El complot resucita
El cuerpo del líder palestino Yasir Arafat será exhumado para investigar si fue asesinado
Ana Carbajosa / Miguel Mora
Ramala / París, El País
Un grupo de obreros remoza, llana en mano, el impresionante mausoleo de Yasir Arafat. El líder palestino por excelencia lleva ocho años enterrado en Ramala, junto a la Muqata, el palacio presidencial en el que pasó sitiado sus tres últimos años de vida. Cientos de escolares, familias palestinas y turistas de medio mundo visitan a diario este inmenso cubo de piedra beis que encierra el secreto de la verdadera causa de la muerte del rais. Para desvelarlo, su cuerpo será exhumado en breve.
“Francia sabe lo que ha pasado, pero nadie hablará nunca”. Esta frase la pronunció un alto funcionario de los servicios secretos franceses a Georges Malbrunot, corresponsal de Le Figaro en Oriente Próximo, un par de semanas después del fallecimiento del rais en un hospital de París. Según revela ahora el reportero en su blog De Bagdad a Jerusalén, el espía añadió: Arafat fue envenenado con una sustancia de efecto lento.
Hoy solo faltan dos años y dos meses para que prescriba aquella muerte y su viuda, Suha Arafat, ha decidido buscar la verdad: “Es mi deber de madre y esposa buscar la verdad, fuera de todo contexto político”. Según denuncia, el hospital se guardó los análisis y las muestras de sangre y orina que podían revelar el envenenamiento.
“Si se piensa, fue una muerte inquietante y a la vez muy lógica”, explica Malbrunot. Se refiere al contexto político. “Cuando Arafat empezó a sentir fuertes dolores de estómago, en octubre de 2004, llevaba tres años aislado en la sede de la Autoridad Palestina en Ramala (Cisjordania). Los tanques israelíes rodeaban su residencia como represalia por la segunda Intifada, que estalló en 2000, y eran ellos quienes revisaban la comida”, recuerda.
Ante el grave deterioro de salud, la OLP decidió trasladarle a Francia, donde el presidente murió el 11 de noviembre de 2004, a los 75 años. Los médicos del hospital militar de Percy, en la periferia sur de París, no fueron capaces de averiguar la causa. “Me dijeron que no se sabía de qué había muerto. Es sorprendente que un país soberano como Francia ignore la causa de la muerte de un jefe de Estado”, explicó Suha Arafat a Le Figaro en julio.
Ahora, el hallazgo de “índices anormales de polonio” en los análisis realizados a los efectos personales de Arafat en el Instituto de Radiofísica de Lausana (Suiza), un examen pagado con los petrodólares de los dueños de la cadena catarí Al Yazira, parece arrojar luz por primera vez sobre lo sucedido “en un recinto sellado por la ley del silencio”, según lo define Malbrunot.
Tawfiq Tirawi, que preside la comisión palestina que investiga la muerte de Arafat, anuncia que no tienen intención de poner traba alguna a los investigadores franceses. En su despacho de Ramala, explica que para tomar las muestras hay que desenterrar el cuerpo y llevarlo al hospital, que se trata de una operación compleja que no puede ejecutarse in situ.
Tirawi era el hombre de confianza de Arafat, que dirigió en nombre del rais los servicios secretos en Cisjordania durante la sangrienta Segunda Intifada. Fue una de las bestias negras israelíes y encontró refugio junto a otra veintena de hombres buscados en la Muqata, donde permaneció encerrado junto a Arafat hasta el día en que se lo llevaron en volandas a París.
“El Ejército israelí nos tenía rodeados. Allí dentro faltaba el oxígeno. Unas 200 personas convivíamos en 300 metros cuadrados. No había agua potable y la comida escaseaba. La comida venía de fuera. Eran los palestinos los que traían el agua para beber y los alimentos. Pero antes de poder introducir nada en el recinto, debían entregar las mercancías a los soldados que cercaban la Muqata y que examinaban el contenido sin presencia de palestinos”. Pero, aunque no descarta la posibilidad del envenenamiento, precisa que la comida entraba en grandes cantidades y que a los israelíes les habría resultado imposible adivinar qué iba destinado al rais.
