COLUMNA Siria necesita consenso internacional
Es esencial un acuerdo de Turquía, la Liga Árabe y los países del Golfo. Solo así se conseguiría el respaldo de las distintos sectores de la oposición siria
Javier Solana, El País
El sentimiento de que el régimen del presidente sirio Bachar el Asad está llegando a un punto de inflexión crece por momentos. La reciente renuncia del enviado especial de la ONU y de la Liga Árabe para Siria, Kofi Annan, ante la imposibilidad de poner en práctica el plan de paz de seis puntos y detener la violencia, es uno de los muchos factores que obligan hoy a la comunidad internacional a pensar seriamente sobre la necesidad de minimizar los peligros inherentes a la difícil situación de Siria.
La falta de acuerdo entre los países miembros del Consejo de Seguridad ha provocado una prolongación y metamorfosis de la propia naturaleza del conflicto. Lo que comenzó como una lucha popular inspirada por las exigencias de la primavera árabe ha ido adoptando tonos cada vez más sectarios y radicales. Esta conducta refleja la pérdida de esperanza en el apoyo internacional y complica, a la vez, cualquier solución negociada.
Turquía teme las repercusiones del conflicto sirio sobre su población kurda
El peligro creciente de represalias hacia la comunidad alauí, que representa el 12% de la población y bajo cuyo control se encuentran la economía y el Ejército del país, ha provocado que este grupo, que logró salir de su categoría de ciudadano de segunda clase tras la llegada del partido Baaz de El Asad en 1963, considere que su supervivencia está intrínsecamente ligada a la de El Asad.
De no abordar la oposición siria seriamente las inquietudes de esta minoría, temerosa de una venganza suní, podría estallar en el país una guerra civil sectaria peor aún que el conflicto que devastó Líbano desde 1975 hasta 1990.
A nivel regional, las consecuencias tampoco son baladíes. En primer lugar, la propagación de la lucha entre los rebeldes y las fuerzas gubernamentales por el territorio sirio y el consiguiente aumento del número de refugiados que huyen a los países vecinos (Turquía, Jordania y Líbano) amenaza con extender la lucha a sus fronteras y atraerlos directamente al conflicto.
Turquía, además, está preocupada por las repercusiones que el conflicto pueda generar sobre su población kurda guiada por unas aspiraciones independentistas que vuelven a emerger, y unas relaciones con la población kurda de Irak y Siria tejidas sobre la base de un complejo equilibrio. Jordania, por su parte, considera la creciente afluencia de los rebeldes sirios a su territorio como una amenaza a su seguridad nacional. Mientras que en Líbano, la llegada de miles de refugiados ha desenterrado viejas disputas sectarias en Trípoli entre los chiíes alauíes, que, en su mayor parte, apoyan a El Asad, y los suníes simpatizantes de la oposición.
El caos y el enfrentamiento podría fácilmente llegar también a Irak, donde la perspectiva de la caída del régimen sirio parece estar generando un repunte de la resistencia suní contra el gobierno predominantemente chií de Nuri al Maliki.
El enfrentamiento podría llegar también fácilmente a Irak
El desenlace que adopte el conflicto sirio tendrá también algunos importantes efectos directos en el realineamiento de fuerzas en Oriente Medio. La alta posibilidad de que un gobierno suní lidere Siria tras la caída de El Asad significaría un cambio estratégico de Siria hacia Irán y su aliado libanés chií, Hezbolá, cuya viabilidad puede peligrar si el nuevo gobierno sirio decide cortar el canal de suministro de armas desde Irán hasta Líbano.
Los disturbios en Siria ya han debilitado algunos de los apoyos tradicionales con los que contaba Irán en la región, como es el caso de Hamás, quien se ha pronunciado a favor de la oposición siria al enfatizar su vínculo con los Hermanos Musulmanes. Hace un año, Hamás también concedió su confianza al gobierno de transición de Egipto después de que éste abriera permanentemente su frontera con la Franja de Gaza.
Aunque la compleja situación que vive Egipto sugiere pensar que estará por un tiempo inmerso en su política interna, el nuevo gobierno también buscará definir su relación con los países vecinos. En este contexto, es significativo, tanto por su simbolismo religioso como político, que el presidente recién electo, Mohamed Morsi, líder del partido político de los Hermanos Musulmanes, eligiera Arabia Saudí como destino en su primer viaje oficial al extranjero. Arabia Saudí que, junto con Catar, está armando a la oposición siria, ve la era pos-Asad como una oportunidad estratégica para romper la alianza entre Siria e Irán y, simultáneamente, asestar un duro golpe a Hezbolá.
