Hollande pide un poco de tiempo ante la “extraordinaria gravedad” de la crisis

El presidente francés analiza con calma la bajada de su popularidad

Miguel Mora
París, El País

La rentrée, ese concepto tan francés, está siendo un trago amargo para François Hollande. El presidente pasó sus vacaciones en un islote gozando de sus triunfos electorales, tanto en las presidenciales como en las legislativas, y subido en un 55% de popularidad, pero la vuelta al tajo ha cambiado radicalmente la realidad: la patronal, levantada en armas contra las subidas de impuestos; la izquierda radical y los sindicatos, descontentos porque intuyen renuncias y recortes; los medios que antes le veneraban, atacando sin tregua, y los sondeos reflejando el desplome de la confianza de los electores.

Apenas el 48% de la población francesa aprueba la gestión de Hollande, y hay más juicios negativos que positivos. Algunos comentaristas de la derecha y la izquierda extrema hablan ya de “fiasco”, aunque el socialista solo lleva 120 días en el Elíseo, y muchos franceses reprochan al presidente su “lentitud” ante la crisis, como si echaran de menos la hiperactividad —tan publicitada como ineficaz— de su antecesor, Nicolas Sarkozy.

Es cierto que la economía está peor de lo que parecía, que el paro no deja de aumentar, y que la inseguridad y la inmigración se han convertido de repente en problemas acuciantes, en parte porque los medios y sondeos de agosto reproducen todavía el clima de crispación y prisa del periodo anterior. En respuesta a estos nostálgicos de lo peor, Hollande intentó retomar la iniciativa política y recordó que “el cambio no es una sucesión de anuncios, sino una fuerza que da una dirección”.

Sin perder la calma, pero bastante menos sonriente que de costumbre, el jefe del Estado abrió el curso en la feria agrícola de Châlons-en-Champagne, noreste del país, donde fue acogido con frialdad. El calor de la campaña queda lejos, y el discurso se limitó a prometer poco y pedir confianza y tiempo. “Vivimos una crisis de excepcional gravedad”, dijo Hollande, “una crisis larga. Hace falta tiempo para ganar la batalla del crecimiento, el empleo y la competitividad, porque es una batalla”.

El presidente subrayó que dirá “la verdad” sobre la situación y sobre los esfuerzos que requiere, y agregó: “No hay día que perder, pero no se pueden esperar resultados en tres meses. Me han elegido para cinco años”.

Varios analistas y también algunos dirigentes socialistas han destacado que Hollande aspira a estar diez años en el Elíseo porque un quinquenio no es suficiente para reformar el país. La estrategia, según analiza Le Monde, consistiría en pintar la situación lo peor posible al principio del mandato para ir trabajando y convenciendo poco a poco, y llegar en buenas condiciones al momento de la reelección.

A su vez, Pierre Rousselin, jefe de Internacional del diario conservador Le Figaro, sostiene que “el problema es que Hollande no se ha pegado tanto como debía a los problemas reales del país en estos primeros meses y solo ahora parece descubrir por fin la gravedad de la crisis”.

“Solo ha cumplido algunas promesas fáciles, como subir los impuestos a los ricos, que es una cosa que encanta a sus votantes”, añade. “Pero ahora llega el momento de aprobar los presupuestos de 2013, la economía está peor de lo que se pensaba, hacen falta 33.000 millones de euros y para conseguirlos va a tener que tocar el bolsillo de sus electores y de las clases medias”.

Obligado a hacer más pedagogía de la crisis y a aparentar acción, Hollande anunció el adelanto en dos semanas de la tramitación de los presupuestos y vendió como inminente la creación del Banco Público de Inversiones, en realidad una reforma de la Caja General de Depósitos dedicada a facilitar créditos a las pymes.

Además avanzó otras tres promesas electorales: las regiones podrán gestionar directamente sus fondos europeos, se crearán 100.000 empleos para jóvenes subvencionados y el Estado cederá suelo gratuito a los municipios que se comprometan a construir viviendas.

Sin renunciar a las grandes palabras, Hollande volvió a prometer “equidad y justicia”. Pero, de momento, el relato real recuerda mucho al del antiguo régimen: en casa vuelve el músculo populista con el desmantelamiento de los campamentos de gitanos, copia de la política más xenófoba de Sarkozy, mientras la derecha atiza la polémica de la seguridad cabalgando los asesinatos y el tráfico de drogas en Marsella.

A la espera de lo que pase en Europa con Grecia y España, el futuro cercano se va a limitar a un complicado ejercicio contable. Con tres trimestres consecutivos de crecimiento cero y el paro en aumento, llegar a un déficit del 3% y a un crecimiento del 1,2% en 2013 parece una quimera.

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