Durante el encierro, Yasir Arafat trató de llevar una dieta saludable. Comía pollo y algo de pescado. Carne, en contadas ocasiones. Verduras, casi siempre las mismas, maíz y guisantes. La miel y las manzanas eran sus postres favoritos. El mayor problema fueron las condiciones sanitarias y el monumental estrés que sufrieron, rodeados por tanques noche y día. Arafat dormía rodeado de sus colaboradores más cercanos. El resto, repartidos por donde podían. El agua con el que se limpiaban y que utilizaban para las abluciones estaba sucia. Varios hombres de los que compartieron encierro con Arafat también enfermaron y dos de ellos murieron poco después.
“La situación allí dentro era penosa”, cuenta por teléfono desde Ammán Munib al Masri, multimillonario palestino, inseparable de Arafat desde los sesenta. “Aquello era espantoso. Estaba lleno de escombros. Se tuvieron que trasladar al segundo piso, donde estaban más protegidos de los bombardeos”, recuerda Al Masri, tesorero de la Fundación Arafat. Al Masri le visitaba con regularidad en la Muqata con toda su familia, nietos incluidos, para levantar la moral del líder. Después viajó con él hasta el hospital de París y de allí de vuelta a Ramala para el entierro.
Suha Arafat insiste en que todavía hoy nota zonas oscuras en el comportamiento del hospital de París y de los médicos. “Pedí que me mandaran las muestras de sangre y orina para volver a analizarlas y me dijeron que las habían destruido”, contó a Le Figaro. “¿Por qué se destruyeron las muestras si un posible delito no prescribe hasta los 10 años?”.
Malbrunot duda de que Defensa desclasifique el informe sobre aquellos hechos. Sin embargo, medios jurídicos y políticos indican que el Gobierno del socialista François Hollande ha dado carta blanca a los jueces para “buscar la verdad”, y que el caso tiene ahora rango de “asunto de Estado”, aunque la historia enseña que en Francia esto no siempre ayuda a conocer los hechos reales.
Pierre-Olivier Sur, el prestigioso penalista contratado por la familia de Arafat, solicitó en la denuncia por asesinato que se desclasifique el informe. Sentado en la sala de reuniones de su moderno despacho del distrito 8 de París, se le ve cómodo con un caso que, si se piensa bien, solo puede reportarle fama y prestigio.
El letrado no quiere hablar para respetar el secreto del sumario, pero afirma confiar “absolutamente” en “la calidad y neutralidad de los magistrados y los técnicos franceses”. Olivier da a entender que no se trata de un asunto político, sino de una cuestión de honor para “la mejor justicia del mundo”. Francia no va a reparar en medios. La denuncia por asesinato presentada en julio en el tribunal de Nanterre, cerca de París, ha puesto el caso en manos de tres jueces instructores, cuando lo habitual para un proceso por asesinato es nombrar a uno. El mensaje es que Francia se toma el caso muy en serio.
Las gestiones avanzan a buen ritmo. La primera comisión rogatoria estará lista en unos días o semanas. El miércoles, los jueces obtuvieron luz verde de la Liga Árabe y de la comisión palestina de investigación para visitar Ramala con la policía científica y exhumar el cuerpo, y Lausana anunció que enviará expertos para extraer muestras al cadáver “del mártir”.
Murad y Osama se frotan las manos. Vestidos de camuflaje militar y armados hasta los dientes, custodian el mausoleo del rais. Ellos también estaban allí los años del cerco israelí y ofrecen un retrato de la vida en la Muqata muy similar al de Tirawi. La idea de que la rumorología, que habla desde hace años de muerte por envenenamiento, se haya convertido en investigación judicial les entusiasma. Ahora esperan con los brazos abiertos a los franceses o a quien quiera que vaya a desenterrar de una vez por todas al rais e intentar averiguar qué pasó.
