Ryan promete devolver el poder y el orgullo a la derecha

Nadie sintetiza como el candidato a la vicepresidencia de Estados Unidos el pensamiento actual del Partido Republicano

Antonio Caño
Tampa, El País

En un partido que busca su identidad, Paul Ryan es la identidad. Nadie sintetiza como el candidato a la vicepresidencia de Estados Unidos el pensamiento actual del Partido Republicano, su estado de ánimo y su futuro político. A los 42 años y después de una dura pendiente hacia el primer plano, anoche actuaba como estrella de la convención de Tampa para darle brío al conservadurismo norteamericano y una razón clara por la que luchar.

“Acepto la llamada de mi generación para dar a nuestros hijos la América que se nos dio a nosotros”, dijo en su discurso en esta reunión, según el extracto previamente facilitado a la prensa. “Nosotros no esquivaremos los temas difíciles, nosotros dirigiremos. Nosotros no perderemos cuatro años culpando a otros, asumiremos responsabilidades. No reemplazaremos nuestros principios fundamentales, reaplicaremos nuestros principios fundamentales”, añadió, en demostración de su energía y sus convicciones.

Un candidato a la vicepresidencia no gana ni pierde elecciones. Como mucho, como ocurrió hace cuatro años con Sarah Palin, puede dar momentáneamente oxígeno a una campaña decaída. La presencia de Paul Ryan en el ticket de Mitt Romney tiene también más valor político que electoral. Sirve para reconciliar a Romney con la base radical del partido, y le da sustancia y coherencia a un candidato que no sobresale por ninguna de esas dos cualidades. Es dudoso que eso haga más presidenciable al líder de la candidatura. Lo que es seguro es que ha convertido a Ryan en la figura con más proyección del republicanismo actual, quien mejor representa la estrategia de drástica reducción del tamaño del Estado que el partido ha asumido como su principal causa.

Gane o pierda las elecciones del 6 de noviembre, Ryan vislumbra un horizonte personal optimista. Por su juventud y sus ideas, está llamado a llevar la bandera del conservadurismo hasta la meta. En última instancia, Romney es un advenedizo que llegó a la posición que ocupa como consecuencia de una serie de carambolas políticas. Ryan es un conservador desde su primera juventud, inspirado en las lecturas de Ayn Rand, criado junto a notables conservadores, como Jack Kemp o John Sununu, y jaleado por poderosas instituciones conservadoras, como el Cato Institute, la Heritage Foundation o la revistas National Review y Weekly Standard. Su lealtad conservadora está garantizada.

También lo está su empuje. Poco después de llegar al Congreso, con solo 24 años, puso en marcha un ambicioso plan de reforma de la seguridad social que incluía la eliminación de una buena parte de la red de protección social construida por los demócratas en los años sesenta. Muchos republicanos venían hablando de eso durante décadas, pero nadie se atrevió a plasmarlo en una plataforma política que incluía un sistema privado de pensiones similar al que existe en Chile desde la dictadura militar.

Ryan vendió ese plan sin éxito a George W. Bush, y trató después de sacarlo adelante como la alternativa republicana al victorioso Barack Obama, encontrándose también con la resistencia del viejo establishment republicano en el Capitolio, capitaneado por el actual presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, que no creía viables propuestas tan radicales.

Tuvo que esperar hasta la irrupción del movimiento del Tea Party en 2010 para que sus ideas, no solo fueran tenidas en cuenta, sino que se convirtieran en la principal propuesta de cambio del Partido Republicano.

En ese camino, Ryan ha demostrado intransigencia en la defensa de sus principios –él es el principal responsable de que la Casa Blanca no haya conseguido ni un solo acuerdo presupuestario con la oposición durante toda esta Administración- , pero también suficiente pragmatismo como para no destruir su carrera política en los primeros compases. De hecho, el plan Ryan actual no es el plan Ryan original. Gran parte de sus referencias ideológicas han sido eliminadas y algunos de los apartados más polémicos, como el de la privatización de las pensiones y de la asistencia sanitaria a los jubilados, han sido suavizados.

Con todo, el plan Ryan es la más audaz propuesta de reforma del estado del bienestar norteamericano que se ha conocido nunca, y Obama se lo ha tomado siempre muy en serio. Es al plan de Ryan, aunque mencione el nombre de Romney, su rival hoy en día, al que Obama se refiere cuando acusa a la candidatura republicana de haber emprendido una guerra contra los trabajadores y la clase media.

Ryan participa, por tanto, en esta convención como un verdadero ídolo entre los delegados. Ryan pertenece a una especie en extinción en EE UU. De origen irlandés y católico, de una familia rica vinculada al negocio de la construcción –aunque él trabajó de joven en McDonalds-, apasionado defensor de las armas y enemigo del aborto, Ryan puede ser una de las últimas opciones para un sector de la sociedad que deja de ser mayoritario. El conservadurismo norteamericano, actualmente enfrentado a las minorías raciales, a las mujeres y a la ciencia, corre el riesgo de estrellarse contra el muro de la demografía. Ryan puede ser una de las últimas balas que queden en su recámara, la última gran esperanza del hombre blanco.

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