El debilitamiento del eje Irán-Siria-Hezbolá beneficiaría directamente a Israel, con un discurso cada vez más amenazante sobre la posibilidad de atacar de una manera unilateral las instalaciones nucleares iraníes; y con una relación cada vez más tensa con Hezbolá, al que acusa, junto con Irán, de los ataques recientes cometidos contra objetivos israelíes, como el más reciente en Bulgaria.
Este nuevo escenario afectará con toda seguridad a la posición de Irán en unas conversaciones nucleares que por ahora están avanzando poco, pero que son fundamentales para encontrar una solución diplomática a este problema.
Sin una salida al conflicto sirio, difícilmente se podrá avanzar en Irán, receloso ante las implicaciones que un cambio de gobierno en Siria podría tener para su influencia en la región. De la misma forma, la consecución o no de un acuerdo con Rusia (y por lo tanto con China) para contener el fuego sirio también determinará el margen de maniobra entre EE UU y la UE respecto a Rusia y China para tratar el programa nuclear de Irán.
El debilitamiento del eje de Irán, Siria y Hezbolá beneficia a Israel
En el fondo se trata de dos mesas de negociación paralelas, cuya evolución depende estrechamente la una de la otra. En la primera mesa, los miembros del Consejo de Seguridad están de acuerdo sobre la solución y en la segunda hay una diferencia fundamental de posiciones con Rusia y China. Esta división plantea un serio obstáculo para resolver ambos problemas que, aunque el fondo no son el mismo, presentan elementos que se solapan.
Para lograr un acuerdo, resulta esencial (como sucedió en el caso de Libia) que Turquía, los países del Golfo y la Liga Árabe muestren una posición común. Solo así se conseguiría el respaldo de las distintos sectores de la oposición siria —recelosos de las intenciones detrás de respaldos unilaterales— y se lograría acercar posturas con las minorías quienes no pueden quedar excluidas de este proceso. Esto añadiría más presión para obtener el respaldo del Consejo de Seguridad y poner en marcha un proceso que conduzca a la transición política en Siria.
Alcanzar un acuerdo sobre un escenario pos-Asad no será fácil, pero no hay otra alternativa más prometedora para Siria y para la región.
Javier Solana, distinguido senior fellow de Brookings Institution y presidente del Centro de Economía y Geopolítica Global de ESADE.
Javier Solana, El País
El sentimiento de que el régimen del presidente sirio Bachar el Asad está llegando a un punto de inflexión crece por momentos. La reciente renuncia del enviado especial de la ONU y de la Liga Árabe para Siria, Kofi Annan, ante la imposibilidad de poner en práctica el plan de paz de seis puntos y detener la violencia, es uno de los muchos factores que obligan hoy a la comunidad internacional a pensar seriamente sobre la necesidad de minimizar los peligros inherentes a la difícil situación de Siria.
La falta de acuerdo entre los países miembros del Consejo de Seguridad ha provocado una prolongación y metamorfosis de la propia naturaleza del conflicto. Lo que comenzó como una lucha popular inspirada por las exigencias de la primavera árabe ha ido adoptando tonos cada vez más sectarios y radicales. Esta conducta refleja la pérdida de esperanza en el apoyo internacional y complica, a la vez, cualquier solución negociada.
Turquía teme las repercusiones del conflicto sirio sobre su población kurda
El peligro creciente de represalias hacia la comunidad alauí, que representa el 12% de la población y bajo cuyo control se encuentran la economía y el Ejército del país, ha provocado que este grupo, que logró salir de su categoría de ciudadano de segunda clase tras la llegada del partido Baaz de El Asad en 1963, considere que su supervivencia está intrínsecamente ligada a la de El Asad.
De no abordar la oposición siria seriamente las inquietudes de esta minoría, temerosa de una venganza suní, podría estallar en el país una guerra civil sectaria peor aún que el conflicto que devastó Líbano desde 1975 hasta 1990.
A nivel regional, las consecuencias tampoco son baladíes. En primer lugar, la propagación de la lucha entre los rebeldes y las fuerzas gubernamentales por el territorio sirio y el consiguiente aumento del número de refugiados que huyen a los países vecinos (Turquía, Jordania y Líbano) amenaza con extender la lucha a sus fronteras y atraerlos directamente al conflicto.