Ramala / París, El País
Un grupo de obreros remoza, llana en mano, el impresionante mausoleo de Yasir Arafat. El líder palestino por excelencia lleva ocho años enterrado en Ramala, junto a la Muqata, el palacio presidencial en el que pasó sitiado sus tres últimos años de vida. Cientos de escolares, familias palestinas y turistas de medio mundo visitan a diario este inmenso cubo de piedra beis que encierra el secreto de la verdadera causa de la muerte del rais. Para desvelarlo, su cuerpo será exhumado en breve.
“Francia sabe lo que ha pasado, pero nadie hablará nunca”. Esta frase la pronunció un alto funcionario de los servicios secretos franceses a Georges Malbrunot, corresponsal de Le Figaro en Oriente Próximo, un par de semanas después del fallecimiento del rais en un hospital de París. Según revela ahora el reportero en su blog De Bagdad a Jerusalén, el espía añadió: Arafat fue envenenado con una sustancia de efecto lento.
Hoy solo faltan dos años y dos meses para que prescriba aquella muerte y su viuda, Suha Arafat, ha decidido buscar la verdad: “Es mi deber de madre y esposa buscar la verdad, fuera de todo contexto político”. Según denuncia, el hospital se guardó los análisis y las muestras de sangre y orina que podían revelar el envenenamiento.
“Si se piensa, fue una muerte inquietante y a la vez muy lógica”, explica Malbrunot. Se refiere al contexto político. “Cuando Arafat empezó a sentir fuertes dolores de estómago, en octubre de 2004, llevaba tres años aislado en la sede de la Autoridad Palestina en Ramala (Cisjordania). Los tanques israelíes rodeaban su residencia como represalia por la segunda Intifada, que estalló en 2000, y eran ellos quienes revisaban la comida”, recuerda.
Ante el grave deterioro de salud, la OLP decidió trasladarle a Francia, donde el presidente murió el 11 de noviembre de 2004, a los 75 años. Los médicos del hospital militar de Percy, en la periferia sur de París, no fueron capaces de averiguar la causa. “Me dijeron que no se sabía de qué había muerto. Es sorprendente que un país soberano como Francia ignore la causa de la muerte de un jefe de Estado”, explicó Suha Arafat a Le Figaro en julio.
Ahora, el hallazgo de “índices anormales de polonio” en los análisis realizados a los efectos personales de Arafat en el Instituto de Radiofísica de Lausana (Suiza), un examen pagado con los petrodólares de los dueños de la cadena catarí Al Yazira, parece arrojar luz por primera vez sobre lo sucedido “en un recinto sellado por la ley del silencio”, según lo define Malbrunot.
Tawfiq Tirawi, que preside la comisión palestina que investiga la muerte de Arafat, anuncia que no tienen intención de poner traba alguna a los investigadores franceses. En su despacho de Ramala, explica que para tomar las muestras hay que desenterrar el cuerpo y llevarlo al hospital, que se trata de una operación compleja que no puede ejecutarse in situ.
Tirawi era el hombre de confianza de Arafat, que dirigió en nombre del rais los servicios secretos en Cisjordania durante la sangrienta Segunda Intifada. Fue una de las bestias negras israelíes y encontró refugio junto a otra veintena de hombres buscados en la Muqata, donde permaneció encerrado junto a Arafat hasta el día en que se lo llevaron en volandas a París.
“El Ejército israelí nos tenía rodeados. Allí dentro faltaba el oxígeno. Unas 200 personas convivíamos en 300 metros cuadrados. No había agua potable y la comida escaseaba. La comida venía de fuera. Eran los palestinos los que traían el agua para beber y los alimentos. Pero antes de poder introducir nada en el recinto, debían entregar las mercancías a los soldados que cercaban la Muqata y que examinaban el contenido sin presencia de palestinos”. Pero, aunque no descarta la posibilidad del envenenamiento, precisa que la comida entraba en grandes cantidades y que a los israelíes les habría resultado imposible adivinar qué iba destinado al rais.
