El Partido Republicano, en busca de la moderación perdida

Los conservadores llegan a su Convención con la intención de recuperar su imagen de formación mayoritaria y confiable en la labor de gobierno tras tres años bajo el control del Tea Party

A
ntonio Caño
Washington, El País

Los republicanos llegan a su Convención de Tampa con la misión de recuperar su imagen de partido mayoritario y confiable en la labor de gobierno, cualidades perdidas después de tres años bajo el control del populismo y el extremismo ideológico del Tea Party y sus aliados religiosos. El candidato presidencial, Mitt Romney, tratará de unir fuerzas y reconciliar los intereses de la distintas facciones con el objetivo de enviar un mensaje integrador y lo suficientemente centrista como para obtener la victoria en noviembre.

Una convención es una especie de diálogo que los dos grandes partidos políticos de Estados Unidos sostienen cada cuatro años con la sociedad, una oportunidad de oro para asentar una posición ante los votantes. Eso era más evidente en el pasado, cuando las televisiones dedicaban varias horas diarias a la cobertura en directo de los actos y no había manera de distraer la atención hacia otros acontecimientos. Hoy las televisiones, movidas por otras prioridades más comerciales, han reducido drásticamente el tiempo que prestan a la convenciones, y el público está preocupado por otras muchas cosas de su interés.

Aún así, no existe aún otro mecanismo de semejante valor para que los partidos transmitan a los ciudadanos su estado de salud política y sus propuestas de futuro. Las convenciones miden el punto en el que se encuentra un partido y reflejan su debate interno. Cuando, en los años sesenta, el Partido Demócrata vivía en su seno las turbulencias de la época, las convenciones eran tormentosas y polémicas. Cuando el Partido Republicano, en los años ochenta, disfrutaba del éxito imperial de Ronald Reagan, sus convenciones eran una celebración de dimensión nacional.

El Partido Republicano que llega a Tampa es el producto de varios años en los que los dirigentes tradicionales, el viejo establishment, han sido barridos por la furia revolucionaria del Tea Party, a cuya sombra triunfaron los jóvenes turcos que actualmente dominan en el Congreso e imponen el discurso del partido.

Quedan algunas figuras que, con carácter testimonial, tomarán la palabra en la convención, dentro de ese intento de Romney de sumar todo lo posible. Hablarán los dos expresidentes Bush, aunque el último de ellos lo hará solo por vídeo. También intervendrá Condoleezza Rice, en un esfuerzo destinado más bien a enseñar rostros femeninos y negros, y se escuchará, como es de rigor, al líder en el Senado, Mitch Mcconnell, y en la Cámara de Representantes, John Boehner. Pero ninguno de ellos son la representación del Partido Republicano actual.

Los hombres fuertes de esta convención son otros. Son figuras como el gobernador de Virginia, Bob McDonnell, que ha presidido la elaboración del programa electoral del partido y que alcanzó notoriedad hace pocos meses en su empeño de obligar a las mujeres a someterse a pruebas médicas muy invasivas antes de autorizar un aborto. Figuras como Chris Christie, el gobernador de New Jersey, un halcón en la reducción del gasto público, o como Nikki Haley, la joven gobernadora de Carolina del Sur, y Rand Paul, el senador por Kentucky, dos estrellas del Tea Party. Y, desde luego, el candidato a la vicepresidencia, Paul Ryan, el hombre que en estos momentos representa mejor la causa contra el déficit fiscal y el personaje con más proyección de toda la derecha norteamericana.

Está invitado Jeb Bush, un moderado que ha reclamado una apertura del partido a ideas más centristas, pero la hora estelar de ese día y el mensaje principal se le reserva a Marco Rubio, también alimentado por la teta del Tea Party y al que ahora se le encomienda, junto con la gobernadora de New México, Susana Martínez, la tarea de conseguir los votos de los hispanos.

El alejamiento del Partido Republicano de esa comunidad es, además de la pérdida del voto femenino -60% de Barack Obama frente a 31% de Romney en una encuesta de NBC que pregunta quién es más sensible a los problemas de las mujeres-, la mejor prueba de la marginalidad en la que está cayendo esa fuerza política. Crecientemente vinculados a los sectores de la población masculina y blanca, fundamentalmente rural, que defiende a ultranza las armas, profesa fanáticamente su religión y rechaza los progresos científicos y tecnológicos, los republicanos se van convirtiendo cada día en un partido más minoritario y exclusivo.

La radicalización de su mensaje y de sus métodos –su posición sobre el aborto y la diseminación de dudas sobre el país de nacimiento de Obama son dos ejemplos- los ha convertido también en un partido que despierta temores entre la población más centrista a la hora de otorgarle la responsabilidad de gobernar. Una prueba de ello es la política exterior, un área en la que se requiere más solvencia y prudencia.

No va a ser fácil para Romney superar todo el daño causado por el radicalismo durante este tiempo

Durante décadas, prácticamente durante todo el periodo posterior a la guerra de Vietnam, el Partido Demócrata fue visto como el bando de las palomas, mientras que el Partido Republicano garantizaba una posición fuerte y segura de EE UU en el mundo. No es así en este momento. Obama aventaja a Romney en todas las encuestas en este apartado en un país que ahora teme que la demagogia republicana le lleve a más guerras que no desea.

No va a ser fácil para Romney superar todo el daño causado por el radicalismo durante este tiempo. En parte porque el estado de ánimo no es el de que el radicalismo haya perjudicado, sino que, al contrario, ha revitalizado al partido y le ha dado opciones de victoria solo cuatro años después de haber sido barrido por el huracán Obama. En parte eso es cierto, el Tea Party ayudó a los republicanos a recuperar la mayoría en la Cámara de Representantes y, más importante, la confianza en sí mismos. Pero para recuperar también la Casa Blanca, el Partido Republicano necesita ahora cruzar la línea hacia la mitad del país a la que ha repudiado y con la que se ha enemistado durante todos estos años.

Romney puede ser el hombre para hacerlo. Ya ha demostrado que no le cuesta cambiar de postura y que sabe convivir con sus rivales –lo demostró en Massachusetts-. Hay que ver si el Partido Republicano le deja hacerlo.

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