no hay comparación con el 98: “Aquello fue otra cosa. Soldaditos macilentos que volvían en sus trajes de rayadillo, después de un desastre de derrota a una patria con un Estado literalmente en la ruina, o sea, quebrado y quebrantado: las gentes les llevaban bocadillos para que no murieran de inanición. Fue como la traca final de la mirada sobre la decadencia de España, que había inquietado a los liberales y conservadores del XIX”. De hecho, se tardó mucho en recuperar la autoestima nacional, probablemente hasta el ingreso de España en la hoy Unión Europea en 1986, o en el euro en 1999. Y ahora el posible rescate no ya de la banca sino de las finanzas públicas se vive, en palabras del Financial Times, “como una humillación”, en una España que creía haber puesto fin a su diferencia secular con Europa.
¿España deprimida? ¿Desmoralizada? Los psicólogos y psiquiatras se resisten a extrapolar la psicología individual a la social. Aunque hay una relación. La crisis está generando estrés en los individuos (por pérdida de empleo, incertidumbre, reducción de salarios, subidas de impuestos y carestía de la vida, etcétera). Y este estrés ha degenerado en desmoralización, individual y colectiva, cuando no depresión. “Cuando se somete a la persona (y a la sociedad, en cierto modo, también) a un estado de estrés mantenido, este se convierte en algo superior a lo que el organismo puede reducir con sus recursos psicológicos naturales”, señala la psiquiatra Lola Morón. “Cuando controlamos la situación, la sensación de amenaza desaparece. Pero, cuando es de descontrol, se recrudece. Eso pasa ahora también en la sociedad. Tenemos una sensación de vulnerabilidad constante, de que las cosas no están bajo nuestro control, y esto nos sitúa en un estado de alerta constante que acaba produciendo ansiedad y angustia en los individuos”, prosigue. Y añade: “Acaba por producir desmoralización y desesperanza. También produce un estado de apatía, ya que perdemos las ganas de pelear. Al principio se intenta, pero la apatía vence”. Y, en efecto, en esta España no hay espíritu de lucha para hacer frente a las dificultades. Aquí, tras cuatro años de crisis económica que se ha extendido a la política, reina la desmoralización. En Italia, más bien la ira —o, vulgarmente hablando, el cabreo— con los políticos.
La percepción no tiene por qué responder a la realidad. Hay dos Españas. No de acuerdo a la división tradicional entre una retrógrada y otra modernizadora, o entre la oficial y la real, sino entre una España que funciona y otra que no. La primera está formada por empresas punteras, grandes, medianas y pequeñas, que innovan y exportan. También cabe incluir un sector turístico que sigue siendo muy competitivo. La segunda es la ligada al ladrillo, ahora en crisis, o a sectores sin competencia real en su seno. Hoy domina la sensación de que España es toda como esta última, cuando no es así. Además, el paro, la crisis y alguna reforma (pues se han hecho pocas de verdadero calado) están teniendo efectos positivos en la recuperación de la competitividad española (y de los países intervenidos), como señalaba el semanario alemán Der Spiegel, citando un estudio de la Asociación Alemana de Cámaras de Industria y de Comercio. Pero esto no cala, pues predomina el abatimiento, y estos avances no se traducen en mejoras para las personas. Más bien, lo contrario.
En las últimas décadas, este país ha vivido un enorme progreso económico, político y social. El progreso se ha roto. No es tanto la sensación de que de nuevos ricos hemos pasado a nuevos pobres como de que nos hemos quedado sin objetivos y sin horizontes, o con un horizonte en el que los hijos vivirán peor que los padres. Algunos protagonistas de la Transición empiezan a preguntarse si acertaron y si aquello valió la pena. ¿Ya no somos ejemplo? Elementos esenciales de esa construcción están siendo cuestionados, como el Estado de las autonomías y hay una pérdida de la credibilidad de casi todas las instituciones. Pero, sin embargo, más allá de la admiración por el personaje, el sepelio este verano de Gregorio Peces Barba reflejó que había añoranza de esos tiempos en que por encima de la lucha política hubo capacidad de consenso.
La terapia de la verdad
La desmoralización viene también de la falta de perspectivas para remontar la crisis. Ningún político se atreve realmente a decir la verdad. Desde luego, el Gobierno prefiere el paso a paso, “la tortura de la gota malaya”. Pero algunos observadores estiman que para superar el “feed-back de iteración-depresión hecho a base de mentiras piadosas a las que siguen realidades crueles”, es necesario decir la verdad.
En esta línea, Carlos Alonso Zaldívar, diplomático y ensayista, considera que “la mentira domina cada vez más el debate público. El Gobierno está constantemente tratando de vender falsas esperanzas. La oposición vende propuestas de pequeños remedios. Pese a todo eso, la gente percibe que vamos a peor. Pero todavía insuficientemente. Nos espera un futuro peor de lo que la gente supone. Lo que habría que hacer es ir con la verdad por delante y con un plan para superarla. Decir claramente: nos esperan unos cuantos años peores que hasta ahora; solo haciéndoles frente saldremos bien; si no, nos seguiremos arrastrando quién sabe hasta cuándo”.
