Hasta siempre, Michael Phelps
El estadounidense se despide venciendo en el 4x100 estilos y amplía a 22 el número de sus medallas, 18 de oro
Diego Torres
Londres, El País
El australiano Ian Thorpe es uno de los mejores nadadores que han existido. Tiene 29 años y se maquilla cada día con matices de un bronce caribe para comentar las carreras de la competición desde un sofá en los estudios de la BBC en el Parque Olímpico. Solo tiene tres años más que Michael Phelps, pero, al margen de anuncios de regreso con poco fundamento, lleva retirado desde 2004. Desde que nadó la final de 200 libre de los Juegos de Atenas, cuando salió del agua convertido en campeón pero mentalmente fuera de combate. Para siempre. Agotado por un deporte extenuante que penaliza como ninguno cada distracción, cada día de reposo, cada gramo de mala comida.
Thorpe era el ídolo de Phelps. El nadador con el que soñaba medirse. Deseaba tanto nadar contra él que se arrojó a aquella final de 200 libre contra el consejo de su entrenador. “Si quieres ganar un oro, prueba en los 200 espalda”, le dijo Bob Bowman. No hubo caso. Phelps ignoró la permanente exigencia de éxito de la prensa estadounidense, resuelta a compararle con Spitz. Le dio igual carecer de la preparación suficiente para librar ese duelo, todavía hoy considerado como una de las carreras más grandiosas de todos los tiempos. Con 19 años, Phelps se metió en un río bravo: solo Thorpe, Van den Hoogenband y Hackett habían batido varios récords mundiales cada uno. Como era previsible, Phelps no ganó el oro. Pero se colgó el bronce y demostró que los desafíos no solo no lo intimidaban. Eran su modo de vivir.
Phelps habría hecho como todos los nadadores hasta el momento si hubiera colgado el bañador en Atenas. Pero para este hombre decidido a cambiar su deporte, 2004 fue solo una estación intermedia. En el periodo que va de Sidney 2000 a Pekín 2008 acumuló más esfuerzo y más kilómetros que nadie en los anales de la natación. Según Bowman, completó más de 5.000 sesiones de entrenamiento. Cerca de 30.000 kilómetros (la circunferencia de la Tierra en el Ecuador es de 40.000). Un régimen tan áspero que le da la razón a Bowman cuando califica a quienes no nadan como “civiles”. El NBAC y su piscina de Meadowbrook, el club donde se fraguó Phelps, siempre se caracterizó por programas muy duros. Lo suficientemente duros como para haber constituido el semillero de algunos Navy Seals, el cuerpo especial de la marina estadounidense, una de las unidades de elite que más requisitos físicos demandan. Jason Roberts, un Seal, lo explicó hace poco: “Entrenarme en Meadowbrook fue la mejor preparación que puedo imaginarme: permaneces mojado, frío y cansado durante nueve meses al año”.
Sería imposible explicar el talento de Phelps sin la perseverancia y la resistencia a la corrosión. Al contrario que la mayoría de los nadadores de las generaciones precedentes, que pasaban del club a la Universidad, él firmó en 2003, con Speedo, un contrato profesional que le permitió comprometerse exclusivamente con su deporte y seguir preparándose con objetivos a largo plazo. Su procedimiento resultó revolucionario. Tanto como su ambición. De otro modo, su presencia en Londres sería incomprensible.
Pudo ser un acto meramente publicitario. Una aparición testimonial. Solo Phelps hizo que fuera de otro modo. Se inscribió en siete pruebas con un año y medio de preparación, después de haber interrumpido su viejo régimen de entrenamiento en 2008 y haber considerado retirarse. A pesar de la improvisación de sus decisiones, en Londres casi siempre estuvo a la altura de su reputación. Salvo por el despiste en el 400 estilos, sus apariciones se midieron en medallas. Que vino a pasárselo bien, como él advirtió, fue durante su final en 200 mariposa, en donde no exhibió el punto furibundo de sus mejores épocas. Sus tres postas de relevos fueron soberbias y defendió con maestría sus títulos en 200 estilos y 100 mariposa, que conserva desde 2004.
Ingresó en una escuela de natación con siete años, en 1992. La aventura acabó en la piscina de Stratford, después de los relevos del 4x100 estilos. El estadounidense nadó, como en Pekín, el parcial de mariposa para entregarle a su país otra victoria, superando a Japón y Australia, segundo y tercero. De paso, Phelps consiguió su medalla de oro número 18º en unos Juegos. La mayor cosecha conocida. Hazaña difícil de igualar en lo que queda de eternidad.
