No solo Phelps
Estados Unidos ha sido la única potencia tradicional que ha resistido el empuje de China y las naciones emergentes
Diego Torres
Londres, El País
Los funcionarios que acompañan al equipo de natación de China aseguran que a Ye Shiwen la entrena Zhu Zhigen. Sin embargo, antes de las carreras de Londres, sucedía algo extraño. Algo que asombraba a los nadadores occidentales, acostumbrados a la asistencia del técnico en los tensos momentos previos. Observaban que a Shiwen, la gran estrella del gigante asiático, no le tomaba los tiempos ningún preparador. Quien controlaba sus series en el calentamiento, cronómetro en mano, era otra adolescente, otra nadadora, que la seguía desde el borde de la piscina con el gorro de látex sobre las orejas al modo que solo lo hacen los chinos.
Shiwen tiene 16 años. Su aparición en las primeras jornadas, su oro en los 200 metros estilos y su récord mundial en los 400 nadando los últimos 100 más deprisa que Johnny Weissmüller, Tarzán, constató que la natación de máximo nivel se ha extendido. También sembró inquietud en el equipo estadounidense. Los rumores de dopaje traspasaron los muros de su cuartel en la Villa e impregnaron al batallón de reporteros.
Cuando ganó el oro en los 200 metros estilos, Shiwen fue conducida a la sala de conferencias y sometida a un interrogatorio en compañía de la medallista de bronce, la estadounidense Caitlin Leverenz. “¿Qué opina de las increíbles marcas de Shiwen?”, preguntaron a Levrenz. “¿Es posible conseguir esto solo con entrenamiento”. Shiwen observó el despliegue sin pestañear. Impertérrita. Cuando la batería se dirigió hacia ella, se mostró fría y lacónica. “¿Cuántas horas se entrena?”. “Dos y media por la mañana y dos y media por la tarde”, replicó. “¿Le obligó a nadar su Gobierno?”. “Me eligieron por mis grandes manos”. “¿Se dopa? Responda sí o no”. “¡No!”.
No solo Shiwen transformó el orden mundial. Su compatriota Sun Yang inscribió su nombre en la leyenda con su plusmarca en los 1.500 metros libre. La holandesa Ranomi Kromowidjojo, la bielorrusa Aliaksandra Herasimenia y la china Yang Yi coparon el palco de los 100 libre. La lituana Rüta Meilutyté, de 15 años, derrotó a la favorita, la estadounidense Rebecca Soni, en los 100 braza y fue recibida como una heroína por el jefe de Estado lituano. Algo parecido les sucedió a los sudafricanos Chad le Clos, campeón de los 200 mariposa, y Cameron van der Burgh, recordman de los 100 braza. Y a los franceses Camille Muffat y Yannick Agnel, felicitados por el presidente de la República.
Eddie Reese, uno de los técnicos más veteranos de Estados Unidos, se mostró perplejo: “El resto del mundo se ha puesto a nuestra altura y nos quiere sobrepasar”. La ola de apariciones imprevistas hizo sufrir a los norteamericanos y desató el pánico en otras potencias. Australia se quedó sin un oro en las pruebas individuales por primera vez desde Montreal 1976. En la federación de Alemania, que no ganó ni una medalla por primera vez desde Los Ángeles 1932, se multiplicaron las dimisiones. El director de la Asociación Olímpica Británica, Colin Moyniham, exigió un examen en profundidad tras los pobres resultados obtenidos en la piscina. En unos Juegos en los que obtuvo los mejores rendimientos de su historia, Gran Bretaña no consiguió aproximarse a la previsión de siete medallas en natación. Dos bronces y una plata saben a fracaso tras invertir 30 millones de euros.
Alemania no ganó ninguna medalla por primera vez desde 1932; Australia, desde 1976
Estados Unidos se liberó de sus miedos coincidiendo con el regreso de Michael Phelps a lo alto del podio en los 4x200 metros libre. Tras un comienzo titubeante en los 400 estilos y los 200 mariposa, el de Baltimore acabó colgándose cuatro oros para convertirse con 18 (22 medallas totales) en el hombre más laureado del olimpismo. Phelps contribuyó a sacar a los norteamericanos del pozo y el equipo acabó brillando gracias a un puñado de mujeres extraordinarias. Missy Franklin y Katie Ledecky son las piedras fundamentales de un futuro igual de excelente que el presente. Al cabo, Estados Unidos recuperó la supremacía con 16 oros (30 medallas en total). China fue segunda con cinco (10).
Cuando Phelps concluyó el último entrenamiento de su dilatada aventura deportiva, antes de disputar la final de los 4x100 metros estilos, se dirigió a su entrenador, Bob Bowman, sin quitarse las gafas. “Toda mi vida intenté ser como Michael Jordan”, le dijo desde el agua. “Él se convirtió en el mejor baloncestista que ha habido y yo me he convertido en el mejor nadador de todos los tiempos. Lo hemos hecho juntos. Gracias”, añadió.
“Yo pude esconder las lágrimas detrás de las gafas”, confesó Phelps una vez concluida su última carrera triunfal, “pero a Bob le chorreaban por la cara”.