Un problema de esta terapia es la falta de liderazgo político para plantearla y la carencia, hoy por hoy, de un plan para salir de la crisis más allá de la creencia de que las reformas funcionarán y generarán crecimiento. Otro es si realmente se cura una depresión diciéndole al paciente la verdad de lo que le espera. La respuesta, según Lola Morón, psiquiatra, es “rigurosamente no. La depresión solo se cura con fármacos o con el tiempo. Sí se les abre una pequeña puerta de esperanza cuando se les dice que su padecimiento es tratable y reversible”. Y es tratable y reversible. Cada vez hay más gente en España tomando antidepresivos y ansiolíticos. “Los fármacos en una sociedad son leyes: leyes que cambien la política, la paralizante relación de la política”, dice el sociólogo José Antonio Gómez Yáñez, de la Universidad Carlos III.
Finlandia vivió momentos de crisis cuando se derrumbó su mercado con la Unión Soviética en 1991. Fue capaz de generar un amplio consenso social y político, y una estrategia de país que acabó resultando un éxito. España es una sociedad más compleja. Pero salir de la depresión requiere para los españoles la elaboración de un amplio acuerdo nacional con una estrategia-país, dificultada cuando a veces dominan los nacionalismos estrechos, soberanistas o españolistas. Es necesario que los españoles sientan que participan en la solución no solo asumiendo costes, sino también decisiones de futuro.
Por otra parte, la salida neta de capitales es notoria (y legal; puede haber otra parte oculta). En el primer semestre de este año superó los 219.000 millones de euros, frente a un saldo positivo en el mismo periodo del año anterior. Es decir, que no solo los extranjeros no invierten, sino que mucho español ha estado desinvirtiendo y sacando depósitos al extranjero, lo que ahora es más fácil gracias a la UE y a la electrónica. Pero esto significa que muchos de los tenedores de esos capitales son los primeros que han dejado de creer en España. Y la gente lo percibe. Si la élite no cree en el país, ¿cómo se va a pedir que confíen los ciudadanos?
También pesa en el abatimiento la pérdida de peso de España en el mundo, y especialmente en Europa. Durante muchos años, España adquirió un peso relevante. La crisis lo ha rebajado. Además, el mundo ha cambiado. También para España. El caso más claro es América Latina, donde la actitud paternalista ya no tiene cabida. Es casi al revés: es América Latina la que ahora ayuda a España.
Un factor que contribuye al abatimiento es la falta de vertebración de España que hace sumamente difícil llegar a un proyecto de país para salir de la situación actual. A ello cabe añadir que la gente siente hastío del enfrentamiento político, y también que hoy por hoy no se les presenta una auténtica alternativa.
Y la crisis económica ha provocado no una crisis política, sino una crisis de la política, a la que han contribuido también los casos de corrupción. Según Fernando Vallespín, expresidente del CIS y catedrático de Teoría Política de la UAM, a través de las encuestas se detecta que “los ciudadanos no ven a los políticos como capaces de resolver sus problemas, sino como un problema más. Y esto suscita inevitablemente la cuestión de la deslegitimación del sistema democrático tal y como está concebido, y abre las puertas a la aparición de discursos populistas en la derecha y la izquierda. Pero a ello se suma en estos momentos la falta de liderazgo para dirigir a la sociedad en esta crisis”.
Santos Juliá ve en esta desafección hacia la política el único punto de comparación con el 98, “la desafección a los políticos como tal clase política; no a tal o cual partido, ni a tal o cual dirigente, sino a los políticos como clase, y de rechazo a la política como actividad; desafección y algo más que lleva a protestas multitudinarias, o acampadas en la calle, algo desconocido en aquellos tiempos”. Y, añade, “en este punto de la desafección igual alcanzamos los lamentos de nuestros bisabuelos y quizá hasta los superemos porque ahora el ruido que se puede formar cuenta con más altavoces y más potentes”.
Además, “tras la esperanza que supuso para muchos la llegada del PP al Gobierno, se ha producido una fuerte frustración de expectativas que, junto el empeoramiento de la situación económica y social, ha llevado a la sociedad a esta desmoralización”, según la socióloga Marta Romero.
La desmoralización deriva también de que los ciudadanos sienten que las grandes decisiones sobre España se toman fuera y tampoco ven que la solución pueda venir de fuera. La crisis de liderazgo en España se enmarca en una crisis de liderazgo en Europa. Y esta, a su vez, en la pérdida de cohesión y peso de Occidente ante el ascenso de otras potencias, como China. No es que hayamos pasado a la modesta España a la que se refiere Enric Juliana en su libro del mismo título. El verdadero peligro es vivirlo como una España derrotada, pues con la desmoralización no se logrará nada. Si arraiga este sentimiento, tardaremos años en recuperarnos.