River tiene una capacidad autodestructiva sin igual

Gustavo Yarroch, Clarín
El regreso a la A se pareció a un deja vú provocador y maléfico para River . Belgrano, el verdugo que el 26 de junio de 2011 lo mandó a la B Nacional, le dio la más cruel de las bienvenidas a Primera División. Le ganó en el Monumental y no solo le hizo recordar aquella tarde histórica de la Promoción, sino que tambien lo retrotrajo a algunas de sus peores desventuras en su recorrido por la B Nacional: un arquero (Daniel Vega) que con una mala salida le regala el primer gol a su rival, un mediocampista (Ezequiel Cirigliano) que por entregar una pelota de un modo ingenuo en la salida posibilita un contragolpe letal del rival, dos pelotas devueltas por los palos y un penal errado cuando el partido se terminaba. Una colección de errores y de situaciones no deseadas que volvieron a castigar los corazones de sus hinchas.

Cualquier parecido con todo lo que le tocó sufrir en la B Nacional no parece pura coincidencia. Porque River no jugó nada bien, aunque también es cierto que no mereció quedarse sin nada . Pero uno de sus principales problemas es su capacidad autodestructiva. Se reforzó con uno de los arqueros más calificados del mercado local (Marcelo Barovero) pero arrancó el torneo con quien nunca terminó de ofrecer garantías en los últimos 20 partidos de la B. Y Vega fue responsable del primer gol de Belgrano con esa floja respuesta que tuvo ante el centro de César Carranza, la figura de la cancha por haber sido determinante para el resultado y por esa definición exquisita para poner el 2 a 0 por sobre el cuerpo de Vega en el arranque del segundo tiempo. Después, ya sobre el cierre del juego, tuvo un penal a favor y el encargado de patearlo fue un juvenil como Rogelio Funes Mori cuando en cancha estaba David Trezeguet. Sólo los jugadores y el técnico sabrán por qué de esa pelota tan caliente se hizo cargo un jugador que además es mirado de reojo por muchos hinchas y no el líder y capitán del equipo. Trezeguet venía de errar un penal en la última fecha de la B ante Almirante Brown y también en un amistoso ante San Telmo, pero la circunstancia no parecía aconsejable para que toda la responsabilidad recayera sobre Funes Mori.

Pero más allá de la falla de Vega y del penal (bien sancionado por Germán Delfino porque Olave se lo llevó por delante a Martín Aguirre) que Funes Mori pateó por arriba del travesaño, River se pareció bastante al de la temporada pasada en un aspecto clave del juego: volvió a costarle demasiado generar juego asociado. Y dependió en exceso de Manuel Lanzini, quien desequilibró varias veces con su gambeta y con su frescura.

Los momentos en que sus jugadores se buscaron y se conectaron para progresar a través del toque fueron breves, escasos, insuficientes. Sus situaciones de riesgo nacieron de alguna inspiración individual, como el pase en que Trezeguet -en uno de sus contados aciertos- dejó solo a Funes Mori y el derechazo del nueve fue devuelto por el palo; de pelotas paradas (un tiro libre de Lanzini pegó en el travesaño y otro terminó en gol luego de desviarse en Zapata) o de pelotazos al área rival.

Desde los 6 minutos del segundo tiempo, cuando entraron Aguirre y Ariel Rojas por Luciano Vella y Cirigliano, River dejó de lado el esquema 4-4-2 inicial y jugó con un 3-4-1-2 en el que Lanzini se movió en su posición natural de enlace. Luego del descuento, que llegó recién cuando quedaban 15 minutos, River empujó a Belgrano contra su campo y pudo haber empatado.

Al partido no le faltó esa cuota de dramatismo que acompaña a River desde hace tiempo. Por su festejo desmedido luego de que Funes Mori errara el penal, Olave fue expulsado y al arco tuvo que ir un jugador de campo : Juan Martín. Belgrano resistió como pudo y ratificó su condición de bestia negra de River. Le alcanzó con ser un equipo ordenado tácticamente y práctico para aprovechar sus chances de gol. Y River volvió a tener uno de esos días en los que a su gente le resulta imposible encontrar consuelo en los merecimientos.

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