Diego Torres
Londres, El País
El australiano Ian Thorpe es uno de los mejores nadadores que han existido. Tiene 29 años y se maquilla cada día con matices de un bronce caribe para comentar las carreras de la competición desde un sofá en los estudios de la BBC en el Parque Olímpico. Solo tiene tres años más que Michael Phelps, pero, al margen de anuncios de regreso con poco fundamento, lleva retirado desde 2004. Desde que nadó la final de 200 libre de los Juegos de Atenas, cuando salió del agua convertido en campeón pero mentalmente fuera de combate. Para siempre. Agotado por un deporte extenuante que penaliza como ninguno cada distracción, cada día de reposo, cada gramo de mala comida.
Thorpe era el ídolo de Phelps. El nadador con el que soñaba medirse. Deseaba tanto nadar contra él que se arrojó a aquella final de 200 libre contra el consejo de su entrenador. “Si quieres ganar un oro, prueba en los 200 espalda”, le dijo Bob Bowman. No hubo caso. Phelps ignoró la permanente exigencia de éxito de la prensa estadounidense, resuelta a compararle con Spitz. Le dio igual carecer de la preparación suficiente para librar ese duelo, todavía hoy considerado como una de las carreras más grandiosas de todos los tiempos. Con 19 años, Phelps se metió en un río bravo: solo Thorpe, Van den Hoogenband y Hackett habían batido varios récords mundiales cada uno. Como era previsible, Phelps no ganó el oro. Pero se colgó el bronce y demostró que los desafíos no solo no lo intimidaban. Eran su modo de vivir.
Phelps habría hecho como todos los nadadores hasta el momento si hubiera colgado el bañador en Atenas. Pero para este hombre decidido a cambiar su deporte, 2004 fue solo una estación intermedia. En el periodo que va de Sidney 2000 a Pekín 2008 acumuló más esfuerzo y más kilómetros que nadie en los anales de la natación. Según Bowman, completó más de 5.000 sesiones de entrenamiento. Cerca de 30.000 kilómetros (la circunferencia de la Tierra en el Ecuador es de 40.000). Un régimen tan áspero que le da la razón a Bowman cuando califica a quienes no nadan como “civiles”. El NBAC y su piscina de Meadowbrook, el club donde se fraguó Phelps, siempre se caracterizó por programas muy duros. Lo suficientemente duros como para haber constituido el semillero de algunos Navy Seals, el cuerpo especial de la marina estadounidense, una de las unidades de elite que más requisitos físicos demandan. Jason Roberts, un Seal, lo explicó hace poco: “Entrenarme en Meadowbrook fue la mejor preparación que puedo imaginarme: permaneces mojado, frío y cansado durante nueve meses al año”.
Sería imposible explicar el talento de Phelps sin la perseverancia y la resistencia a la corrosión. Al contrario que la mayoría de los nadadores de las generaciones precedentes, que pasaban del club a la Universidad, él firmó en 2003, con Speedo, un contrato profesional que le permitió comprometerse exclusivamente con su deporte y seguir preparándose con objetivos a largo plazo. Su procedimiento resultó revolucionario. Tanto como su ambición. De otro modo, su presencia en Londres sería incomprensible.
Pudo ser un acto meramente publicitario. Una aparición testimonial. Solo Phelps hizo que fuera de otro modo. Se inscribió en siete pruebas con un año y medio de preparación, después de haber interrumpido su viejo régimen de entrenamiento en 2008 y haber considerado retirarse. A pesar de la improvisación de sus decisiones, en Londres casi siempre estuvo a la altura de su reputación. Salvo por el despiste en el 400 estilos, sus apariciones se midieron en medallas. Que vino a pasárselo bien, como él advirtió, fue durante su final en 200 mariposa, en donde no exhibió el punto furibundo de sus mejores épocas. Sus tres postas de relevos fueron soberbias y defendió con maestría sus títulos en 200 estilos y 100 mariposa, que conserva desde 2004.
Ingresó en una escuela de natación con siete años, en 1992. La aventura acabó en la piscina de Stratford, después de los relevos del 4x100 estilos. El estadounidense nadó, como en Pekín, el parcial de mariposa para entregarle a su país otra victoria, superando a Japón y Australia, segundo y tercero. De paso, Phelps consiguió su medalla de oro número 18º en unos Juegos. La mayor cosecha conocida. Hazaña difícil de igualar en lo que queda de eternidad.