Turquía, además, está preocupada por las repercusiones que el conflicto pueda generar sobre su población kurda guiada por unas aspiraciones independentistas que vuelven a emerger, y unas relaciones con la población kurda de Irak y Siria tejidas sobre la base de un complejo equilibrio. Jordania, por su parte, considera la creciente afluencia de los rebeldes sirios a su territorio como una amenaza a su seguridad nacional. Mientras que en Líbano, la llegada de miles de refugiados ha desenterrado viejas disputas sectarias en Trípoli entre los chiíes alauíes, que, en su mayor parte, apoyan a El Asad, y los suníes simpatizantes de la oposición.
El caos y el enfrentamiento podría fácilmente llegar también a Irak, donde la perspectiva de la caída del régimen sirio parece estar generando un repunte de la resistencia suní contra el gobierno predominantemente chií de Nuri al Maliki.
El enfrentamiento podría llegar también fácilmente a Irak
El desenlace que adopte el conflicto sirio tendrá también algunos importantes efectos directos en el realineamiento de fuerzas en Oriente Medio. La alta posibilidad de que un gobierno suní lidere Siria tras la caída de El Asad significaría un cambio estratégico de Siria hacia Irán y su aliado libanés chií, Hezbolá, cuya viabilidad puede peligrar si el nuevo gobierno sirio decide cortar el canal de suministro de armas desde Irán hasta Líbano.
Los disturbios en Siria ya han debilitado algunos de los apoyos tradicionales con los que contaba Irán en la región, como es el caso de Hamás, quien se ha pronunciado a favor de la oposición siria al enfatizar su vínculo con los Hermanos Musulmanes. Hace un año, Hamás también concedió su confianza al gobierno de transición de Egipto después de que éste abriera permanentemente su frontera con la Franja de Gaza.
Aunque la compleja situación que vive Egipto sugiere pensar que estará por un tiempo inmerso en su política interna, el nuevo gobierno también buscará definir su relación con los países vecinos. En este contexto, es significativo, tanto por su simbolismo religioso como político, que el presidente recién electo, Mohamed Morsi, líder del partido político de los Hermanos Musulmanes, eligiera Arabia Saudí como destino en su primer viaje oficial al extranjero. Arabia Saudí que, junto con Catar, está armando a la oposición siria, ve la era pos-Asad como una oportunidad estratégica para romper la alianza entre Siria e Irán y, simultáneamente, asestar un duro golpe a Hezbolá.
El debilitamiento del eje Irán-Siria-Hezbolá beneficiaría directamente a Israel, con un discurso cada vez más amenazante sobre la posibilidad de atacar de una manera unilateral las instalaciones nucleares iraníes; y con una relación cada vez más tensa con Hezbolá, al que acusa, junto con Irán, de los ataques recientes cometidos contra objetivos israelíes, como el más reciente en Bulgaria.
Este nuevo escenario afectará con toda seguridad a la posición de Irán en unas conversaciones nucleares que por ahora están avanzando poco, pero que son fundamentales para encontrar una solución diplomática a este problema.
Sin una salida al conflicto sirio, difícilmente se podrá avanzar en Irán, receloso ante las implicaciones que un cambio de gobierno en Siria podría tener para su influencia en la región. De la misma forma, la consecución o no de un acuerdo con Rusia (y por lo tanto con China) para contener el fuego sirio también determinará el margen de maniobra entre EE UU y la UE respecto a Rusia y China para tratar el programa nuclear de Irán.
El debilitamiento del eje de Irán, Siria y Hezbolá beneficia a Israel
En el fondo se trata de dos mesas de negociación paralelas, cuya evolución depende estrechamente la una de la otra. En la primera mesa, los miembros del Consejo de Seguridad están de acuerdo sobre la solución y en la segunda hay una diferencia fundamental de posiciones con Rusia y China. Esta división plantea un serio obstáculo para resolver ambos problemas que, aunque el fondo no son el mismo, presentan elementos que se solapan.
Para lograr un acuerdo, resulta esencial (como sucedió en el caso de Libia) que Turquía, los países del Golfo y la Liga Árabe muestren una posición común. Solo así se conseguiría el respaldo de las distintos sectores de la oposición siria —recelosos de las intenciones detrás de respaldos unilaterales— y se lograría acercar posturas con las minorías quienes no pueden quedar excluidas de este proceso. Esto añadiría más presión para obtener el respaldo del Consejo de Seguridad y poner en marcha un proceso que conduzca a la transición política en Siria.
Alcanzar un acuerdo sobre un escenario pos-Asad no será fácil, pero no hay otra alternativa más prometedora para Siria y para la región.
Javier Solana, distinguido senior fellow de Brookings Institution y presidente del Centro de Economía y Geopolítica Global de ESADE.