Durante el encierro, Yasir Arafat trató de llevar una dieta saludable. Comía pollo y algo de pescado. Carne, en contadas ocasiones. Verduras, casi siempre las mismas, maíz y guisantes. La miel y las manzanas eran sus postres favoritos. El mayor problema fueron las condiciones sanitarias y el monumental estrés que sufrieron, rodeados por tanques noche y día. Arafat dormía rodeado de sus colaboradores más cercanos. El resto, repartidos por donde podían. El agua con el que se limpiaban y que utilizaban para las abluciones estaba sucia. Varios hombres de los que compartieron encierro con Arafat también enfermaron y dos de ellos murieron poco después.
“La situación allí dentro era penosa”, cuenta por teléfono desde Ammán Munib al Masri, multimillonario palestino, inseparable de Arafat desde los sesenta. “Aquello era espantoso. Estaba lleno de escombros. Se tuvieron que trasladar al segundo piso, donde estaban más protegidos de los bombardeos”, recuerda Al Masri, tesorero de la Fundación Arafat. Al Masri le visitaba con regularidad en la Muqata con toda su familia, nietos incluidos, para levantar la moral del líder. Después viajó con él hasta el hospital de París y de allí de vuelta a Ramala para el entierro.
Suha Arafat insiste en que todavía hoy nota zonas oscuras en el comportamiento del hospital de París y de los médicos. “Pedí que me mandaran las muestras de sangre y orina para volver a analizarlas y me dijeron que las habían destruido”, contó a Le Figaro. “¿Por qué se destruyeron las muestras si un posible delito no prescribe hasta los 10 años?”.
Malbrunot duda de que Defensa desclasifique el informe sobre aquellos hechos. Sin embargo, medios jurídicos y políticos indican que el Gobierno del socialista François Hollande ha dado carta blanca a los jueces para “buscar la verdad”, y que el caso tiene ahora rango de “asunto de Estado”, aunque la historia enseña que en Francia esto no siempre ayuda a conocer los hechos reales.
Pierre-Olivier Sur, el prestigioso penalista contratado por la familia de Arafat, solicitó en la denuncia por asesinato que se desclasifique el informe. Sentado en la sala de reuniones de su moderno despacho del distrito 8 de París, se le ve cómodo con un caso que, si se piensa bien, solo puede reportarle fama y prestigio.
El letrado no quiere hablar para respetar el secreto del sumario, pero afirma confiar “absolutamente” en “la calidad y neutralidad de los magistrados y los técnicos franceses”. Olivier da a entender que no se trata de un asunto político, sino de una cuestión de honor para “la mejor justicia del mundo”. Francia no va a reparar en medios. La denuncia por asesinato presentada en julio en el tribunal de Nanterre, cerca de París, ha puesto el caso en manos de tres jueces instructores, cuando lo habitual para un proceso por asesinato es nombrar a uno. El mensaje es que Francia se toma el caso muy en serio.
Las gestiones avanzan a buen ritmo. La primera comisión rogatoria estará lista en unos días o semanas. El miércoles, los jueces obtuvieron luz verde de la Liga Árabe y de la comisión palestina de investigación para visitar Ramala con la policía científica y exhumar el cuerpo, y Lausana anunció que enviará expertos para extraer muestras al cadáver “del mártir”.
Murad y Osama se frotan las manos. Vestidos de camuflaje militar y armados hasta los dientes, custodian el mausoleo del rais. Ellos también estaban allí los años del cerco israelí y ofrecen un retrato de la vida en la Muqata muy similar al de Tirawi. La idea de que la rumorología, que habla desde hace años de muerte por envenenamiento, se haya convertido en investigación judicial les entusiasma. Ahora esperan con los brazos abiertos a los franceses o a quien quiera que vaya a desenterrar de una vez por todas al rais e intentar averiguar qué pasó.