Diego Torres
Londres, El País
Los funcionarios que acompañan al equipo de natación de China aseguran que a Ye Shiwen la entrena Zhu Zhigen. Sin embargo, antes de las carreras de Londres, sucedía algo extraño. Algo que asombraba a los nadadores occidentales, acostumbrados a la asistencia del técnico en los tensos momentos previos. Observaban que a Shiwen, la gran estrella del gigante asiático, no le tomaba los tiempos ningún preparador. Quien controlaba sus series en el calentamiento, cronómetro en mano, era otra adolescente, otra nadadora, que la seguía desde el borde de la piscina con el gorro de látex sobre las orejas al modo que solo lo hacen los chinos.
Shiwen tiene 16 años. Su aparición en las primeras jornadas, su oro en los 200 metros estilos y su récord mundial en los 400 nadando los últimos 100 más deprisa que Johnny Weissmüller, Tarzán, constató que la natación de máximo nivel se ha extendido. También sembró inquietud en el equipo estadounidense. Los rumores de dopaje traspasaron los muros de su cuartel en la Villa e impregnaron al batallón de reporteros.
Cuando ganó el oro en los 200 metros estilos, Shiwen fue conducida a la sala de conferencias y sometida a un interrogatorio en compañía de la medallista de bronce, la estadounidense Caitlin Leverenz. “¿Qué opina de las increíbles marcas de Shiwen?”, preguntaron a Levrenz. “¿Es posible conseguir esto solo con entrenamiento”. Shiwen observó el despliegue sin pestañear. Impertérrita. Cuando la batería se dirigió hacia ella, se mostró fría y lacónica. “¿Cuántas horas se entrena?”. “Dos y media por la mañana y dos y media por la tarde”, replicó. “¿Le obligó a nadar su Gobierno?”. “Me eligieron por mis grandes manos”. “¿Se dopa? Responda sí o no”. “¡No!”.
No solo Shiwen transformó el orden mundial. Su compatriota Sun Yang inscribió su nombre en la leyenda con su plusmarca en los 1.500 metros libre. La holandesa Ranomi Kromowidjojo, la bielorrusa Aliaksandra Herasimenia y la china Yang Yi coparon el palco de los 100 libre. La lituana Rüta Meilutyté, de 15 años, derrotó a la favorita, la estadounidense Rebecca Soni, en los 100 braza y fue recibida como una heroína por el jefe de Estado lituano. Algo parecido les sucedió a los sudafricanos Chad le Clos, campeón de los 200 mariposa, y Cameron van der Burgh, recordman de los 100 braza. Y a los franceses Camille Muffat y Yannick Agnel, felicitados por el presidente de la República.
Eddie Reese, uno de los técnicos más veteranos de Estados Unidos, se mostró perplejo: “El resto del mundo se ha puesto a nuestra altura y nos quiere sobrepasar”. La ola de apariciones imprevistas hizo sufrir a los norteamericanos y desató el pánico en otras potencias. Australia se quedó sin un oro en las pruebas individuales por primera vez desde Montreal 1976. En la federación de Alemania, que no ganó ni una medalla por primera vez desde Los Ángeles 1932, se multiplicaron las dimisiones. El director de la Asociación Olímpica Británica, Colin Moyniham, exigió un examen en profundidad tras los pobres resultados obtenidos en la piscina. En unos Juegos en los que obtuvo los mejores rendimientos de su historia, Gran Bretaña no consiguió aproximarse a la previsión de siete medallas en natación. Dos bronces y una plata saben a fracaso tras invertir 30 millones de euros.
Alemania no ganó ninguna medalla por primera vez desde 1932; Australia, desde 1976
Estados Unidos se liberó de sus miedos coincidiendo con el regreso de Michael Phelps a lo alto del podio en los 4x200 metros libre. Tras un comienzo titubeante en los 400 estilos y los 200 mariposa, el de Baltimore acabó colgándose cuatro oros para convertirse con 18 (22 medallas totales) en el hombre más laureado del olimpismo. Phelps contribuyó a sacar a los norteamericanos del pozo y el equipo acabó brillando gracias a un puñado de mujeres extraordinarias. Missy Franklin y Katie Ledecky son las piedras fundamentales de un futuro igual de excelente que el presente. Al cabo, Estados Unidos recuperó la supremacía con 16 oros (30 medallas en total). China fue segunda con cinco (10).
Cuando Phelps concluyó el último entrenamiento de su dilatada aventura deportiva, antes de disputar la final de los 4x100 metros estilos, se dirigió a su entrenador, Bob Bowman, sin quitarse las gafas. “Toda mi vida intenté ser como Michael Jordan”, le dijo desde el agua. “Él se convirtió en el mejor baloncestista que ha habido y yo me he convertido en el mejor nadador de todos los tiempos. Lo hemos hecho juntos. Gracias”, añadió.
“Yo pude esconder las lágrimas detrás de las gafas”, confesó Phelps una vez concluida su última carrera triunfal, “pero a Bob le chorreaban por la cara”.